No cuela


«Hablo de cómo se extiende el odio, cómo se azuza el rencor. Da igual si te toca votar el 4M. Da igual si lo vas a hacer o no. Importa marcar la línea. Decir no. Afirmar los pies al suelo que sustenta a nuestra clase y mirarnos a los ojos. No, VOX, el PP, Ayuso, Casado, te hablan a ti pero no hablan de ti. No se parecen a ti. No saben lo que te importa de verdad. No saben qué es una lista de espera para hacerse una biopsia, no saben de la angustia que supone elegir qué recibo vas a dejar sin pagar. No saben qué es esperar atención temprana para sus hijos. Ni encadenar alquileres que se llevan casi toda la nómina»


Quizá te levantas antes del amanecer, dejas la casa y a tus hijos lo mejor que puedes, por suerte ya tienen edad para ir solos a clase y no tienes que apurar tanto la hora de entrada, ni dar explicaciones incómodas a un jefe que en realidad ni quiere escucharlas ni le importan. Siempre el mismo viaje en metro, las mismas caras, las mismas apreturas.

Llegas al trabajo. Prefieres no pensar en todo lo que tienes por delante. Con eso de arrimar el hombro la cosa es que desempeñas la labor de dos o tres trabajadoras cobrando lo mismo desde hace cuatro años. También tus compañeras.

Vas poco a poco. Mejor no mirar la montaña entera y solo el sendero. Cuesta ponerse en marcha pero sabes aprovechar la inercia. La mañana va pasando y el trabajo sacándose adelante. No puedes evitar pensar si tus hijos se habrán saltado alguna clase o qué vas a hacer con esa reclamación a la compañía eléctrica que deberías poner pero que ni sabes por dónde empezar a hacerlo.

Militantes antifascistas limpiando la plaza de la Constitución el día después del acto de Vox en Vallecas. Fotografía: Dani Gago (El Salto)

Militantes antifascistas limpiando la plaza de la Constitución el día después del acto de Vox en Vallecas. Fotografía: Dani Gago (El Salto)

«Enumeran a un montón de gente que son el enemigo que está succionando tu tiempo, tu dinero y tu bienestar: inmigrantes, personas LGTB, feministas, gitanos, has perdido la cuenta, la lista es larga y viene acompañada de datos demoledores»

La molicie aprieta las costillas y los pulmones cada vez se llenan menos. La ansiedad de la clase trabajadora, de la clase deslomada, no tiene por qué manifestarse a través de episodios de pánico intenso. Suele ser una pérdida de capacidad para respirar con normalidad. Hay que pararse de vez en cuando a llenar los pulmones porque ya no lo hacen de forma automática. Todo son suspiros o bostezos buscando el aire que falta.

Nada termina con el fin de la jornada laboral. Comienza otra. Haces una compra todo lo ordenada que te permite la falta de tiempo. La colada nada más entrar por la puerta para que te de tiempo a dejarla tendida antes de acostarte. Tienes que pensar en la comida del día siguiente y del otro. Estáis hasta las narices de comer pasta con tomate y legumbres estofadas.

Se intenta algo de vida familiar pero, sinceramente, no hay ganas. Cada uno quiere aislarse debajo de una manta y entretener la cabeza con alguna intrascendencia. No falta el amor, falta todo lo demás.

Te llenas de una ira contenida que casi nunca estalla y ellos, quienes te explotan, lo saben. La política del odio nace de la política del cansancio. Te llegan datos sobre subvenciones desmesuradas, concesiones de derechos que, tal y como te los cuentan, parecen cheques en blanco para unos cuantos listos que se lo han montado mejor que tú. Ya no te lo cuenta  solo aquel periodista parafascista, contrahecho y gritón que lleva algún taxista sintonizado en la radio. En ese programa de las mañanas que escuchas mientras limpias oficinas, el de la periodista buena, progresista y de fiar, dicen cosas parecidas aunque con otro tono, menos fuera de sí, con palabras embadurnadas de cera, dando espacio a la propaganda en nombre de la democracia o algo así.

Miguel Brieva

Miguel Brieva

«No cuela el despliegue de bulos, invenciones, amenazas y apelaciones a la identidad nacional. No cuela la cañita, la vida a la madrileña o esa libertad propagandística que no es más que una sábana húmeda en la cama de quien está convencido de ser mejor que el vecino»

Y ya no estás solo preocupada, estás enfadada. El agobio de clase se transforma en sensación de traición. En ganas de reventarlo o de llorarlo todo.

Te ponen la bandera delante a modo de aglutinadora. Usan palabras que te apelan, que reconoces. Te hablan a ti. Te ponen por delante. Enumeran a un montón de gente que son el enemigo que está succionando tu tiempo, tu dinero y tu bienestar: inmigrantes, personas LGTB, feministas, gitanos, has perdido la cuenta, la lista es larga y viene acompañada de datos demoledores.

Cómo no sucumbir al cansancio, a la ira, al rechazo a una vida asfixiante, a echar la culpa a alguien que tengamos a mano. Cómo no querer vengarse.

