La «doble muerte» de Paloma


El brillante y valiente análisis de Alana Portero tras el asesinato de Paloma Barreto por el terrorismo machista: «Los pocos medios de comunicación que cuentan la noticia lo hacen en términos humillantes, equivocando el género de Paloma, desvelando su nombre impuesto, cumpliendo al dedillo con lo que las mujeres trans llamamos la “doble muerte”: cuando morimos y cuando se informa de ello obviando nuestra identidad»

                            POR ALANA PORTERO


Según la Organización Mundial de las Migraciones, desde 2014 hasta hoy han muerto 14 000 personas en el Mediterráneo. Ahogadas, enfermas o de inanición. 14 000 personas que huían de sus países masacrados por guerras, poscolonialismo o tiranías de diferentes pelajes, desde teocráticas a militaristas; variedades de ultracapitalismo aderezado con mitología o simbología.

Ese «morirse en el mar» aleja los fantasmas de la conciencia y nos permite dolernos desde la distancia, sentirnos bien sin que el ordenamiento jurídico se entrometa entre nuestra buena conciencia y los cadáveres que se apilan en el fondo del mismo mar en el que nos bañamos y hacemos pis en agosto.

«Paloma, la penúltima mujer asesinada por el terrorismo machista en nuestro país […] no llegó en patera, ni corrió peligro de ahogarse en el mar, pero sí venía huyendo de un país que ha hecho de la caza de mujeres trans su deporte nacional»

Escribo estas líneas desde una irrenunciable posición abolicionista de las fronteras, no hace falta mucha imaginación para adivinar qué puedo escribir sobre las leyes de extranjería de los países de la UE y sobre qué puedo decir sobre la nuestra en concreto. Son leyes que matan. Condenan a personas en situaciones límite al hambre, a la enfermedad, a la soledad, a la ilegalidad, a la sospecha y a una deshumanización obscena. A vagar sin rumbo, a vivir en silencio y hacer del miedo discreción para no levantar las sospechas del sistema y que lo poco que se haya podido construir no se vaya por el desagüe del Estado. O a los CIES, esa vergüenza institucional contra la que solo cabe la voluntad de demolición.

El cadáver de Paloma Barreto fue hallado el pasado sábado en un edificio de la calle de La Cámara en Avilés / OMAR ANTUÑ

El cadáver de Paloma Barreto fue hallado el pasado sábado en un edificio de la calle de La Cámara en Avilés / OMAR ANTUÑ

15 PUÑALADAS

«Todas tenemos miedo de amanecer apuñaladas en un callejón, pero las condiciones de una mujer migrante y las mías no pueden compararse»

Paloma, la penúltima mujer asesinada por el terrorismo machista en nuestro país —desgraciadamente, cuando se publique este texto habrá descendido puestos en esta cuenta macabra— no llegó en patera, ni corrió peligro de ahogarse en el mar, pero sí venía huyendo de un país que ha hecho de la caza de mujeres trans su deporte nacional. Llegó a España con la esperanza de construir una vida como la de todo el mundo, proseguir con su transición y salir adelante con la suficiente holgura como para procurarse cierta dignidad y ayudar a la familia allá en Porto Alegre. Paloma intentó limpiar casas, trabajar en el campo de la estética, cortar el pelo a perros, poner copas, un montón de cosas que no fueron posibles o que duraron poco. La legalidad vigente castiga a las migrantes con trabajos con los que no se puede vivir, con el chantaje que supone no aceptarlos, con la invisibilidad y con medidas punitivas desproporcionadas. Como el 70% de las mujeres trans brasileñas y casi el 50% de las españolas, Paloma recurrió al trabajo sexual. Ya lo conocía, era buena profesional y le permitía no morirse de hambre y mandar dinero a casa.

Manifestación del Orgullo en Madrid, junio de 2019. Fotografía: ÁLEX BLASCO GAMERO

Manifestación del Orgullo en Madrid, junio de 2019. Fotografía: ÁLEX BLASCO GAMERO

Como mujer trans conozco perfectamente la pulsión desesperada que impulsaba a Paloma a buscar un lugar seguro en el que poder ser y estar. Pero no sé lo que es tener que huir de mi propia casa acosada por cazadores de mujeres como yo. Todas tenemos miedo de amanecer apuñaladas en un callejón, pero las condiciones de una mujer migrante y las mías no pueden compararse. Aún siendo una paria entre los míos y las mías, mi vida es una aspiración para esas mujeres que huyen. Paloma estuvo más de una década en España, entre Alicante y otras ciudades, también en algunas capitales europeas, entró y salió del trabajo sexual varias veces, intentaba dejarlo pero volvía ante la imposibilidad de ganarse la vida de otra manera. A mordiscos llegó a construirse una vida que le permitía cierta dignidad y no abandonar a su gente en Brasil. Ya casi lo tenía todo. Estaba cerca de realizarse una vaginoplastia y cambiar su identidad legal. Hasta que llegó a Avilés y pocos días después de instalarse fue asesinada por un cliente que le propinó 15 puñaladas.


