La Casa del Miedo o el idilio entre Leopoldo María Panero y Santiago Auserón

En 1988 Panero dedicó un texto al músico que tituló «Dos muertos en vida. Epitafio y sentencia para una democracia muerta (sobre Santiago Auserón y yo)»  

Cualquier día podías encontrarte a Leopoldo María Panero en el centro de Las Palmas, cerca de la zona de Triana y, con un poco de suerte, podía cantarte una canción. Bueno, podía sucederte eso o cualquier otra cosa. Un amigo, hace tiempo, me aseguró que esto fue lo que sucedió. «Un cigarrillo a cambio de una canción», escuchó que alguien decía a su espalda mientras estaba sentado en un bar céntrico. Era Panero, en una de sus diarias salidas del hospital psiquiátrico, y la canción una de Radio Futura, su grupo español favorito y de los que se sabía de memoria muchas de sus letras. En junio de 1988, en la sección «El nido del cuco», del suplemento cultural del periódico ABC, el mismo Panero firmó un artículo bellísimo titulado «Dos muertos en vida. Epitafio y sentencia para una democracia muerta (sobre Santiago Auserón y yo)», que dedicó a su amado Santiago Auserón y que hemos encontrado gracias al amigo Fernando Escobar Páez en su genial blog El Hombre Aproximativo.

La relación entre el poeta y Radio Futura fue longeva. De forma póstuma, entre los papeles de Panero, se encontró una carta escrita por un miembro de Radio Futura; en aquel caso el hermano de Santiago, Luis Auserón. Al parecer, estaban intentando llevar adelante un proyecto musical junto al escritor, que se denominaría «Proyecto Catulo». «Se trata de un proyecto a partir de poemas del poeta romano Catulo [Cayo Valerio Catulo]. Habló con Santi para que este les pusiera música. Recuerdo que se lo llegamos a presentar a la discográfica. Nos decían que les parecía interesante, pero nunca llegó a producirse», afirmó Luis a Canarias 7.

La relación entre Santiago Auserón y Panero comenzó a finales de los setenta en la capital gracias a un amigo común, Quico Rivas, crítico de arte, comisario de exposiciones, escritor, y fundador de grandes revistas de activismo cultural, anárquicas y sorprendentes, como Margen o El Refractor, entre otras. Por aquellos años, finales de los setenta y primeros ochenta, Panero era un habitual de la noche madrileña y de veladas en galerías de arte en las que era invitado para intervenir. Durante una época, Santiago Auserón y Panero formaron parte del mismo grupo de amigos, frecuentando un local llamado El Junco en compañía del propio Quico, el crítico Juan Manuel Bonet o Andrés Trapiello, entre otros.

El artículo de Panero dedicado a Santiago Auserón (ABC, 11 de junio de 1988)

El artículo de Panero dedicado a Santiago Auserón (ABC, 11 de junio de 1988)

«Dos muertos en vida. Epitafio y sentencia para una democracia muerta (sobre Santiago Auserón y yo)»

Por si no fuera poco volver de la locura, de donde nadie vuelve, he aquí que nos ha tocado a mi amigo Santiago Auserón y a mí volver de la muerte, de donde tampoco se regresa. Si la presencia del héroe está dotada de carisma por representar una transgresión de la realidad, de la historia, la nuestra es doblemente carismática: «Y estamos los dos solos frente al cielo callando, y unidos por la mano, la mano de fantasma», decía yo proféticamente en uno de mis versos de El último hombre.

¡Qué dulzura será ahora acariciar tu piel, sabiendo que estás muerto, y que por tus venas se oye cantar a los muertos! ¿Brilla el sol por ti, testimonian las águilas tu realidad? Porque bien se decía que «allá donde muere un hombre, las águilas se reúnen».

No solo tú y yo hemos muerto. El español ha muerto, el animal hispano, aquel que gritaba en el circo pidiendo no sé qué, algo que difícilmente podía en cualquiera de los casos recordarnos a ti y a mí, pues no nos conoció nunca. ¡Cuanto más suave es la piel del animal que recorre la arena del circo, semejando a la piel de un muerto, al sexo inefable de lo oscuro! Vosotros, amigos, que todo lo habéis probado, ¿habéis gustado del placer de tocar, no ya solo un muerto, sino a alguien que va a nacer? No quisiéramos, yo y mi amigo, castigaros sin este último homenaje a vuestra lubricidad.

¡Porque nosotros, cristianos en el circo, no tenemos ideal más lúbrico que el paraíso, donde la comunidad de los santos realiza sus propias orgías en praderas que los ojos vuelven a voluntad materiales, para en ellas gozar sin que el espíritu, víctima muchas veces del sexo, salga aquí herido! Y si se trata de celebridad, no hay celebridad más gaya que la de destruir el mundo, si es verdad que no significan lo mismo las palabras chinas yen (cualidad de lo humano) y tahio (cantidad de lo humano).

Poco disfraz es la piel ante el ojo de Dios. Porque tal parece que nunca estemos desnudos de verdad, que detrás del traje anida otro disfraz, y el cuerpo es nada sino una máscara. Y así, si nada es la idea y la ética, toda eyaculación es una eyaculación precoz. Si nada es la idea y la ética, solo quedan de nosotros los pesados fantasmas de nuestras apariencias, el borracho, el pesado, el huido, fantasmas que me empeñé en rehuir desde la escritura, como una magia que me salvara del hombre. Y lo mismo puede decirse de una democracia que falta a su idea, que no cumple su palabra, que miente y huye y se esconde como un ladrón o un monstruo: preferimos algo más atroz, con tal de no vivir para siempre en la incertidumbre, de vivir y votar y morir sin luz. Y es que tal parece como si el mal no quisiera luz alguna sobre él, y temiera a la luz que gobierna el mundo, como los ojos del cuerpo. ¡Así es por ello que el mal es un misterio, como dijera lo mismo el Apocalipsis de San Juan que Stanislas de Guaita, un misterio del que yo y Santiago Auserón hemos salido desnudos y ateridos de frío, tan solo acaso para ser otra vez quemados por el humo de las bocas!

¡Y caminar otra vez por el Gólgota del dolor y de la dicha, para tan solo decir a los hombres: he aquí lo que sucedió con dos poetas que solo amaron el miedo, y que miraban con pánico a los hombres! No era peor la muerte, si es verdad que vivimos, porque allá al menos al que cae se le levanta, y no se le escupe encima la palabra muerto, y no se llena con saliva el santuario.

No era peor aquel reino enterrado junto al mar donde, como decía yo en mi traducción del verso de Poe Annabel Lee, el diablo espera pacientemente la muerte del hombre, para que de nuevo dancen desnudos el poeta y su amada, unidos para siempre por un nombre y un sonido: Annabel Lee. Ese nombre, sí, ese epitafio obsesivo que hoy nos une a ti y a mí, no sé si para siempre, pero al menos para un hoy, para un presente que tiene más virtud que el mañana, mi querido Santiago Auserón.

Y si nos temen, qué mejor, para estar solos en nuestra propia casa, que es la casa del miedo.