Cuchillos, fantasmas y aviones en llamas: las mujeres que revolucionaron el manga

Una historieta sin diálogos, desbordante de imaginación y humor absurdo supuso el pistoletazo de salida de una pequeña revolución feminista en el seno del manga japonés de finales de los años sesenta.


Un sueño para tener en el cielo de Maki Sasaki se publicó en la edición de noviembre de 1967 de Garo, una revista de manga fundada en 1964 por Katsuichi Nagai y especializada en manga underground, experimental y de vanguardia. Comprometido con ofrecer a sus lectores una alternativa al mainstream, Nagai reclutó a una nueva generación de artistas como Sampei Shirato, Yoshiharu Tsuge, Yoshihiro Tatsumi y Shigeru Mizuki, máximos exponentes del gekiga: un estilo más realista y adulto, que recibió su nombre del el vocablo japones para «imagen dramática» y se convirtió en la corriente imperante del manga de la época.

Saski creció en los suburbios de Kobe durante la posguerra y pasó gran parte de su adolescencia trabajando en la imprenta familiar, reciclando el papel desechado para dibujar sus primeras historietas. «Las tramas de Osamu Tezuka me aburrían porque hacían que me sintiera una empollona —recuerda Saski— Prefería las viñetas de Shigeru Sugiura, ideales para leer con tus amigas, en el recreo o a la hora de la merienda, revolcándote de risa por el suelo. ¡Su material es pura alegría!».

A la izquierda, una viñeta de Shigeru Sugiura; a la derecha, una reinterpretación de Sasaki Maki.

Con ese mismo espíritu gamberro y transgresor, se matriculó en la Universidad de las Artes de Kioto, pero tuvo que abandonar sus estudios demasiado pronto al no poder costearse los materiales para pintar al óleo. Hasta que su hermano mayor le regaló su ejemplar de Garo y despertó su vocación. Corría el año 1965 y Kuniko Tsurita se convirtió en la primera mujer en publicar cómics en la revista, así que Sasaki se puso manos a la obra. Debutó al año siguiente con una breve pieza satírica inspirada en Jonathan Swift y titulada Yoku Aru Hanashi (traducida libremente como Detente si ya has oído esto antes), en la que un funcionario anuncia la legalización del canibalismo como medida antipobreza. Antes de que pueda terminar su perorata, la multitud hambrienta lo reduce a un esqueleto parlante.

La historieta que nos ocupa nació como un experimento de 19 páginas, sin diálogo y aparentemente delirante que somete al lector a un flujo constane de imágenes surrealistas con motivos repetitivos que incluyen un fantasma tuerto, un joven que empuña un cuchillo, crucifijos, aviones que se estrellan y la bandera estadounidense. Quería que los viñetas rimaran, como las palabras de un poema: alambradas de espino, soldados armados, pantalones jeans y músicos negros para capturar la desconexión entre el resentimiento que Japón sentía por la ocupación estadounidense y la admiración que profesaban por su estilo de vida. Al menos hasta que la guerra de Vietnam socavó los pilares de la cultura pop estadounidense y fortaleció la invasión británica con referencias a The Beatles .

Un flujo constane de imágenes surrealistas con motivos repetitivos que incluyen un fantasma tuerto, un joven que empuña un cuchillo, crucifijos, aviones que se estrellan y la bandera estadounidense.

En 1969, el propio Nagai presentó el portafolio de Sasaki al Asahi Journal, una publicación de izquierdas alineada con los movimientos estudiantiles y la revolución armada. Sus primeras entregas llevaron por título Cuestionando la naturaleza de la humanidad, Sobre el futuro del capitalismo, El significado histórico moderno de el Movimiento de Protesta. Podría decirse que su arte se había politizado, si no fuera porque su estilo minimalista y abstracto llevaba casi una década radicalizándose.