La derecha sobrenatural


«Nos estamos jugando nada más y nada menos que la Verdad, porque la Verdad existe. Existe porque no podemos renunciar a la Memoria y, menos aún, ceder a la tentación del relativismo y el actual blanqueamiento de la dictadura y la derecha, a la normalización de las apariciones marianas y las visiones celestiales, que es lo mismo que decir esvásticas y águilas imperiales»


Casi nadie la recuerda. Su nombre ha pasado al olvido. Se llamaba Margarita González Mansilla y el 19 de abril de 1995, cuando apenas pasaban unos minutos de las ocho de la mañana, su vivienda quedó destrozada por completo. Fuera, en la calle, había hecho explosión una potente bomba (40 kilos de amosal y otros tantos de tornillería) al paso del coche oficial de José María Aznar, que salió ileso. La anciana, tras ser hospitalizada, fallecería en julio de ese mismo año, el año en que el entonces líder de la oposición tuvo una visión. Llegó al caer la noche, en mitad de un turbulento (y turbio) sueño donde no solo vio a Dios sino que incluso habló con este. Señalado por Su Mano, le explicó que le había salvado la vida porque «le necesitaba vivo para que liderase a la humanidad». Había renacido.

Imagen tras el atentado contra Aznar en abril de 1995. Fotografía: Prensa Ibérica

Imagen tras el atentado contra Aznar en abril de 1995. Fotografía: Prensa Ibérica

«MATADLOS A TODOS»

«Un mundo cavernario donde la historia es relegada al cubo de basura y, en su lugar, entran en juego extraños milagros, gestas inventadas y mitos que de pronto se convierten en relatos históricos»

Claro que esto, en la cosmovisión de esta nuestra derecha sobrenatural, parece lógico y razonable. Junto a Aznar, que quizás falleció aquel día y desde entonces vaga como un muerto viviente por tribunas y debates en busca de un ego herido, numerosos señoros, un puñado de «tocólogos» habituales de tertulias y broncas, algunos directores de medios de comunicación y un puñado de cantantes, periodistas y escritores, forman parte de un mundo cavernario donde la historia es relegada al cubo de basura y, en su lugar, entran en juego extraños milagros, gestas inventadas y mitos que de pronto se convierten en relatos históricos.

Aznar sale por su propio pie tras el atentado. Fotografía: Prensa Ibérica

Aznar sale por su propio pie tras el atentado. Fotografía: Prensa Ibérica

Santiago Abascal lo sabe muy bien. En Covadonga, donde hace unos días escenificó su ignorancia y manipulación de un pasado para que, a fuerza de romper sus costuras, entre como sea y al precio que sea, afirmó que allí empezó la «Reconquista». Por entonces España, igual que el actual bigote de Aznar, no existía como tal, ni remotamente se parecía a lo que sería más tarde. Abascal y los suyos se dicen «herederos» de nada más y nada menos que los visigodos. No había nada que «reconquistar», salvo una victoria y conquista bélica, pero el mito y la creación de esta parahistoria falsa les funciona: la tragedia nacional es que este ya no es un país de lecturas sino de titulares y golpes de mano. Desprecian la historia y prefieren el relato, como ese que se creó allí, en Covadonga, donde Pelayo aseguró que se le había aparecido la virgen María para decirle que tenía una «misión»: imponer la cristiandad a sangre y fuego.

Santiago Abascal, a los pies del monumento a Pelayo, se dirige a sus seguidores. Fotografía. EFE

Santiago Abascal, a los pies del monumento a Pelayo, se dirige a sus seguidores. Fotografía. EFE

Todo esto tiene los rasgos de una enfermedad rara. Una patología, eso sí, heredada. Se dice que algunos pilotos del ejército sublevado, durante la Guerra Civil, sufrieron extrañas experiencias en el aire mientras arrojaban bombas y aniquilaban impíos. Hubo incluso hasta fenómenos celestes que muchos interpretaron como mensajes divinos. Como la aurora boreal que muchos españoles vieron el 25 de enero de 1938 y que, por supuesto, los fascistas descodificaron rápidamente. El mensaje cifrado, según sus «expertos», decía: «Matadlos a todos». Y así se hizo.

 

LA HISTORIA COMO UN TRAJE HECHO A MEDIDA

«Se manipuló la historia como un traje a medida de cada cual. Y se sigue haciendo, porque esto es ya una lamentable impronta nacional»

Para esta extrema derecha patria la búsqueda de héroes con impronta castellana fue una constante; se tomaron hechos del pasado para servir a propósitos de un presente que era muy distinto. Falange Española, por ejemplo, tenía que presentarse como un movimiento fuertemente enraizado en la tradición española. La operación de maquillaje y maltrato histórico se hizo a toda prisa. Una vez conectado con este su/nuestro pasado, era sencillo hablar de un «destino común», como hizo José Antonio. De esta manera, Unamuno se convirtió en uno de los suyos (lo mismo que hicieron con Pío Baroja, Ortega y Gasset y hasta Goya), aunque sus últimas cartas a Ramiro Ledesma, fundador del fascismo español y creyente acérrimo en la milicia y el puñal, no dejan lugar a dudas. Ledesma, bajo el lema «No parar hasta conquistar», quiso que el filósofo estuviera a su lado. Pero la misiva, hábilmente ocultada durante años por el mismo fascismo, describió a sus admirados camisas negras y fascistas italianos como «esa mafia de la hez intelectual y moral de Italia, que tiene a su frente a la mala bestia de Mussolini».

