¡Platillos volantes sobre Buenos Aires!

«Pero, entonces, ¿qué han hecho con nosotros durante estos dos días? ¿En manos de qué criaturas hemos estado?». Una rocambolesca sucesión de avistamientos, “fake news” y teletransportaciones conectan el fenómeno OVNI del peronismo con la cultura pop del tardofranquismo.


En diciembre de 1951, el gobierno de Juan Domingo Perón hizo pública una convocatoria para proyectos susceptibles a ser incluidos en el Segundo Plan Quinquenal, todavía en proceso de elaboración. «Perón quiere saber lo que su pueblo necesita» y la ciudadanía le respondió inundando la oficina del presidente con más de veinte mil cartas. De entre todas ellas, sorprende la remitida por un ingeniero aficionado que incluye los planos de un prototipo de Plato Volador. Pese a sugerir que conoce el origen del fenómeno ovni «que Estados Unidos de Norte América guarda como secreto militar, el cual no es más que un aparato cuyo funcionamiento se basa en la rotación de la tierra», la propuesta fue rápidamente desestimada por los funcionarios de IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado) por «no cumplir con los principios elementales aerodinámicos de sustentación, de estabilidad y de control». El aluvión postal no cesó hasta bien entrado 1955, coincidiendo con el golpe de Estado que derrocó a Perón.

Unos meses antes, la editorial Minotauro publicaba Crónicas marcianas de Ray Bradbury, con un prólogo en el que Jorge Luis Borges reflexiona sobre «el arquetipo de lo imposible» como excusa para el libre ejercicio de la imaginación. Fue el primer título de la editorial fundada en Buenos Aires y que llegaría a convertirse en emblema de la fantasía y la ciencia-ficción en una época en la que la posibilidad real de un viaje a la Luna, lejos de ampliar los horizontes del género, amenazaba con entorpecer su vuelo en aras de la verosimilitud. En febrero de 1946, el diario La Nación había anunciado a bombo y platillo que «Gracias a la liberación de la energía atómica, podemos hoy considerar dentro de lo posible los viajes interplanetarios, el gran sueño de la ciencia. Un solo gramo de uranio, debidamente desintegrado en la tobera propulsiva de un vagón cohete, será suficiente para despachar viajeros a la Luna». Yendo un paso más lejos, Clarín publicó en 1953 un reportaje titulado Los Viajes Interplanetarios son un Sueño Irrealizable, en la que las distancias siderales, las temperaturas infernales o glaciales, la falta de atmósfera o su excesiva presión, los gases venenosos y los continuos bombardeos de meteoritos eran listados como motivos suficientes para disuadir a los gobiernos del mundo de cualquier proyecto de exploración espacial. «No es tan difícil llegar a Marte», zanjaría con optimismo la portada de Democracia al año siguiente.

Una oleada de ovnis, localizada a lo largo del mes de julio en la costa argentina, copaba las portadas de la prensa.

La abundancia de documentos desclasificados apuntan que la cultura popular del primer peronismo se había apropiado del fenómeno OVNI desde el momento de su surgimiento en junio de 1947, cuando un aviador estadounidense divisó una formación de nueve objetos desconocidos que volaban en formación a grandes velocidades y reportó el incidente a las autoridades. Dos semanas después del primer avistamiento, un platillo volante sobrevolaba la ciudad de Córdoba, bajo la apariencia de un "disco rojo" que habría atravesado el cielo nocturno con dirección sudeste y dejando una estela «propia de un elemento impulsado a propulsión a chorro». Hay Mucha Fantasía, Pero Algo de Verdad en la Aparición de los Famosos Platos Voladores, advertía el titular del diario La Razón en el que se especulaba sobre la verdadera naturaleza del aerolito. Podría tratarse de un nuevo prototipo de aeronave desarrollada en secreto por el Gobierno, o de un extraño fenómeno atmosférico producto de los «experimentos de transmutación atómica». Quizás fuera un recurso intimidatorio de los soviéticos, un globo sonda «sobre el cual sus creadores perdieron el control», o una nueva forma de "mina aérea" que llevaba a los cielos las tácticas navales utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial.

En cualquier caso, su estela recorrió el país durante los meses siguientes, de Balcarce a Bahía Blanca y pasando por Olavarría. También en Mar del Plata Vieron Platos Voladores, informaba el mismo diario a partir del testimonio de dos paseantes que descansaban frente a la Colonia de Vacaciones del Consejo Nacional de Educación y habrían visto, a unos treinta metros sobre la superficie del mar, un disco de luz roja «como de soldadura autógena» o como «la que despiden los rayos ultravioletas». Y agrega el cronista: «Ya decían los marplatenses cómo era posible que en esta ciudad todavía no se hubieran visto platos voladores». Pero el verdadero punto de inflexión de nuestra historia se produjo en 1968. Revisando los archivos de prensa histórica, sepultado por la Primavera de Praga, la guerra de Vietnam, el asesinato de Martin Luther King y el Mayo Francés, detectamos el mayor registro de avistamientos del que se tiene constancia hasta la fecha. Una oleada de ovnis, localizada a lo largo del mes de julio en la costa argentina, copaba las portadas de la prensa y aquel “arquetipo de lo imposible” al que se refería Borges interfirió en la órbita de lo cotidiano.

