Rámper, el payaso que construyó el Hotel Palace

Después de una infancia y juventud marcadas por la pobreza y la muerte de su hermano, Rámper se convirtió en el payaso más famoso de España. Grabó discos, lanzó productos con su nombre, rodó películas… y murió arruinado.

Durante los años 20 y 30 del siglo XX, Rámper no fue «un payaso» sino «el payaso». Admirado por los adultos y querido por los niños, el artista llenaba teatros en toda la geografía española haciendo dos y tres funciones diarias, hasta el punto de que ese exceso de trabajo también se convirtió en un motivo para sus chistes. Por ejemplo, aquel en el que preguntaba al público «¿Saben en que se parece Rámper a los pájaros?». Transcurridos unos instantes, el cómico resolvía el misterio: «En que los pájaros tienen alas y Rámper, funciones a las 4, a las 6 y a las 8».

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Su éxito era tal, que llegó a hacer giras por Latinoamérica, grabó discos en los que registró sus monólogos cómicos, rodó películas y lanzó una línea de juguetes, se confeccionó ropa con su imagen y dio nombre a un anís. Un fenómeno imparable, que se mantuvo activo incluso en las peores épocas de la España reciente: la Guerra Civil y la dictadura.

El estallido de la guerra en 1936 sorprendió a Rámper en Madrid, zona republicana, donde continuaría actuando con toda normalidad, al menos, toda la que permiten los bombardeos, la escasez, el hambre y el asedio. A pesar de haber sido una estrella del Madrid republicano, el prestigio de Rámper le permitió seguir actuando durante la dictadura sin demasiadas complicaciones, lo que no impidió que, a consecuencia de sus chistes, tuviera problemas con la policía franquista, del mismo modo que los había tenido con las autoridades republicanas pues, a la hora de hacer humor, Rámper disparaba a discreción. Según cuenta la periodista Patricia Godes, su padre, que era fan del artista, recordaba cómo durante las actuaciones de Rámper el público lanzaba dinero a la pista para que el payaso pudiera pagar las multas derivadas de sus chistes políticos.

Si bien todo lo que rodea a Rámper está envuelto por un halo de leyenda y exageración, se dice que, durante la época previa a la segunda República, uno de los números de su espectáculo era aquel en el que contaba que se había encontrado por la calle con el rey Alfonso XIII, el cual había comentado que no se encontraba demasiado bien y le pedía consejo para mejorar su salud. «Para lo tuyo, sal de Madrid», respondía el payaso.

En esa misma línea, algunos testigos recuerdan que, en la Guerra Civil, durante el cerco de Madrid, Rámper comenzó una de sus funciones llevando en la mano un cubo de serrín que iba esparciendo por el suelo mientras decía «¡Serrín de Madrid! ¡Serrín de Madrid». El chiste le habría costado tener que dar explicaciones ante las autoridades republicanas, lo mismo que le sucedió durante la dictadura, cuando hizo una broma sobre el Caudillo. En este caso, Rámper entraba en escena con una foto enmarcada de Franco y decía, sencillamente, «lo voy a colgar».

Sea o no cierto, también se cuenta que, nada más decir eso, desde el público alguien airado pidió la cabeza del payaso a lo que Rámper respondió: «Si a mí no me ha servido para nada, ¿crees que te va a servir a ti para algo?».

UNA INFANCIA COMPLICADA

En 1930, R. Díaz-Alejo, periodista de la revista Crónica entrevistó a Rámper en su vivienda de Madrid. Un hotelito unifamiliar que, por la descripción que hacía el reportero, estaba a la altura de una estrella, si no de Hollywood, sí madrileña

Situada en la calle del Rayo, en el barrio de Prosperidad –lo que en la actualidad sería la zona de Cruz del Rayo, junto a Auditorio Nacional en la calle Príncipe de Vergara–, la Choza Rámper, como ponía en la entrada, contaba con salón con piano, biblioteca, jardín delantero y piscina. Todo un lujo para un artista que no siempre había disfrutado de esas comodidades.

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Ramón Álvarez Escudero, Rámper, había nacido en Madrid el 20 de octubre de 1891 (aunque otras fuentes dicen que fue en 1882). Su padre era dependiente de una carbonería, que prosperó hasta llegar a ser propietario de dos comercios de carbón. Su madre se encargaba de las tareas de la casa y de cuidar a los catorce hijos que eran aunque, hacia 1920, ya solo vivían tres: Justa, de diez años, Pedro, Perico, de veinte y Ramón, Rámper, de veintisiete.

Durante su infancia, Rámper fue un golfillo callejero que se ofrecía en las estaciones de tren para llevarle la maleta a algún viajero y conseguir ese dinero que en su casa no le podían dar porque las continuas enfermedades que sufría su madre fueron consumiendo los ahorros familiares hasta que la mujer falleció. Esa situación hizo que el padre tuviera que deshacerse de las dos carbonerías para volver a ser dependiente y Rámper comenzase a trabajar como peón de albañil en la construcción del Hotel Palace.

