Los «okupas» del franquismo


Familias desahuciadas y vecinos expulsados de sus casas fueron los primeros en protestar públicamente contra especuladores y corruptos amparados por la dictadura. Incluso llegaron a manifestarse en la calle con pancartas en las que se leía «Abajo la especulación de pisos y solares» o «Arriba España» y hasta amenazar con suicidios. Un barrio entero desapareció para levantar El Corte Inglés.

Llegaron en tropel, sin demasiado alboroto, decenas de madres con sus hijos en brazos y con pancartas. Sucedía en el centro de Madrid, frente a la Delegación Nacional de Sindicatos (conocida como la Casa Sindical, sede de los sindicatos verticales), en el imponente Paseo del Prado, entonces situado donde hoy está la sede del Ministerio de Sanidad. Las manifestantes habían atravesado Atocha desde su barrio de Lavapiés, concretamente del número 27 de la calle Calatrava, donde cuarenta y ocho familias estaban amenazadas de desahucio. Una vez allí, desplegaron pancartas en las que se leían «Abajo la especulación de pisos y solares», «Arriba España» y «Estamos en la calle, queremos pisos», que acompañaban con gritos hasta que llegó la policía y les exigió que se retirasen.


NEGOCIOS REDONDOS

La estampa era insólita: era el año 1966 y el franquismo respondía con mano dura a cualquier atisbo de protesta social y política. Las numerosas víctimas de desahucios, desde hacía un año antes, se habían convertido en célebres. Protestaban por el derribo de sus hogares y el desorbitante precio de los alquileres. El por entonces alcalde de Madrid y uno de los hombres de confianza del Régimen, Carlos Arias Navarro, respondía con evasivas a las denuncias (tímidas por la censura y la represión) de corrupción y amiguismo entre empresarios y políticos. En Madrid, igual que sucede ahora, se vivía una obscenidad sin medida alguna: el chabolismo se multiplicaba (en 1970 se calculaban en cien mil las chabolas), el hambre era atroz; en numerosos lugares no había ni tan siquiera agua potable y en muchas de las nuevas colonias creadas por los Planes de Urgencia Social, como los Poblados Dirigidos y de Absorción,  no había ni tan siquiera un mercado. Los camiones-tienda del franquismo, unos enormes vehículos que funcionaban como pequeñas tiendas de artículos de primera necesidad destinados al extrarradio, comenzaron a ser frecuentes y llegaban cada día a los lugares en que no existían infraestructuras para vender comida a cientos de familias que formaban largas colas ante sus puertas. Navarro, sin embargo, no se sonrojaba: Madrid disponía aproximadamente de unos 78 000 pisos vacíos en manos de bancos o familias pudientes. Una oligarquía que se había estado beneficiando de sus buenas relaciones con el Régimen. Un periodista le interpeló y preguntó por qué no destinaba esos pisos vacíos a los más necesitados, pero sonrío y respondió preguntando a qué precio se suponía que debía alquilar todos esos pisos, al tiempo que afirmaba que él no era responsable de la situación. En Calatrava 27 había un negocio redondo: un torero había comprado el solar por menos de dos millones de pesetas y ahora una empresa le ofrecía dieciocho.

Vecinos y vecinas de la calle Olivar, en Lavapiés, con sus enseres en la calle tras ser desalojados (1967). Fotografía: Santos Yubero

Vecinos y vecinas de la calle Olivar, en Lavapiés, con sus enseres en la calle tras ser desalojados (1967). Fotografía: Santos Yubero

 OKUPAS Y DESALOJOS

Pero lo sucedido en Calatrava 27 era extensible a otros tantos lugares. Muchos desalojos se producían con ayuda de la policía, como el del famoso Palacio de Monistrol, en la plaza de María Soledad Torres Acosta, conocida como de la Luna, donde los agentes tuvieron que acudir en varias ocasiones ante la resistencia de los okupas que se habían pertrechado dentro. Lo lograron en 1969 y para entrar usaron grandes mazas que destrozaron la histórica puerta. Inmediatamente comenzó el derribo de trece fincas comprendidas entre las calles de Concepción Arenal, Tudescos, y su desaparecido callejón, Luna y Silva, llevándose también al antiguo palacio, con sus tres siglos de historia. En su lugar levantaron un gran negocio, el de los aparcamientos, para dar respuesta a los embotellamientos y la masificación de un tráfico que en muy poco tiempo invadió la capital.

Los agentes, con mazos en mano, desalojan a los okupas del Palacio de Monistrol (18 de agosto de 1969)

Los agentes, con mazos en mano, desalojan a los okupas del Palacio de Monistrol (18 de agosto de 1969)

Suma y sigue: 52 familias desalojadas bajo vigilancia policial en la calle Artistas de Tetuán; 24 más en la calle José Barbastre, en La Elipa. En Sainz de Barada, el Banco Popular, dueño de varios edificios, exigió firmeza a los policías que fueron a echar a los vecinos. Los barrios más proletarios sufrían el acoso de las mafias, las constructoras y los matones. Muchos desalojos eran el resultado de años de deliberada desidia de sus propietarios, que perseguían que fueran declarados en estado ruinoso para así poder expulsar a sus vecinos.

