Madame Curie contra los fantasmas

En 1903, el matrimonio Curie recibió el Premio Nobel en reconocimiento a su innovador trabajo sobre la radiactividad. Marie fue la primera mujer que obtuvo un doctorado en Francia y Pierre era profesor en la prestigiosa Universidad de la Sorbona. Ambos asistieron juntos a las sesiones de espiritismo de Eusapia Palladino con la mente abierta. Y al menos uno de ellos llegó a creer que la médium verdaderamente poseía poderes sobrenaturales.


«Sabemos poco sobre el medio que nos rodea, ya que nuestro conocimiento se limita a aquellos fenómenos que afectan a nuestros sentidos, directa o indirectamente», reconocieron Pierre y Marie Curie en 1902. Sus descubrimientos sobre la radiactividad conducirían a la desintegración del átomo, concebido hasta entonces como entidad indivisible y constituyente último de la materia, cediendo paso a la mecánica cuántica. La radiación, los rayos X y las ondas electromagnéticas empezaban a poblar un espacio que durante siglos se creyó vacío, y la ciencia aspiraba, más que nunca, a hacer visible lo invisible.

A Pierre siempre le había fascinado lo paranormal. Iniciado al espiritismo por su hermano, el también científico Jacques Curie, decidió aplicarlo a cuestiones relacionadas con la física, quién sabe si esperando encontrar alguna fuente que le revelara los secretos de la radiactividad. Pero, ¿cómo verificar la existencia de “fuerzas sobrenaturales” que no se rigen por las leyes de la física? La creencia en la telepatía, la psicoquinesia o la materialización de fantasmas como proyecciones de la mente humana alumbraron una "fenomenología de lo invisible”, que se resistía a ser desechada como producto de la superstición y dio el salto al ámbito académico.

Pierre formaba parte del Groupe d'étude des Phénomènes Psychiques (GEPP) del Instituto de Psicología General (IGP) de París, junto a científicos de la reputación de Jacques-Arsène d'Arsonval y Édouard Branly, famoso por su contribución a las primeras transmisiones inalámbricas de radio; el precursor del cinematógrafo Étienne-Jules Marey y Jules Courtier, ayudante de Alfred Binet en la Universidad de la Sorbona. E incluso tres premios Nobel como el filósofo Henri Bergson, el físico Jean Perrin y el fisiólogo Charles Richet, pionero de la metapsíquica, lo que ahora llamamos parapsicología.

Aunque Marie Curie no formaba parte del grupo de estudios, acompañó a su marido en las sesiones experimentales que organizadas entre junio de 1905 y abril de 1906. Fue el propio Richet quien propuso como objeto de estudio a la célebre médium napolitana Eusapia Palladino. Carismática, pero volátil, pasaba del llanto a la carcajada, se enfurecía cuando la ofendían y se abalanzaba sobre el regazo de los investigadores para intentar seducirlos. También era una tramposa consumada, especialmente dotada para la puesta en escena. Tanto que hasta el más escéptico de los científicos fracasaría a la hora de desenmascararla.

Eusapia Palladino demuestra su habilidad para hacer levitar una mesa durante una sesión de espiritismo en 1898 en la casa del astrónomo Camille Flammarion.

La creencia en la telepatía, la psicoquinesia o la materialización de fantasmas como proyecciones de la mente humana alumbraron una "fenomenología de lo invisible”, que se resistía a ser desechada como producto de la superstición y dio el salto al ámbito académico.

Pierre Curie lo resume en una carta a su colega Louis Geroges Gouy: «Hemos tenido una serie de sesiones con Eusapia Palladino en la Sociedad para la Investigación Psíquica. Ha sido muy interesante, y realmente los fenómenos que vimos parecían inexplicables: mesas levantadas de las cuatro patas, movimiento de objetos a distancia, manos que te pellizcan o te acarician, apariciones luminosas. Todo sin un posible cómplice. El único truco posible es aquello que podría resultar de una extraordinaria facilidad de la médium como ilusionista, pero ¿cómo explicar los fenómenos cuando estamos a escasos metros y la luz es suficiente para que podamos ver todo lo que sucede?». Días antes de que le sorprenda la muerte en 1906, volvería a le escribirle, entusiasmado: «Estos fenómenos realmente existen y ya no me es posible dudarlo. Existen, en mi opinión, estados físicos completamente nuevos, en un grado que no alcanzamos siquiera a concebir».

Llevaba un tiempo enfermo, sin saberlo, víctima del envenenamiento por radiación, cuando al cruzar una concurrida calle de París, resbaló y cayó bajo las ruedas de un carro tirado por caballos, muriendo en el acto al aplastarle una de ellas el cráneo. Durante el año siguiente, Marie dio cuenta en un diario de sus pensamientos más íntimos y dolorosos en un diario, casi siempre dirigidos a Pierre. «Apoyé mi cabeza sobre tu ataúd para decirte que te amaba y que siempre te amaré con todo mi corazón. Me pareció que del frío contacto de mi frente contra el ataúd algo vino hacia mí, algo parecido al consuelo, la intuición de que encontraría el coraje para seguir viviendo». Tal vez, escribe Marie, fue solo una ilusión. ¿O fue, le pregunta a su esposo, «una acumulación de energía proveniente de ti?». Nunca antes se había sentido tentada por el Más Allá. El cuidado de sus hijas de su tiempo y la intensa atención pública que siguió a su premio Nobel ocupaban todo su tiempo, pero continuó comunicándose con Pierre después de muerto.

