El surrealista banquete de Nochevieja de Salvador Dalí

En 1941, el pintor organizó una fiesta surrealista de Nochevieja en un lujoso hotel californiano cuyos beneficios irían destinados a los artistas europeos exiliados durante la Segunda Guerra Mundial. Sus menús eran legendarios por su opulencia y extravagancia, hasta el punto de inmortalizarlos en un libro de recetas.


La anfitriona de la fiesta recibe a sus invitados disfrazada de unicornio y reclinada sobre un lecho de terciopelo rojo. Entre los asistentes reconocemos a celebridades de la talla de Bob Hope, Alfred Hitchcock, Bing Crosby y Ginger Rogers, ataviados para la ocasión con indumentarias surrealistas que representan sus sueños. Todos ellos acuden, entre divertidos y desconcertados, al banquete de fin de año que Salvador Dalí y su esposa Gala han organizado con el fin de recaudar fondos para los artistas europeos en el exilio tras el recrudecimiento de la Segunda Guerra Mundial. Cumpliendo con su promesa, el excéntrico matrimonio español agasaja a sus comensales con Una noche surrealista en un bosque encantado. Y a la vista está cuánto se han esmerado: Gala posa ante la cámara del noticiario con un cachorro de león en los brazos al que alimenta con un biberón, mientras un grupo de monos corretean por el lujoso comedor del Hotel Del Monte en Monterey (California). De primero, lenguado servido en una pantufla de satén y como plato principal una bandeja de ranas vivas cuyos saltos siembran el caos entre la cubertería.

En 1973, Dalí inmortalizará su menú favorito en un libro titulado Les Diners de Gala, y que consta de 136 recetas repartidas en 12 capítulos temáticos, con epígrafes como “Primeros males liliputienses” (en alusión a la carne) o “Atavismo desoxirribonucleico” (refiriéndose a las verduras), y entre los que no podía faltar un apartado dedicado expresamente a los afrodisíacos. «Nos gustaría dejar claro que, a partir de las primeras recetas —nos advierten desde el prólogo— sus preceptos e ilustraciones se dedican únicamente a los placeres del gusto. No busquen productos dietéticos. Aquí tenemos la intención de hacer caso omiso de esos gráficos y tablas en las que la química ocupa el lugar de la gastronomía. Si usted es un discípulo de los contadores de calorías que cumplen los placeres de comer en una forma de castigo, cierre este libro de una vez, es demasiado vivo, demasiado agresivo, y demasiado impertinente para usted». Entre sus páginas encontraremos arbustos de mariscos a las hierbas vikingas que maridan a la perfección con las cortesanas protagonistas de Las meninas de Velázquez; chuleteros gigantescos al punto de fuga y metafóricos faisanes aliñados con pintura flamenca.

La comida siempre ocupó un lugar destacado en la producción artística de Dalí, aunque no siempre asumiera las formas más apetecibles

En cuanto a sus preferencias culinarias, el genio de Cadaqués declara abiertamente su odio hacia «esa verdura detestable y degradante llamada espinaca» porque no tiene forma. «Sólo me gusta comer lo que tiene una forma clara e inteligible —añade— Lo opuesto a las espinacas informes es la armadura. Me encanta comer corazas y cotas de malla y, por lo tanto, me encanta el marisco... Un alimento al que sólo una batalla para pelarlo lo hace vulnerable a la conquista de nuestro paladar». Desde su famoso Teléfono langosta (1936) hasta su Autorretrato blando con bacón frito (1941) y pasando por Retrato de Gala llevando dos costillas en equilibrio sobre su hombro (1934), la comida siempre ocupó un lugar destacado en la producción artística de Dalí, aunque no siempre asumiera las formas más apetecibles. Para algunos críticos e historiadores, la performance gastronómica de aquella Nochevieja de 1941 constataba el rumbo que tomaría su carrera posterior, progresivamente desviada del surrealismo y que desembocaría en su rendición ante la estética kitsch y la autopromoción más lucrativa, llegando a vincular su imagen con marcas comerciales como, por ejemplo, las tabletas de chocolate Lanvin. A fin de cuentas, a nadie le amarga un dulce. Y más aún teniendo en cuenta que la delirante y ostentosa puesta en escena de aquel acto benéfico resultó un enorme fiasco en términos económicos.

Su afán provocador le llevó a declarar que «los órganos más filosóficos que posee el hombre son sus mandíbulas» porque «es en el momento supremo de llegar a la médula de cualquier cosa cuando se descubre el sabor mismo de la verdad». Un simple aperitivo de caracoles provocaba en él una arrebato casi freudiano: «¡El cerebro también tiene forma de espiral para ser extraído con una aguja!». Del mismo modo, un par de huevos fritos le recordaban a los ojos, la fuente de los placeres más entusiastas de la vida, equiparables a los senos y los testículos, y el sabor del tuétano se le antojaba «espermatozoico». También le gustaban las habas, ese «vegetal extraordinario que tanto se parece a un prepucio».

En su receta de “Alondras al vapor y hervidas”, Dalí sugiere al cocinero que deje «hervir alegremente» la olla rebosante de corazones de alcachofa, huesos de tuétano y pájaros cantores. Para elaborar su tostada de aguacate favorita, añade sesos de cordero, almendras picadas y generosos chorretones de tequila, todo ello sobre pan de centeno. Y en otros casos, ni tan siquiera se molesta en incluir una lista de ingredientes, señalando que «después de darnos esta receta, el chef decidió que quería mantenerlos en secreto. Presentamos la receta de todos modos para el disfrute su lectura». Y que sean los propios lectores quienes la adivinen por sí mismos.