El nacimiento del ectoplasma y el fraude parapscitológico

La médium Eva Carrière (1886-1943), asistida por un grupo de investigadores de lo paranormal, alumbró la sustancia sobrenatural conocida como ectoplasma, cuya apariencia informe acabaría adoptando los rasgos de un ser humano.


Durante la primavera de 1726, Mary Toft, una joven campesina de Surrey (Inglaterra) dio a luz a una docena de conejos. Debido a la creencia popular de que las emociones de las gestantes podían provocar malformaciones sobre el feto, el suceso pareció plausible a ojos de la medicina de la época y Mary se convirtió en una celebridad local. Finalmente, antes las evidencias presentadas en su contra y bajo la amenaza de ser sometida a una cirugía pélvica experimental, Mary confesó ante el tribunal que el parto contra natura había sido fruto del engaño. Tras sufrir un aborto espontáneo, ella misma se introdujo las partes del animal mientras su cuello uterino aún estaba abierto, llegando a coserse un bolsillo en la falda donde escondía los conejos con los que provocó los sucesivos alumbramientos. Por sorprendente que parezca, no sería la única ocasión en la que una mujer albergó cuerpos extraños en su vagina para asombro de la ciencia. En pleno apogeo del espiritismo, a finales del siglo XIX y principios del XX, médiums de todo el mundo organizaban seánces para comunicarse con el mundo de los espíritus mediante golpes, mesas voladoras y una misteriosa sustancia blanca llamada ectoplasma.

Uno de los rasgos a tener en cuenta del espiritismo como doctrina filosófica era su igualitarismo, ajeno a la discriminación por motivos de clase socioeconómica o de género. Sin ir más lejos, los conocidos vínculos con el movimiento sufragista en los albores del feminismo se forjaron debido a la abundancia de mujeres a las que se les atribuían poderes mediumnicos, permitiéndoles acceder a esferas sociales que tradicionalmente les habían sido vetadas. De ahí que Susan B. Anthony, pionera en la lucha por los derechos de las mujeres en los Estados Unidos, sostuviera que «el espiritismo era la única secta religiosa que reconocía la igualdad de las mujeres». Las dotó de voz propia ante el conjunto de una sociedad embelesada con lo paranormal que accedió a escucharlas como nunca antes había hecho y, lo que es más importante, les permitió expresarse públicamente a través de sus propios cuerpos.

¿Y si el empeño por desenmascarar a aquellas mujeres simplemente obedeciera a los intereses del patriarcado?

Para Colin Dickey, autor de Ghostland: An American History of Haunted Places (2016), «el espiritismo tendía a valorar rasgos que la psiquiatría interpretaba como síntomas de enfermedades mentales de las mujeres, como las convulsiones, los balbuceos incoherentes, las demostraciones abiertas de sexualidad y otras violaciones del decoro victoriano». Comportamientos que hubieran bastado para que una mujer acabar sus días ingresada en un sanatorio, se convirtieron en evidencias de una comunicación sobrenatural equiparable al de las místicas medievales.

Tampoco parece casual que el concepto de ectoplasma surgiera en una época en la que los cuerpos de las mujeres eran sometidos a un especial escrutinio. La ginecología quirúrgica no solo permitía examinar condiciones patológicas ocultas y revelar el interior femenino, sino también exorcizarlo mediante procedimientos como la ovariotomía, una cirugía diseñada para tratar «dolencias fantasmas» (sic) como la ninfomanía y la histeria. Tanto fue así que, para sacar provecho de las ideas erróneas de la sociedad victoriana sobre sus propios cuerpos y beneficiarse de las ansias de conocimiento sobre el Más Allá, alumbraron un nuevo orden biológico gracias al ectoplasma: el término pseudocientífico acuñado por el fisiólogo francés Charles Richet para referirse a la materialización de energía espiritual que emerge de un médium durante una sesión de espiritismo. «Una sustancia blanca y lechosa, cuyo aspecto y composición puede cambiar a lo largo del proceso ectoplasmático, comenzando como vapor o solidificándose hasta convertirse en una sustancia plástica», según la describió Sir Arthur Conan Doyle en el segundo volumen de su Historia del espiritismo, publicada en 1926.

