El falso conde y la histórica sesión de hipnosis ante la reina en el Palacio Real


El doctor Das, un personaje de fábula, se presentó como experto en ciencias ocultas y gran «magnetizador», hasta el punto de ser invitado a Palacio para hacer una histórica demostración ante la reina, que acabó a su vez hipnotizando a una pobre muchacha. Su reputación se vino abajo cuando fue condenado por estafa y desterrado de nuestro país. En Argentina repitió su argucia y llegó a ser un «campeón de lo oculto»

 

Estamos ante el momento culminante, o uno de tantos, de las conexiones entre la realeza española y el ocultismo: una sesión de hipnosis en el Palacio Real ante la reina y la familia real el 14 de enero de 1888, que acabó con su Majestad hipnotizando a una muchacha. La estupenda crónica de lo que sucedió apareció publicada en El Imparcial días después. Quedó encantado, tanto que a finales de mes nombró al hipnotizador comendador de Isabel la Católica, y a la señorita Montero de Espinosa, que ayudó en el experimento, le regaló un rico y elegante medallón de brillantes con las iniciales del rey y la reina enlazadas y formadas por brillantes y rubíes, «como recuerdos de las experiencias de hipnotismo verificadas en Palacio», según la prensa de la época.

El hipnotizador era el doctor Das, entonces muy célebre por sus supuestas capacidades sobrenaturales que conmocionaron a todo el país. Tras el nombre de Das estaba, Alberto Martínez de Das, quien había llegado poco antes a España asegurando ser conde y un veterano médico experto en novísimas técnicas científicas. Sus aparentes credenciales le permitían revestir de un aire científico a sus experimentos. Tras varias demostraciones exitosas que atrajeron a la prensa, la familia real le invitó a realizar una demostración ante ellos. A comienzos de 1888, tras el histórico acto ante la reina, su nombre parece desaparecer de las crónicas madrileñas. Al mismo tiempo, la iglesia y los semanarios católicos perseguían a los ocultistas, ilusionistas e hipnotizadores ferozmente, acusándolos de inmoralidad y de prácticas demoníacas. La capital se le hizo insoportable y Das, con la reputación de ser el «hipnotizador de la reina», fue de pueblo en pueblo haciendo demostraciones. Sin embargo, comienza su calvario. Un año después, en diciembre de 1888, Das es encarcelado.

El doctor Das en Cádiz (El Mahonés, 14 de enero de 1891)

El doctor Das en Cádiz (El Mahonés, 14 de enero de 1891)

Su verdadera identidad es descubierta: no es conde, tampoco médico. Según narra Mauro Vallejo, en la revista Asclepio, «luego de haber establecido una academia de hipnotismo en la calle de Alcalá en Madrid, Das decidió mudarse al barrio del Pacífico y abrir allí un lujoso consultorio. Contrajo deudas para acondicionar el lugar, fue incapaz de pagarlas y sus acreedores acudieron a la justicia. Junto con informar de su reclusión, los diarios comunicaron que había quedado claro asimismo que el recluso no era Conde ni médico Esa conexión es muy clara, por ejemplo, en las notas publicadas por Eugenio Fernández Hidalgo en La Unión Católica de fines de febrero de 1888. Uno de esos textos, el del día 22, se tituló justamente “El Diablo en Madrid”, y se refería a la responsabilidad que cabía atribuir a Das por la difusión del hipnotismo en la ciudad, caracterizado como un recurso peligroso y perjudicial para la salud, “la continuación de la magia antigua y de la pseudo-teurgia de los oráculos, la reproducción también de los sortilegios y brujerías de la Edad Media, y la prolongación, por último, del magneto-espiritismo”».

