La España Negra de Alfonso Sastre

En 1963, Alfonso Sastre publicó Las noches lúgubres, una colección de cuentos que hicieron pasar por fantástica una realidad difícil de tragar. Su retrato de la posguerra española concilia en un mismo párrafo a Pio Baroja, Edgar Allan Poe, Camilo José Cela y Bram Stoker.


«¿Existe cosa más oscura que la noche?», se preguntaba Paul Feval en La ciudad vampira. En la primavera de 1962, la huelga minera de Asturias sirvió como detonante para movilizar a más de 300.000 obreros en todo el país. Muy pronto el clima de represión y torturas se volvió tan irrespirable que centenares de intelectuales se vieron apelados a firmar documentos de protesta. Entre ellos se encontraba el dramaturgo Alfonso Sastre, militante por aquel entonces del Partido Comunista, de cuyo Comité Central llegaría a formar parte un año más tarde. Mientras tanto, el diario falangista Arriba ridiculizaba en su portada al «Contubernio de Múnich», que había reunido al grueso de la oposición antifranquista en la capital bávara bajo la autoridad moral de Salvador de Madariaga quien, al concluir la reunión, afirmó: «Hoy ha terminado la Guerra Civil». Nueve meses más tarde, el 20 de abril de 1963, era fusilado en Madrid el dirigente comunista Julián Grimau.

«Pero ¿cuánto tiempo lleva durando ya esta noche?», se cuestiona un personaje de Balzac. Para Sastre, el ocaso en España se prolongaba desde hacía siglos. En su obra La sangre y la ceniza, que tardará más de una década en ser llevada a los escenarios, recrea el martirio del científico español Miguel Servet, procesado por blasfemia por la Inquisición. En pleno franquismo, Sastre mantuvo una notoria polémica con Antonio Buero Vallejo en la revista Primer Acto sobre el modo de luchar con el teatro para cambiar la sociedad durante la dictadura; mientras que Buero abogaba por aprovechar cualquier resquicio que permitiera la férrea censura franquista para intentar cambiarla desde dentro, Sastre consideraba que esta actitud era una claudicación y optó por un teatro radical que apenas encontró forma de poderse representar, debido a la presión de la censura y las dificultades que ponían los empresarios teatrales.

¿Y cuántos años más puede durar una posguerra? En una España «abrumada por el trauma histórico que acababa de sufrir. La España del miedo y la miseria, del temor y la desesperanza», en la que Ignacio Aldecoa escribía sus cuentos y que evocaría su viuda Josefina Rodríguez al seleccionar una antología póstuma, el tiempo parecía haberse detenido. Esa Longa noite de pedra de la que habla el poeta Celso Emilio Ferreiro y que desborda el ámbito de lo literario y lo lingüístico, cerniéndose sobre nosotros como una losa de espanto que amenaza con aplastar para siempre los sueños y los corazones.

Chabolas en Las Ventas (circa 1960). Archivo fotográfico de la Comunidad de Madrid.

«Hicieron un desierto y lo llamaron paz», dijo el historiador romano Tácito para describir la destrucción de Cartago. ¿Y qué era Madrid sino una especie de gran solar, se responde Sastre a sí mismo en El lugar del crimen, o un terrain vague como dirían los franceses? Sobre similares regiones devastadas, se extendía un nuevo territorio en el que conciliar la veta realista con la fantástica. El extrarradio madrileño era una procesión de chabolas, pegadas las unas a las otras, construidas con los materiales más improbables e inestables. Las Ventas del Espíritu Santo, el antiguo pueblo de Canillas, la calle de la Persuasión, el barrio de San Pascual o el Tejar de Lucio: «otras provincias de la realidad» habitadas por traperos, quincalleros, delincuentes y anarquistas. Pero, «¿De dónde sale –siendo como soy un escritor, un intelectual– este gusto mío por los bajos fondos?» cuyo habla reprodujo con fidelidad filológica en Lumpen, marginación y jerigonça: papeles hallados en un cubo de basura (1980) , con el que se expresan los personajes de la que su pieza más celebrada, La taberna fantástica (1983). No ocurre lo mismo en Las noches lúgubres (1963), una colección de relatos «de terror» ambientados en un Madrid espectral, «débilmente iluminado por algunas mortecinas bombillas; fuegos fatuos en la petrificada noche invernal. Lumbres de pesadilla, multiplicadas por los ojos alcohólicos del sábado», que retoma la senda emprendida por Baroja y Blasco Ibáñez para acabar encomendándose a las fantasmagorías de Bram Stoker y Edgar Allan Poe. En el primero de ellos, Las noches del Espíritu Santo, una epidemia de vampiros asola el proletario barrio de Ventas. La principal sospechosa se llama Amalia, una mujer pálida y delgada con larguísimos dientes postizos, pero los verdaderos muertos vivientes de una ciudad que, parafraseando a Dámaso Alonso, alberga más de un millón de cadáveres, son los obreros en paro y los campesinos sin campos que venden su sangre para llegar a fin de mes.

