White zombie: Maya Deren y el vudú como baile

En Meditation on violence, la artista y cineasta unió vudú con baile. La película refleja su experiencia en numerosos rituales mágicos en los que registró sonidos y canciones.

A Maya Deren nunca le gustó Hollywood, su sistema de estrellas, las grandes producciones, la dependencia de productoras. Su huella en el cine llegó desde una mirada hacia lo primitivo, el momento en que se unía el arte con lo sagrado, la necesidad de entender y explicar el valor de las culturas ancestrales. A duras penas pertenecía a aquel mundo de grandes películas y grandes producciones. Su nombre real era Eleonora Derenkowsky y había nacido en Ucrania, de donde había huido en 1922, cuando los soviets desataron una feroz persecución hacia Trotski y sus seguidores, entre los que estaban sus padres. Como muchos otros, incluido Trotski, fueron a parar a Nueva York. Maya, tras estudiar en la New School for Social Research y en el Smith College, fue nombrada por Katherine Dunham (la coreógrafa y creadora de la primera compañía de danza de los Estados Unidos formada completamente por personas afroamericanas) su secretaria personal, comenzando su aproximación al cine desde la antropología, el sincretismo religioso, la magia o la danza. Con su colega Marcel Duchamp realizó una extraña película, hoy de culto, una especie de trabajo experimental sobre muchas cuestiones relacionadas con el dadaísmo y lo mágico que se tituló The witchs cradle (1947) pero que no pudo terminarse.

Maya Deren

Maya Deren

Su contacto con Dunham, que había escrito Las danzas de Haití, le hizo interesarse por aquel país, entonces colonia estadounidense y que despertaba la fascinación de muchos investigadores, antropólogos y etnógrafos de Estados Unidos. Sin embargo, era una mirada mitificadora y colonial. El haitiano, como tal, no interesaba, sino alimentar el boom de un subgénero literario, las crónicas de viajes escabrosos al corazón de Haití, la capital del vudú, que narraban misteriosas muertes, supuestos pactos malignos y la presencia de zombis, un término que popularizó el antropólogo, aventurero, escritor y ocultista William Seabrook, obsesionado por la magia negra y los ritos caníbales.

Haití también estaba en la mente de la cultura afroamericana. En los años de Marcus Garvey y de la construcción de una conciencia panafricanista, Haití formaba parte de aquel imaginario negro. El tratamiento oscurantista que sufría su historia, era el reflejo de la mente del colonizador. Muchos investigadores visitaron Haití, pero despreciaron a los estudiosos locales y maestros de aquellas prácticas que negaban ser consideradas una religión. Para Maya sí lo eran: tenían una cosmogonía propia, un sistema de espíritus enorme, una resistencia al paso del tiempo y un arraigo casi generalizado. No existía ningún impedimento para que no fuera considerada una religión.

«El zombi, para Maya y para el vudú, era una figura de terror, pero representaba una visión moral: el zombi es aquel ser que carece de alma, aquel que ha perdido toda conciencia»

Maya inició una serie de viajes y estancias en Haití, hasta en cuatro ocasiones (1947-1954), donde estudio el culto Rada-Dahomey del que provenían casi todas las danzas. Inicialmente, su investigación se centraba en la danza, pero pronto comenzó una titánica labor como registradora de ceremonias, grabando decenas de casetes, filmando en 16 mm cientos de horas y llenando varios cuadernos de campo. En Voices of Haiti, disco publicado por Elektra en 1953, reproduce los sonidos de muchos de estos rituales en los que estuvo presente, después de que las instituciones culturales de Estados Unidos negasen el apoyo al proyecto de registrar una base de datos, de grabaciones de música que durante años quedaron olvidadas en cajas, cantos y voces, relacionadas con el vudú. El zombi, para Maya y para el vudú, era una figura de terror, pero representaba una visión moral: el zombi es aquel ser que carece de alma, aquel que ha perdido toda conciencia. Entre sus distintos viajes y trabajos de campo, en los que contó a veces con el rechazo de las instituciones académicas, que negaban su ayuda de todo tipo ya que Maya era una artista y no una antropóloga, surgió un pequeño cortometraje que une danza con magia.

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Chao Li-Chi en Meditations on violence (1948)

Chao Li-Chi en Meditations on violence (1948)

En Meditation on violence, grabada al años siguiente de The witch’s cradle y tras su primer viaje a Haití, que contó con la participación de un maestro en artes marciales, suenan las percusiones de uno de estos rituales en medio de escenas en las que la cámara sigue los movimientos de bailarín, Chao Li-Chi, a quien Maya conocía desde hacía años ya que trabajaba en una compañía de teatro como especialista en danza (también podemos verlo en varias películas comerciales como Big Trouble In Little China, M*A*S*H, The Joy Luck Club, The Nutty Professor, The Prestige, Wedding Crashers o Pushing Daisies, entre otras). Durante 15 minutos, Maya crea una cinta que es una reconstrucción libre de las danzas haitianas relacionadas con vudú pero las lleva a un contexto diferente. Meditation on violence fue la primera de sus incursiones por la cultura de Haití y el vudú en un puente que unía lo religioso o misterioso con el arte.

La salud de Maya comenzó a debilitarse y murió a los 43 años. La versión oficial es que tanto las anfetaminas, que tomaba desde hacía algún tiempo por prescripción médica, como la desnutrición acabaron con su vida. Sin embargo, su gran amigo, colega y admirador, Stan Brackage, no dudó en afirmar que su muerte fue un castigo, una maldición por haber participado en el ritual del vudú.