Una sesión de hipnotismo según La Ilustración Española y Asturiana (1886)

Una sesión de hipnotismo según La Ilustración Española y Asturiana (1886)

Das estaba acabado. Fue expulsado de la Sociedad Teosófica de la capital (incluso se habla de una «reexpulsión»¿?) y condenado al destierro: jamás podría pisar suelo español. Decidió instalarse en Buenos Aires, donde siguió presentándose como conde y maestro hipnotizador, llegando a ser nuevamente famoso. Hasta fundó su propio Instituto, pronunciaba multitudinarias conferencias, como «La creencia magnética, el éter inteligente y la fuerza inter-etérica» y sus fieles aumentaban cada semana. Imitó su estrategia en España, y no le falló. Se embarcó en numerosas giras, que lo llevaron a Estados Unidos y Europa. Allí, a salvo de la ira de España, volvió a relacionarse con monarcas y presidentes, fundando centros de magnetismo en varios países. Iba de un lado a otro sorteando a las autoridades, que lo acusaban una y otra vez de estafador.

A pesar de todo, su fama no decayó en los sucesivos años. Mario Roso de Luna, el «mago rojo de Logrosán», lo consideró un «émulo de Cagliostro», como afirmó en un artículo de 1922 en Hesperia, la revista de la rama de la Sociedad Teosófica que Roso de Luna fundó en Sevilla. Para entonces, Das había fallecido (en Mónaco, en 1919), pero su leyenda parecía intacta, la del falso conde que dedicó parte de su vida a huir de la policía.

El Conde Das, con corona en Caras y Caretas (Buenos Aires, 11 de octubre de 1896)

El Conde Das, con corona en Caras y Caretas (Buenos Aires, 11 de octubre de 1896)

 

UNA SESIÓN DE HIPNOSIS EN PALACIO

«Son curiosísimos algunos pormenores que acerca de una sesión de hipnotismo que ha publicado El Eco Nacional. Sabedora la reina doña Cristina de los experimentos hipnóticos verificados por el doctor Das con diferentes sujetos, y especialmente con la señorita doña Mercedes Montero de Espinosa, dignó manifestar deseos de presenciar y estudiar esta clase de experimento, a que accedieron, honrándose mucho, los interesados. El acto se realizó anteayer en presencia de la real familia, en el salón del piano.

La reina María Cristina y su esposo Alfonso XII (1884)

La reina María Cristina y su esposo Alfonso XII (1884)

Hizo el señor Das sucinta explicación del estado hipnótico, que dijo podía provocarse por virtud de la mirada, por sugestión mental, por efectos de la vibración en los órganos auditivos. Desde aquel momento el doctor Das puso su influencia a la voluntad de las reales personas, y todos los resultados que se operasen en las dos horas que duró la sesión fueron debidos a la iniciativa y designación de SS. MM y de A.A y, más especial y frecuentemente, a la intervención directa de la reina regente. Después de mover la operada sus brazos, ya el izquierdo, ya el derecho, a voluntad y elección mental de S.M la reina y de provocarse la contractura muscular, quedó comprobada por las augustas personas, se pasó al experimento de la trasposición de los sentidos por sugestión.

La reina en 1897 y sus tres hijos: María de las Mercedes, María Teresa y Alfonso XIII

La reina en 1897 y sus tres hijos: María de las Mercedes, María Teresa y Alfonso XIII

