La verdadera historia de la Reina del Petaco

Pamela Marchant, más conocida como Arfur, fue la quinceañera adicta al pinball que inspiró la ópera rock Tommy a Pete Thowsend y acabó protagonizando una novela (y casi un romance) con Nik Cohn, el autor de Auambabuluba Balambambú. La Edad de Oro del Rock And Roll.


En otoño de 1974, la maquinaria publicitaria de la adaptación cinematográfica de Tommy, dirigida por Ken Russell, funcionaba a pleno rendimiento. Para atraer las miradas de quienes no estaban familiarizados con el álbum doble de The Who, tanto el cineasta como los músicos cortejaron a los medios de comunicación. Desde la portada de Radio Times, el líder de la banda, Pete Townshend, desafiaba a los lectores a una partida de pinball. Y en las páginas centrales era entrevistado junto al vocalista Roger Daltrey, el ilustrador Mike McInnerney y el periodista Nik Cohn, para quien el compositor de Pinball Wizard no escatimaba elogios: «Me encantan las ideas de Nik, siempre resultan inspiradoras». Al menos lo suficiente como para dedicarle una canción.

«En aquella época solía jugar al pinball todas las noches —recordaría Cohn décadas más tarde— Era la mayor pasión de mi vida. Iba a los recreativos de Charing Cross Road y jugaba hasta que cerraban». A menudo lo hacía en compañía de Townshend y Kit Lambert, propietario del sello discográfico Track Records. Pero, ¿por qué precisamente al pinball?, se preguntaba el reportero del Radio Times. ¿Qué lo hacía tan fascinante como para descartar el futbolín o el billar? «Existen pocos juegos que pongan a prueba tu destreza sin depender por completo de tus ojos —razonaba Townshend— Ayuda ver y oír, pero puedes obtener puntuaciones increíbles simplemente dejando que la bola haga lo que quiera hacer. No podía imaginarme a Tommy jugando a las damas o al ajedrez». Para su amigo Cohn, el sonido de aquellas máquinas remitía inequívocamente al POP con mayúsculas: «Lo abrazabas apasionadamente o lo odiabas para siempre; era algo adictivo, novedoso y deslumbrante. También bastante ridículo: un culto, una obsesión y al mismo tiempo, un completo cachondeo».

Desde los surcos del vinilo, la voz de Daltrey describe la escena a la perfección: «De pie como una estatua, se vuelve parte de la máquina, sintiendo cada rebote, jugando siempre limpio. Juega por instinto y los marcadores se derrumban». El propio Nik Cohn fue testigo del talento de una muchacha de tan solo 14 años, capaz de vencer a un rocker de Tottenham con peor vocabulario que una letrina. Por más que el tipo gritara y maldijera a su alrededor, la joven permanecía impávida, sumando puntos al marcador. «No tiene distracciones —continúa la canción— no escucha los timbres, ni las campanas. No observa luces parpadeando, juega por el olfato. Siempre obtiene una repetición. Nunca lo vi fallar. ¡Ese chico sordo, ciego y mudo es un maestro del pinball!». Hasta donde Cohn puede pronunciarse, la pequeña Arfur sirvió de inspiración para Tommy en más de un sentido. Y contrariamente a lo que Townshend declaró en la entrevista, el escritor siempre ha negado tener nada que ver con su creación. Ni siquiera escuchó el álbum hasta que estuvo terminado, y la incorporación de un tema titulado Pinball Wizard formaba parte de una broma privada entre los dos, con la que Townshend pretendía asegurarse una reseña elogiosa en el New York Times.

«Esto es una tontería. Soy una “pinball wizard”, ¿qué más necesito?»

Fuera como fuese, Cohn calificó el álbum como «el trabajo más importante de la historia del rock», destacando el protagonismo de «la máquina de pinball como elemento simbólico». La alusión al petaco resultaba especialmente significativa. Al fin y al cabo, desde que Lambert y su socio Chris Stamp le presentaron a Townshend, su amistad se había forjado en las salas de juegos de Old Compton Street, al lado de las oficinas de la discográfica. Por aquel entonces trabajaba en su nueva novela y «un día, Nik se trajo a Arfur, la chica que sirvió de inspiración para su novela, para que me conociera —recuerda Townshend en sus memorias— Era bajita, con el pelo corto y oscuro, bonita pero algo bravucona, y siempre vestía una chaqueta vaquera ajustada. Jugamos al pinball de manera furiosa y competitiva, y me pegó una buena paliza. Al acabar las partidas, Nik y yo solíamos ir a almorzar a un bar de ostras que se llamaba Wheeler. Nuestro menú era muy pop en aquella época: pinball, ostras y vino de la casa». Según Townshend, entre copa y bola extra, Cohn y élcomentaban los detalles de la ópera rock y a menudo la discusión se prolongaba en el propio estudio de grabación: «A Nik le parecía que el material era bastante bueno, pero le preocupaba que la historia resultara demasiado amarga y carente de humor». Así nació Pinball Wizard, como un intento de aportar algo de ligereza entre tanta fanfarria.

