El mundo del mañana: así imaginaron nuestro presente en 1900

En los albores del siglo XX, un grupo de ilustradores franceses liderado por Jean-Marc Côté imaginaron cómo sería la Francia del año 2000 con fines publicitarios. No acertaron en la mayoría sus pronósticos, pero algunos de sus sueños acabarían materializándose, aunque no exactamente como los dibujaron.


En 1899, las cajetillas de tabaco anticiparon como sería la vida dentro de cien años. El cambio de siglo era un buen momento para pensar en el futuro y los avances tecnológicos lo suficientemente rápidos como para preguntarse qué clase de prodigios nos depararía la ciencia. Desafortunadamente para Jean-Marc Côté, sus predicciones no alcanzaron para advertirle que la empresa que le encargó aquellas visionarias ilustraciones se iría a la quiebra y todo su proyecto sería en vano. Su mirada hacia el porvenir era a todo color, pero pecaba de ingenuidad y adolecía de base científica, contagiada del entusiasmo fantástico que los pioneros del cine Georges Méliès y Segundo de Chomón emplearían en sus películas unos años más tarde.

Aquellas ilustraciones quedaron en el olvido durante décadas, hasta que en 1978, Christopher Hyde se hizo con una colección entera y contactó con Isaac Asimov para que escribiera sus reflexiones sobre ellas en su libro Futuredays: A Nineteenth Century Vision of the Year 2000 (Los días del futuro: Una visión del siglo XIX sobre el año 2000). De sus páginas se desprende que tanto el presente como el futuro han sido (d)escritos de antemano. Al fin y al cabo, se trata de un rasgo único de nuestra especie: para que algo se materialice en la vida real, antes debemos imaginarlo. ¿Habríamos llegado a la Luna o construido submarinos que surcaran las profundidades de los océanos si Julio Verne no lo hubiera dejado por escrito?

Para Asimov, la ciencia ficción es la rama de la literatura que se ocupa de las respuestas humanas a los cambios efectuados al nivel de la ciencia y la tecnología. Y si la tecnología afecta a la sociedad, dichos cambios también transforman a las personas que nos servimos de ella. Al menos en ese sentido, el olfato publicitario de Jean Marc Cote resultó infalible. En sus estampas vemos prototipos voladores; pisos barridos y platos lavados por máquinas con ruedas y pequeñas manos mecánicas. Un porvenir eficiente, cómodo y mecanizado, que anticipó la idea del robot aspirador Roomba e incluso algo muy parecido a una sesión de Zoom.

La colección diseñada por Côté contiene una gran cantidad de ideas extrañas y fantasiosas sobre los lugares a los que el progreso podría llevarnos: a las profundidades del mar montados en caballitos de mar gigantes o a surcar los cielos en dirigibles que desafían la gravedad. Todo ello asumiendo que el diseño de indumentaria había alcanzado la perfección hacia 1900 y que los roles colonialistas y de género permanecerían anclados en el modelo victoriano, adelantándose más de setenta años a la estética steampunk. Un futuro sin viajes espaciales ni computadoras, y donde gran parte de la maquinaria funcionará con palancas, poleas y hélices.

Para que algo se materialice en la vida real, antes debemos imaginarlo. ¿Habríamos llegado a la Luna o construido submarinos que surcaran las profundidades de los océanos si Julio Verne no lo hubiera dejado por escrito?

En la obra del propio Asimov encontraremos lo que algunos llamarán profecías, otros visiones, y otros simplemente predicciones. Entre ellas, la famosa entrevista realizada para la televisión en 1998 se atrevió a aventurar, con notable acierto, la relación que hoy en día tenemos con lo que nosotros llamamos internet. A efecto retroactivo, podemos detectar paralelismos similares en el mecanismo imaginado por Côté, mediante el cual los conocimientos se introducen directamente en el cerebro de los escolares y que directamente parece salido de Matrix.