«Ayer di la primera clase reemplazando a mi Pierre. ¡Qué dolor y qué desesperación! Habrías estado feliz de verme como profesora en la Sorbona, igual que yo lo estaba por ti; pero hacerlo en tu lugar, mi Pierre, ¿podría alguien soñar con algo más cruel? Cuánto sufrí y qué deprimida estoy. Sin ganas de vivir salvo por el deber de criar a mis hijas y la voluntad de continuar la obra a la que me he comprometido. Tal vez también por el deseo de demostrarle al mundo, y sobre todo a mí misma, que eso que tanto amabas tiene algún valor real. Albergo la vaga esperanza, muy débil, ¡ay!, de que agradezcas mis esfuerzos y que así te encontraré más fácilmente en el Otro Mundo, si es que existe… Esa es ahora la única preocupación de mi vida. Ya no puedo vivir para mí misma. No tengo el deseo ni la facultad para hacerlo, ya no me siento viva ni joven, ya no sé lo que es la alegría ni siquiera el placer. Mañana cumpliré 39 años».

Tras asumir la secretaría del IGP, el psicólogo y filósofo polaco Julian Ochorowicz se interesó por la joven médium de origen polaco Stanisława Tomczyk. No sabemos exactamente a cuántas sesiones asistió Marie Curie, porque las actas de las sesiones no se divulgaron para evitar el revuelo mediático el caso Palladino. Lo que sí nos consta es que tuvieron lugar entre 1908 y 1909, gracias a un par de artículos académicos publicados por el propio Ochorowicz en los Annales des Science Psychique..

Stanislawa Tomczyk haciendo levitar unas tijeras bajo la atenta mirada de Julian Ochorowicz

«Estos fenómenos realmente existen y ya no me es posible dudarlo. Existen, en mi opinión, estados físicos completamente nuevos, en un grado que no alcanzamos siquiera a concebir»

Entre la abundante correspondencia personal de Marie, llama poderosamente la atención el contenido de una carta fechada el 6 de abril de 1909 y dirigida al profesor Ochorowicz: «Mi necesidad de estudiar de cerca el trabajo de los médiums no se debe a la falta de confianza, sino al deseo de obtener pruebas irrefutables que respalden mi creencia. Observando a la señora Tomczyk, deseaba sinceramente que se obtuviera el mejor resultado posible para que no hubiera ninguna duda por mi parte. Lo deseaba tanto como ella, porque abriría el camino a nuevos y apasionantes descubrimientos». Pero a pesar del empeño puesto en rebatir las acusaciones de fraude que pesaban contra la médium, Marie reconoció que los resultados obtenidos seguían siendo insuficientes. A su juicio, el férreo control de vigilancia al que fue sometida Madame Tomczyk dificultó en gran medida el éxito del experimento.

Muchos años después, en 1921, el periodista y escritor francés Paul Heuzé entrevistó a las mayores autoridades del en materia de metapsíquica para abrir el debate sobre el futuro de una disciplina en notable retroceso. Gracias al periódico L'Opinion, conocimos los testimonios del profesor Richet, el astrónomo Camille Flammarion, el escritor Arthur Conan Doyle y una Madame Curie famosa en todo el mundo por sus descubrimientos. Al preguntarle acerca de sus experiencias con el espiritismo y la investigación psíquica, se mostró tajante: «¡No sé absolutamente nada! Nunca me he ocupado de tales asuntos y no tengo ninguna opinión formada al respecto que pueda ser de su interés». De inmediato, Heuzé replanteó la pregunta en los siguientes términos: «¿Ha presenciado alguna vez fenómenos metapsíquicos?». Aunque Marie admitió haber sido testigo de los inexplicables poderes atribuidos a Eusapia Palladino, enseguida puntualizó que «un hecho solo puede calificarse como científico cuando puede ser reproducido en un laboratorio». Pero el periodista no parecía dispuesto a rendirse: «En cuanto a la radiactividad, ¿existe alguna correlación con las propiedades de la materia?». A lo que Marie sonrió: «¿Y qué es la materia? ¿Acaso podemos conocerla?».

De manera comprensible, Madame Curie evitaba por todos los medios que su posición como científica se viese comprometida. En febrero de 1911, poco antes de ser galardonada con el Premio Nobel de Química, ingresó en la Sociedad para la Investigación Psíquica (SPR) de Londres. También perteneció a la SPR de Atenas hasta su muerte en 1934. Resulta bastante significativo que mantuviese el vínculo con la comunidad de parapsicólogos en el extranjero, pero nunca en Francia. Tal vez fuera su manera de mantenerse al día con las publicaciones que recibía discretamente por correo desde el extranjero; o un homenaje a la memoria de Pierre. Nunca lo sabremos. Pero su respuesta a la última pregunta de Heuzé, no plantea demasiadas dudas al respecto:

-¿Seguirán los espíritus llamando a las puertas de la Academia?

-Probablemente… sí.