La novela de Cohn, Arfur: Teenage Pinball Queen, se publicó en marzo de 1970, diez meses después del lanzamiento del disco, y obtuvo una tibia acogida. El crítico literario del Sunday Times la definió como «una pequeña y alegre pieza de ficción nostálgica, repleta de jerga juvenil, detalles de serie B y puro buen humor». Sin embargo, para Financial Times resultaba demasiado pintoresca y colorista; un ejercicio de estilo casi psicodélico cuyo mensaje se antojaba demasiado ambiguo y pesimista. Porque, «¿qué clase de futuro le espera a Arfur, una vez consumida su pasión con apenas 16 años?». Por sorprendente que parezca, Jonathan Grenn, del fanzine Friends, fue el único que estableció una conexión directa con la obra maestra de The Who, describiendo a la protagonista del libro como «un Tommy travestido». La mayoría de las reseñas pasaron por alto los evidentes paralelismos, jugando en contra de la promoción de una novela que desapareció rápidamente de las librerías, teniendo que conformarse con una discreta edición de bolsillo publicada un par de años más tarde.

«Era bajita, con el pelo corto y oscuro, bonita pero algo bravucona, y siempre vestía una chaqueta vaquera ajustada. Jugamos al pinball de manera furiosa y competitiva, y me pegó una buena paliza»

Independientemente de la tibia acogida de público y crítica, las lectoras del semanario para adolescentes Queen conocieron el rostro de la verdadera heroína en octubre de 1968, ocho meses antes del lanzamiento del álbum. Presentada en portada como «una auténtica celebridad del pinball», Arfur ocupó un espacio reservado hasta entonces a futuras estrellas de cine o modelos de cierto renombre. Entonces, ¿quién era aquella desconocida que posaba con aire desenfadado, sentada en el suelo y con las piernas cruzadas, luciendo sombrero de fieltro, pantalones negros y zapatos con cordones, una blusa de punto a rayas azules y amarillas y tirantes rojos? Aunque lacónico, el titular no podía ser más elocuente: «Soy Arfur». En las páginas interiores, la joven resumía de manera sucinta su filosofía de vida: «Vive limpio. Piensa limpio. Juega limpio».

La icónica fotografía de Ray Rathborne ilustraría un par de años más tarde la cubierta de la novela de Cohn, reservando espacio en la contraportada para una instantánea de la musa jugando al pinball con el autor, ataviado con gafas de sol y una chaqueta de motociclista de cuero. Previamente, el Evening Standard de Londres se había referido a Cohn como un «escritor, rockero y estafador», famoso por su excelente olfato para la promoción. Además de sentar las bases de una nueva crítica musical en 1969 con Auambabuluba Balambambú. La Edad de Oro del Rock And Roll, su novela anterior, Sigo siendo el mejor, dice Johnny Angelo (1967), influyó a David Bowie a la hora de crear a Ziggy Stardust; y su artículo Tribal Rites of the New Saturday Night se acabaría transformando en Fiebre del Sábado Noche (1976).

Es por eso que la aparente superposición de Arfur con Tommy sugiere que ambos habitan en el mismo universo de fantasía. La principal diferencia entre los dos magos del pinball estriba en que Arfur se convertiría en un icono adolescente que desbordaba carisma y estilo, mientras que Tommy funcionaba en un plano más metafórico y espiritual; una leyenda de rasgos casi mesiánicos, cuya sombra acabaría eclipsando a sus propios creadores. En Radio Times, Cohn recordaba el tiempo que pasó de gira con The Who por los Estados Unidos, donde Tommy se había «convertido en una religión a gran escala». En comparación, Arfur se aproximaba a una Alicia en el país de las maravillas de la era del pop. De hecho, la novela arranca con la protagonista precipitándose a través del espejo de un parque de atracciones y quedando atrapada en un mundo de bares mugrientos, fumaderos de opio, burdeles y salones de juego, poblado por personajes extraídos de la historia literaria que incluyen al Drácula de Bram Stoker, al Dr. Sax de Jack Kerouac o la mismísima Alicia de Lewis Carroll.

