Sus ojos se cerraron: versos premonitorios y canciones con mal fario

Detrás de las grandes canciones siempre hay historias fascinantes. Pero algunas, además de reflejar la sociedad de la época en que fueron compuestas, pueden interpretarse como oscuros presagios, a medio camino entre la superstición y las leyendas urbanas.


«Antes de cantar mi última canción, quiero decir que he sentido grandes emociones en Colombia. No sé si volveré, porque el hombre propone y Dios dispone. Pero es tal el encanto de esta tierra que me recibió y me despide como si fuera su hijo propio, que no puedo decirles adiós, sino hasta siempre». Con estas palabras se despedía de su público del rey del Tango, Carlos Gardel, desde los estudios radiofónicos de Bogotá. La multitud congregada en las inmediaciones de la Plaza Bolívar siguió su última actuación a través de los altavoces instalados y estalló en vítores y aplausos. Al día siguiente, 24 de junio de 1935, el avión en el que viajaba junto al letrista Alfredo Le Pera y sus músicos colisionó contra otro aparato al poco de despegar del aeropuerto de Medellín.

La noticia consternó a su legión de admiradores en todo el mundo, a escasos días del estreno del que sería su testamento cinematográfico, El día que me quieras. Al escucharle cantar «¡Por qué sus alas tan cruel quemó la vida! ¡Por qué esta mueca siniestra de la suerte!», hubo quién se cuestionó la versión oficial que culpaba a una fuerte ráfaga de viento de desviar el avión, provocando el choque con otra aeronave estacionada en la pista. Comenzaron a circular rumores sobre un tiroteo a bordo que mató o hirió accidentalmente al piloto. Incluso se barajó la posibilidad de que Ernesto Samper Mendoza, dueño de la aerolínea SACO que operaba ese vuelo, se sentara a los mandos del aparato bajo los efectos del alcohol y fracasara en su intento de realizar una maniobra intimidatoria pasando cerca de un avión de una empresa rival. En cualquier caso, su muerte anticipó las pérdidas irreparables de Buddy Holly y Ritchie Vallens, Ottis Redding o Patsy Cline; estrellas todavía rutilantes en el firmamento, como Gardel.

«THE DAY THE MUSIC DIED»: CARLOS GARDEL, ALFREDO LE PERA Y SUS GUITARRISTAS GUILLERMO BARBIERI Y ÁNGEL DOMINGO RIVEROL

La muerte de Carlos Gardel en una accidente de avión anticipó las de Buddy Holly y Ritchie Vallens, Ottis Redding o Patsy Cline

«Mi corazón y yo hemos decidido poner fin a todo. Pronto habrá oraciones y velas encendidad, lo sé. Pero no les dejes llorar. Hazles saber que estoy orgullosa de irme». Los versos que el poeta húngaro László Jávor dedicó a la memoria de una antigua novia que se quitó la vida alcanzaron notoriedad de la mano del músico Rezső Seress en 1933, bajo el título Szomorú Vasárnap (Domingo sombrío). La compuso en París, cuando Hungría empezaba a estar amenazada por la siniestra mano del racismo y la intolerancia nazi, destilando el clima de depresión y pesimismo que anunciaba en su versión original, Vége a világnak (El mundo se acaba).

Aunque el ritmo de jazz de la la canción la hizo triunfar en las radios de Europa y EEUU, el éxito internacional de Gloomy Sunday se vería empañado por una inexplicable ola de suicidios supuestamente incitados por su letra. Las historias que se contaban eran truculentas: la de un hombre que se voló la tapa de los sesos mientras sonaba la melodía o la de la mujer que se ahogó en el Danubio con una partitura del tema en las manos... Prohibida en Europa en 1936, la versión que Billie Holiday grabó para los EEUU también fue objeto de veto por parte de las emisoras norteamericanas y contribuyó a alimentar la leyenda negra en torno a la partitura que inspiraría películas e innumerables versiones.

El éxito internacional de ‘Gloomy Sunday ‘ se vería empañado por una inexplicable ola de suicidios supuestamente incitados por su letra

Tampoco su autor logró esquivar un aciago destino. De origen judío, Seress vivió recluido en el gueto de Budapest al negarse a abandonar Hungría en una confusa muestra de orgullo patriótico, deber artístico y creencia en un inexorable destino fatal. Tras sobrevivir a los campos de concentración de Ucranía, planeó emigrar a Estados Unidos para reclamar los derechos de autor de su canción, pero la burocracia soviética no le concedió el visado y terminó malviviendo como pianista en antros de mala muerte y empleándose como trapecista en un circo. En 1968, treinta y cinco años después de saborear las mieles del éxitos, vería frustrado su propio intento de suicidio al saltar por la ventana de su apartamento de Budapest. Lo conseguiría unas semanas más tarde, ahorcándose con un alambre en el hospital donde se recuperaba de sus heridas, consciente de que la más profunda de ellas no sanaría nunca.

