Octubre trans: la construcción del deseo y el pánico


En la segunda entrega de Octubre Trans, Alana Portero habla de violencia y transfobia recordando el brutal asesinato de Gwen Araujo: «El patriarcado, la masculinidad hegemónica y la transfobia no son conceptos difusos sobre los que escribir ensayos, hacer carrera y discutir alegremente en interminables jornadas académicas. O no solo. Son realidades materiales que condicionan vidas»


                             POR ALANA PORTERO


Cuando la hermana de uno de los chicos con los que Gwen Araujo se había acostado la desnudó a la fuerza en una fiesta para mostrar sus genitales a todo el mundo, comenzó la carnicería. Gwen tenía 17 años, había salido del armario como mujer trans a los 14 y era una chica feliz pese a los obstáculos socioeconómicos derivados de su condición. Después de un periodo de aislamiento social hizo amigos en el barrio, encontró una pandilla con la que pasar el tiempo y chicos con los que liarse de vez en cuando como cualquier muchacha de su edad. Dos de ellos acabarían por ser cómplices de su asesinato.

Desnudada a la fuerza, expuestos sus genitales delante de toda una fiesta que se vacía a toda prisa en cuanto los asistentes entienden lo que va a suceder a continuación; le golpean la cabeza con una sartén de hierro hasta que se la abren, sobre la fractura, más golpes con un lata de tomate en conserva y rodillazos en la cara hasta que casi no puede moverse y solo sangra. Ante la imposibilidad de estrangularla con las manos, los cuatro hombres que participan de la paliza la llevan al garaje de la casa y la asfixian con una cuerda. Entierran a Gwen en la ladera de una colina de Sierra Nevada, California. No descubren su cuerpo hasta dos semanas después. En ese tiempo nadie testifica. Ningún invitado a la fiesta —más de 30 personas— atiende las peticiones de testimonios de la familia y las autoridades ante la desaparición de Gwen. Un pacto de silencio cuyos términos no ha tenido que dictar nadie, se dan por supuestos. Nadie va a inculpar a cuatro chicos del barrio por matar a una adolescente trans y latina.

«Los asesinos de Gwen Araujo habían tenido relaciones sexuales con ella, sabían cómo era su cuerpo, fue la revelación pública del mismo lo que sirvió de detonante para acabar con su vida. La asunción de que la masculinidad y la heterosexualidad se ven laceradas por ejercerlas con una persona trans»

De izquierda a derecha: el abogado William Du Bois, José Merel, Michael Magidson y su abogado Michael Thorman compareciendo ante el tribunal en enero de 2006 en Hayward, California, por el asesinato de Gwen Araujo, de 17 años, en el verano de 2002

De izquierda a derecha: el abogado William Du Bois, José Merel, Michael Magidson y su abogado Michael Thorman compareciendo ante el tribunal en enero de 2006 en Hayward, California, por el asesinato de Gwen Araujo, de 17 años, en el verano de 2002

«TRANSPANIC DEFENSE»

«La relación entre la construcción del género a partir de la genitalidad, sus lastres simbólicos y las leyes que castigan la disidencia es obvia, antigua y se alimenta de lo que creemos saber y de las cartas de naturaleza que la clínica blanca, colonialista y decimonónica ha repartido»

La verdad acaba por salir a la luz y los asesinos son llevados a juicio. La defensa alega enajenación debida al descubrimiento de la condición trans de Gwen. Consiguen un juicio nulo.

En un segundo juicio y aunque con matices diferentes, la defensa sigue por la senda legal iniciada en el primero y consigue que el crimen no sea calificado de odio. Los asesinos demostrados eluden penas de cadena perpetua y/o de larga duración. Las condenas acaban siendo de 11 años la más larga y de 3 la más corta. El crimen sucedió en 2002, hoy los asesinos de Gwen Araujo hace tiempo que están todos fuera de prisión.

