Piernas crecientes, faldas menguantes y rodillas pintadas

Durante los locos años 20, la moda y el maquillaje reflejaron el verdadero espíritu de una década marcada por las hijas del jazz, las llamadas ‘flappers’, que lideraron el primer paso en la liberación sexual femenina.


Cuando Velma Kelly sube por primera vez al escenario en el musical Chicago, luciendo su elegante corte de pelo bob y vestida de cabaretera, nos invita a “pintar la ciudad”. «Conozco un lugar genial donde la ginebra está fría y el piano caliente. Voy a colorear mis rodillas y mis medias se caerán». Toda una declaración de principios para las flappers que dejaron sus rodillas por primera vez al descubierto y se entregaron a una vida llena de nuevas emociones. Manejaron autos con desenvoltura fumaron en público y conversaron sobre temas antes prohibidos. Abandonaron los flecos de seda, se deshicieron de la molesta lencería, los aparatosos sombreros y el vestido de talle largo, que al comienzo de la guerra se impuso entubado en los tobillos y que casi no les permitía caminar. También se bajaron el escote, subieron la falda y borraron la cintura de avispa para poder bailar hasta el amanecer.

En realidad, Velma canta para aquellas jóvenes que renunciaron a las ligas y se arremangaron las medias en una época en la que las telas seguían siendo demasiado largas para mostrar la parte superior de las piernas. Gracias a la popularidad del charlestón y el fox-trot, consiguieron atraer la atención del mundo entero sobre aquel ilícito destello de piel, empezando por las propias empresas de cosméticos que incluso crearon un colorete especial para las rodillas. De color rojo o a veces naranja, el colorete que se aplicaba en círculos sobre las mejillas sirvió también para decorar la parte baja del muslo.

Aquellas jóvenes renunciaron a las ligas y se arremangaron las medias en una época en la que las telas seguían siendo demasiado largas para mostrar la parte superior de las piernas

Hasta entonces, el maquillaje se había asociado históricamente con la promiscuidad, pero las primeras polveras compactas lo convirtieron en algo transportable, socialmente aceptable y fácil de aplicar. Naturalmente, aquella moda tan “escandalosa y pintoresca” provenía de los bajos fondos de Francia, donde era habitual profanarse la piel con tatuajes o adornar las extremidades con efímeras pinturas al óleo y acuarelas. Los diseños iban desde paisajes increíblemente detallados hasta simples flores y mariposas. En algunos casos, bastaba con pintarse las iniciales del pretendiente; en otros, un retrato del prometido como si fuera la imagen de un relicario.

«Conozco un lugar genial donde la ginebra está fría y el piano caliente. Voy a colorear mis rodillas y mis medias se caerán»

Circulan anécdotas curiosas en la prensa de la época, como la de un ama de casa que se pintó a sus dos perros, a los que su marido odiaba, y éste se desquitó decorando sus propias rodillas con retratos de las dos mujeres más atractivas del pueblo. Más admirable resulta el gesto de Mary Bell, una joven de 17 años de Omaha (Nebraska), a la hora de pronunciarse contra las leyes creacionistas del estado de Tenneessee. El 5 de mayo de 1925, John Scopes, un profesor de educación física de escuela secundaria, fue acusado de enseñar a sus alumnos la evolución de Charles Darwin, «negando la historia de la Divina Creación del hombre tal como se encuentra explicada en la Biblia, y reemplazándola por la enseñanza de que el hombre desciende de un orden de animales inferiores». Al fin de semana siguiente, Mary Bell acudió a un baile benéfico con una ilustración del abogado defensor Clarence Darrow en la rodilla derecha y la caricatura de un mono en la izquierda. Su look causó sensación, le cotó un par de bofetadas y una fotógrafo la inmortalizó para la sección de “Ecos de Sociedad” en el periódico de la tarde.

La moda resurgió con fuerza en los años 60, aunque con un sabor ligeramente diferente. Los maquilladores empezaban por fin a ser considerados artistas "de verdad", al mismo nivel que los pintores tradicionales, y a finales de febrero de 1965, William Loew, director creativo de la popular empresa de cosméticos Charles de Ritz, pintó por primera vez un par de ojos en las rodillas de una modelo para una fiesta. Calificado como «lo último en belleza pop-art», Loew declaró que supondría «un paso adelante para que la mujer se libere de depender únicamente de su aspecto para triunfar». La tendencia se popularizó aun más al año siguiente, a pesar de que el propio Loew afirmó que ya estaba pasada de moda. En verano de 1966, las grandes marcas de maquillaje comercializaron kits de maquillaje para piernas y las rodillas, y Estée Lauder ofreció otro de calcomanías y mouches (lunares falsos).

La fiebre se extendió rápidamente por los institutos y las universidades, donde las alumnas más creativas sustituyeron los pinceles por lápices de cejas, pintalabios y rotuladores mágicos, mucho más económicos y accesibles. A diferencia de las flappers, utilizaban el arte para ocultar sus inseguridades y desviar la atención de sus rodillas por considerarlas poco atractivas. Desprovisto de su significado original, el fenómeno fue remitiendo poco a poco. Veremos si para siempre. «Pelo con gel y zapatos de tacón —canta Velma— ¡Y todo es Jazz!».