Las noticias salpicaban la prensa del Movimiento. Eran cada vez más frecuentes, hasta que okupas y desahucios empezaron a aparecer casi diariamente en una ciudad que debía ser el ejemplo de la falsa prosperidad del franquismo. Vivir en el centro era carísimo. Las familias, con frecuencia, se hacinaban en pisos pequeños, llenos de humedades y con grietas de antes de la guerra. Aunque se exigía una política de control de precios, nadie hizo nada. Las viviendas sociales se construían con materiales de muy baja calidad y sin infraestructuras en las inmediaciones. Los niños solían tener que caminar varios kilómetros para poder acudir a la escuela.

 

ABRIENDO PASO A EL CORTE INGLÉS

«Durante meses se vivieron escenas insólitas: todo el edificio se cubrió de pancartas que exigían respeto a sus hogares. Incluso hubo quien a gritos, con los agentes en la calle, amenazó con lanzarse desde el balcón si ponían las manos en su casa»


En Arguelles, un barrio no tan proletarizado como los que se levantaban más allá del Manzanares o en lugares como Tetuán, Vallecas o Ventas, hubo otro foco popular de descontento que mantuvo en vilo a las autoridades. Un barrio entero, el de Pozas, estaba amenazado de derribo. Afectaba a unos mil quinientos vecinos y vecinas que ocupaban unas trescientas viviendas en un solar inmenso en plena zona de revalorización muy codiciada por los especuladores y que daba a las calles de Princesa, Serrano Jover y Alberto Aguilera. El barrio de Pozas era muy conocido y recibía este nombre por su promotor, Ángel de las Pozas, que lo levantó muchas décadas antes, en 1860. Una inmobiliaria (Inmobiliaria Pozas S. A.) pidió al Ayuntamiento su demolición. Afirmaba que las viviendas presentaban un estado ruinoso, incluso que algunas casas estaban afectadas por daños ocasionados durante los bombardeos de la guerra, al estar cerca del frente. Para sus habitantes, la navidad de 1969 fue un infierno: recibieron una carta anunciándoles que en breve comenzarían las obras para el derribo de sus casas.

El barrio de Pozas, justo en el centro de la imagen. Fotografía: Fondo Portillo

El barrio de Pozas, justo en el centro de la imagen. Fotografía: Fondo Portillo

Distintas imágenes del desaparecido barrio de Pozas. Fotografía: Historias Matritenses

Distintas imágenes del desaparecido barrio de Pozas. Fotografía: Historias Matritenses

Imagen aérea de la zona en que se encontraba el barrio de Pozas (señalado en color) y donde hoy está El Corte Inglés. Fotografía: Urbanicidades

Imagen aérea de la zona en que se encontraba el barrio de Pozas (señalado en color) y donde hoy está El Corte Inglés. Fotografía: Urbanicidades

Durante meses se vivieron escenas insólitas: todo el edificio se cubrió de pancartas que exigían respeto a sus hogares y parar la política que expulsaba a los vecinos y vecinas de sus barrios de toda la vida. Incluso hubo quien a gritos, con los agentes en la calle, amenazó con lanzarse desde el balcón si ponían las manos en su casa. Un grupo de abogados los ayudó; presentaron escritos pidiendo la suspensión de las obras alegando que existían casos sangrantes, como los de un hombre que poco antes había sufrido un infarto tras la muerte de su esposa o el de las decenas de niños que quedarían desamparados. La lucha duró dos largos años.

Últimos resistentes, con pancartas colgadas en el exterior, el día del desalojo. Acudieron bomberos y policía. Fotografía: Santos Yubero

Últimos resistentes, con pancartas colgadas en el exterior, el día del desalojo. Acudieron bomberos y policía. Fotografía: Santos Yubero

La increíble pancarta satírica de la familia de Lauro Olmo durante su desalojo. Fotografía: Santos Yubero / Historias Matritenses (19 de febrero de 1972)

La increíble pancarta satírica de la familia de Lauro Olmo durante su desalojo. Fotografía: Santos Yubero / Historias Matritenses (19 de febrero de 1972)

La policía y los bomberos intentan entrar al edificio donde resisten sus últimos vecinos. Fotografía: Santos Yubero / Historias Matritenses

La policía y los bomberos intentan entrar al edificio donde resisten sus últimos vecinos. Fotografía: Santos Yubero / Historias Matritenses

Derribos y resistencia en el barrio de Pozas. Sábado Gráfico (19 de febrero de 1972)

Derribos y resistencia en el barrio de Pozas. Sábado Gráfico (19 de febrero de 1972)

La última familia en ser desalojada fue la del escritor y dramaturgo Lauro Olmo, una de las figuras más importantes del realismo social de aquellos años y casado con Pilar Enciso, a su vez directora teatral. Salió tranquilamente junto a su esposa e hijos tras resistir enconadamente y exhibir una pancarta que era un ejemplo exquisito de hábil crítica a las autoridades, bordeando la delgada línea con la del desacato. A su alrededor, decenas de personas los aplaudían emocionadas.

Inmobiliaria y constructora lo celebraron por todo lo alto. La operación los haría millonarios. En su terreno, en pleno centro de la capital, levantarían un enorme edificio símbolo de la nueva sociedad. Se llamaría El Corte Inglés.

Lauro Olmo y su familia abandona su casa tras ser desalojados (Triunfo, 19 de febrero de 1972)

Lauro Olmo y su familia abandona su casa tras ser desalojados (Triunfo, 19 de febrero de 1972)