La figura legal que la defensa de los asesinos de Gwen utilizó en primera instancia se conoce como «transpanic defense». Un recurso legal que viene a justificar el asesinato de una persona trans cuando esta, en un contexto de intimidad sexual, revela su condición o muestra su cuerpo desnudo, provocando así una supuesta enajenación o pánico insuperable que desemboca en violencia extrema sin que el autor de la misma pueda controlarlo. Hoy, octubre de 2019, esta figura legal sigue existiendo en 47 estados de los EE. UU. Aplicada con éxito puede reducir las condenas por asesinato a un segundo grado con atenuantes que no conlleva más de dos o tres años de prisión.

Sylvia Guerrero, la madre de Gwen, con un retrato de su hija

Sylvia Guerrero, la madre de Gwen, con un retrato de su hija

MISERIAS DE LA HETERONORMA

«Donde la heteronorma disfrazada de feminismo o la ultraderecha cavernaria inventan escenarios de acoso, normalmente suceden escenas de confianza, paciencia y aprendizaje que son pura belleza»

El patriarcado, la masculinidad hegemónica y la transfobia no son conceptos difusos sobre los que escribir ensayos, hacer carrera y discutir alegremente en interminables jornadas académicas. O no solo. Son realidades materiales que condicionan vidas a través de leyes, costumbres, asunciones y reglas no escritas. Cuando las personas trans insistimos en que el rechazo a nuestra genitalidad a la hora de mantener relaciones sexuales es un acto de transfobia, no lo hacemos para insultar a nuestros compañeros o compañeras sexuales, ni para obligar a nadie a hacer nada en contra de su voluntad —pensar que las personas trans somos la parte que ejerce o puede ejercer el poder en una relación es conocer poquito nuestra realidad—; lo señalamos como una manifestación y construcción cultural peligrosa, aceptada como «la normalidad» que puede devenir en actos de violencia extrema contra nosotras. No demandamos una práctica sexual, esa es la idea que la transfobia mediática y académica está interesada en difundir y que, de hecho, ha difundido con muchísimo éxito. Lo que las personas trans reclamamos es la posibilidad de mantener una conversación con nuestras parejas sexuales —o con cualquiera— en la que pueda invitarse a repensar por qué se rechaza automáticamente una parte del cuerpo, por qué no se puede poner en duda un sistema entero de significados y asignaciones de género y quizá poder escapar juntos de las imposiciones de la heteronorma. Nada más. Claro que entendemos de dónde vienen ciertos rechazos —son los mismos que alimentan nuestra disforia cuando la tenemos— y por supuesto que sabemos esperar o respetar los tiempos de nuestras parejas.

Donde la heteronorma disfrazada de feminismo o la ultraderecha cavernaria inventan escenarios de acoso, normalmente suceden escenas de confianza, paciencia y aprendizaje que son pura belleza.
El terror viene siempre de la mano de la falta de comunicación, de las asunciones y de las construcciones de género tradicionales. Cerrarse en banda es empezar a agredir.

Los asesinos de Gwen Araujo habían tenido relaciones sexuales con ella, sabían cómo era su cuerpo, fue la revelación pública del mismo lo que sirvió de detonante para acabar con su vida. La asunción de que la masculinidad y la heterosexualidad se ven laceradas por ejercerlas con una persona trans. Cómo no pedir cada día de nuestras vidas una revisión de lo que creemos saber sobre la construcción del deseo si nos va la vida en ello. Ver tal demanda como una agresión es solo patriarcado y heterosexismo operando, dígalo el youtuber de derechas de turno o la catedrática de filosofía prestigiosa.

La relación entre la construcción del género a partir de la genitalidad, sus lastres simbólicos y las leyes que castigan la disidencia es obvia, antigua y se alimenta de lo que creemos saber y de las cartas de naturaleza que la clínica blanca, colonialista y decimonónica ha repartido. Todo esfuerzo por escapar de tales restricciones nos hará a todos y todas más libres. Que la libertad sea percibida como un ataque expone muy bien la estrechez de nuestro mundo y de quienes lo habitamos.


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