Las bombas que arrasaron escaparates y crearon arte


El extraño y hermoso arte de los comerciantes asediados por las bombas fascistas. Protegieron sus escaparates con tiras de papel que formaban dibujos y símbolos futuristas. Los franceses los imitarían

No es propiamente «arte de guerra» sino más bien «arte en tiempos de guerra», algo en lo que fuimos pioneros y que, más tarde, con los bombardeos en toda Europa, fue frecuente en las ciudades francesas. Un tipo de arte comenzó a extenderse de forma espontánea en las ciudades y cuyos protagonistas fueron los dependientes de las tiendas, que creaban extrañas y, a veces, maravillosas formas geométricas o con motivos de todo tipo con tiras de papel. Ante la regularidad de los bombardeos y lo costoso de reponer los cristales rotos una y otra vez, se hizo frecuente que los comerciantes cubrieran sus escaparates con estas tiras de papel que mostraban el género y persuadían (en caso de entrar el papel se rompía) a los ladrones. Sin embargo, su finalidad fue inicialmente evitar que los cristales pudieran herir a los transeúntes al salir despedidos. Incluso, en el caso catalán, la forma de los dibujos y creaciones estaba reglada. Se decretó cómo debían ser, algo que no sucedió en otras ciudades en las que proliferó el arte de los escaparates, como Gijón o Madrid, entre muchas otras. Parece ser que los primeros que comenzaron a hacerlo fueron los ciudadanos en los cristales de sus casas e, inmediatamente, los imitaron los comerciantes. Cada comercio intentó plasmar su propio estilo en una estética improvisada según el tipo de negocio. 

«Las arañas de los papeles protectores se han extendido por los escaparates y han tejido sus telas adoptando formas caprichosas y, algunas, decididamente artísticas

La Vanguardia, en su edición del 5 de diciembre de 1936, publicó un decreto del Ayuntamiento de Barcelona del día anterior que se hacía eco de la propuesta:

«Con el fin de evitar o disminuir los desprendimientos de cristales rotos por efecto de explosiones, en caso de posibles bombardeos, y que pudieran ocasionar perjuicios, es conveniente asegurar los cristales con armaduras de tiras de papel, de acuerdo con las instrucciones siguientes:

Las armaduras serán tiras de papel resistente engomado, pegadas al cristal por ambas caras, en forma coincidente la de una cara con las de la otra, el ancho de las tiras será de 3 a 5 centímetros, según el tamaño de los cristales, y la separación entre una y otra tira, como máximo 30 centímetros.

La disposición indicada de las tiras será formando cuadrícula o en forma de aspa, según las diagonales del cristal y fijando sus extremos a los marcos.

El cumplimiento de estas disposiciones es obligatorio para toda clase de cristales de establecimientos públicos y de las casas particulares, para evitar que los que den a la calle puedan proyectar fragmentos de cristal a la vía pública».

 

«Arte en la defensa de los escaparates», un artículo de Etheria Artay publicado en enero de 1937 en la barcelonesa Mi Revista, narra la vida en la retaguardia, en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, y describe cómo era pasear por las ciudades parcialmente destruidas por los incesantes bombardeos y con los comercios cubiertos con las extrañas y hermosas tiras de papel:

«Todos sabemos para qué sirven esas tiritas de papel engomado. ¡Naturalmente! Por este motivo los escaparates de Barcelona están adornadísimos, casi carnavalescos. Las arañas de los papeles protectores se han extendido por los escaparates y han tejido sus telas adoptando formas caprichosas y, algunas, decididamente artísticas.

La guerra trae consigo ruina y muerte; pero yo pienso que también inspiración. Un arte nonato e improvisado ha salido a la luz. ¡Qué de sugerencias tienen los serpenteados papelitos! Guardan, indiscutiblemente, cierta analogía con el comerciante que los coloca y con el escaparate que protegen. O si no, veámoslo: en una joyería los he visto formando una simple reja. Frágil reja que parece advertir; “¡Cuidado, aquí estoy para defender mis tesoros! ¡Y hay de ti si intentas substraerlos violentamente! Otra reja más fuerte que yo te retendrá por largo tiempo.”

En el escaparate de una casa de muebles representan un sol magnífico con innumerables rayos calefactores. Por entre ellos se ven las camas expuestas. Eso quiere decir: “Mis camas son tan estupendas que no tendréis ocasión de disfrutar de un sol tan esplendoroso como este que veis. ¡Y no lo echaréis de menos! Mis camas calientan más que el sol.”

«Los papelitos de una confitería parecen punzantes rayos que caen hacia los dulces»

Así, pues, en todos los escaparates expresan algo. En una perfumería hay una red. ¡Una verdadera y complicada red! Nos acercamos a verla y vemos también los tentadores frasquitos de perfumes. Como mariposas atraídas por la luz caemos. ¡La red de papelitos nos apresó! Nos apresó e introdujo adentro haciéndonos gastar sesenta y tres pesetas y cincuenta céntimos. ¡Algo fatal en estos tiempos!

Los papelitos de una confitería parecen punzantes rayos que caen hacia los dulces. Es una amenaza para que los chiquillos no peguen sus naricillas al escaparate, y, si son golosos, que pasen sus papás a comprarles fas golosinas.

A veces, también resulta molesto tanto papelito sobre los escaparates. Hay que reconocerlo. En las librerías impiden leer los títulos de los libros. Yo hacía tiempo que buscaba un determinado libro de teoría revolucionaria que me habían ponderado. Ayer, en un escaparate, me pareció verlo expuesto. Para cerciorarme, atisbé entre el intrincado laberinto de tiras de papel, aupándome y mirando por un lado y por otro: ¡haciendo verdadera gimnasia sueca! Al fin entré en la librería, casi convencida de que había dado con él. Al amable dependiente que me vino a despachar le hice revolver todo, porque me aseguraba que no lo tenían en la casa, y era verdad. Luego resultó no ser el libro que me figuré haber visto entre nuestros simpáticos papelitos. Avergonzada por haberle molestado tanto, no me atreví a rechazarle el libro y lo adquirí. Su título es el siguiente: Las veinticinco mejores maneras de que haga buen provecho el queso de bola. ¡Terriblemente interesante!

Pero volvamos al asunto y sigamos contemplando los escaparates tan profusamente adornados. Todos han desfilado ante nuestra vista, y cada uno tiene su dibujo particularísimo: arañas, estrellas, triángulos, cuadriláteros, grecas queriendo ser romanas, y... ¡futurismo! (de algún modo hemos de llamarlo, porque el que lo haya colocado sabrá lo que representa; nosotros no). De las bajas pecuniarias que se puedan originar en los bolsillos por la contemplación de estos escaparates no hablaremos. Bastantes transeúntes inocentes lo habrán podido ya experimentar. Después de todo, los escaparates están bonitos con sus atractivas tiritas de papel velando misteriosamente, ¡este es el anzuelo!: los objetos allí puestos. Y si alguien se lleva un artículo por otro creyendo haberlo visto en el escaparate, que no se enoje: ¡Son las trágicas consecuencias de la guerra!».

El artículo era producto de su tiempo y sus circunstancias. Terminaba diciendo: "Acuérdate, lector, de tus hermanos que luchan en el frente. ¡Ayúdales! Es tu deber".