UNA DE LAS IMPACTANTES FOTOGRAFÍAS DE BEBEDORES DE SANGRE que acompañan el artículo los bebedores de sangre de madrid, PUBLICADo POR ESTAMPA en octubre de 1933.

Las Ventas del Espíritu Santo, el antiguo pueblo de Canillas, la calle de la Persuasión, el barrio de San Pascual o el Tejar de Lucio: «otras provincias de la realidad» habitadas por traperos, quincalleros, delincuentes y anarquistas.

Otro nosferatu, de rancio abolengo y naturaleza si cabe aún más siniestra, protagoniza la segunda de las ficciones, titulada El vampiro de Madrid. Se trata de un aristócrata húngaro, Arpad Vászary, llegado a Madrid dentro de un ataúd enviado en 1956 por su madre la baronesa a un compatriota exiliado durante la sangrienta revuelta del país comunista contra la URSS. Juntos gestionan un banco de sangre clandestino usando como tapadera una clínica de postín que, por las noches, funciona como prostíbulo y donde, a fin de diversificar el negocio familiar, se trafica con drogas y se realizan abortos. «Al principio hacía las extracciones la misma baronesa —con la ayuda de ese exilado político, que era algo cirujano— y la sangre extraída era consumida por el muerto la misma noche o la noche siguiente lo más tardar», refiere el boticario del barrio. «Es así, señor mío, cómo empezó lo que hoy es un importante banco privado que goza, por lo que veo, de cierta tolerancia por parte de las autoridades sanitarias».

Tampoco debería extrañarnos. Al fin y al cabo, el barón Vászary frecuenta la tertulia de “El Elefante Blanco”, quién sabe si en el mismo sótano del Café Lion de la calle de Alcalá, junto a Cibeles, donde solía reunirse “La Ballena Alegre” durante la Segunda República. En ella participaron intelectuales falangistas como Pedro Mourlane Michelena, Víctor de la Serna, Agustín de Foxá, José Antonio Primo de Rivera o Rafael Sánchez Mazas, mientras que el Vampiro de la calle Virgen del Val —más cosmopolita y siguiendo la moda del momento— prefiere codearse con «algún alto personaje del Gobierno de Vichy y a un famoso coronel que fue de la Wehrmacht. También creí reconocer a un joven barbado que alcanzó cierta notoriedad como paladín de la causa de "Argelia Francesa”; se llama (creo) Pierre Lagaillarde», ni más ni menos que fundador de la OAS en Madrid, la organización terrorista de extrema derecha dirigida por el general Raoul Salan, y cuyos integrantes eran conocidos como los Barbouzes porque acostumbraban a ocultar sus identidades usando barbas postizas.

de izquierda a derecha: Pierre Lagaillarde, Vincenzo Vinciguerra (miembro del grupo fascista Avanguardia Nazionale), el diputado Le Pen se reunen en un café argelino para negociar una propuesta de moción de censura contra De Gaulle, el 1 de octubre de 1959

Pese a todo, a nadie debería sorprenderle que algunos pasajes del manuscrito original no pasaran el filtro de la censura. Uno de los más llamativos, felizmente recuperado en 1998 por la edición definitiva publicada por Argitaletxe Hiru, editorial fundada por Eva Forest, hace referencia a «don Horia Antonescu, que es un barón rumano que se vino a España huyendo de la quema o, como él decía, del anticristo; el cual barón, que de eso no tenía gran cosa, pues era más sodomita que otro poco», en clara alusión al dictador de Rumania, Ion Antonescu, aliado de Hitler y ajusticiado en 1946, y a Horia Sima, estrecho colaborador del líder fascista Corneliu Zelea Codreanu y su sucesor como jefe de la Guardia de Hierro. Terminada la Segunda Guerra Mundial, Horia se instaló en España, donde fue un destacado apoyo extranjero para el régimen de Franco, que a su vez dio cobertura a las actividades y a numerosos activistas ultranacionalistas y filofascistas del Este de Europa. De él se dice que vivió como un vampiro exiliado en nuestro país hasta su definitiva muerte en 1993.