Para sacar provecho de las ideas erróneas de la sociedad victoriana sobre sus propios cuerpos y beneficiarse de las ansias de conocimiento sobre el Más Allá, las médiums alumbraron un nuevo orden biológico gracias al ectoplasma

En base a la multitud de testimonios recogidos al respecto, podríamos concluir que el ectoplasma ingresa al mundo de los vivos a través de orificios del cuerpo del médium: bien sean poros, bocas, oídos, pezones o vaginas. Y una vez que el ectoplasma se libera del cuerpo, puede transformarse en extremidades, rostros o incluso cuerpos enteros. Durante una sesión dirigida por la médium Madame d'Esperance, por ejemplo, los asistentes presenciaron cómo una mancha nubosa, que se alzó desde el suelo y se fue expandiendo gradualmente hasta ocupar el centro de la estancia, cobró la apariencia de una figura humanoide de cinco pies de altura. Años más tarde, en Boston, una alumna aventajada de la mismísima Mary Toft llamada Mina Crandon materializó una mano ectoplasmática a través de su ombligo. El bando de los escépticos, liderado por el ilusionista Harry Houdini, acabaría desvelando la mayoría de aquellos fraudes. En el caso de Crandon, la mano había sido creada a partir de tejidos de animales muertos, en su mayoría cartílagos. Pero, ¿y si el empeño de todos ellos por desenmascarar a aquellas mujeres simplemente obedeciera a los intereses del patriarcado?

la “mano ectoplásmica” de mina crandon

Al igual que ocurría con «los insondables misterios de la sexualidad femenina», el ectoplasma desconcertó a la ciencia hasta el punto de justificar una serie de experimentos intrusivos que implicaron el examen de toda clase de orificios en busca de materializaciones ocultas. Y nadie fue estudiado más íntimamente que la espiritista francesa Eva Carrière, apodada la Reina del Ectoplasma debido a un prolífico historial que atrajo la atención de muchos críticos y creyentes, incluidos Houdini y Doyle. Pero fueron la investigadora psíquica Juliette Bisson y el médico alemán Albert von Schrenck-Notzing quienes realizaron el estudio más completo del cuerpo y las excreciones vaginales de Eva a principios del siglo XX. Ambos se turnaron para examinar minuciosamente sus genitales antes de cada sesión, recopilando sus conclusiones en Fenómenos de materialización: una contribución a la investigación de los teleplásticos mediúmnicos, publicado por Schrenck-Notzing en 1920, y donde Bisson describe «la danza erótica entre Eva y el mundo de los espíritus» en los siguientes términos: «Al expresar un deseo, la médium separó sus muslos y vi que el material asumió una forma curiosa, parecida a una orquídea, disminuyó lentamente y entró en la vagina. Durante todo el proceso la tomé de las manos. Entonces Eva dijo: “Espera, intentaremos facilitar el paso”. Se levantó, subió a la silla y se sentó en uno de los apoyabrazos, con los pies tocando el asiento. Ante mis ojos, una gran masa esférica, de unos 20 centímetros de diámetro, emergió de su vagina y rápidamente se colocó sobre su muslo izquierdo mientras ella cruzaba las piernas. Reconocí claramente entre la masa un rostro aún inacabado, cuyos ojos me miraban».

