La Partida del Trueno o dos románticos con puños de hierro

El verano de 1834 fue muy agitado para el romántico Larra. Colérico, resentido, acosado por detractores, su mujer lo abandonó aquel año (se suicida con apenas 27 años). Vive en plena crisis personal y vital. La escena dramática madrileña había vivido varios incidentes con motivo de varias representaciones en los escenarios de la Cruz y del Príncipe. Se trata de nuevos dramas románticos y la ópera italiana que tanto apasionan a los aficionados. Fígaro, crítico teatral de La Revista española, que en realidad era el pseudónimo usado por él, se enfrentó con un actor, Agustín Azcona, hasta el punto de desafiarlo a duelo. Fue la temporada en que, tras gran expectación, se presentó en Madrid la cantante italiana Giuditta Grisi. En muy pocos meses, durante aquel convulso año, se proclamó el Estatuto Real (15 de abril), se estrenó La conjuración de Venecia (23 de abril) y Macías (24 de septiembre). Larra, en varios artículos de prensa, sufrió fuertes descalificaciones. Sus amigos salieron en su defensa. Grisi actuó por vez primera en mayo de aquel año. Pero en julio sucede algo increíblemente trágico en pleno centro de Madrid: una enorme matanza de frailes. La ciudad se divide políticamente. Unos pocos años antes, en 1827, Larra había aumentado su fama de matón al ingresar en Los Voluntarios Realistas, un cuerpo paramilitar formado por fervientes absolutistas, tristemente célebres por su participación en la represión contra los liberales. Un artículo, «Personalidades», aparecido el 5 de junio de 1834 en La Revista española, sin firma, pero indudablemente de Larra, reproducía la conversación sostenida por él con Azcona para exigirle la retractación pública de sus insultos o que los sostuviera en el campo de honor. «Hay cierto escritorcillo sabandija —afirmó Azcona tres días antes, el 2 de junio— entrometido por naturaleza, maldiciente por costumbre, adulador por necesidad, y fabricante de suposiciones por inclinación; foliculario endeble, obligado de patillas, que a favor de humillaciones por una parte, y de insolencias y detracciones por otra, principió a hacer sonar su nombre, de que ninguno se hubiera acordado probablemente, allá en tiempos en que era él uno de los pocos que tenían privilegio y carta blanca para embadurnar de negro los productos de las fábricas de Alcoy y Capellades». La sangre no corrió.

Larra

Larra

«Pero nos gusta imaginarlos a ambos como se les describe a continuación: unos protohooligans llamados Larra y Espronceda»
 

Sobre Espronceda podemos decir algo parecido. Era odiado entre los sectores más reaccionarios. Participó en las oleadas revolucionarias de 1830 en París junto con unos antiguos amigos suyos. Se enroló en la Milicia Nacional llegando a ser primer teniente de la Compañía de Cazadores de Madrid. ¿Qué hacía en Madrid aquel año de 1834? Espronceda ingresa en la Guardia Real. No sabemos si el siguiente artículo es veraz o no. Sin embargo, nosotros queremos creer que sí lo es. Nuestro deseo es ciertamente sin fundamento, alocado y un tanto ingenuo. Pero nos gusta imaginarlos a ambos como se les describe a continuación: unos protohooligans llamados Larra y Espronceda.

Espronceda

Espronceda

Allá por el año de 1834, hacia la época del desarme de los voluntarios realistas, dieron algunos jóvenes de Madrid en la flaqueza de divertirse en apalear a inofensivos ciudadanos, tomando principalmente por objeto de este inocente pasatiempo a los antiguos voluntarios realistas, a sujetos notados por su desafección al nuevo régimen y a veces a eclesiásticos, empleados antiguos, a personas de carácter extravagante u otros contra quienes había que vengar particulares agravios, propios o ajenos. Formaban esta primitiva Partida de la porra Guardias de Corps de los de la última creación, en la cual habían entrado algunos que, por su mala educación y ruines antecedentes, vayan cuando más para sargentos de peseteros, pero su patriotismo suplía por todo. La mayor parte pertenecían al partido exaltado y estaban afiliados a la comunería. En más de un motín se vio a algunos de ellos capitaneando grupos de paisanos.

