La colección de «taxidermia poco ortodoxa» del Dr. Seuss

el dr. seuss posa en su despacho en La Jolla (California), en 1957. (Foto: Gene Lester/Getty Images)

Mucho antes de convertirse en uno de los autores de literatura infantil más famosos del mundo, Ted Geisel comenzó a crear criaturas fantásticas, no solo usando papel y lápiz, sino también restos de animales reales.


Cuando el pequeño Gerald McGrew visitó por primera vez un zoológico, se sintió profundamente decepcionado. Los animales no le parecieron «lo suficientemente buenos» y expresó su intención de buscar otros nuevos, los más extraños y exóticos que su imaginación se atreviera a concebir. Pero la alucinante fauna que desfila por las páginas de Si yo dirigiera el zoológico (1950) brotó de la mente y de la pluma de su verdadero protagonista, Theodor Seuss Geisel. Sin duda se trataba de su obra más autobiográfica: su padre trabajaba como encargado del antiguo zoológico de Springfield (Massachusetts) y el pequeño Ted solía pasarse las tardes reproduciendo en su cuaderno a las fieras. En cuanto se hizo adulto y viajó a Nueva York para iniciar una fulgurante carrera como escritor y caricaturista, su padre continuó enviándole por correo picos, cuernos y astas procedentes de los animales que iban muriendo en el parque por causas naturales. Y del mismo modo que los taxidermistas de antaño perfeccionaron su técnica con el propósito de exhibir especies salvajes y exóticas de los rincones más remotos del mundo, para educar y concienciar acerca de su preservación, el Dr. Seuss aspiraba a convertirse en «la mayor autoridad mundial en animales inauditos» para la revista Look en 1938. Le daría nueva vida a cada parte de animal que su padre le enviaba, creando criaturas encantadoras de un mundo de fantasía. 

Le daría nueva vida a cada parte de animal que su padre le enviaba, creando criaturas encantadoras de un mundo de fantasía. 

El autor de El gato ensombrerado y Cómo el Grinch robó la Navidad utilizó dientes de león y orejas de conejo para dar vida a gamusinos, arenques de fuego y morsas carbónicas. Incorporando elementos de animales auténticos sobre armazones de madera cubiertos de papel maché y arcilla pintados a mano, cada escultura pretende otorgar visos de realidad a sus sueños. Según certificaba su primera esposa en una entrevista para el Saturday Evening Post en 1957, Geisel «nunca aprendió a dibujar”. Ignoraba deliberadamente la anatomía realista y las normas artísticas tradicionales, lo que le permitía expresar una creatividad fuera de lo convencional. “Pone las articulaciones donde cree que deben estar. Los codos y las rodillas siempre le han costado especialmente. Horton es el mejor elefante que puede dibujar, pero si se parase a pensar cómo funcionan sus rodillas, no podría ni mantenerse en pie».

Las esculturas le acompañaron durante décadas e incluso las utilizó para presentar su primer libro para niños, Y pensar que lo vi en Mulberry Street (1937). Estuvieron expuestas en una librería de Nueva York durante semanas y atrajeron tanto la atención que Geisel decidió venderlas poniendo un anuncio en Judge Magazine, la publicación donde trabajaba como caricaturista, anunciándolas como «trofeos raros y sorprendentes para las paredes de su sala de juegos, guardería o bar». En 1997, seis años después de la muerte de Theodore, su segunda mujer, Audrey Stone, decidió dar a conocer el peculiar catálogo de esculturas respetando las últimas voluntades de su esposo. Dado que las piezas originales presentaban desperfectos, recientemente se han elaborado nuevas réplicas en resina para coleccionistas.