Universos resistentes: Una entrevista con Atomizador

Agente Provocador entrevistó a Atomizador, el principal proyecto musical de Jose, además de los extremos Extinción de los Insectos. Una entrevista con uno de nuestros artistas favoritos, alguien que ha creado su propio universo como resistencia vital: «Para mí el arte es lo mejor que hay en el alma humana», confiesa

Texto: Servando Rocha

Fotografías: Samuel M. Delgado

«El poeta crea por analogía», afirma Octavio Paz en El arco y la lira, intentando explicar lo inexplicable, ese extraño lugar del que provienen las palabras que van y vienen, al principio inaprensibles, para luego ser rescatadas y apropiadas. Pero lo que explica es más que eso: «Su modelo es el ritmo que mueve a todo idioma», añade, advirtiendo que existe un método que es pura magia y donde las palabras llegan y se van sin que hayan sido llamadas por nadie. Surgen de una fuente secreta. En ese lugar la música parece encontrarse con la poesía y es el mismo arte el que intenta hacerlo coherente, justificarse a sí mismo. El ritmo lo empuja hacia adelante. Escuchar o ver en directo a Atomizador, el nombre bajo el que se conoce a Jose, un artista único y emocionante que ha creado su propio universo y donde, al tiempo que presenciamos algo casi fuera de marco en la estructura del pop (una guitarra española que se intercala con un ukelele, voz con efectos y sin letras), nos recuerda a ese mismo lenguaje secreto: «El arte tiene algo de inexplicable y por eso me gusta confiesa desde su apartamento madrileño mientras suena Jandek, un músico fantasmal y de culto, casi una aparición que él reivindica con emoción al tiempo que me señala una pila de discos y una fotografía suya imposible de ubicar—. A veces el punk actúa como una cárcel mental, y el arte te libera». Las palabras, una vez más, saliendo al paso: «A veces pienso que las palabras, lejos de ayudar a liberar, entorpecen. Uso poco la narración y prefiero la abstracción. En mis ilustraciones o en mis canciones no incluyo nada textual o verbal, y la razón es porque a ese nivel siento que no tengo nada que decir. Lo que quiero contar es ese dibujo o esa canción en sí misma». Él les da su particular ritmo a sus canciones y creaciones, ya sea en temas musicales casi desnudos o en ilustraciones de complejos escenarios y personajes extraños venidos de las profundidades de una mente versátil y con su parte oscura

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En realidad, no sé por dónde comenzar. Demasiadas cosas: discos, toneladas de ellos, y cómics y libros de novela gráfica en casi cualquier lugar de la casa (en paredes y puertas, incluso en su baño): «Ya no tengo espacio en casa», confiesa un poco angustiado, mientras ordena unos discos amontonados en el suelo. Las ilustraciones y pósters en las paredes comparten espacio con músicas resistentes (jazz, punk, música experimental, pop...) y un desfile de músicos minoritarios que funcionan como piezas de un puzle mayor, todos ellos mapas que ayudan a que el visitante entienda su particular universo, o lo intente. Miro por una ventana del salón y veo los tejados de la ciudad y el bullicio que se cuela en esta frecuentada zona de terrazas. Es el último piso y, antes de entrar y lo mismo sucederá cuando me marche, parece que estoy en una especie de atalaya, un puesto de observación desde el que compone y pinta en medio del salón, disfrutando de estos últimos días antes de reanudar el trabajo (el otro trabajo: José es profesor de música. Más de una vez nos hemos cruzado muy temprano, aún amaneciendo y con la ciudad perezosa, y hemos hablado con una sonrisa, la guitarra al hombro y cómics y libros en una bolsa).

Sigo sin saber cómo comenzar esta entrevista, pero me doy cuenta que ya está sucediendo. La grabadora está en marcha. Observo una fotografía. Una banda en la que él canta (el rostro con una expresión casi de asfixia, los ojos bien abiertos, la mano derecha sobre la guitarra), junto a tres músicos que tocan muy juntos. Esa banda fue A Room With a View, formados en 1997 en medio de una escena hardcore que reclamaba su lugar en el mundo y donde casi cada semana surgían sellos y fanzines. Intercambiaban casetes y quedaban en los puestos de Tirso de Molina (uno de sus miembros, David Fernández, montó su propio sello Heart in Hand, con el que llegué a cartearme). Lo primero que supe de ellos fue gracias a un recopilatorio, Volume 1, que sirvió para descubrirnos a un puñado de bandas con poco o quizás mucho en común, pero que tenían todo el sentido de un hallazgo. Las bandas eran E-150, Manifesto, ODG, Unabomber y los propios A Room With a View.