Lo que pasa es que desde pequeña has visto a tus padres y a tus vecinas reventarse a trabajar. No se parecen a quienes te están previniendo contra tu compañera de trabajo guineana. La salida a la doble explotación que sufres, como obrera y como mujer, no es abrazar manierismos de la sección femenina porque te aburres en Lavapiés. Son las mujeres de tu alrededor las que te hacen más fuerte, más libre.
Tu abuela, sevillana, que dejó miseria y fosas atrás en busca de supervivencia, era una MENA del 39. Coleccionas miradas de personas que no han hecho otra cosa que luchar por vivir y sabes distinguirlas. Has aprendido que el tejido, la colaboración y la pertenencia a un vecindario o a un grupo de apoyo son cosas que importan, que pueden acabar salvándote de alguna situación desesperada.

A menudo se menciona la nula hoja laboral de tal o cual agitador fascista. Está bien como dato que contraponer con nuestra propia experiencia de bestias de carga, como prueba de su fachada de cartón piedra. Pero no se trata de medirnos la valía respecto a cuánto producimos o hemos producido. La clase no tiene nada que ver con eso. No se trata de quién trabaja más, si no de quién extrae el bienestar a quién. También de quién va a estar a tu lado cuando ya no puedas más.

La inmigrante que llega a Cádiz, deshidratada y a punto de parir, sabes que no va a acceder a recurso alguno que menoscabe tu pequeña porción de bienestar. Toda la atención que se le dedique está más que justificada. Es ella quien va a engordar el tejido al que tú perteneces, son ella y su hijo quienes nos van a hacer más fuertes. Son lo mismo que tú pero algunos escalones por debajo en la pirámide del privilegio. Y eso lo sabes. También la mujer trans que trabaja en el bar donde tomas el café apresurado de mediodía, la que te saluda cansada y amable con voz grave sin dejar de mover la balleta en círculos sobre la barra. No tiene pinta de estar cobrando paga alguna fuera de su pírrica nómina de hostelería. Sabes que lleva cuatro años en lista de espera para acceder a alguna cirugía que tiene pendiente. Con el tiempo habéis terminado hablando de esas cosas. No parece el enemigo. Ni tener la capacidad o la voluntad de borrar o aprovecharse de nadie. Está tan reventada como tú y sabes que puedes fiarte de ella.

Tampoco el dueño del bazar en el que compras las pinzas y las perchas. Te hizo mucha gracia el día que se arrancó a hablar contigo algo más seguido y acabó vendiéndote un poto que todavía tienes junto a la ventana del salón. Se pasa el día entero en su tiendita. Si se beneficia de alguna ayuda social no parece estar aprovechándola como debería.

Isabel Díaz-Ayuso cabezuda en una manifestación por la sanidad pública. Fotografía de Pablo «Pampa» Sainz (El Salto)

Isabel Díaz-Ayuso cabezuda en una manifestación por la sanidad pública. Fotografía de Pablo «Pampa» Sainz (El Salto)

«Lo que pasa es que desde pequeña has visto a tus padres y a tus vecinas reventarse a trabajar. No se parecen a quienes te están previniendo contra tu compañera de trabajo guineana. Tu abuela, sevillana, que dejó miseria y fosas atrás en busca de supervivencia, era una MENA del 39»

Toda esa gente es la tuya y no hay blanqueamiento del fascismo pueda domarte la mirada. Sabes quién eres y, sobre todo, sabes quién no eres.

Es importante hacérselo saber a quienes te agitan la bandera en la cara, te cantan marchas militares o envían balas al opositor político. No cuela el despliegue de bulos, invenciones, amenazas y apelaciones a la identidad nacional. No cuela la cañita, la vida a la madrileña o esa libertad propagandística que no es más que una sábana húmeda en la cama de quien está convencido de ser mejor que el vecino.

Hablo de las elecciones madrileñas y te pido disculpas si no eres de Madrid y estás sobradamente harta de que cada minucia madrileña se convierta en titulares.

También hablo de cómo se extiende el odio, como se azuza el rencor. Da igual si te toca votar el 4M. Da igual si lo vas a hacer o no. Importa marcar la línea. Decir no. Afirmar los pies al suelo que sustenta a nuestra clase y mirarnos a los ojos. No, VOX, el PP, Ayuso, Casado, te hablan a ti pero no hablan de ti. No se parecen a ti. No saben lo que te importa de verdad. No saben qué es una lista de espera para hacerse una biopsia, no saben de la angustia que supone elegir qué recibo vas a dejar sin pagar. No saben qué es esperar atención temprana para sus hijos. Ni encadenar alquileres que se llevan casi toda la nómina. No saben nada de eso.

Las apelaciones a la cañita, la libertad y al dinero en el bolsillo del contribuyente en lugar de invertido en servicios públicos son la idea que ellos, ricos, poderosos e intocables en su torre de marfil, tienen de lo que es una vida digna. Tú sabes que la dignidad está en otra parte.

La vida a la madrileña es la de La Cañada Real, Vallecas, San Blas, Carabanchel, Aluche, Villaverde, Móstoles, Getafe, Fuenlabrada, Parla… Desde luego no es el último local de Kike Sarasola.

Díselo con la mirada, con el gesto y, si quieres, con el voto. Pero que no nos secuestren las aspiraciones ni la imaginación.

Sabemos la vida que queremos para nosotras y las nuestras. Para todas.

No, no cuela.

FOTO DE LA PORTADA: @NOENTEMO (TWITTER)


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