S.M. hizo la sugestión de que la operada comiese una batata de dulce, y la señorita Montero comió una patata cruda que decía tener aquel sabor. En la trasposición del tacto provocada por una señal hecha por S.M. se produjo en la hipnotizada la anestesia  del brazo izquierdo y la parestesia  del derecho, produciéndose después la casi absoluta insensibilidad de ambos, hasta el inconcebible extremo de que colocados en las manos de la operada los dos un grande aparato electromagnético de 100 grados, sufrió sin conmoción alguna una descargas de 55 grados cuando el señor conde de Morphi apenas pudo soportar una de cuatro grados. En la transposición de la vista fue brillantísimo el experimento. La hipnotizada se levantó por sugestión mental, estando el doctor Das en un extremo del salón y en el ángulo lateral del  piano, y allí fue la señorita Montero, caminando resueltamente entre la multitud de asientos y sillones que estaban esparcidos por el salón. A su lado caminaba la reina. Cuando la operada llegó al sitio en que estaba el doctor Das, S. M. le ordenó ver con el cerebro y que dijese cuantos dedos de su mano tenía extendidos y cuántos cerrados, lo cual acertó la señorita Montero en el acto. Luego S.M. la infanta doña Isabel marcó en el extremo opuesto del salón una cruz sobre la alfombra, y el doctor las ordenó a la hipnotizada que en él momento en que S. M. la reina hiciese una señal con las lentes que tenía en la mano marchase de espaldas a aquel sitio marcado y se detuviese. La señorita Montero caminó de espaldas con tanta seguridad y firmeza como hubiera podido hacerlo de frente y despierta, y fue a detenerse automáticamente cuando sus pies se posaron sobre el signo marcado por la infanta.

Hipnotismo en Palacio (La Época, 16 de enero de 1888)

Hipnotismo en Palacio (La Época, 16 de enero de 1888)

«La trasposición del oído con éxtasis tuvo también brillante resultado mientras  S. A. la infanta tocaba magistralmente en el piano una dulcísima melodía»

No fue menos sorprendente el experimento de la transposición del olfato, pues sugerida la hipnotizada para que el amoniaco hiciese en ella los agradables efectos del agua colonia do Farina (por designación de S. M), estuvo aspirando fuertemente el álcali volátil durante un minuto con muestras de verdadero deleite, cuando en estado normal no  puede aspirar una persona esa sustancia sin perder el sentido. La trasposición del oído con éxtasis tuvo también brillante resultado mientras  S. A. la infanta tocaba magistralmente en el piano una dulcísima melodía. El experimento más sorprendente fue el siguiente: preguntó S. M. a la señorita Montero si podría seguirla mentalmente a su escritorio, y habiendo contestado afirmativamente la hipnotizada, la interrogó en estos términos:

—¿Qué ve Vd. al entrar a mano derecha?

—Una mesa de despacho.

—¿Y qué hay sobre esa mesa al lado derecho?

—Papeles.

—¿Y al lado izquierdo?

—Sobres de cartas.

—¿Sobres vacíos?

—No. Algunos contienen dentro tarjetas

—¿Y a la izquierda de la habitación, ¿qué ve Vd.?

—Un armario.

—Diga usted alguno de los objetos en el interior del armario.

—Veo un pequeño cofre.

—¿De qué es ese cofre?

—De hierro.

—¿Y qué contiene dentro?

—Papeles.

—¿Papeles blancos?

—Papeles escritos y algunos impresos.

—¿No ve usted nada más?

—Sí.

—¿Qué es lo que ve usted?

—Un retrato.

—¿De quién?

—De S. I. el rey Alfonso.

Hubo algunos momentos de profundo y impetuoso silencio. Después de los experimentos de trasposición de los sentidos, practicó el de sugestión mental a distancia, o sea lo que antes falsamente llamaban [ilegible] y no es otra cosa que la trasmisión del pensamiento y la correspondencia en identidad que se establece entre el cerebro de la operada y el cerebro del operador.

Invitada S.M. la reina al experimento, preguntó a la señora Montero el señor Das si sabía quién le daba la mano.

—Sí, lo sé. Doña Cristina —contestó la señorita Montero.

¿Quiere Vd. mucho a S. M. la reina? —volvió a preguntarle el doctor.

Mucho, porque es muy buena —respondió

—¿Y obedecerá Vd. todo cuanto le ordene y sugiera S. M.? —le interrogó el operador

—La obedeceré —dijo la joven.

Anuncio de un libro sobre hipnotismo (El Correo Español, 30 Septiembre 1891)

Anuncio de un libro sobre hipnotismo (El Correo Español, 30 Septiembre 1891)

«El señor Das invitó a la hipnotizada a que se apoderase de las lentes de la reina, previo el acuerdo y el consentimiento de su Majestad»

Desde aquel momento imperó la voluntad de la regente, que la hizo decir las cifras y letras que S. M. doña Isabel escribió en una tarjeta, declarando los cortes que la reina había rasgado en otra […]. Después volvió a preguntar la reina Cristina:

— ¿Qué es lo que guardo yo en el bolsillo de mi traje en este momento?

