La bestia al otro lado de la calle


Alana Portero y el dilema de la izquierda sobre votar o no votar: «Toca votar con miedo y salir a la calle con furia. Se lo pido por favor a mi nada desdeñable círculo de amistades abstencionistas, con respeto pero con urgencia. Como se piden las cosas a quienes se quiere, de corazón»

POR ALANA PORTERO (*)

De las cosas que peor llevo cada vez que se producen las grandes liturgias de la democracia burguesa son los cruces groseros y acusatorios entre abstencionistas y votantes. Una de las múltiples victorias culturales capitalistas es la de dar argumentos —casi siempre falaces— para enfrentar a la clase obrera y conseguir que unos hablen a otros con aires de capataz trepa. Aleccionar es un mal vicio que me pone muy nerviosa, un vicio quijotesco, de iluso que se ve engrandecido por sus propias acciones —más o menos mediocres como las de cualquiera— y que además las narra con épica. Así un abstencionista puede describir su actividad en las calles, asociaciones o asambleas como operaciones revolucionarias en el Congo, del mismo modo que votantes convencidos dan al voto valor de maniobra burocrática decisiva que purga a los enemigos con eficiencia estalinista.


UNA APISONADORA QUE SE NOS VIENE ENCIMA

«Como obrera, mujer, trans y pobre un gobierno de derechas supondría certificar mi muerte laboral definitiva, la pérdida de los pocos mecanismos de defensa legales ante la violencia machista y transmisógina y muy posiblemente la conculcación de mis derechos burocráticos, esto es, tener un nombre y un género legal»

Hay pocas verdades absolutas en todo esto y suelen ser tenues, veo claramente una o dos, el abstencionismo por sí mismo es un gesto vacío, tan vacío como limitarse a echar el sobre en la urna cada cuatro años y seguir la vida como si nuestro compromiso con el común ya estuviera cumplido.
Toda la clase obrera es cautiva de la democracia burguesa. Partiendo de esta declaración de derrota podemos afrontar de otra forma lo que tenemos por delante. Lo cierto es que del próximo gobierno dependen decisiones que pueden suponer algo de oxígeno o el desastre para muchas personas, no tiene sentido negar esta circunstancia apelando a nuestra capacidad para derrocar sistemas porque no la tenemos. Como obrera, mujer, trans y pobre un gobierno de derechas supondría certificar mi muerte laboral definitiva, la pérdida de los pocos mecanismos de defensa legales ante la violencia machista y transmisógina y muy posiblemente la conculcación de mis derechos burocráticos, esto es, tener un nombre y un género legal. Esta apisonadora de violencia sistémica no puede pararse en la calle en lo que queda de semana. Esto es un hecho.

La «foto» de Colón y la derecha salvaje. Fotografía: EFE / Fernando Villar

La «foto» de Colón y la derecha salvaje. Fotografía: EFE / Fernando Villar

LA AMENAZA PERMANENTE

«[…] odio que me amenacen y en esta campaña electoral no han dejado de hacerlo, a todas nosotras, hablando de nuestros cuerpos, de nuestra capacidad de decisión sobre nuestras entrañas, han frivolizado con nuestras violencias y están repartiéndose como buitres la pobreza que nos han diseñado»

Pienso inmediatamente en las personas dependientes. Tengo dos adultos a mi cargo en esta situación. La limitación o retirada de las ayudas a la dependencia nos han golpeado con dureza en casa. La atención es cuidadosa y llena de amor pero no es profesional, cuesta la salud, el dinero, la dignidad y el bienestar de enfermos y cuidadora. Esto tampoco hay forma de solucionarlo a pedradas entre quienes estamos más que habituadas a salir a la calle a partirnos la cara por ganar un poco de terreno. El avance capitalista es tan descomunal que me cuesta encontrar el resquicio por el que enfrentarlo con alguna garantía. Lo digo de corazón. Me cuesta imaginar el fin del capitalismo más allá de la autofagia que supondrá el colapso climático. Pero que no sea ya capaz de imaginarlo no significa que no deba, que no debamos, dedicar todos nuestros esfuerzos a propiciar su caída.

«Tengo dos adultos a mi cargo […]. La limitación o retirada de las ayudas a la dependencia nos han golpeado con dureza en casa. La atención es cuidadosa y llena de amor pero no es profesional, cuesta la salud, el dinero, la dignidad y el bienestar de enfermos y cuidadora»

Su última evolución, su solución final, son el regreso de las ultraderechas, con ellas no solo nos jugamos la miseria habitual, algunas nos jugamos la vida. Trump llegó hasta el poder a fuerza de chistes, imitaciones, mofas y mentiras, todas ellas calculadísimas y que nos han puesto en ridículo a quienes miramos por encima del hombro a los patanes de derechas que se lo creen todo. Digo Trump, digo Bolsonaro —con la sangre de Marielle Franco aún chorreando en sus manos—, digo Salvini o digo Orbán.

«El avance capitalista es tan descomunal que me cuesta encontrar el resquicio por el que enfrentarlo con alguna garantía. Lo digo de corazón. Me cuesta imaginar el fin del capitalismo más allá de la autofagia que supondrá el colapso climático. Pero que no sea ya capaz de imaginarlo no significa que no deba, que no debamos, dedicar todos nuestros esfuerzos a propiciar su caída»



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VOTAR CON MIEDO, SALIR A LA CALLE CON FURIA

La acción popular va a tener que pasar esta vez por ceder a las lógicas burguesas, odio que me amenacen y en esta campaña electoral no han dejado de hacerlo, a todas nosotras, hablando de nuestros cuerpos, de nuestra capacidad de decisión sobre nuestras entrañas, han frivolizado con nuestras violencias y están repartiéndose como buitres la pobreza que nos han diseñado. Toca votar con miedo y salir a la calle con furia. Se lo pido por favor a mi nada desdeñable círculo de amistades abstencionistas, con respeto pero con urgencia. Como se piden las cosas a quienes se quiere, de corazón. Sería deseable un compromiso entre iguales, entre obreras, para frenar a la bestia en las urnas y engordar la acción a pie de barrio. Puede que quienes habitualmente votamos hayamos pecado de autocomplacencia y hayamos olvidado que la lucha está ahí fuera. No estaría de más hacer acto de contrición y colaborar desde mañana mismo y dentro de las posibilidades de cada una, en asambleas, sindicatos, grupos de apoyo o cualquier red que nos quede al alcance. Entiendo las contradicciones que encierra esta llamada y la inocencia de la misma, pero no se me ocurre otro modo de conjurar tanto miedo.

«No estaría de más hacer acto de contrición y colaborar desde mañana mismo y dentro de las posibilidades de cada una, en asambleas, sindicatos, grupos de apoyo o cualquier red que nos quede al alcance»

Entendernos es empezar a ganar. Hagámoslo. El lunes 29 es un buen día para dar la cara en la calle sin el lastre del terror que ya ha doblado la esquina y nos sonríe con ojos vidriosos desde el otro lado de la calle.

(*) ALANA PORTERO (aka «La Gata de Cheshire»). Medievalista, bruja, antropóloga y hacker de género. Ha pertenecido a más de doce sectas apocalípticas y ha sobrevivido a todas. Se sacó un ojo solo para poder llevar parche. Habla una jerga compuesta por más de diez lenguas muertas y ha olvidado cómo comunicarse en el presente, por eso trabaja sola. Consiguió su actual puesto en Agente Provocador asesinando al Agente Fauno, antiguo miembro de la banda negra. También conocida como la Poison Ivy del barrio de San Blas. Muy peligrosa.


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