«¡No es cierto que hayas muerto, Arpad Vászary! Anidas, como un dulce murciélago, en el corazón de los hombres. Yaces ahora, pero has de renacer algún día, cuidando de que la belleza no desaparezca de este bajo mundo»

En los relatos de Sastre tienen cabida toda clase de históricos chupasangres patrios, como el infame César González Ruano, periodista estrella del franquismo y adalid de la tertulia literaria del Café Teide, sito en el madrileño paseo de Recoletos número 27, junto al no menos mítico Café Gijón. En 2014, la Fundación MAPFRE anunció públicamente la cancelación del prestigioso premio periodístico que llevaba su nombre, coincidiendo con la publicación de El marqués y la esvástica. César González Ruano y los judíos en el París ocupado, donde sus autores, Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas Marcet, airearon los vínculos de González-Ruano con el nazismo y con la estafa de judíos a partir de material de archivo hallado en diversas ciudades europeas. Por sus páginas también asoma Juan de la Cierva, recordado en los libros de texto como inventor del autogiro, obviando que también fue él quien, a principios de julio de 1936, asesoró a los golpistas en el alquiler de un avión, el 'Dragon Rapide', que habría de llevar a Franco desde Canarias hasta Tetuán para tomar el control de las tropas sublevadas del norte de África.

Libro de Cesar Gonzalez-Ruano, financiado por la embajada alemana (1933)

Aún más interesante se nos antoja el testimonio de «una dulce muchacha de veinticinco años, natural de Torrejón de Ardoz, de profesión institutriz, domiciliada últimamente en Virgen de Nuria, 11, Madrid, de donde el sobrenombre de Nuria con que me refiero a ella» que afirma que su padre, que fue maestro en Torrejón, fue «afusilado por los nacionales (¡Dios le haya perdonado!) por haber auxiliado a la rebelión; cuya rebelión yo no sé en qué consistió por no haber nacido todavía en los momentos en que mi padre se rebelaba». En parte por atreverse a poner, negro sobre blanco, un episodio de sumisión cotidiana a la represión franquista; pero ante todo por poner el foco sobre la población que albergó la base aérea concedida en 1955 por Franco a Estados Unidos, dentro de la política militar de la guerra fría.

No muy lejos de allí, en su clínica psiquiátrica La Brújula («¿no es ése un nombre un poco raro, señorito?»), el doctor Juan José López Ibor practicaba lobotomías y terapias de electroshock a sus pacientes para «curar» la homosexualidad durante la dictadura. La mayoría llegaron a sus manos lo hicieron a raíz de la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970, que obligaba a «rehabilitar» homosexuales y transexuales mediante todo tipo de técnicas, sin necesidad de consentimiento por parte del paciente ni de su familia. Y a fuerza de creerse una autoridad en la materia, López Ibor llegó a presumir públicamente de sus «exitosos» procedimientos. La revista Interviú recogió un fragmento de una conferencia suya en Italia en 1973 donde decía: «Mi último paciente era un desviado. Después de la intervención del lóbulo inferior del cerebro presenta, es cierto, trastornos en la memoria y la vista, pero se muestra más ligeramente atraído por las mujeres».

Quirófano del Hospital Penitenciario de Madrid (1956). Fotografía: Real Academia Nacional de Medicina.

«Modigliani murió de un delirium tremens. Y Allan Poe, el autor de “El cuervo”»

Fundador de la Sociedad Española de Psiquiatría junto a otro insigne mad doctor del nacionalcatolicismo, Antonio Vallejo-Nágera, el doctor López Ibor controló el acceso de los jóvenes investigadores a las cátedras universitarias de nueva creación, más preocupado por su propia carrera y a la de sus protegidos, que por las condiciones asistenciales de los internados. Tampoco merecieron su atención trato dos de los alumnos más brillantes de su promoción, Carlos Castilla del Pino y Luis Martín Santos, autor de Tiempo de silencio (1962). Sastre los conocía bien porque eran amigos de su mujer, Eva Forest, quien, a finales de los años cuarenta, frecuentó la escuela de psicología del doctor Ibor. Movido por el ánimo de revancha, le convirtió en un villano más de sus relatos, pero no estaría solo en su afán por desenmascararle.

