El odio clavado en la cara


«Renunciar a una figura semejante por mor de una voluntad de aplastamiento, 80 años después, señala perfectamente el tipo de persona que tenemos al frente del Ayuntamiento de Madrid, alguien a quien ni se le pasa por la cabeza integrar a todas las personas sobre las que gobierna, que es heredero de la imposición por la sangre, incapaz de entender que esas placas son lo único que le queda a mucha ciudadanía huérfana, alguien que tiene miedo a un poeta»



                           POR ALANA PORTERO

Nunca he sido la mayor admiradora del Miguel Hernández poeta, ni a él, ni a la evidencia crítica literaria les importa tal cosa, claro, es una de mis múltiples carencias y así lo tengo aceptado tras muchas lecturas de su obra publicada. Me hace falta mucho contexto para llegar a emocionarme con su indudable buena poesía, es su actitud frente al horror lo que sí me solivianta y hace que quiera seguirle al fin del mundo. La Guerra Civil supuso una cesura en este país que se transformó en sima, no sabemos cuanta belleza perdimos, de las letras que le quedaban por escribir a Miguel Hernández y de las de tantos otros y otras.

Hace un par de días, el Ayuntamiento de Madrid, retiraba una placa con versos del poeta de Orihuela del ya casi completamente desmantelado memorial por los fusilados junto a la tapia del cementerio de la Almudena. Una decisión, la del desmantelamiento, que viene a confirmar la vocación de demolición de este consistorio.

Las placas con los nombres de los fusilados por el franquismo retiradas del Memorial histórico en el cementerio de la Almudena. Víctor Sainz/El País

Las placas con los nombres de los fusilados por el franquismo retiradas del Memorial histórico en el cementerio de la Almudena. Víctor Sainz/El País

«Dice María Sánchez en uno de sus poemas de Cuaderno de campo: “Aquí/ a los que no ven el mar/ se les reconoce/ porque siempre/ llevan/ una espiga/ clavada/ en el pecho”, del mismo modo, aquí, a los que nunca han visto ni querido la paz, a los que solo entienden la victoria, como Almeida, se les reconoce porque llevan el odio clavado en la cara»

Siempre he creído que somos la suma de lo que nos precede, la genealogía define una parte importantísima de lo que somos, tanto para honrarla como para renegar de ella. Olvidarla es perdernos. La mía, por ejemplo, está irremediablemente unida a la de aquellos fusilamientos de madrugada. Entre 1939 y 1942 casi 3000 personas fueron sacadas del penal de Ventas y llevadas a morir junto al cementerio. Desde el barrio de mis padres y mis abuelos, San Blas, Barrio Bilbao y la propia Almudena, se escuchaban perfectamente las ráfagas al amanecer, a todo el barrio se le cortaba la respiración unos segundos, quien más y quien menos tenía a alguien cumpliendo condena allí. No sé cuántas veces he oído esa historia de boca de mi abuela y de mis vecinas más mayores.

Despertarse así, con la certeza de que a un kilómetro y medio, atravesando descampados y casas bajas, estaban masacrando inocentes a los que probablemente conocían.

Después el silencio. La imposibilidad del llanto libre porque las formas hay que guardarlas, hay gente señalando y autoridades tomando nota.

Así, sin explicaciones y a hechos consumados, se desmantela un memorial que honra a nuestros muertos, gente humilde, alguna comprometida políticamente y otra con mala suerte, casi toda pobre, trabajadora, que ya había sufrido bastante durante la guerra como para tener un final tan monstruoso. Y con ellos, Miguel Hernández, un hombre que, además de ir al frente a defender la libertad y ser un orgulloso comunista, fue querido también entre importantes personalidades políticas e intelectuales de la derecha. Por dialogante, por bueno y por honesto. Gente como Sánchez Mazas, su íntimo amigo Cossío o Dionisio Ridruejo pelearon la conmutación de su pena de muerte y, probablemente, le hubieran acabado sacando de la cárcel si el maltrato institucional y la enfermedad no le hubieran golpeado tan fuerte.

Identificación de Miguel Hernández

Identificación de Miguel Hernández

«Siempre he creído que somos la suma de lo que nos precede, la genealogía define una parte importantísima de lo que somos, tanto para honrarla como para renegar de ella. Olvidarla es perdernos»

José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, además de movido por una inquina fría, actúa desde una brutalidad que suele ir de la mano de la ignorancia. Si es posible una figura de consenso en este país, quizá Miguel Hernández sea la que más se acerca, un comunista comprometido que dio su vida por la libertad, pero respetado y querido por muchos de sus coetáneos de derechas. Un poeta del campo. Un poeta de la soledad. Renunciar a una figura semejante por mor de una voluntad de aplastamiento, 80 años después, señala perfectamente el tipo de persona que tenemos al frente del Ayuntamiento de Madrid, alguien a quien ni se le pasa por la cabeza integrar a todas las personas sobre las que gobierna, que es heredero de la imposición por la sangre, incapaz de entender que esas placas son lo único que le queda a mucha ciudadanía huérfana, alguien que tiene miedo a un poeta.

Dice María Sánchez en uno de sus poemas de Cuaderno de campo: «Aquí/ a los que no ven el mar/ se les reconoce/ porque siempre/ llevan/ una espiga/ clavada/ en el pecho», del mismo modo, aquí, a los que nunca han visto ni querido la paz, a los que solo entienden la victoria, como Martínez-Almeida, se les reconoce porque llevan el odio clavado en la cara.


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