Los Trogloditas de Madrid: aquello que escondía la vieja ciudad

De nuevo es la sombra de Pío Baroja quien sobrevuela por el antiguo Madrid. De nuevo es él quien nos conduce a sitios proscritos, historias olvidadas de una ciudad que era todo luz y oscuridad, lujo y pobreza extrema. Estamos en los primerísimos años del recién acontecido siglo veinte y Baroja nos habla de los «Trogloditas», la esquiva y a veces pavorosa población de habitantes del Madrid oculto. 

En medio de la ciudad que es hoy Madrid, los Trogloditas vivían en cuevas en condiciones espantosas, como las del cerrillo de San Blas donde los golfos retratados por Baroja, la mayoría de ellos niños abandonados, intentan guarecerse. Las cuevas se organizaban como un territorio sobre el que ejercían dominio los delincuentes más temidos. La antigua Montaña de Príncipe Pío era aún más sorprendente. En su novela La busca, sus protagonistas persiguen un lugar en que guarecerse y, de pronto, divisan un agujero, un abismo excavado en la tierra. Allí, nos cuenta Baroja, se reunían golfos, mendigos y truhanes. «A oscuras anduvieron el Bizco y Manuel de un lado a otro, explorando los huecos de la Montaña, hasta que la línea de luz que brotaba de una rendija de la tierra les indicó la cueva». El criminólogo Bernaldo de Quirós, en La mala vida, dedica un capítulo entero a las localizaciones del trogloditismo: «La más importante localización del trogloditismo madrileño se encuentra hoy en la Montaña del Príncipe Pío, en la vertiente que limita el solitario y árido Paseo del Rey hasta la cuesta de Areneros. Allí, el aluvión de la montaña ha sido atacado por gentes errantes y sin domicilio, jóvenes golfos, vagabundos, mendigos y prostitutas que rondan en torno a los cuarteles».

Baroja es nuestro psicogeógrafo y no nos cansaremos de repetirlo y reivindicarlo. En La busca sitúa con precisión donde estaban los Trogloditas de Madrid: «Salieron los dos por la Puerta de Moros y la calle de los Mancebos al Viaducto; cruzaron la plaza de Oriente, siguieron la calle de Bailén y la de Ferraz, y, al llegar a la Montaña del Príncipe Pío, subieron por una vereda estrecha, entre pinos recién plantados».