Para “documentar” el caso, Bisson y Schrenck-Notzing tomaron varias fotografías de Eva, incluyendo una desnuda con ectoplasma falso goteando de sus pechos. Si por aquel entonces ya corrían rumores sobre una relación sentimental entre Juliette y Eva, la fascinación con la que la investigadora describe sus sesiones con la espiritista contribuyó a inflamar aún más los ánimos de una audiencia masculina dispuesta a dejarse seducir. «Ayer hipnoticé a Eva como de costumbre y ella inesperadamente empezó a producir fenómenos. Nada más empezar, Eva me permitió desnudarla por completo. Entonces vi salir un hilo grueso de la vagina. Cambió de lugar, abandonó los genitales y desapareció en la depresión del ombligo. De la vagina emergió más material, y con un movimiento sinuoso y serpentino se deslizó por el cuerpo de la niña, dando la impresión de que estaba a punto de ascender. Finalmente ascendió a su cabeza, entró en la boca de Eva y desapareció. Entonces Eva se puso de pie y de nuevo apareció una masa de tela en los genitales, extendida y suspendida entre sus piernas. Una franja que se elevó, tomó dirección hacia mí, retrocedió y desapareció. Todo esto sucedió mientras Eva se levantaba».

¿Utilizaron Juliette y Eva su sexualidad como método de distracción para engañar a los más crédulos o para explorar los deseos sexuales de los escépticos? En cualquier caso, la evidencia fotográfica finalmente confirmó que Bisson y Carrière eran unas impostoras. Pese a todo, antes de hacerse público, Schrenck-Notzing y otros investigadores decidieron guardar silencio porque creían firmemente en la mediumnidad. En cambio, tras analizar las pruebas irrefutables de la estafa, Houdini las acusó de "aprovecharse de la credulidad y el buen carácter de los distintos hombres con los que tuvieron que tratar". Básicamente, para el Gran Escapista, las mujeres eran seductoras y mentirosas y los hombres víctimas de su natural predisposición erótica.

¿Utilizaron las médiums su sexualidad como método de distracción para engañar a los más crédulos o para explorar los deseos sexuales de los escépticos?

Como ya adelantábamos, Houdini también se vería envuelto en el escándalo de Mina Crandon, la médium de Boston, conocida por sus seguidores como Margery y bautizada por los periódicos como la Bruja de Lime Street. Previamente había convencido a Conan Doyle de sus habilidades, hasta el punto de que el creador de Sherlock Holmes la instó a participar en un concurso patrocinado por Scientific American. La publicación prometía una importante recompensa monetaria a quien pudiera demostrar la autenticidad del fenómeno ectoplásmico, iniciando así una guerra publicitaria entre el espiritismo y la ciencia, con todas las miradas puestas sobre el cuerpo de Mina. Si bien es cierto que nunca fue examinada en la misma medida que Eva, un miembro del comité de la revista, el psicólogo William McDougall, a la sazón catedrático de la Universidad de Harvard, aseguró que escondía sus famosas “manos ectoplásmicas” falsas en la vagina, llegando a aventurar que su esposo, el Dr. Crandon, le había ampliado quirúrgicamente a tal fin el cuello del útero. En un alarde de misoginia, Houdini llegó acusarla de acostarse con aquellos investigadores que se prestaron a ser sus cómplices. Como resultado, Mina no ganó el premio, pero durante una de sus sesiones predijo que Houdini «se marcharía en noviembre». En octubre de 1926, unos estudiantes universitarios le abordaron en el backstage del Princess Theater de Montreal al finalizar uno de sus espectáculos. Uno de ellos le retó a recibir unos cuantos golpes en el abdomen, para comprobar si su resistencia física era tan legendaria como se decía. El 31 de octubre, víspera de Todos los Santos, Houdini falleció en Detroit a causa de una peritonitis presumiblemente producida por los puñetazos de aquel joven estudiante aficionado al boxeo.

Ahora bien, ciñéndonos exclusivamente a los hechos probados, la única victoria de Eva y Mina fue poner en tela de juicio el rígido análisis científico de la anatomía femenina realizado por una medicina dominada por los hombres. Su único pecado fue aspirar a iguales privilegios: audiencias cautivadas, dinero y respeto. Elogiamos a Houdini por sus ilusiones, pero lo cierto es que estas médiums rivalizaron con él en creatividad e ingenio, por más que la historia (escrita por los de siempre) se empeñe en retratarlas como seductoras, libertinas y desviadas sexuales, en lugar de honrarlas como lo que sin duda fueron: unas auténticas magas del matriarcado.