«La miseria endurecía sus rostros». Simone de Beauvoir en Vallecas


En 1945, Simone de Beauvoir visitó un Madrid destruido por la guerra y describió de forma sobrecogedora las cicatrices de las bombas y el hambre en Tetuán o Vallecas

Entre una y otra estampa media un abismo. Son, a los ojos del espectador, dos Españas distintas. Una, llena de optimismo, fuerza e ilusión. Otra, desgarrada y gris. Son fotos desenfocadas. Es 1931, apenas han pasado dos o tres meses desde la proclamación de la República y el anuncio de promesas de cambio. Son las primeras vacaciones en el extranjero de la pareja Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Viajan a esa prometedora España que le deslumbra de inmediato. Barcelona y su arquitectura, la fuerza de sus gentes, el por supuesto atractivo y oscuro barrio Chino, la militancia política tan numerosa y variada. Además viven en aquel verano las primeras grandes tensiones entre el nuevo régimen y los anarquistas. Hay huelgas y violencia faísta. En Sevilla, en junio, se destapa un plan tramado por el por entonces anarquista Ramón Franco y un grupo de suboficiales del ejército y de anarquistas sevillanos, que fueron acusados de preparar un levantamiento para el día de las elecciones a Cortes. Todo aquello deslumbra a la pareja y, especialmente, a Simone. Viajan hasta Madrid donde visitan el museo del Prado y asisten a una corrida de toros,  lugar común de interés para la mayoría de los turistas que nos visitaban, a lo que sigue Ávila, Segovia, Toledo y muchos otros lugares. Hasta aquí la parte de belleza en el recuerdo, su memorabilia de oro. Aquellos días nunca les abandonaron. Fueron inmensamente felices. Amaban España. En su diario, Simone, tras enterarse del golpe fascista, escribe: «Nos hundimos en el drama que durante dos años y medio dominó todas nuestras vidas: la guerra de España. Las tropas de Franco no habían triunfado tan rápidamente como esperaba la derecha; tampoco habían sido aplastadas tan pronto como lo suponíamos. La marcha de los rebeldes sobre Madrid había sido detenida, pero habían tomado Sevilla, Zaragoza, Oviedo. Casi todo el ejército —el 95 %—, casi todo el aparato del Estado se habían puesto del lado de Franco: para defenderse, la República solo podía contar con el pueblo».

«Simone evita los grandes lugares que le habían cautivado años atrás para dirigirse al final de la ciudad, por entonces en Cuatro Caminos, el Manzanares o Ventas»

Simone de Beauvoir

Simone de Beauvoir

Años más tarde, tras asistir a lo que sospechaba (la guerra española como anticipo del totalitarismo en Europa), en febrero de 1945 fue sola hasta Lisboa para participar en un mitin. Aprovechará para cruzar la frontera y viajar hasta un Madrid destruido, aún con las cicatrices de los bombardeos a la vista, con la población que ha huido o se cierra sobre sí misma. Poco saben del extranjero. El Régimen lo controla todo. En esta ocasión, Simone evita los grandes lugares que le habían cautivado años atrás para dirigirse al final de la ciudad, por entonces en Cuatro Caminos, el Manzanares o Ventas.

Avenida Monte Igueldo

Avenida Monte Igueldo

La vallecana Avenida de la Albufera esquina con la Avenida de Monte Igueldo durante los años cuarenta. Foto Alfonso. 

La vallecana Avenida de la Albufera esquina con la Avenida de Monte Igueldo durante los años cuarenta. Foto Alfonso.
 

Pasea con el rostro ensombrecido por Ciudad Universitaria, lugar de encarnizados combates, o Tetuán (entonces llamado Tetuán de las Victorias), un barrio famoso por acoger a fuerza de la ley, anarquistas, apaches, atracadores. Era el punto final del paseante y la mayor parte de sus territorio, el que estaba más al norte, estaba sumido en la miseria con numerosas chabolas y casuchas. Y por Vallecas, un territorio aparte, casi un pueblo autónomo, orgulloso y proletario. Deambula sin saber muy bien la dirección que persigue: «Una amiga me había dado la dirección de españoles antifranquistas [escribe en sus memorias, en La fuerza de las cosas, tercera parte de sus memorias publicadas tardíamente, en 1963. Siguiendo su consejo fui a Tetuán, a Vallecas. Al norte de Madrid vi, agarrado a las colinas, un barrio tan vasto como un gran pueblo y sórdido como una zona de chabolas: casuchas de techos rojos, de paredes de adobe, llenas de niños desnudos, de cabras y de gallinas, sin alcantarillas, sin agua; algunas chiquillas iban y venían encorvadas bajo el peso de los baldes. La gente caminaba descalza o en zapatillas, apenas vestida; a veces un rebaño de ovejas atravesaba una de las callejuelas levantando una nube de polvo rojo. Vallecas era menos campesino, se respiraba un olor de fábrica, pero había la misma desnudez; las calles servían de vertederos, las mujeres lavaban andrajos en el umbral de sus chozas; vestidas totalmente de negro, la miseria endurecía sus rostros a tal punto que parecían casi malvadas».

Mercado de Tetuán en 1941. Foto: Vidal

Mercado de Tetuán en 1941. Foto: Vidal

Procesión de la Virgen de las Victorias, en el barrio de Tetuán. Años cuarenta

Procesión de la Virgen de las Victorias, en el barrio de Tetuán. Años cuarenta

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Su retrato estremece. Es un pueblo condenado al hambre feroz: «Me habían dicho mis informantes que un obrero ganaba de nueve a doce pesetas por día y un puñado de garbanzos; estos costaban en el mercado negro diez pesetas el kilo. Los huevos, la carne eran inalcanzables para el pueblo de los suburbios. Era necesario ser rico para comprar los panecillos, los buñuelos que vendían las mujeres en canastos, en las esquinas de las calles de buena reputación. Los que yo había visto en los andenes de las estaciones eran ricos y solo ellos aprovechaban esa abundancia que yo había envidiado». Emociona, sí. Pero Simone ya lo advierte en el prólogo de este libro: «He querido que en este relato circule mi sangre; he querido arrojarme a él, todavía viva».

Niños del barrio de Tetuán de las Victorias. Años cuarenta. Foto_ Alfonso

Niños del barrio de Tetuán de las Victorias. Años cuarenta. Foto_ Alfonso