Las muñecas más siniestras venían en ataúdes


Las diminutas y aterradoras «Frozen Charlottes» venían con sorpresa y se comercializaron en la segunda mitad del siglo XIX. Fueron habituales como premios en fiestas o en tartas de cumpleaños

Eran objetos muy buscados, unas pequeñas cajas de metal que en su interior escondían una sorpresa. Algunas llevaban lemas e inscripciones fuera, en el exterior: «No hablar mucho», decía una. Al abrirla, te encontrabas con diminutas y bellas muñecas de porcelana que, igualmente, resultaban aterradoras. Al menos hoy en día, ya que en su momento, cuando se extendió la moda de las muñequitas en miniatura que se vendían en ataúdes, las niñas que las recibían y los padres que las compraban quedaban encantados.

Los primeros ejemplares de estas «Frozen Charlottes», que era el nombre con el que se comercializaron y que respondía a una popular canción, una balada moralista, llamada «Fair Charlotte» (basada en el poema «A corpse going to a ball» de 1843 escrito por Seba Smith y publicado inicialmnente en The Rover, un periódico de Maine), se vendieron en Estados Unidos alrededor de 1860. El tamaño de las siniestras muñecas Frozen era muy pequeño y diminuto y solían fabricarse en una fina porcelana que era muy barata (un centavo), asequible para muchos bolsillos, lo que hizo que también fueran conocidas como las «penny dolls».

Rápidamente, debido a su éxito, comenzaron a aparecer en el Reino Unido, donde fue frecuente verlas en el interior de tartas de cumpleaños o en pasteles navideños o como premios en fiestas. También, al ser tan diminutas, algunas niñas las llevaban en colgantes.