En 1958, la editorial Labor, famosa por ser la primera en vender libros a plazos en nuestro país, publicó la Antología de cuentos de misterio y terror firmada por López Ibor. «Un auténtico fraude. Ni siquiera se molestó en hacer la selección de los cuentos. De eso se encargaron los de la editorial. Él se limitó a escribir un prólogo en el que lo único que hacía era demostrar que no tenía ni idea», recordaba décadas más tarde uno de sus pupilos. Hijo de un médico republicano que había visto pisoteada su dignidad por el bando vencedor, el joven Rafael Llopis había acumulado suficiente rabia y conocimiento de causa como para desquitarse. «López Ibor era mi jefe entonces, en el hospital psiquiátrico en el que yo hacía prácticas. Él se había portado mal con mi padre, así que yo le tenía una inquina especial. Por eso, en parte por tocarle las narices y en parte por hacer una buena antología, cogí todos los materiales que tenía yo traducidos y con ellos compuse el libro». Su Antología de Cuentos de Terror, publicada por Taurus en 1963 (el mismo año, recordemos, que Las noches lúgubres de Sastre), recoge la evolución entera del género desde Daniel de Foe, pasando por Poe, Dickens, M.R. James y Machen hasta Lovecraft, consagrando a Llopis como una figura legendaria para los amantes de la literatura de terror. 

La tercera historia del libro, Delirium o La noche y la niebla o Viaje infernal a las tinieblas exteriores, transcurre en un ambiente febril, producto de las alucinaciones que aquejan a la pareja protagonista. «Modigliani murió de un delirium tremens», apunta uno de los personajes de su adaptación televisiva. «Y Allan Poe, el autor de El cuervo», añade el otro. Conscientes de las múltiples conexiones del texto original, José Luis Garci y su guionista Horacio Valcárcel abrazaron el espíritu expresionista de Sastre para ofrecernos uno de los mejores episodios de Historias del otro lado, emitido en mayo de 1991. La sintonía de cabecera de la teleserie nos remite al asesino pederasta de M, el vampiro de Dusseldorf (Fritz Lang, 1931), cuya marca de tiza en la espalda sintetizaba el irrespirable clima de paranoia y persecución que, de forma inevitable, presagió la insignia amarilla con la que los funcionarios nazis deportaron a los judíos a los guetos y a los campos de exterminio en la Europa oriental ocupada por los alemanes.

«Usted es de los que creen esa patraña. Cámaras de gas..., hornos crematorios... ¿Qué más, señora?», se pronuncia en la novela el siniestro Doctor Ponce. Ambientada en un manicomio de la Alemania Federal donde los celadores son agentes de la Gestapo y los locos ejercen de psiquiatras, Sastre parece inspirarse en el relato El sistema del doctor Tarr y del profesor Fether que el genio de Boston publicó en 1845, y que a su vez sirvió de base para El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920), otra premonición en clave de pesadilla, surgida de las tempestades de acero de la Gran Guerra, en la que se adivinaban los rasgos del nazismo. «¿Sabe quién es? Clara Baumgarten. Fue “kapo” en Büchenwald... La versión oficial es que ha muerto... Criminal de guerra... Como saliera a la superficie, es decir, si fuera descubierta, sería fusilada inmediatamente. Aquí se llama “Cecilia”, y yo sé que en su cara actual ha intervenido la cirugía estética. Aquí dentro —añadió— hay muchos casos como éste».

DE PIE, A LA DERECHA DEL ESCRITORIO, CLARA STAUFFER.

Baumgarten, en realidad, se apellidaba Stauffer, y era hija de Conrado Stauffer, un ingeniero químico que había llegado a España en 1889 para fundar y dirigir la fábrica de Mahou, y que emparentó por matrimonio con la familia Loewe. Aquella joven que entabló amistad con Pilar Primo de Rivera, y acabó ocupando un puesto destacado dentro de la sección femenina de Falange, fue la principal responsable de una oscura red de protección y huida de algunos de los más buscados criminales de guerra nazis. En el lujoso piso que tenía en Argüelles, Clara socorría a los fugitivos y desertores que conseguían atravesar la frontera entre Francia y España, facilitándoles ropa, zapatos, refugio y hasta una nueva identidad. De su papel como enlace en la Organización Odessa se beneficiaron, entre tantos otros, Otto Skorzeny y el mismísimo Adolf Eichmann, ayudado por la embajada argentina de Madrid y el consulado de Barcelona. Clara Stauffer falleció, casi cuarenta años después, en una España que ya era democrática gozando, gracias a sus privilegios e influencias, de total impunidad.