La abundancia de documentos desclasificados apuntan que la cultura popular del primer peronismo se había apropiado del fenómeno OVNI.

En mayo de ese mismo año, un matrimonio que viajaba en automóvil a través de la ruta que une a Chascomús y Maipú, en la provincia de Buenos Aires, perdió el conocimiento al adentrarse en un extraño banco de niebla. Al volver en sí, descubrieron que se encontraban en Ciudad de México, a 7.500 kilómetros del punto donde se habían desvanecido. Según informó La Razón, el consulado argentino se encargó de repatriarlos y de trasladar su Peugeot blanco a los Estados Unidos para que analizaran las inexplicables abrasiones que había sufrido el techo del vehículo. Conocido internacionalmente como el “Caso Vidal”, sus verdaderos protagonistas nunca concedieron una sola entrevista, y cuando el cónsul argentino en México negó los hechos al diario Clarín, otros medios lo achacaron a un intento de proteger la intimidad de la pareja. Naturalmente, se trataba de una invención cuyos responsables no fueron identificados hasta 1996, cuando el periodista Alejandro Agostinelli, autor de Invasores. Historias de Extraterrestres en Argentina (2009), descifró la clave del misterio.

La presunta abducción formaba parte de un formidable ardid publicitario ideado por el cineasta Aníbal Uset para promocionar su segundo largometraje, Che Ovni (1968), una comedia musical protagonizada por el cantante de tango Jorge Sobral. Los primeros minutos de la película son los más reveladores: el galán es recogido haciendo autoestop por una hermosa joven que conduce un Peugeot 404 de color blanco y, en un momento dado, cae inconsciente y es secuestrado por un platillo volante. En la siguiente escena, le vemos conduciendo hasta que la guardia civil le da el alto y le pide los papeles. «¿Se han complotado todos para volverme loco?», se indigna el cantante. El oficial le informa que su permiso de conducir no es válido fuera su país. «¡Si yo nunca salí de la Argentina!», alega desconcertado. Acto seguido, pasa a su lado un coche en el que viaja una caricatura del general Perón, por entonces exiliado en Madrid. «¡Uy, Dios! ¿Entonces es cierto?”, se pregunta Sobral, y canta Mi Buenos Aires querido.

Contando con el presunto patrocinio de la marca de coches francesa, la agencia Saporiti hizo circular la nota de prensa sobre el rapto de los Vidal entre los principales diarios de tirada nacional; más concretamente en La Razón, que entonces era el diario de los servicios de inteligencia del Ejército, y El Atlántico de Mar del Plata. Poco a poco, el caso devino en leyenda urbana, cuyo éxito trascendió a la propia película que le sirvió de base y que se estrelló en taquilla un par de meses más tarde. El fraude imaginado por Uset atravesó fronteras y fue replicado en diferentes países, como Brasil, Chile y, por supuesto, España, donde cineastas como Pedro Olea y Juan Carlos Olaria sumarían esfuerzos, acaso sin saberlo, a la pervivencia del mito con Juan y Junior... en un mundo diferente (1970), una suerte de versión pop de La invasión de los ladrones de cuerpos protagonizada por Los Brincos, y la emblemática El hombre perseguido por un O.V.N.I. (1976). En los años 90, sin ir más lejos, el relato de nuevas abducciones conmocionó nuestro país: una pareja viajó de Sevilla a Córdoba en un abrir y cerrar de ojos, y otra hasta Santiago de Chile. En ambos casos, se respetaba el modelo original: la niebla, la somnolencia de los testigos y el riguroso anonimato de los protagonistas. De entre todas su versiones, la que obtuvo un mayor impacto a nivel popular tuvo como víctima a la actriz venezolana Catherine Fulop para el programa de cámara oculta Inocente, inocente. «¡Si nos transportaron los extraterrestres! -exclama la heroína de la telenovela Abigail- ¡Pasó una vaina en el tiempo!»

en 1978, dos pilotos de rally fueron “abducidos” durante la Vuelta a América del Sur. Después de dejar Viedma, su Citroën GS se vio invadido por una luz brillante. Un minuto después estaban en Luro… a 70 kilómetros de distancia del punto inicial. (FUENTE: DIAIROS BONAERENSES)