A mitad de la novela, nuestra protagonista descubre el pinball y experimenta una auténtica epifanía, descrita en primera persona por el autor: «El pinball ofrece sensaciones puras: luce perfecto, suena perfecto y se siente perfecto, tiene luces que parpadean y rebotadores que zumban y números que se despliegan sin cesar; es a la vez velocidad y quietud, agitación y calma, cualquier cosa que el jugador pueda imaginar. Existe una conexión secreta entre el jugador y la máquina, hasta que llega un momento en que el jugador no puede fallar, cuando es uno con la máquina y se entienden mutuamente». En el pinball reside el encanto del rock 'n' roll: un mundo de extremos aerodinámicos, neones y acabado cromado, donde el reto consiste en convertirse en el estilista completo, dominar el movimiento, canalizar el ruido y la luz para transformar al macarra callejero en el dandy más sofisticado.

«Nunca juego contra la mesa de pinball, sino contra mi oponente Esa alianza entre ambas es como una fuerza vital. Ella no piensa, simplemente es. Y eso nos hace a las dos invulnerables».

Si Tommy era una idea, una manifestación física de un mundo espiritual, Arfur era un personaje ficticio que Cohn y Townshend convirtieron en una persona real. Las fotografías de Queen certificaban que Arfur existía, pero ¿y si se trataba de una actriz? ¿Qué papel jugó realmente Cohn en toda esta historia? ¿Era ella su musa o una mera invención, como Eddie Malchance y Tony Manero? En febrero de 1969, Cohn presentó a su protegida a las lectoras estadounidenses en un artículo de tres páginas publicado en la revista Eve, acompañado de nuevas fotografías de la misma chica que había aparecido en la portada de Queen tres meses antes. «La campeona mundial de pinball» tenía 15 años, mide metro y medio y pesa 43 kilos.

Una vez más, al micrófono, Roger Daltrey: «De Soho hasta Brighton, debo de haber jugado en todas. Pero no he visto a nadie como él en ninguna sala de juegos. Ese chico ciego, mudo y sordo es un maestro del pinball». Cohn aseguraba que la había conocido a Arfur jugando en el Golden Goose del Soho, donde le contó su lacrimógena historia: nacida en Montreal y huérfana desde los seis años, deambuló por el mundo como un alma perdida hasta que se enamoró del pinball a los doce años, y abandonó la escuela para mudarse a vivir a unos salones recreativos. Cuando su tía se personó en el establecimiento para llevársela a casa, Arfur huyó a Nueva York, donde se labró una reputación como buscavidas profesional. Tras desplumar a media ciudad, voló a Europa y recaló en Londres, donde su leyenda creció. Al poco tiempo, conoció a los hermanos Stamp, Terence (el actor) y Chris, y al socio de este último, Kit Lambert, «se enamoraron perdidamente de ella» y le ofrecieron un contrato para su sello discográfico. Cohn se convirtió en su manager, Arthur Brown dirigió su club de fans y Bill Wyman le compuso «una canción demasiado comercial», a juicio de Cohn. La muchacha les pegó plantón en el estudio al considerar que «esto es una tontería. Soy una pinball wizard, ¿qué más necesito?».

«Cada lanzamiento —sostiene Arfur— tiene un propósito. Basta con dejarse llevar y sentir hacia dónde te llevará la bola». Un mes más tarde, aparecía en la revista Windsor Star Weekend de Canadá: la misma chica con sombrero Fedora y tirantes, reveló al periódico su verdadera identidad: se llamaba Pamela Marchant, y era la niña mimada de un matrimonio acomodado de Westmount (Montreal). Su infancia discurrió sin mayores altibajos, como la de cualquier chica de clase media, aunque con su imaginación siempre fue demasiado desbordante. Su introducción en la sociedad londinense se produjo cuando visitó Inglaterra para quedarse con su hermana mayor, a través de ella conoció a Terence Stamp «y a un escritor que quería que asumiera el papel de un personaje que había inventado».

En la actualidad ha sido imposible seguirle el rastro. Los rumores apuntan que regresó a Montreal en 1974, donde interpretó un papel secundario en una película independiente, antes de volver a mudarse a Nueva York, donde algunos sugieren que contrajo matrimonio con Nik Cohn. Otros la sitúan en un convento de Santa Mónica, alejada del mundanal ruido y de la perniciosa influencia del rock and roll y del petaco. En cualquier caso, tal y como apareció en nuestras vidas, Arfur regresó a su propio universo, a la espera de que el mundo del espectáculo le ofrezca una bola extra para volver escalar hasta lo más alto del ranking. «Nunca juego contra la mesa de pinball, sino contra mi oponente —reconoció en su última entrevista— Esa alianza entre ambas es como una fuerza vital. Ella no piensa, simplemente es. Y eso nos hace a las dos invulnerables».

Pamela Marchant en Montreal Main (Frank Vitale, 1974)