Ahora Atomizador, en solitario o junto a Miguel —gran cineasta y alma afín— en Extinción de los Insectos, disputa escenario junto a bandas punks o artistas experimentales. Lo hace con la autoridad natural de ser uno de los músicos más interesantes de las dos últimas décadas, pero también se le escapa, sin que pueda evitarlo, su persistente timidez. Se sienta y acomoda, rígido y con cierta tensión que hace del concierto algo que para el músico es crucial, y que contagia al resto. En sus conciertos habla poco, o casi nada, pero siempre se deshace en agradecimientos y elogios a muchos de sus amigos, a sus héroes y heroínas personales, los amigos del activísimo Liceo Mutante, toda esa comunidad alrededor del fanzine Mierda de Barcelona, Pablo Prisma (uno de sus mejores amigos y con quien compartió banda en Ensaladilla Rusa), el sello Alehop o Sudor. Y conecta su guitarra. A veces, en muy pocas ocasiones, el público reacciona con hostilidad ante esa música cósmica, pero casi siempre se sacude inicialmente extrañado, sobre todo cuando toma algo minúsculo en sus manos, el ukelele que tan bien domina, porque luego llega el inevitable asombro cuando desfilan canciones redondas que ya son casi himnos. Atomizador ha logrado que haya quien baile lo supuestamente imposible de bailar y que cante canciones sin letras, a veces aullidos, otras susurros amplificados.

Definitivamente, esto pertenece a otro mundo. Todos los discursos sobre la lejanía o cercanía de la obra de arte y resulta que Atomizador, en canciones que duran menos de dos minutos, lo logra él solo, sin que uno casi se dé cuenta. La lejanía en las maneras y las composiciones, pero al mismo tiempo la cercanía de todo eso que es genuinamente pop y reconocible en sus canciones, tradición y vanguardia: The Beach Boys, Syd Barret, Mekons.

Pero el tiempo ha ido sumando años y, de pronto, han pasado más de dos décadas: «El espíritu era el mismo. Aunque con A Room With a View la música no era punk o hardcore, el espíritu era el mismo. Siempre estuvieron ahí esas ideas de la contracultura. Teníamos muchas ganas de experimentar. Conrado y «el Pelos», guitarra y batería, venían de Down for the Count y del ambiente del Centro Social Okupado Minuesa. Yo venía de otro mundo. Fue una época muy guay. Cuando los conocí, para mí fue un descubrimiento, algo fascinante. Los discos que escuchaba, bandas como Black Flag y tantas otras, de pronto te dabas cuenta de que eso existía en tu ciudad, que esa contracultura estaba viva. Tenía 18 años, solía estar en casa escuchando todos esos discos, y en nada ya estaba en Tirso de Molina, donde los acompañaba a montar el puesto y quedaba con mucha gente para cambiar casetes. Lo que más me molaba es que dentro de aquella escena había gente escuchando cosas rarísimas y muy extrañas para aquellos tiempos, como jazz o música electrónica. Estábamos deseando escuchar cosas nuevas y metíamos todo eso en nuestra música».

Mientras lo escucho me viene un recuerdo. Hace aproximadamente quince años, cuando vi por primera vez a A Room With a View, me sorprendió la imagen de su cantante y guitarrista. Delgado y con el rostro vivaz, tocando prodigiosamente bien, con una camiseta hecha a mano de una banda punk y con un telón de fondo, una música que se concentraba en lo sutil y la melodía, pop desacostumbrado a serlo. La banda era un islote raro, es cierto, pero el cantante parecía habitar él solo un viejo castillo. Era él. Ahora, años más tarde, sigue siéndolo. El castillo sigue ahí: «Tocábamos canciones muy lentas y que casi no tenían distorsión. Explorábamos la lentitud. Tuvimos que tocar en conciertos donde a veces había hostilidad, sentíamos ese rechazo por la música que hacíamos, pero era lo que nos gustaba y lo que queríamos expresar. Y lo hacíamos».