—Una carta.

—¿Qué número de carillas tiene escritas esa carta?

—Tres.

—¿Sabe Vd. de quién es ese escrito?

—De la augusta madre de V. M.

—¿Ve usted a mi madre?

—Sí, señora.

—¿Y está buena mi madre?

—Sí.

«S.M. entonces dio pruebas evidentes de una fuerza de voluntad superior a todo lo imaginable, sosteniendo su mirada inmóvil, sin pestañear y sin dilatación de sus pupilas, no obstante y a pesar de tener la luz de una bujía a dos centímetros de distancia de los ojos»

La reina quiso que fuese despertada en este punto la señorita Montero, y en efecto, lo fue por sugestión mental a las cuatro y veinte minutos de la tarde a una señal del doctor cuando el segundero da su reloj marcaba quince, que fue el instante designado por S. M. Siguieron algunas pruebas del sueño por sugestión y por vibración.

Durante uno de los sueños, el señor Das invitó a la hipnotizada a que se apoderase de las lentes de la reina, previo el acuerdo y el consentimiento de su Majestad, y que se las entregase a él. S.M. señaló mentalmente el número 22, el señor Das dijo a la señorita Montero que iba a contar desde el uno, el dos, el tres, etc., y que despertase inmediatamente al llegar al número designado por el pensamiento de S.M. y, en efecto, la señorita Montero despertó súbitamente al oír el número 22.

Despertó la señorita Montero risueña, pero un tanto preocupada o más bien dominada por una idea o por irresistible deseo. S.M. la reina se había colocado a cierta distancia, mostrándose indiferente o distraída, y la señorita Montero, movida por impulso inconsciente, fue a su lado, la observó unos momentos, vio que no tenía las lentes en la mano, descubrió el bolsillo del traje y cautelosamente fue colocándose al costado de la reina, y como pudiera hacerlo el más hábil tomador, introdujo su mano en el traje de S.M., se apoderó de las lentes y marchó a entregarlos recatadamente al doctor Das.

El doctor volvió a dormirla de nuevo para ordenarle que al despertar esta vez fuese a doblar la rodilla izquierda ante S.M. y a implorar su perdón por la acción irrespetuosa que había cometido, todo lo cual tuvo obediente cumplimiento.

Preguntó S. M. la reina al doctor Das si la facultad o el poder o el influjo hipnótico residía en todas las personas y como el doctor dijese a S.M. que, en efecto, residía en todo ser humano cuando había irresistible fuerza de voluntad absoluta y completa concentración del pensamiento, quiso explicar y demostrar el doctor de qué modo podía manifestarse la irresistible fuerza de voluntad para la inamovible fijeza de la mirada.

S.M. entonces dio pruebas evidentes de una fuerza de voluntad superior a todo lo imaginable, sosteniendo su mirada inmóvil, sin pestañear y sin dilatación de sus pupilas, no obstante y a pesar de tener la luz de una bujía a dos centímetros de distancia de los ojos.

El doctor Das declaró que S.M. podría hipnotizar en breves minutos a la señorita Montero, y en efecto, colocada frente a ella la dominó de tal suerte con el poder de su avasalladora mirada que la joven cayó profundamente dormida a los cuatro o cinco minutos.

Convertida S.M. entonces en exclusivo operador, ordenó por sugestión el movimiento de los brazos de la hipnotizada, primero el izquierdo, luego el derecho y, finalmente, los dos a la vez, con producción de la contractura muscular y la caída de ambos codos desplomados y a una simple señal de sus reales manos; despertándola, por último, al contar de uno a diez cuando pronunció el número que era el punto de la sugestión».