Sala Larra. Museo Romántico, Madrid

Sala Larra. Museo Romántico, Madrid

A estos Guardias de Corps y oficiales de otros cuerpos que se propasaban a tales actos de brutalidad, calificados de calaveradas de gente de buen humor, se unían algunos jóvenes de familias aristocráticas, literatos y periodistas. Sea o no cierto, la tradición ha conservado hasta nuestros días la noticia de que Larra y Espronceda (1) tomaban parte en esas diversiones. Hoy que a estos nombres se los rodea de cierta aureola de gloria literaria, parecerá quizá una profanación el referirlo; pero a bien que yo no lo invento, y que así suele decirse, con verdad ocon mentira, siempre que se habla de la Partida del Trueno. De algún otro escritor dramático de aquel tiempo se dice lo mismo, pero es más probable que no sea cierto, pues ha dejado tal reputación de cobardía, que difícilmente se hubiera atrevido a dar de palos ni a un enclaustrado, a menos que tuviese guardadas las espaldas por cuatro o seis consocios con espada en mano.

De todas maneras, es lo cierto, que las proezas de la Partida del Trueno duraron cuatro o seis meses, que se hablaba de ellas con grande hilaridad en las tertulias liberales y en los salones de algunos aristócratas venidos de la emigración, y que las lechuguinas de aquel tiempo se disputaban los obsequios de los designados por la opinión pública como de la Partida del Trueno. Estos a su vez no confesaban ni desmentían su participación en aquella banda de brabucones, que pasaban por valientes, porque a veces entre cuatro o seis apaleaban a un pobre hombre descuidado e indefenso. No era esta una sociedad secreta, ni organizada, ni fue su duración tal que merezca dársele importancia; pero tampoco debe quedar omitida, pues aquella noble partida tiene el alto honor de ser la ascendencia de las actuales Partidas de la porra, aunque los primitivos se nieguen a reconocer esa degeneración de la raza.

«Era gente de baja estofa la que se dedicó a manejar el palo, o lo que se llamaba tener la contrata de la leña»

La Partida del Trueno tuvo luego imitadores en varias capitales de España, pues sabido es que todo lo malo y ridículo de la Corte se suele remedar en las provincias, y en casi todas ellas necesitaron los carlistas atrincherarse en sus casas luego que anochecía, tanto más cuanto que por punto general era gente de baja estofa la que se dedicó a manejar el palo, o lo que se llamaba tener la contrata de la leña. Mas luego que surgieron ya los consabidos disturbios entre francmasones y comuneros, moderados y exaltados, por las cuestiones de destinos, como siempre, algunas de aquellas partidas llegaron a ser temibles para los mismos liberales que tenían algo que perder, y fue ya preciso perseguir lo que las autoridades antes hablan tolerado y casi protegido. En Zaragoza fue muy notable en este concepto la célebre Partida de chorizo, acerca de cuyas proezas se puede preguntar a las personas formales de aquella población. Cuando principió la venta de los bienes de los frailes, estas partidas tomaron cierto carácter económico político. Puestos sus individuos a las puertas de los sitios donde se hacían los remates, alejaban a los compradores que pretendían ir a pujar las fincas sacadas a subasta, o cobraban de ellos un barato á título de prima. Si algún patriota quería una finca, la partida se encargaba de tener el local despejado, de modo que nadie sino él se atreviera a entrar en la licitación. Las partidas de provincias tenían sus agentes en Madrid, que se valían aquí de medios análogos a los ya indicados.

Para conclusión de este edificante capítulo, no quiero dejar de consignar el estribillo con que los encargados de la administración de la leña concluían sus sanguinarias canciones, pues sería lástima que cayeran en olvido estos engendros de la musa patriotera.

«Al tún-lún, paliza, paliza,

Al lúu-Uiii, sablazo, sablazo.

Al tún-tún, mueran los carlistas,

Al tún-tún, que defienden a Carlos.

Por la callejuela,

Por el callejón,

Entrar en sus casas.

Que quieras que no.

Reinará don Carlos

Con la Inquisición,

Cuando la naranja

Se vuelva limón»

 

La música era digna de la letra y una y otra podían competir con la célebre Pitita, que cantaban los realistas el año 1823 (2).

(1) Este había emigrado en los últimos años de Fernando VII huyendo de la persecución de que fue objeto por afiliado en la sociedad de Los Numantinos.

(2) Para que tampoco esta se olvide, la consignaremos aquí, pues lo merece:

«Pitita bonita con la pía-pía-pon.

Viva Fernando y la Inquisición,

Muera el que quiera Constitución»

Texto recogido por Vicente de la Fuente en Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España y especialmente de la francmasonería (1870).