El número de Barbette

A principios de los años 20, una estrella del vodevil escandalizó a media Europa. Amiga de Josephine Baker; musa de Jean Cocteau y Man Ray; bailarina, trapecista, artista de performance e icono queer, Barbette fue todo esto y mucho más.


«Siempre había leído mucho a Shakespeare, y pensar que esas maravillosas heroínas suyas eran interpretadas por hombres y niños me hizo sentir que podía convertir mi especialidad en algo único. Quería una actuación que fuera algo bello; por supuesto, tendría que ser una belleza extraña». Quienes asistieron a sus primeras funciones como Barbette en el famoso Moulin Rouge y el Folies Bergère en 1923, desconocían que la misteriosa funambulista había venido al mundo como Vander Clyde en Texas (Arizona) en 1904. Siendo apenas un niño ya practicaba sobre la cuerda de tender de su madre, y con apenas catorce años se marchó de casa para labrarse una carrera como acróbata de circo. Una de las famosas Hermanas Alfaretta había fallecido y necesitaban una sustituta que estuviera dispuesta a subirse al trapecio. Así fue como aprendió que el atuendo femenino ayuda a que las acrobacias resulten más vistosas y emocionantes, que los giros y los saltos mortales cobren mayor dramatismo.

En cuanto descendió del trapecio, se despojó de la peluca y reveló su condición masculina, el público enmudeció y, superada la conmoción inicial, estalló en vítores y aplausos. Entre sus admiradores más entusiastas estaba el poeta Jean Cocteau, quien se deshizo en elogios hacia aquella «criatura deslumbrante», destinada a convertirse en la nueva musa de la vanguardia parisina. El poeta comparó la elegancia de Barbette con una nube de polvo arrojada a los ojos de los espectadores «con tal fuerza que a partir de ese momento queda libre para concentrarse en su trabajo de alambre, en el que sus movimientos masculinos le ayudan en lugar de delatarlo». Un mágico espejismo de feminidad que mantenía en vilo hasta el final de la actuación, cuando esta se convertía en un lento y calculado striptease: «Mueve los hombros, estira las manos, infla los músculos… Y después de la decimoquinta llamada al telón, más o menos, hace un guiño malicioso, cambia de un pie a otro, y pide disculpas con un improvisado baile, con tal de mitigar la fabulosa impresión que ha dejado su actuación», escribió Cocteau.

Barbette se expuso ante el mundo como una obra de arte radical y provocativa a la que aspiraba el surrealismo

Su amigo Man Ray se encargó de retratar su proceso de transformación. En las fotografías, le vemos posando en el camerino con su peluca, el rostro maquillado y el torso desnudo. Para Cocteau, la instantánea capturaba la verdadera esencia de Barbette: la de un hombre que no se identifica como mujer, sino que aprovecha la teatralidad para fluir entre ambos géneros. Esa “extraña belleza” a la que aludía Barbette podría interpretarse como una performance transgénero. Ya no se trataba de un número circense, sino de un ejercicio de mistificación; un juego de roles que difuminaba los límites entre lo masculino y lo femenino hasta llegar a confundirlos. Cocteau fue el primero en comprender que Barbette ya no se conformaba con ser una mera suplente, ni con imitar a otra mujer, alcanzando un sexo «sur-naturel, por encima o más allá de la naturaleza».

A ojos de Cocteau, la atracción de Barbette es más profunda que el barniz de feminidad que lo reviste; proviene de una atracción por la forma pura de la belleza que realiza a través de sus acrobacias y movimientos gráciles. Barbette, como personaje creado por Vander Clyde, cumple con el principal requisito kantiano: que el objeto nos agrade porque es bello y no que lo consideremos bello simplemente porque nos agrada. Por lo tanto, si Barbette despertaba el deseo del espectador con su maquillaje e indumentaria, Vander Clyde conservaría intacta la belleza de la feminidad tras despojarse de sus atributos.

Ya no se trataba de un número circense, sino de un ejercicio de mistificación; un juego de roles que difuminaba los límites entre lo masculino y lo femenino hasta llegar a confundirlos. 

En su ensayo Le numéro Barbette, publicado en la Nouvelle Revue Française en 1926, Cocteau sostiene que el auténtico triunfo de Barbette reside, precisamente, en su capacidad de parecer masculino o femenino según desee percibirlo cada espectador. Ante semejante incertidumbre sobre nuestra propia comprensión de la realidad, Barbette se expuso ante el mundo como una obra de arte radical y provocativa a la que aspiraba el surrealismo. Pero su espectáculo no solo conmocionó a la sociedad burguesa. André Breton no dudó en descalificar a Cocteau como un "propagandista sexual", resentido como estaba de la fama que había alcanzado a costa de emplear el lenguaje y las imágenes del surrealismo sin lealtad al dichoso Manifiesto.

A pesar del sexismo y las conductas homófobas de algunos surrealistas, Marcel Duchamp fue el primero en modelar un alter ego femenino a medida, al que llamó Rrose Sélavy: un juego de palabras que sonaba como «Eros» y «c'est la vie» («¡Amor... así es la vida!») o «arroser, c'est la vie», entonando un brindis por la vida. En 1921, Duchamp posó para una sesión de fotos de Man Ray vestido como Rrose Sélavy, y utilizó alguna de ellas para sus readymades, pegándolas en una botella de perfume que etiquetó Belle Haleine, Eau de Voilette , que se traduce como «aliento hermoso". Al reemplazar la T por una V en «eau de toilette», el inodoro se convirtió en un «velo», muy acorde con un personaje que se presenta traslúcido para que los rasgos masculinos del autor sigan siendo reconocibles debajo de él. 

Si Rrose Sélavy es una parodia del género, Barbette lo trasciende. Basta con detenerse a observar las fotografías que acompañan este artículo. Man Ray las iluminó a conciencia para dotarlas de un halo casi sobrenatural, de ensoñación febril. Las facciones se muestran tan inmaculadamente femeninas y su apariencia angelical es tan perfecta, que la aceptamos como tal. Bañada en esa luminiscencia, la carne del pecho del hombre se convierte en un lienzo sobre el que se proyecta el resplandor femenino del rostro y la musculatura plana también se vuelve femenina, pero no poco varonil, ya que carece de curvas y conserva la forma de un hombre. Ni el uno, ni la otra: etérea y andrógina Barbette. De ella se dice que mantuvo un breve romance con Jean Cocteau, quien le ofreció un cameo en su película Le Sang d'un Poète (1930). También que inspiró el personaje del trapecista travestido de Murder! (1930) de Alfred Hitchcock.

A Vander Clyde le expulsaron del Palladium de Londres al sorprenderle manteniendo relaciones sexuales con otro hombre en su camerino. Le retiraron el permiso de trabajo y nunca más volvió a actuar en Inglaterra. Continuó de gira por el resto de Europa y los Estados Unidos, hasta que en 1938 un accidente en la cuerda floja le retiró definitivamente de los escenarios. Encontró trabajo como coreógrafo aéreo y participó como asesor de Jack Lemmon y Tony Curtis en Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959), aunque su parecido con Marilyn Monroe nos siga resultando asombroso. Acabó suicidándose a los 74 años, víctima de un insoportable dolor crónico.