Historias: transgenealogía del sí y de la felicidad


De nuestras oscuridades y nuestros padecimientos ya sabemos todo lo que hay que saber, de nuestra felicidad sabemos poco, casi no la hemos experimentado por temor a no entrar en las coordenadas que el patriarcado y la transexclusión marcan. Este mes del orgullo puede ser el primero que dediquemos exclusivamente a crear la genealogía de nuestra alegría, de nuestras posibilidades, de lo que sí podemos hacer


                           POR ALANA PORTERO (*)


El martirio como rito de paso, la formación académica como legitimador, el autoconocimiento profundo y demostrable como visado, el sufrimiento como validador, la cultura del dolor como definición, la experiencia transfemenina dándose la mano con el martirologio para ocupar un espacio de atención. Que Marsha Johnson y Sylvia Rivera fuesen dos titanas capaces de jugarse la vida por ayudar a otras, que iniciasen un disturbio histórico o que merezcan una estatua, no significa que tengamos que seguir sus pasos al dedillo para obtener la legitimidad trans, la atención del feminismo y el derecho a servicios públicos básicos.

«A las mujeres trans, culturalmente, se nos asocia a narrativas de sufrimiento, violencia, maltrato, rechazo, lucha y dolor. Es muy difícil crecer sana con eso como horizonte cultural o genealógico»

Unas luchan en la medida de sus posibilidades, otras no luchan en absoluto, porque no pueden o porque no quieren. Que a mí me vaya el mambo, que mi cultura sea callejera, protestona y desafiante no me hace merecedora de prebenda alguna, ni debería darme privilegio alguno sobre quienes no participan de la pedrada, el artículo rabioso, la exposición pública o la manifestación. Muchas veces mi estado es la parálisis, el miedo o esa indiferencia asociada al agujero de la depresión que te anula como agente activo de cualquier actividad. No siempre estamos para protestas. No sabemos cuándo va a ser la última vez que podamos hacerlo. Si las protestas fuesen más numerosas probablemente nos iría mejor, lo dejo escrito en neutro, sin ánimo de aleccionar a nadie, no tengo energía ni descaro para tal cosa.

Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera (S.T.A.R.)

Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera (S.T.A.R.)

Los derechos y la dignidad no son objetivos que tengan en absoluto que ver con el mérito, en un mundo normal se darían por supuestos, en el necrocapitalismo autógafo que vivimos, hay que arrancárselos a quienes los acumulan a base de rabia. Que lo haga quien tenga fuerza para ello, pero que esto no signifique privilegio alguno para repartirlos.

Los derechos de las personas trans hay que exigirlos en tanto que somos personas, no heroínas, esto no es la protoeuropa de los kúrganes y la cultura del guerrero que gana su eternidad a sangre y fuego.

«Siempre habrá tiempo para volver a la pelea o a hacerse un ovillito triste en el sillón, pero qué bonito sería añadir historias nuevas a la tradición que van a recibir las que hoy son niñas, historias llenas de posibilidades, como las de cualquiera»

Activista Queer / Trans durante una protesta. Fotografía vanessa @tisnessa

Activista Queer / Trans durante una protesta. Fotografía vanessa @tisnessa

Si eres una mujer trans que lleva 12 años en paro, apenas sales de casa, no te has parado a conocer tu propia genealogía, pasas de la teoría de género y casi has olvidado como socializar, nadie tiene derecho a porfiarte lo que te pertenece como ser humano. No le debes definiciones a nadie, no le debes calle a nadie, no le debes explicaciones a nadie, no tienes que ganarte tus garantías legales, ni tu dignidad, ni la igualdad, ni un trato social justo, ni —por supuesto— tu reconocimiento como la mujer que eres.

He insistido a menudo en la importancia de las narrativas, en su poder, leía estos días Microfísica sexista del poder, de Nerea Barjola, un impresionante ensayo sobre el crimen de Alcàsser como ejemplo perfecto de narrativa biopolítica coactiva sobre el cuerpo y la libertad de las mujeres.
A las mujeres trans, culturalmente, se nos asocia a narrativas de sufrimiento, violencia, maltrato, rechazo, lucha y dolor. Es muy difícil crecer sana con eso como horizonte cultural o genealógico. Una de las batallas que sí conviene dar es la de romper con esa obligatoriedad del sufrimiento como legitimador de nuestras vidas.

Microfísica sexista del poder, de Nerea Barjola

Microfísica sexista del poder, de Nerea Barjola

DE NUESTRA FELICIDAD SABEMOS POCO

«Los derechos de las personas trans hay que exigirlos en tanto que somos personas, no heroínas, esto no es la protoeuropa de los kúrganes y la cultura del guerrero que gana su eternidad a sangre y fuego»

Las mujeres trans podemos amar y ser amadas, podemos desear y ser deseadas, las mujeres trans podemos tejer alianzas preciosas con otras mujeres, las mujeres trans podemos ser autosuficientes —tanto como permita el capitalismo—, podemos estudiar, trabajar, ir a clases de zumba, a la ópera, a perrear o quedarnos en casa en pijama si nos da la gana. De nuestras oscuridades y nuestros padecimientos ya sabemos todo lo que hay que saber, de nuestra felicidad sabemos poco, casi no la hemos experimentado por temor a no entrar en las coordenadas que el patriarcado y la transexclusión marcan. Este mes del orgullo puede ser el primero que dediquemos exclusivamente a crear la genealogía de nuestra alegría, de nuestras posibilidades, de lo que sí podemos hacer. Siempre habrá tiempo para volver a la pelea o a hacerse un ovillito triste en el sillón, pero qué bonito sería añadir historias nuevas a la tradición que van a recibir las que hoy son niñas, historias llenas de posibilidades, como las de cualquiera.


*Imagen de la portada: mural de la bandera del orgullo trans junto a los retratos de Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera realizado por Brian Kenny en Dallas para conmemorar el 50 aniversario de los disturbios de Stonewall.



ALANA PORTERO (aka «La Gata de Cheshire»). Medievalista, bruja, antropóloga y hacker de género. Ha pertenecido a más de doce sectas apocalípticas y ha sobrevivido a todas. Se sacó un ojo solo para poder llevar parche. Habla una jerga compuesta por más de diez lenguas muertas y ha olvidado cómo comunicarse en el presente, por eso trabaja sola. Consiguió su actual puesto en Agente Provocador asesinando al Agente Fauno, antiguo miembro de la banda negra. También conocida como la Poison Ivy del barrio de San Blas. Muy peligrosa.

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