Visiones, drogas, iluminaciones: ¿Qué había en la cabeza de Philip K. Dick?

El escritor estadounidense vivía una doble vida. En una era Philip K. Dick, escritor de ciencia ficción que todos conocemos. En la otra se llamaba Tomás y era perseguido por los romanos por ser uno de los primeros cristianos.

A día de hoy es innegable la influencia que la obra de Philip Kindred Dick ha supuesto para el género de la ciencia ficción. Inició su andadura con Lotería solar (1955), una novela alejada de lo que sería su futura obra pero donde se dibujaban las líneas maestras de lo que llegaría a ser. En el año 1963 ganaría el Premio Hugo por El hombre en el castillo, dándole a Dick un reconocimiento que mantendrá a lo largo de su vida. Para escribir este libro, donde los aliados perderían la II Guerra Mundial como resultado del asesinato de FDR en el año 1933, Dick hizo uso del I Ching, libro oracular de origen chino mediante el que el autor decidía los pasos que darían los personajes de su novela, los cuales, a su vez, usaban también el mismo oráculo para guiarse por la propia historia.

Estados alterados de conciencia, paranoia, uso de drogas, una realidad que no es tal, gobiernos y empresas todopoderosos escondidos en la sombra y que determinan los destinos de unos personajes que no saben que están siendo dirigidos... Dick escribía sobre unos temas que, lejos de nacer de una febril imaginación, surgían de su propia experiencia.

Cuando contaba trece años de edad comenzó a tener un sueño recurrente. Se encontraba en una biblioteca buscando el numero de una revista pulp que contenía el relato «El imperio nunca cayó». Sobre esa misma frase girarían dos de sus obras más controvertidas, complicadas y personales, VALIS y Exégesis, volumen este último de más de 8.000 páginas que comprende una suerte de diarios que comenzaría a escribir a partir de lo que él denominaba 3-2-74, esto es, 3 de febrero de 1974.

En febrero de 1974, Philip K. Dick fue sometido a una sencilla cirugía dental para extraerle una muela del juicio rota. Llegado a casa el dolor le resultó tan insoportable que llamó a una de las farmacias de la zona para que le acercasen unos analgésicos. La empleada encargada de hacerlo llevaba colgado de su cuello un Itchys, símbolo en forma de pez usado por los primeros cristianos como símbolo secreto de su adhesión a la, en aquel momento, emergente religión. Algo estalló en la cabeza de Dick. A partir de aquel día comenzó a sufrir una serie de alucinaciones que él consideró del todo punto reales. Vivía una doble vida. En una era Philip K. Dick, escritor de ciencia ficción. En la otra se llamaba Tomás y era perseguido por los romanos al ser uno de los primeros cristianos. Efectivamente el Imperio no había caído...

Mucho se ha escrito y mucho se escribirá sobre Philip K. Dick. Sobre lo que había en esa prodigiosa cabeza y sobre lo que había de verdad en sus aseveraciones sobre la propia realidad. Es lógico pensar que era víctima de alguna enfermedad mental y él llego a considerar la posibilidad de sufrir esquizofrenia. Pero hay hechos que llegan a poner en duda que todo lo que de su mente salió fuese fruto de una dolencia. Afirmaba que las visiones posteriores a 3-2-74 habían sido provocadas por un Vast Active Living Intelligence (VALIS o SIVAINVI, Sistema de Vasta Inteligencia Viva) que, entre otras cosas, le informó de que su hijo Christopher sufría una hernia inguinal que hacía peligrar su vida. Dados sus antecedentes, a Dick le fue difícil convencer a su mujer de lo que creía que pasaba pero finalmente esta accedió a llevar al niño al médico. Efectivamente la hernia era real y fue sometido a una intervención que de seguro le salvo la vida. Su intervención en la convención de ciencia ficción de la ciudad de Metz del año 1977 pasaría a la historia. La razón principal fue que no habló de ciencia ficción:

«Puedo incluso decirles lo que despertó mis recuerdos. A finales de febrero de 1974, me administraron pentotal sódico antes de extraerme una muela del juicio cariada. Más tarde, aquel mismo día, una vez vuelto a mi casa pero aún profundamente bajo la influencia del medicamento, me vinieron los recuerdos en un relámpago tan breve como preciso. En un instante abracé toda la visión, y casi tan aprisa ya la había rechazado... Rechazado, pero no sin darme cuenta de que lo que había desterrado de mis recuerdos profundos era auténtico. Entonces, a mediados de marzo, el cuerpo entero, intacto, de mi memoria comenzó a regresar. Son ustedes libres de creerme o no, pero les doy mi palabra de que no bromeo; esto es serio, y muy importante. Estoy seguro de que aceptarán ustedes al menos que es incluso sorprendente el que pueda proclamarles tal experiencia. La gente pretende a menudo recordar vidas anteriores; yo creo más bien recordar un presente muy, muy diferente. No conozco a nadie que haya efectuado una declaración así antes que yo, pero tengo la sospecha de que mi experiencia no es única; lo que quizá sea único sea el hecho de que yo quiera hablar de ella».

 

Su vida giró en torno a la locura, las drogas, la religión, un uso muy particular de la ciencia ficción y una visión de la realidad cuanto menos sorprendente. Tal vez esa compleja amalgama le hizo llegar a saber más de lo que se quiere reconocer.

En los mundos, o quizá sea más acertado decir en el mundo de Philip K. Dick, entendiendo que todas sus obras y personajes existen en el mismo plano de realidad que aquel en que él vivió, nada es lo que parece. Las tramas permutan de tal forma y a tal velocidad que es difícil hacer una sinopsis acertada sin caer en servilismo de la contraportada. De la misma forma, el que parece el héroe, antihéroe las más de las veces, cede su espacio vital para que sea otra entidad la que cargue con el peso de la responsabilidad que supone el final de una obra. Quizá lo mismo suceda con la vida de Philip K. Dick. Quizá no sea en su existencia donde debamos buscar las respuestas a los interrogantes que él mismo desvelo. Quizá sus padres también vieran algo en uno de los dos niños que nacieron aquel 16 de diciembre de 1928. Uno, Philip Kindred Dick llegó a convertirse en lo que fue, mientras que su hermana melliza Jane se quedó al principio del camino, muriendo a las pocas semanas de nacer víctima de una desnutrición provocada por unos padres inexpertos. A la hora de darle sepultura estos tomaron una decisión que tal vez suene macabra o tal vez encierre parte de la respuesta a un misterio no planteado de una manera formal. En la parte izquierda de la lapida grabaron el nombre de Jane C. sobre las fechas de nacimiento y defunción. Se adelantaron 53 años en el tiempo y en la parte derecha ordenaron grabar el nombre de Philip K. sobre su fecha de nacimiento.