Miguel de Unamuno en Madrid. Fotografía: EFE

Miguel de Unamuno en Madrid. Fotografía: EFE

Se manipuló la historia como un traje a medida de cada cual. Y se sigue haciendo, porque esto es ya una lamentable impronta nacional. Abascal o Aznar o Casado son productos de esa tradición. La constelación de héroes patrios se convirtió en una empresa titánica para construir una identidad nacional, como sucedía en Italia o Alemania. Comparados con los fascistas italianos, que tenían una base sólida, un pasado común y «glorioso», España debía buscar su propia justificación. Y, si no era posible, debía inventarse. El paroxismo y la hilaridad hicieron que el Cid Campeador, los caballeros templarios, San Agustín o San Ignacio de Loyola fuesen heraldos de nuestro fascismo, y así hasta hoy. Ahora se llaman «identitarios», lo que parece insuflarles aires de academicismo, y por lo general sus defensores son hombres feroces e ignorantes que no se cortan en lanzar arengas por la civilización y afirmar estupideces a cada hora. Pero su única herencia real es esta otra: el nacionalismo de la porra y los contactos sobrenaturales.

 

ESPADAS, PEREGRINACIONES Y MENSAJES DIVINOS

«Abascal azuzando a los perros y no dudando un solo instante (apenas diez minutos de atisbarse las primeras llamas) en afirmar que tras el incendio de Notre Dame se esconde la sombra del terror islámico»

Hasta el hermético Ramón Lllul fue convertido en precursor de guerrero protofascista con su Libro de la orden de la caballería, donde un viejo caballero, que vive retirado del mundo como eremita, enseña a un escudero las virtudes y los secretos de la caballería. Virtud y vicio, rectitud frente a debilidad, las reglas para el buen caballero que no duda en poner su España al servicio de la cruzada católica, fueron tomados por los intelectuales del Movimiento así como por sus matones. Su Libro de la orden de la caballería fue rescatado décadas más tarde, en los ochenta del siglo pasado, por la extrema derecha española y los cadeneros de la rata negra, que llegó a contar incluso con una revista esotérica y neonazi llamada Excalibur, con el subtítulo de «La espada del poder perdido». Era un auténtico delirio místico que ellos, sin embargo, veían como muy razonable. Cabía, al igual que con el guerrero Pelayo y Covadonga, de todo: leyendas vikingas, exaltaciones a la vieja Roma, runas, sociedades secretas y fenómenos telúricos. En su primer número afirmaba que San Francisco de Asís era sin duda «el más cristiano de todos los santos a la vez que el más ario en cuanto a la concepción de su misticismo».

San Francisco de Asís, pintado por Cigoli

San Francisco de Asís, pintado por Cigoli

«Porque la derecha sobrenatural no es nada seria. Es menos seria que Encarnita, Cárdenas y el Baptisterio, pero eso no quita que no sea peligrosa. Es un loco con un arma»

Esa descomposición absoluta del tradicional fascismo ultramilitante acabó de la manera más irrisoria posible: con una peregrinación a Santiago para la ordenación como caballeros templarios de los nuevos reclutas del fascismo: «Llego a Santiago —contaba un caballero neonazi en el número sexto de Excalibur—, soy ordenado “Maestre pelegrín NS” [Nacional Socialista] por nuestra dama SD y, dado el correspondiente espaldarazo, con una espada de hierro (“Tizona”) que compré en Burgos […] que se hizo el camino de Santiago conmigo: es el broche de oro de una experiencia inolvidable a la que todo SD se debería apuntar». Palabra de Excalibur o de un Abascal azuzando a los perros y no dudando un solo instante (apenas diez minutos de atisbarse las primeras llamas) en afirmar que tras el incendio de Notre Dame se esconde la sombra del terror islámico.

Nos estamos jugando nada más y nada menos que la Verdad, porque la Verdad existe. Existe porque no podemos renunciar a la Memoria y, menos aún, ceder a la tentación del relativismo y el actual blanqueamiento de la dictadura y la extrema derecha, a la normalización de las apariciones marianas y las visiones celestiales, que es lo mismo que decir esvásticas y águilas imperiales. Porque la derecha sobrenatural no es nada seria. Es menos seria que Encarnita, Cárdenas y el Baptisterio, pero eso no quita que no sea peligrosa. Es un loco con un arma.

Ahora que se vuelve a hablar de las «dos Españas» me acuerdo de Margarita González Mansilla y su triste y casi anónima muerte sin visiones, aparecidos ni voces de ultratumba. Y pienso que hay dos Españas, claro que las hay. La de esta derecha sobrenatural y aquella otra de la gente real y digna a la que jamás se le aparece Dios o la mismísima Virgen para encomendarle la misión de salvar a una patria que se dice en peligro.