La vida cotidiana de Satanás a finales del siglo XIX

Una colección de “diabluras estereoscópicas” reflejó el estilo de vida decadente de la burguesía, la corrupción y los excesos del Segundo Imperio francés, equiparándolo literalmente con un descenso al Infierno.


Cuando el óptico parisino Jules Duboscq patentó su visor estereoscópico en 1850, no podía imaginar el gran éxito que disfrutaría a nivel internacional. Apenas diez años más tarde, la London Stereoscopic Company se jactaba de poner a la venta más de 100.000 imágenes, y en 1901, Underwood & Underwood de Nueva York afirmaba fabricar 23.000 plachas estereoscópicas al día. Mientras que la obra fotográfica de artistas de la época como Édouard Baldus o Henri Le Secq se prestaban al deleite contemplativo, los estereógrafos no aceptaban visionados prolongados, y una vez que el espectador experimentaba la ilusión tridimensional, prefería repetirla con nuevas diapositivas antes que pararse a estudiar con detalle aquellos prodigios artesanales (y rápidamente desechables) que cabían en la palma de la mano. Estos hábitos de visualización, combinados con la popularidad del formato y un costo de producción relativamente bajo, dispararon la producción de millones de diapositivas estereoscópicas que actualmente son cotizadas piezas de coleccionista.

Una de las más notables fue Les Diableries, un conjunto de 72 diapositivas estereoscópicas publicadas de forma anónima en el París de 1861, seguramente para eludir posibles represalias del régimen autoritario de Napoleón III, a quien Víctor Hugo apodó "Napoleón, el Pequeño". Pese a todo, la firma que aparece tallada en el yeso de varias de las esculturas certifica la autoría de Pierre Adolphe Hennetier como responsable de la mayoría de los dioramas. Contempladas bajo una lente política, las miniaturas se revelan como un reflejo macabro y satírico del Segundo Imperio francés: en Visite du Soleil à Satan, por ejemplo, se representa una reunión imaginaria entre Napoleón III y Luis XIV, el "Rey Sol", equiparándolos en vicios absolutistas.

Contempladas bajo una lente política, las miniaturas se revelan como un reflejo macabro y satírico del Segundo Imperio francés

Independientemente de la carga humorística, su refinamiento estético alcanza niveles asombrosos, incluso para los estándares actuales: el encanto macabro de sus anticristos hechos a mano, la riqueza visual de sus escenas en miniatura y su talante subversivo y anárquico, presagian los logros que alcanzarían Jan Svankmajer, David Levinthal, Hans Bellmer y Lori Nix un siglo más tarde. Pero sobre todo, estas imágenes nos atrapan por su exclusión del canon histórico, cuando en realidad fotografías como éstas circulaban de mano en mano por las calles de París, disputándole la fama a los sofisticados daguerrotipos de Gustave Le Gray y André Adolphe-Eugène Disdèri. Se sabe que al menos otros dos escultores colaboraron con Hennetier crearon viñetas para la serie: Louis Alfred Habert y Louis Edmond Cougny, a sueldo del editor original Francois Benjamin Lamiche. Posteriormente la serie fue adquirida y ampliada por el editor Adolph Block, sin que la identidad de ninguno de ellos llegara a trascender.

El encanto macabro de sus anticristos hechos a mano, la riqueza visual de sus escenas en miniatura y su talante subversivo y anárquico, presagian los logros que alcanzarían Jan Svankmajer, David Levinthal, Hans Bellmer y Lori Nix un siglo más tarde

¿Qué clase de biblioteca es ésta que abre a medianoche y en cuyas estanterías los cráneos humanos sustituyen a los libros, catalogados por pecados en lugar de por materias? Uno de los escasos ejemplares que todavía descansa en sus baldas lleva la Muerte por título, sugiriendo que lo que los visitantes acuden a consultar aquí son las calaveras mondas y lirondas. El mismísimo Satanás sostiene una de ellas entre sus manos y, como Hamlet, la contempla meditabundo y tal vez exclamando «¡Ay, pobre Yorick!». Conviene recordar, eso sí, que los esqueletos de su particular memento mori forman parte del inventario de almas robadas, en una clara alusión a los fundamentos pseudocientíficos de la frenología, tan en boga por aquellos años.

Dos pajes infernales reciben en la puerta a los visitantes, mientras un demonio bibliotecario trepa por una escalera para alcanzar los estantes más altos. Abajo le aguarda su clientela, ataviada con túnicas y el sombreros puntiagudos adornados con símbolos cabalísticos, como corresponde a magos y astrólogos. Otro cliente espera su turno en el umbral ocultando su identidad tras una máscara. Imaginemos que el santo y seña para hacerse socio del particular club de lectura infernal fuera “Fidelio”…

Por último, prestemos atención a la técnica: el reverso de cada diapositiva fue coloreada a mano, recubriéndose con una capa de papel de seda e intercalándose entre dos placas de cartón con doble ventana. Para completar el efecto, los ojos de los esqueletos fueron perforados y frotados con gelatina de color para que brillaran en contacto con la luz. A continuación, reproducimos algunas de las imágenes más impactantes.