El último rock and roll de Juan Domingo Perón


Durante su exilio en Madrid, el depuesto presidente argentino contrató a Los Pekenikes, a los que regaló el primer gran equipo de instrumentos que hubo en la capital

Los músicos debían echarle imaginación para conseguir un sonido duro, puro nervio, rock and roll que fuese convincente. Por eso convertían los baños de sus casas y sus habitaciones de adolescentes en talleres improvisados. Guitarras españolas que eran pintadas de negro y electrificadas mediante la incorporación de precarias pastillas. Cambio de las cuerdas gruesas de guitarra española por las de banjo para lograr así un sonido surf. Para los baterías, que por entonces solían llorar cuando rompían un parche de caja o bombo, era aún peor: se transformaban en peleteros, curtidores de piel, malabaristas con trozos de piel que mojaban, ablandaban, dejaban secar y luego ajustaban mediante complicados artilugios a los aros de sus instrumentos. Todo eso sucedía en los primerísimos sesenta, en esa generación de valientes músicos que desafiaron casi todo en el corazón del franquismo. Las tiendas de instrumentos que vendían guitarras y bajos más o menos competentes eran muy pocas, lo que hizo que algunos ebanistas y electricistas se pusieron de acuerdo para fabricarlas. Aparecieron las Kuston, Igson y Azor, mucho más baratas que las americanas. Ninguna llegaba a las cinco mil pesetas, pero aquello era económicamente inalcanzable para aquellos chicos y chicas pop y yeyés, la mayoría menores de edad o muy jóvenes. Los bajos de la tienda de Leturiaga se convirtieron en taller. En él se fabricó el primer laúd eléctrico, que compraron Los Brincos. Bandas como Los Estudiantes o Los Relámpagos, de las primeras en grabar, por ejemplo, se las veían para lograr instrumentos en unos años en que los grupos competían entre sí. Había que tener potentes equipos, aunque fuese a costa de tunear cajas y altavoces de transistor y equipos de músicas, armatostes que subían al máximo para aplacar como podían los silbidos y gritos de la audiencia.

Juan Domingo Perón en su palacete de Puerta de Hierro

Juan Domingo Perón en su palacete de Puerta de Hierro

«No les faltaban bolos, pero sin duda el más extraño y especial fue la propuesta que recibieron en abril de 1963: tocar para el depuesto e infame presidente argentino Juan Domingo Perón, entonces en España»

Los Pekenikes y su famoso single «Los cuatro muleros»

Los Pekenikes y su famoso single «Los cuatro muleros»

Todo eso y mucho más se cuenta en el imprescindible Batería, guitarra y twist, publicado por La Fonoteca, y escrito por el especialista en pioneros del pop madrileño Julián Molero. Sin embargo, aquella por lo general mala fortuna para proveerse de instrumentos decentes de los músicos madrileños, tiene una excepción: Los Pekenikes, entonces una de las mejores bandas de la capital y muy reclamada en bailes y conciertos. No les faltaban bolos, pero sin duda el más extraño y especial fue la propuesta que recibieron en abril de 1963: tocar para el depuesto e infame presidente argentino Juan Domingo Perón, entonces en España. Vivía en una mansión en Puerta de Hierro, un barrio exclusivo y rodeado de simpatizantes, y no faltaban las comidas, festejos y grandes fiestas. Su estancia en la capital lo había hecho famoso entre los madrileños. Recibía dinero de Argentina y no escatimaba en gastos. Su palacete, la Quinta 17 de octubre (hoy demolida. En su lugar se construyeron siete chalés, lo que puede hacernos una idea de su tamaño. Años más tarde fue comprada por el exjugador de fútbol y entrenador Jorge Valdano), estaba en una calle llamada Navalmanzano. El lugar siempre estuvo rodeado de misterios y leyendas negras, algunas de ellas absolutamente reales.

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Cuando Los Pekenikes recibieron la oferta no se lo pensaron mucho, pero hábilmente añadieron que sonarían infinitamente mejor si tuvieran mejores instrumentos. Actuaron delante de Perón (al parecer, aficionado al rock), que se lo pasó genial. Imaginamos que las órdenes dadas por este a su secretario para que anotase todo lo que necesitaban les debió parecer fanfarronería. A los pocos días, un camión descargó un costosísimo equipo en el que no faltaba nada: guitarras Stratocasters o bajos Fender, entre otros. Cortesía de Perón. Fue el momento en que una banda de rock and roll sonó como nunca antes lo había hecho ninguno de aquellos pioneros.