«Todo lo que veíamos que hacía gente como Fugazi o The Ex resultaban experiencias que demostraban que se podía hacer todo eso. Ese tipo de inspiración te cambia la vida»

Siento que hay palabras que se repiten en esta entrevista en forma de diálogo y que no sé adónde se dirige. Jandek, al que no conocía en absoluto, sigue sonando, contagiando el ambiente. Una voz flotando por la habitación acompañada de acordes asonantes, un tipo grabando con un trasto en una habitación inmensa y vacía. Cambios, contraculturas, resistencias, universos. Palabras para un músico que carece de letras: «La música ha cambiado con respecto a lo que hago ahora, pero las ideas siguen siendo las mismas, que son las de resistir contra la mierda imperante y saber que se pueden hacer cosas al margen y, además, sobrevivir haciéndolas. Todo lo que veíamos que hacía gente como Fugazi o The Ex resultaban experiencias que demostraban que se podía hacer todo eso. Ese tipo de inspiración te cambia la vida —habla con intensidad, citando nombres de grupos que para él son como talismanes—. El recuerdo que tengo es que la cabeza te explotaba cada día y de conocer continuamente cosas nuevas. Había mucha política ahí, pero creo que se tenían las cosas bastante claras, nada dogmáticas, al menos como yo lo veía. Estábamos muy hartos de cierto dogmatismo en el punk y, aunque A Room With a View no hacíamos punk, sentíamos que pertenecíamos a ese mundo».

Veinte años después, o veinte años antes. El círculo vuelve a su punto de partida y sigue de largo. Una parte vital de esta historia se cuenta junto a Aina, la célebre y brillante banda de Barcelona que tendió un puente entre nuestro país, Washignton D. C. y bandas como Bluetip, Megacity Four o Fugazi. Aina, junto a A Room With a View, impugnaba la estupidez de las por entonces enconadas rivalidades musicales entre Madrid y Barcelona y que algunos, una pequeña minoría, quiso tomarse en serio: «Éramos muy amigos. Aina crearon una red que aún sigue existiendo. Para nosotros fueron una referencia.  Ahora toco con Miguel en Extinción de los Insectos y tengo un espacio muy pequeño, es decir, solamente toco con él. Cuando empecé Ensaladilla Rusa fue como crear nuestro propio universo de dibujo, arte, música. Afeite al perro era el sello con el que sacábamos todo, y que luego continué yo. Todos creábamos nuestros propios universos. Esa es la gente que me atrae, todas esas personas como el dibujante Nicolás o Pablo Prisma en Llamas. Son amigos que han construido una realidad que para mí es lejana pero al mismo tiempo muy cercana, artistas vinculados al art brut cuyo arte ha nacido de una obsesión, casi de una enfermedad, por decirlo de alguna forma. Esa es la gente que más me interesa».

«El arte es para mí resistencia, escapismo y, al mismo tiempo, tiene un compromiso político en todo lo que haces, algo no explícito pero que está ahí. Es una forma de estar en el mundo»

Jandek sigue sonando y, al día siguiente, movido por esa obsesión contagiosa de Atomizador, leo sobre él: «Jandek es un músico de Houston. Desde 1978 ha publicado más de setenta discos». Sobrecoge. Música áspera presentada en cubiertas igualmente ásperas y presididas por una intimidad que habla de algo que en la entrevista se está convirtiendo en un hogar, en la palabra a la que acudir: universos. Eso mismo. Contemplo la fotografía de uno de sus discos,  lo que parece ser el salón de la casa de ese músico espectral, y lo que veo me remite a una soledad que es al mismo tiempo el deseo de sentirse acompañado. Este es un arte y unos artistas que se sienten afines, como una comunidad que respira de una forma similar. Por eso vuelvo al principio, a las frases de Octavio Paz: «El poeta crea por analogía», y pienso: como Atomizador, que conoce bien y explora diariamente la fuente secreta. «En todo lo que hago intento no alimentar mi aislamiento. El arte es para mí resistencia, escapismo y, al mismo tiempo, tiene un compromiso político en todo lo que haces, algo no explícito pero que está ahí. Es una forma de estar en el mundo. Eso es algo social. Escuchas algo y es como el tesoro de esa persona. Para mí el arte es lo mejor que hay en el alma humana».