Castillos, bestias y ahorcados: Las maravillosas y alucinadas visiones de Víctor Hugo


El autor de Los Miserables fue un héroe para los surrealistas o Baudelaire. Sus pinturas grotescas y tenebrosas han resistido el paso del tiempo y hoy no dejan de sorprender

 

Los surrealistas, en sus mejores momentos, en la época de los manifiestos, la iconoclastia y la insurgencia política, lo consideraban uno de los suyos. André Breton, en el fundamental Primer Manifiesto del Surrealismo hace una referencia a Víctor Hugo con un «Hugo es surrealista cuando no es tonto». No sabemos qué se escondía tras esta críptica frase. Es posible que no les interesase su faceta como escritor famoso y autor de grandes obras, como Los Miserables, que posiblemente valorasen excesivamente melodramáticas y sensibleras, pero sí que lo consideraban uno de los suyos. Además, estaba el mundo de los espíritus, con sus increíbles conversaciones con los muertos (los espíritus de toda clase de grandes personajes, incluido Jesucristo, conversaron con él, o al menos eso fue lo que aseguró) y el hecho de que fuese pionero del romanticismo con su prefacio de Cromwell.

Victor Hugo retratado por Auguste Rodin

Victor Hugo retratado por Auguste Rodin

Pero sobre todo, aquello que hizo que los surrealistas adorasen a Hugo, fue por su pintura visionaria, tenebrosa y alucinada, algo que Charles Baudelaire expresó de este modo: «No encontré en las exposiciones de Salón la magnífica imaginación que fluye en los dibujos de Víctor Hugo como el misterio en el cielo. Hablo de sus dibujos a tinta china, porque es demasiado evidente que en poesía, nuestro poeta es el rey de los paisajistas».

Sus numerosas obras, en ocasiones, servían para ilustrar sus escritos, como en Los trabajadores del mar, pero también como regalos a sus amigos o felicitaciones. Esto no puede hacernos pensar que, con respecto a su obra, considerase su pintura como un arte «menor», sino más bien un complemento a sus fantasías y sueños menos convencionales. Sus obras estaban presididas, en gran medida, por su idea de lo grotesco: «En el pensamiento de los modernos —afirmó en una de sus obras— lo grotesco juega un papel inmenso. Se encuentra en cada uno de sus rincones; por una parte, crea lo deforme y lo horrible; por otra, lo cómico y lo bufo». Sus técnicas, como las manchas de agua o la calcomanía, eran sugerentes, casi puro automatismo psíquico. El mundo borroso e imprevisible de las manchas, entre figuras extrañas, naturalezas indómitas, bestiarios o grandes castillos, eran valores defendidos por los surrealistas: «La interrogación sobre el carácter “involuntario” —o sea automático— o no de la mancha es, por lo menos para Hugo, insoluble: ocurre en efecto que deje sus manchas vivir por su cuenta, ocurre también que descubra en ellas ciudades o castillos, y que los subraye. Ya que, como para el frotado o la huella, se trata de hacer brotar algo de la tinta, “los burgs delirantes de las grutas, los lagos negros, los fuegos fatuos de la landa”», escribe Breton en Calcomanía sin objeto preconcebido. Pero fue Gautier quien dejó para la posteridad una idea más precisa y oscura de su obra, esa que describió como «los efectos del clarooscuro de Goya con el terror arquitectónico de Piranesi».