Obituario de Rezső Seress publicado en The New York Times

En Auambabuluba Balambabmbú. La Edad de oro del Rock And Roll, Nik Cohn narra como Phil Spector es increpado en una discoteca por un desconocido que comienza a tirarle del pelo. «Te lo voy a decir una sola vez le advierte Spector no lo vuelvas a intentar». El tipo le suelta un puñetazo y el productor de superéxitos como He’s A Rebel, The He Kissed Me y Baby, I Love You acaba en el suelo con un moratón en la cara y el orgullo malherido. «He estudiado karate durante años dijo más tarde Podría haber matado literalmente a un tipo así».

Años más tarde, Spector entrará en la pecera del estudio con una botella en la mano izquierda y un revolver del 38 en la derecha, apoyará el cañón en el cuello de Leonard Cohen y le susurrará al oído: «Lenny, te quiero». «Eso espero, Phil, pero por favor no me dispares», responderá aterrorizado el cantautor canadiense. Si nos esforzamos en leer entre líneas, la canción Don’t Go Home With Your Hard-On vaticina el crimen por el que el productor de The Ronettes sería condenado a diecinueve años de cárcel: «No vayas a casa con tu erección. Te acabará volviendo loco, no puedes sacudirla al ritmo de un disco de Motown, ni tampoco derretirla en la lluvia». Llevando el estribillo hasta sus fatales consecuencias, Spector asesinará a sangre fría a la actriz Lana Clarkson en el vestíbulo de su mansión de Bel Air en 2003, ofreciendo sólidos indicios de las mecánicas del deseo masculino y las relaciones tóxicas presentes en Death of a Ladie´s man.

La canción ‘Don’t Go Home With Your Hard-On’ vaticinó el asesinato en de la actriz Lana Clarkson por el que el productor Phil Spector sería condenado a diecinueve años de cárcel

«Soy como un verso suelto sin rima, sin par. Soy un alma en pena contando lunas. Apenas me quedan ni para contar». En la fotografía en blanco y negro que ilustra la portada de su segundo álbum, Evangelina Sobredo Galanes, más conocida como Cecilia en honor de Simon & Garfunkel, simulaba levemente un embarazo. El gesto aludía a la esperanza en los primeros pasos de la Transición democrática en nuestro país, al tiempo que insinuaba el poso existencialista de las nuevas composiciones de la autora de Mi querida España. Su reflexión sobre el suicidio en Si no fuera porque… y el tono elegíaco de Me iré de aquí, le conferirían un significado más bien fúnebre al alegato feminista de Me quedaré soltera, con motivo de su trágica muerte en un accidente de tráfico tres años más tarde.

«Me quedaré soltera aunque yo no quiera»

Diez años después, ese extraño fenómeno que Carl Gustav Jung llamó sincronicidad se cruza de nuevo en nuestro camino. El 17 de diciembre de 1983 se produce el incendio de la discoteca Alcalá 20, en los bajos del Teatro Alcázar, y que acabó con la vida de 81 personas en una madrugada dramática. Murieron abrasadas, asfixiadas y aplastadas en un local decorado con más de 5.000 kilos de textiles altamente inflamables. Entre las víctimas se encuentra Luis González Sánchez del Río, más conocido en el mundillo del cine por El Mortales, un especialista en escenas de acción que apadrinó a Ángel Luis Telo Ronda, líder de legendaria banda de los Ojos negros a la que pertenecieron Dum Dum Pacheco y Mariano Revilla, entre otros. «El fuego rápidamente se propaga sin control relata Servando Rocha en Todo el odio que tenía dentro Es un sálvese quien pueda. El Mortales, que está allí y logra salir con su mujer, se enfunda en su traje por última vez y regresa a la discoteca. Al poco sale con dos personas vivas. no es suficiente. Exhausto y fuera de sí, sabiendo que hay decenas de personas atrapadas, lo intenta una vez más. Pero esta vez no logra salir».

Labores de rescate de las víctimas del incendio de la discoteca Alcalá 20 la madrugada del 17 de diciembre de 1983. (FOTOGRAFÍA: RAÚL CANCIO / EL PAÍS)

«Todo se incendió, nadie pudo salir. Yo le vi quemarse, yo le vi morir. Y él también me vio a mí»

Un mes antes de la tragedia que marcaría el posterior devenir de la Movida madrileña, Mecano publicó el tercer single de ¿Dónde está el país de las hadas?. De entre aquel nuevo puñado de canciones de tecno-pop alegre y luminoso, la discográfica decidió apostar por El amante del fuego, un tema que habla sobre alguien poseído por el alma de la persona a la que ha visto morir calcinada. Desaparecería rápidamente de las listas de éxitos y quedaría proscrito de su repertorio durante años, avivando la polémica en torno a su carácter premonitorio y alumbrando relecturas metafóricas sobre los estragos del SIDA.