En el prólogo de su siguiente novela, Sastre se declaró «admirador de E.T.A. –de Ernesto Teodoro Amadeo– Hoffman (que quede bien claro, señor juez)» y acuñó la noción de “doble administrativo” para referirse a su dopplegänger en la ficción

En septiembre de 1974, Sastre y su esposa Eva Forest —escritora y activista antifascista, impulsora en Madrid de los comités de solidaridad con Vietnam y Euskadi— fueron arrestados. A ella le acusaron de participar en un grupo de apoyo a ETA en la capital que habría facilitado la cobertura de los atentados contra Carrero Blanco en 1973 y el de la calle del Correo el 13 de septiembre de 1974 que causó 13 muertos. Sastre pasó ocho meses y medio en la cárcel de Carabanchel —donde escribió Balada de Carabanchel y otros poemas celulares, y un largo poema titulado Evangelio de Drácula— mientras que Forest permaneció en prisión preventiva hasta 1977, aunque nunca fue juzgada sino que resultó liberada en junio de ese año y exonerada en aplicación de la Ley de Amnistía promulgada en octubre. Sastre sintió que el PCE les había abandonado ya que no se hizo cargo de su defensa jurídica, y se lo reprochó por carta a Manuela Carmena, entonces abogada laboralista, diciéndole «que sentía vergüenza por ellos» por no haber arropado a su mujer.

Después de la salida de la cárcel de Forest, la familia fijó su residencia en Hondarribia, donde continuaron denunciando la práctica de torturas en el sistema penitenciario español, criticaron el terrorismo de Estado y se acercaron a la izquierda independentista vasca. En el prólogo de su siguiente novela, El lugar del crimen, Sastre se declaró «admirador de E.T.A. –de Ernesto Teodoro Amadeo– Hoffman (que quede bien claro, señor juez)» y acuñó la noción de doble administrativo para referirse a su dopplegänger en la ficción: el escritor Julio César Expósito, quien como él abandona desengañado el PCE y acaba por enterrar su propio nombre bajo el seudónimo de Sebastian Melmoth II, en un guiño al personaje de terror gótico imaginado por Charles Maturin que también Oscar Wilde utilizó como alias a su paso por la cárcel de Reading. Nada de esto impide que un comando de la Triple A le asesine en Fuenterrabía, pegándole un único tiro en la cabeza. «La bala penetró por do más pecado había», titulará su noticia El Alcázar.

«¡No es cierto que hayas muerto, Arpad Vászary! Anidas, como un dulce murciélago, en el corazón de los hombres. Yaces ahora, pero has de renacer algún día, cuidando de que la belleza no desaparezca de este bajo mundo». Asumiendo su parte en el pacto ficcional, el autor pretende dar atestado de verdad a lo que cuenta alegando documentos fidedignos, como declaraciones en comisarías, confesiones firmadas en la cárcel, reportajes de periódicos e informes burocráticos. Un recurso narrativo cuyos orígenes se remontan a la tradición antiquísima de los manuscritos encontrados, cuyo máximo representante español, sin duda, es Cervantes, y que suelen pasar por alto los fans del misterio. Algunos de ellos hicieron pesquisas sobre la ruta que supuestamente siguió aquel extraño ataúd que recorrió España de punta a punta, desde Cartagena hasta A Coruña. Parece comprobado que el féretro regresó vacío, dejando a su paso un sinfín de desapariciones y muertes por anemia. E incluso hay quien sospecha del extraño huésped que acogió en la pensión y «sólo salía cuando se ponía el sol».

Según parece, hace más de cuarenta años, un abogado de Toledo recordó el relato original de Sastre y se lo contó como cierto a cierto periodista que difundió la noticia sin necesidad de contrastar las fuentes. Con el paso de las décadas, el mito del Vampiro de Borox se ha ido enriqueciendo con las contribuciones de diferentes autores y algunos investigadores dan por buena su dirección en el barrio de la Concepción: «En las inmediaciones del barrio de San Pascual (Ventas del Espíritu Santo) ha aparecido muerto, en la chabola en que habitaba, un hombre llamado Ramiro Civil Inglés. El cadáver presenta una herida en el cuello. Por su aspecto, parece tratarse de la mordedura de un animal. Según el informe forense, ha muerto como consecuencia de la pérdida de sangre, durante la noche».