«Ladrillos, espuertas de tierra, yeso… Ganaba un jornal de veintidós pesetas y quince céntimos a la semana, que iban a parar íntegras a mi madrastra, que me daba cuatro gordas los domingos. Gracias a que mi padre, bajo cuerda, me largaba un par de pesetas», contaba el artista a Crónica.

Desde pequeño a Rámper le había atraído el circo. Como no tenía dinero, se las ingeniaba para que alguien le colase en el espectáculo. También trabajó como hombre anuncio de algunas compañías para conseguir entradas e incluso vendió agua dentro del recinto y así poder ver gratis a los artistas y, como él decía, «aprender». Luego, practicaba allí donde podía.

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«Todas las noches, después del trabajo en el Palace, iba al Prado y cruzaba las barras el paseo de un lado al otro, aprendiendo equilibrio. Cuando podía, iba a la Gimnástica», recordaba.

Poco a poco, Rámper fue participando en algunos espectáculos como artista amateur, hasta que consiguió debutar cobrando en el Lorat-Penat, posteriormente el Cine Olimpia de Lavapiés (donde se levanta hoy el Teatro Valle Inclán). «Trababa los sábados y domingos y no todos. Por los dos días me daban dos duros», relataba Rámper. 

A partir de entonces, Ramón entró como aprendiz en el circo con el trío italiano Otallo, luego formó con otro artista Les Croals Fréres, más tarde montó una pareja cómica llamada Orosa y su augusto Torpe, hasta que, en 1907, se asoció a Félix Jerónimo para formar The Jerlavals, nombre con el que estuvieron actuando hasta 1914, año en el que montó un espectáculo con su hermano Perico.

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RAMÓN Y PERICO: RAM-PER

De la unión artística de Ramón y Perico surgió el nombre Rámper. Juntos hacían espectáculos acrobáticos con notable éxito hasta que, en 1920, la mala suerte se volvió a cruzar en la vida de Ramón Álvarez Escudero.

Mientras ensayaban acrobacias y se divertían en la playa de la Concha de San Sebastián después de haber debutado en esa ciudad el día antes, Perico se lanzó al mar con tan mala suerte, que se rompió la columna vertebral. Dos días después, falleció y Ramón se encontró completamente desamparado.

La tristeza por la pérdida del hermano le hizo plantearse abandonar el espectáculo, pero por el bien de su familia, que por entonces estaba compuesta por su mujer Aurina Secades y sus dos hijos Jesús y Blanca, decidió seguir adelante. Sin embargo, a partir de entonces no se asociaría con nadie sino que actuaría como artista individual y, en lugar de acróbata, sería payaso, habilidad que, según contaba el periodista Alfonso Martínez Garrido en el diario ABC, descubrió por casualidad «cuando al despojarse en la pista de unas zapatillas que le resultaban incómodas, lo realizó de tal modo que el público prorrumpió en carcajadas».

De hecho, la zapatilla sería un elemento clave para uno de sus números más recordados: la imitación de Raquel Meyer cantando El Relicario. Si al final del número la cupletista sacaba de su pecho el relicario de su amado, Rámper sacaba una zapatilla usada para regocijo de los espectadores.

EL ETERNO RETORNO. LOS ÚLTIMOS AÑOS

Aunque Rámper continuó actuando después de la Guerra Civil, el éxito obtenido durante los años 20 y 30 no volvió a repetirse. En un último intento de recuperar esos tiempos gloriosos, el payaso decidió montar su propia compañía de variedades, que resultó ser un fracaso y provocó su ruina.

Los problemas económicos hicieron que Rámper tuviera que seguir actuando, a pesar de lo avanzado de su edad y del asma bronquítica que sufría. Durante una de las giras, la de Navidad de 1952, el artista llegó con su compañía a Sevilla y después de algunas actuaciones, comenzó a sentirse mal. Con intención de recuperarse, anuló todas las fechas que quedaban por cumplir y disolvió la compañía con idea de retomar la actividad cuando mejorase su salud. No fue posible. Esa misma noche, noche de reyes, falleció en su hotel sevillano.

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Durante los años posteriores a su muerte, en los que su recuerdo todavía estaba presente, fueron varios los proyectos de cine, teatro y televisión que se intentaron hacer basados en su vida. Uno de ellos, iba a estar interpretado por Marujita Díaz y otro por Andrés Pajares. El cómico declaraba en 1985 a la prensa que el proyecto, una serie de 13 capítulos escrita por Fermín Cabal, estaba siendo estudiado por TVE y que había muy buenas impresiones al respecto. «Para mí, hacer la vida de Rámper sería una gran satisfacción personal», explicaba Pajares que, cuando fue a examinarse para conseguir el carné de Teatro, Circo y Variedades que expedía el Sindicato Vertical y que era imprescindible para poder trabajar durante la dictadura, fue suspendido por un tribunal en el que, justamente, estaba el hijo de Rámper. La serie, finalmente, nunca se rodó.

En 2017, sin embargo, la compañía Cancamisa Teatro estrenó Rámper. Vida y muerte de un payaso, obra en la que se repasaba la vida del artista al que se definía como «el mejor y más completo artista de variedades del siglo XX».

Y para los que hayan llegado hasta aquí, un easter egg. Una charla ramperiana sobre urbanidad y buena educación. Pinche aquí.