Democracia tóxica


Repetición de elecciones en unos días y Alana Portero reflexiona sobre la toxicidad y la rutina democráticas: «Tenemos fascistas en las instituciones y a su partido político disputando entrar entre las tres fuerzas más votadas del país. La hoja de ruta del capitalismo salvaje cumpliéndose a rajatabla nos ha pillado a medio camino, revisando nuestra política de acción, soñando con la revolución pero sin creérnosla y demasiado apegadas a las instituciones»

POR ALANA PORTERO



Es difícil escribir este texto sin pasar vergüenza. Hace demasiado poco estábamos en las mismas, pidiendo el voto en nombre de una urgencia democrática y social que se nos echaba encima. Muchas personas de mi entorno que no solían votar decidieron ir a las urnas entonces. Procuro dar la mínima murga posible y siempre he respetado las posiciones abstencionistas —como no puede ser de otra forma, no es que necesiten mi respeto ni el de nadie para obtener legitimidad—, democracia también es eso, entender las razones de quien no participa de sus liturgias. Pero aquel abril, que no es aquel, que es este, me pudo el pavor y quizá forcé la resistencia de mis abstencionistas de oficio que imagino se presentaron ante las urnas solo por dejar de oírme. O eso me dijeron. Desde aquí me disculpo por la matraca, primero por la pesadez, segundo por hacer comulgar a las demás con algo en lo que yo misma no acabo de creer.

EL LOBO Y LA DEMOCRACIA

«La hoja de ruta del capitalismo salvaje cumpliéndose a rajatabla nos ha pillado a medio camino, revisando nuestra política de acción, soñando con la revolución pero sin creérnosla y demasiado apegadas a las instituciones»


Tenemos una relación tóxica con la democracia burguesa, es hora de darnos cuenta: la alimentamos con esperanza y suele devolvernos amargura, mal trato o indiferencia. Quedamos los domingos, hacemos lo nuestro y luego nos tomamos un vermú. A veces hasta nos arreglamos un poquito para la cita. Pasa el día, termina el evento y cuando estamos haciendo repaso ese domingo cae como una losa y terminamos yéndonos a la cama con los pies fríos y una angustia rara en el pecho, porque, reconozcámoslo, la democracia no nos trata bien.

Concentración de la PAH de Santa Coloma de Gramenet el pasado mes de octubre. Fotografía: El Periódico

Concentración de la PAH de Santa Coloma de Gramenet el pasado mes de octubre. Fotografía: El Periódico

Cada una de las elecciones de las últimas dos décadas han estado marcadas por diferentes emergencias que nos han llevado a ejercer el voto impelidas por un miedo u otro, buscando la salida a diferentes pasajes del terror en forma de guerras, catástrofes climáticas, burbujas inmobiliarias y crisis económicas. Lucha de clases en la que el capitalismo va sacando sus mejores golpes y hace tiempo que no sabemos ni por dónde nos caen las hostias. O no tenemos capacidad para esquivarlas. Ese estado de urgencia permanente nos ha colocado en la posición de Pedro, el chaval que gustaba de dar vidilla a su pueblo inventándose que un lobo aterrador rondaba la zona, hasta que un día aparece de verdad y Pedro, con fama de alarmista y fantasioso, se queda solo con un marrón lupino de mucho cuidado.


«Tenemos una relación tóxica con la democracia burguesa, es hora de darnos cuenta, la alimentamos con esperanza y suele devolvernos amargura, mal trato o indiferencia»

Estos días pienso mucho en la PAH y en las kellys como ejemplo de lucha de clases que marca la dirección correcta. Sindicalismo de toda la vida con una visión más ancha de quienes somos hoy como sociedad. En ese apoyo mutuo que estos colectivos —se me ocurren algunos más— han demostrado reside, quizá, la clave para afrontar a ese lobo que, definitivamente, se nos ha echado encima. Todas las amenazas mencionadas unos renglones más arriba siguen su curso y además hemos dejado de ser la excepción europea y tenemos fascistas en las instituciones y a su partido político disputando entrar entre las tres fuerzas más votadas del país. La hoja de ruta del capitalismo salvaje cumpliéndose a rajatabla nos ha pillado a medio camino, revisando nuestra política de acción, soñando con la revolución pero sin creérnosla y demasiado apegadas a las instituciones.

Las kellys en el Parlamento Europeo reivindicando sus derechos el día 5 de noviembre de 2019. GUE/NGL

Las kellys en el Parlamento Europeo reivindicando sus derechos el día 5 de noviembre de 2019. GUE/NGL

VIEJOS USOS Y NUEVAS PERSPECTIVAS

No va a faltar mi llamada al voto en este texto, el chantaje institucional es demasiado potente y dependen demasiadas cosas de quién esté al frente. Creo necesario votar y hacerlo desde la convicción por encima del cálculo, así lo pido y que aquí conste. Pero esencialmente esta pretende ser una columna de apelación a los viejos usos y las nuevas perspectivas. La democracia hace mucho que no es una fiesta, ha pasado a ser una rutina. Comprendo que estamos cansadas, que somos pobres y que la losa es inmensa. Algunas estamos un poco torpes para asaltar el palacio de invierno y, ocuparnos de nuestras casas y de nuestros dependientes, no ayuda a bailar el baile del incendio.

Veo luz en el asfalto tomado por las masas, en las plantillas de las tiendas de Inditex que plantan cara a Amancio el dadivoso, en los grupos de apoyo que surgen de las asambleas, en la lucha sindical sin cuartel, en lo que podría ser el 8M pero todavía no es —demasiada institución y pocos cuidados—, en las asociaciones LGTB que se patean institutos públicos y se juegan el tipo, en el Open Arms, en las luchas del campo y de la España rural, en el animalismo, en todos esos ejemplos que se toman como atomizaciones pero que no son más que articulaciones de un todo, de un «podría ser», de una forma de entender la política en la que se pone el cuerpo por las compañeras y las compañeras lo ponen por ti.

No sé muy bien cómo afrontar la necesidad de emancipación de las instituciones con la decisión de seguir colaborando en sus usos. Supongo que el fascismo amenazando en prime time ayuda a contemporizar los instintos y empuja a votar. Ojalá algún día hayamos tramado un tejido conectivo tan poderoso que podamos obligarles a doblar la rodilla, pedirnos perdón y desaparecer.
Y de paso, perdonadme a mí las contradicciones.


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