El rock de la cárcel

Estaban completamente atónitos. El año era 1978. Cientos de reclusos de la prisión de San Quintín, histórico emblema de las revueltas negras contra el sistema carcelario, asistían al concierto que Crime ofrecía en el mismo patio.

Sin embargo, la banda, una plataforma performativa de auténtico rock and roll en el San Francisco de finales de los setenta, decidió que aquel día dejarían en el local de ensayo sus impecables disfraces de policía con los que solían salir a escena.

Vestidos de negro, en una especie de orgulloso luto (un réquiem bajo el sol californiano), disparaban sus instrumentos justo hacia la muchedumbre que levantaba sus brazos. Frecuentemente, la imagen de los miembros de Crime era similar al aspecto pulcro y brillante de un Lou Reed vestido de cuero negro, al uniforme de los mil y un locales leather que entonces se podían encontrar en la ciudad o a la estética de aquellas películas donde la pasma era convertida en zombi aniquilador como metáfora de la brutalidad policial contemporánea (Stonewall). Y más tarde: el rostro de Hitler en un cartel. Existe un documento de todo ello. Las pruebas de cuando Crime entraron en prisión.