Jimi Hendrix, Moebius y la sopa de ácido lisérgico

De los surcos del vinilo a las viñetas de comic, los universos artísticos de dos de los mayores genios del siglo XX confluyeron en una colaboración póstuma que reivindicó el poder de la imaginación y la libertad creativa.


Nuestra historia comienza en un bistró de Mouscron (Bélgica), a finales de los años sesenta. El amplio salón está repleto de comensales que ni se inmutan ante los estridentes sonidos que provienen de la escalera. Cuando sirvan la cena, será peor; incluso puede que la lámpara de cristal que cuelga del techo se resienta. A pesar de todo, la clientela habitual acudirá como cada sábado, a sabiendas de que la cena y el espectáculo valdrán la pena. Desde hace años toleran la presencia de la extraña fauna de melenudos, groupies y fumetas que frecuentan el Twenty Club, la sala de conciertos que ocupa la planta superior del edificio. Ginette, la esposa del promotor Jean Vanloo, asegura a sus clientes que la actuación de esta noche será memorable, toda una experiencia.

De repente, se abre la puerta y aparece un hombre negro y alto, con aspecto de vagabundo, desgreñado, de pelo rizado, vestido con pantalones rojos y una extravagante chaqueta. Entra, visiblemente desorientado, como si estuviera buscando algo. Ginette cruza el restaurante para exigirle al desconocido que abandone el local. «El club está arriba», increpa a un Jimi Hendrix que le pregunta por el cuarto de baño, entre avergonzado y atónito. Ginette tarda en reconocerlo y se disculpa profusamente. La estrella del rock reacciona divertido y acepta un menú para él y sus acompañantes por cuenta de la casa. Entre su séquito se encuentra el periodista musical Jean-Nöel Coghe, quien acompaña al artista en su primer gira europea y se encargará de inmortalizar el momento con una instantánea en blanco y negro. «En el escenario del Twenty Club, Jimi ofrece lo mejor de sí mismo —escribe en Emotions électriques— Cautiva a un público desconcertado, temeroso de adentrarse en un viaje más allá de los límites de lo imposible».

«Su música transporta a las personas a otros mundos donde pueden volar, caminar, nadar e incluso disolverse»

En la ilustración de Moebius, Jimi Hendrix saborea un plato de Voodoo Soup para la portada del recopilatorio póstumo del mismo nombre publicado en 1995. Partiendo de la fotografía sin acreditar de Coghe, la cabeza del músico, ya convertido en leyenda, parece un volcán en plena erupción psicodélica y del que brotan nubes en forma de hongo que amenazan con precipitarse en lluvia de ácido lisérgico. «El sonido es abrumador y te despega del suelo. A través de su música, Hendrix libra una lucha despiadada; antes que nada, consigo mismo (…) El sonido que sale de su amplificador Marshall es increíble. Los efectos que produce son aún más enloquecedores porque domina a la perfección las posibilidades infinitas que le ofrece su pedal de distorsión combinado con el vibrato de su guitarra». Abajo, en el restaurante, están a punto de servir los postres cuando saltan los plomos.

jimi hendrix actuando por primera vez fuera de los eeuu, en el twenty club de Mouscron (Bélgica), en marzo de 1967. (fotografía: Jean-Nöel Coghe)

Se han escrito muchas anécdotas como esta, imposibles de contrastar casi siempre y con una tendencia a calumniar o mitificar aún más al personaje. De Hendrix se ha dicho que antes de subir al escenario se colocaba una papel secante de LSD en la frente, lo cubría con un pañuelo y salía a tocar bajo sus efectos. Algo de eso hay en el dibujo de Moebius, concebido originalmente para una portada más grande, destinada a la edición francesa del doble LP Are You Experienced/Axis: Bold as Love en 1975. Suyas son también las ilustraciones para el libro que Coghe publicó en 1999, y donde Hendrix se nos aparece como un hechicero recién salido de las páginas de Metal Hurlant y se burla de las leyes físicas que enclaustran la imaginación. «Su música transporta a las personas a otros mundos donde pueden volar, caminar, nadar e incluso disolverse. Cada nota que emerge de su guitarra nos golpea como una bocanada de humo, un humo que asciende continuamente, creando figuras con cuerpo y vida propias».

Antes de subir al escenario, Jimi Hendrix se colocaba una papel secante de LSD en la frente, lo cubría con un pañuelo y salía a tocar bajo sus efectos

A partir de aquí, la crónica periodística se confunde con las viñetas. Como gran fan de la música rock, Moebius había ilustrado portadas de discos desde principios de los setenta, en su mayoría de artistas europeos. Pero sus creaciones más inolvidables, como dibujante de cómics y cómplice de Alejandro Jodorowsky en la adaptación cinematográfica frustrada de Dune, comparten la esencia músical de Hendrix. Puede que sus caminos se cruzaran demasiado tarde como para trabajar juntos, pero el trazo exuberante de Moebius capturó su espíritu mejor que nadie. Es sabido que el propio Hendrix odiaba las portadas de sus discos y enviaba notas detalladas sobre ellas a su compañía discográfica, que las ignoraba por completo. De nada sirvieron sus quejas por la cubierta de Axis: Bold As Love, por ejemplo, donde él y su banda aparecían representados como encarnaciones de Vishnu. Muchos hindúes la encontraron insultante y aún hoy sigue prohibida en Malasia. «La música es lo más importante —escribió a Polydor con motivo del lanzamiento— Hemos estado trabajando muy duro, grabando y actuando en directo. Y tenemos suficientes problemas personales sin tener que preocuparnos por este diseño». Seguramente le hubiera encantado la manera en que Moebius plasmó su universo. Pero entonces, la música se detiene; Moebius suelta el lápiz y los dos se alejan describiendo su propia órbita.