LA «DOBLE MUERTE»

«Asistimos al espectáculo dantesco del feminismo blanco y cis usando a una mujer asesinada como cuña publicitaria y debatiendo la pertenencia legítima al género de la misma»

Es ahora cuando empieza este artículo: el cuerpo de Paloma, su memoria, se han convertido en la carcasa de un animal muerto que los buitres quiebran, destruyen, devoran y usan para sobrevivir. Los pocos medios de comunicación que cuentan la noticia lo hacen en términos humillantes, equivocando el género de Paloma, desvelando su nombre impuesto, cumpliendo al dedillo con lo que las mujeres trans llamamos la «doble muerte»: cuando morimos y cuando se informa de ello obviando nuestra identidad.

También asistimos al espectáculo dantesco del feminismo blanco y cis usando a una mujer asesinada como cuña publicitaria y debatiendo la pertenencia legítima al género de la misma para ver si toca duelo, indiferencia o celebración. He leído subastas del cuerpo absolutamente grotescas, discusiones sobre la categoría de feminicidio o no del asesinato de Paloma que parecían sacadas de una lonja. Unas que sí pero no por mujer, sino por víctima del «sistema prostituyente» —poniendo el foco otra vez en el asesino—; otras, que de ninguna manera, apelando a cuestiones biológicas de 1º de la ESO y a una visión de la cuestión trans sacada de las peores mentes de los años setenta. Al conocerse los detalles del crimen aparece una tercera categoría a la que no echábamos de menos, las vicarias del odio transmisógino y la putofobia, que esperaban un trampolín para saltar como ratas al cuello de una mujer muerta. Parece que al asesino le gustaba travestirse en las sesiones que contrataba, práctica más que habitual que no significa nada más que a un señor le excita o le hace sentirse cómodo utilizar ropa tradicionalmente femenina en determinados momentos. Ni más, ni menos. Ninguna apelación al género hay en tal cuestión. Solo tenemos a un señor que se pone bragas, se excita y paga por hacer esto con una señora.

«Las vicarias del odio transmisógino y la putofobia»

He leído a mujeres que se dicen feministas definir el crimen de Paloma como «la típica violencia entre tíos que acaba en desgracia» como si se tratase de una pelea de mandriles en celo. Cosas horribles se han dicho, inhumanas, invocaciones burlonas y de una ignorancia palmaria a la teoría queer, chistes de mal gusto que no los firmaría ni Arévalo. La misma crueldad que una esperaría de fascistas, solo que estos últimos se han limitado a pasar de largo por la muerte de una mujer, como hacen siempre. El foco en el asesino, la víctima como actriz de reparto, otra vez un feminismo que apenas mete el pie en las aguas de la realidad material girando en torno a lo que los hombres hacen o dejan de hacer en lugar de prestar atención a las necesidades de sus hermanas. Un feminismo al que le importa más definir teóricamente los detalles de un apuñalamiento que preguntarse qué podía haber hecho para evitarlo. Un feminismo que está deseando lavarse las manos ante material no amortizable. Un feminismo que puede permitirse el lujo de cerrar sus puertas a riesgo de mancharse de sangre trans, de olor a prostituta o de sudor migrante.

Participantes en la lectura del manifiesto por el Día Internacional contra la Explotación Sexual. Fotografía: INE

Participantes en la lectura del manifiesto por el Día Internacional contra la Explotación Sexual. Fotografía: INE

CUIDARNOS, PROTEGERNOS, VINDICARNOS

«Con las pobres, con las migrantes, con las putas, con las viejas, con las discas, con todas aquellas que no entran en los carteles morados de mujeres lánguidas mirando al infinito»

Yo no puedo hablar por Paloma, no sé qué opinaría sobre esto, si le importaría, si le dolería o si le daría igual. Sospecho que esto último, por una cuestión de prioridades, porque a quien tiene que luchar cada día para sobrevivir poco le importan las disquisiciones de cuatro burguesas aburridas de su propia entropía. Sí puedo hablar por mí. Sí puedo exigir respeto por una mujer muerta. Sí puedo calificar como ridículo el debate sobre la realidad del asesino cuando tenemos el cuerpo caliente y con 15 puñaladas de Paloma sobre la mesa. Sí puedo señalar la crueldad de las privilegiadas. Sí puedo agradecer las muestras de amor de muchas otras mujeres que no necesitan ni medio minuto de reflexión para ponerse del lado correcto de la historia y, sobre todo, sí puedo expresar mi total indiferencia a formar parte de las cuentas de víctimas de quienes escupen sobre mi mera existencia cada día de sus vidas. No necesito que ninguna de estas aliadas del supremacismo que infectan las instituciones, la academia y las columnas de opinión me otorgue legitimidad, ni como mujer, ni como víctima llegado el caso. No tienen el poder para hacerlo, viven en la fantasía de ese poder. Siempre me refiero a los feminismos en plural, por corrientes teóricas, ejes de opresión, realidades socio-culturales y de clase. Ese plural nos deja espacio a muchas para habitar este mundo acompañadas de otras, ese plural nos garantiza el amor de compañeras que comparten nuestro camino o que lo tienen peor, ese plural puede que me coloque al margen desde la visión blanca, mediática y burguesa. Así sea, con las pobres, con las migrantes, con las putas, con las viejas, con las discas, con todas aquellas que no entran en los carteles morados de mujeres lánguidas mirando al infinito. Seguiremos ocupadas buscando la forma de cuidarnos, de protegernos y de vindicarnos, vengamos de donde vengamos, seamos quienes seamos. Que la gloria se la lleve quien la quiera.

Descansa en Paz, Paloma, qué pena que hayan tenido que matarte para que la encuentres.


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