«Temblamos de frío y odio pero estamos juntos»: ¡Mierdas punk!


Fotografías: Adrián del Ángel

Los Mierdas Punk o los Sex Panchitos fueron las pandillas más famosas y temidas de México. No fueron los únicos: las Castradoras, una banda formada por chicas, declaró la guerra a violadores y acosadores

Los edificios se habían venido abajo y las calles parecían escenarios de guerra. Pablo «Podrido» Hernández, en medio de aquel escenario casi de guerra, recuerda aquellos días: «Al principio la banda era muy broncuda —le contó hace unos años al sociólogo y escritor Carles Feixas, que a comienzos de los noventa viajó a México y lo conoció—, pero con el tiempo como que ya agarró otra terapia. En el 85 yo trabajaba de pintor. Estuve cuando empezó a temblar, en el terremoto. Ahí también me di cuenta de muchas cosas. No todos los que murieron se fueron a la fosa común: los ricos estaban en ataúdes y los pobres en fosas comunes. Los mismos que administraron la ayuda a los damnificados se agandallaron con las cosas buenas. Estuvimos con una brigada de rescate levantando casas que se cayeron, yendo a pedir ayuda a las fábricas, farmacias. Vimos el desmadre del centro: todas las casas caídas y los granaderos como aves de rapiña sacando las cosas de valor».

o se trataba de otra vida. Tampoco de otro mundo. Ciudades que escondían en su interior otras pequeñas ciudadelas. Aquel era el barrio de Pablo y aquella su gente. Un reguero de chicos y chicas vestidos con cuero negro y cadenas, pelos de colores pintados directamente a brochazos, comenzó a llegar. No hizo falta coordinarse demasiado. Todos se entregaron a la ingente tarea de una ayuda desesperada. Tras los escombros había muertos. «La banda también se organizó para ayudar a los damnificados y a los pobres. Hicimos tocadas de solidaridad para juntar víveres, ropa, medicina, comida. Pero muchas tocadas fueron suspendidas, decían que la solidaridad era solo del gobierno. En ese mismo año hubo mucha razzia, mucha policía se agandallaba con la banda. Bajó mucha gente, pura banda. Llegaba con frijoles, ropa rota, también somos solidarios entre nosotros. Después del terremoto casi toda la banda le entró a la macuarreada para levantar edificios, pintar, toda la banda de Neza se venía al distrito a trabajar».

Los vecinos los miraban atónitos, entre la sorpresa y el temor. Aquella tribu extraña y numerosa eran los Mierdas Punk, la banda más temida de los años ochenta. Pablo Podrido Hernández fue una de sus cabezas visibles.

Al principio fueron Los Panchitos

«Eran el horror al caer la noche, la tropa que podía hacer frente al mismo ejército»

Es la otra historia del descampado, los lugares desoladores y las pandillas en América Latina y, más concretamente, en México. A finales de los setenta, mientras aún seguía presentes los ecos de la represión del 68, en los años de plomo, surgieron las primeras grandes bandas urbanas. La más importante fueron Los Panchitos, aparecidos en 1981 y que sobre todo dominaban Santa Fe y Tacubaya, pero cuyos ecos (la ingente mala prensa que despertaban) aterrorizaban a todo el país. La prensa hablaba constantemente de ellos y, cuando lo hacía, usaba frases graves y descripciones pavorosas: crimen, asesinato, violación. Eran el horror al caer la noche, la tropa que podía hacer frente al mismo ejército. Casi a diario se hablaba de sus ataques, calificados como «indiscriminados» y choques con otras pandillas en los que se utilizaban las navajas, los palos y los cuchillos, pero en los que había un acuerdo tácito de cierta igualdad sobre el terreno. Una pelea a puñetazos debía respetar un código donde las armas automáticas estaban prohibidas. Y cuando se superaba esa línea, lo siguiente sería la lucha sanguinaria.

Los Franciscos, los iniciales líderes del grupo, eran los más temidos. Aquel fue el origen de su nombre. Se llamaban igual, pero aquello no podía durar mucho y todo cambió cuando surgieron las inevitables pugnas por hacerse con el control de la banda. Al cabo de un tiempo, un solo Francisco, un Panchito, prevaleció; el otro fue apartado del grupo. Fueron sus años dorados. Los Panchitos reinaron entre palizas, marginación y robos. También alguna que otra muerte. Sus sucesores, los Sex Panchitos, que se hicieron fuertes en el D. F. y Guadalajara, no fueron una simple continuación de aquellos primeros pandilleros, sino algo distinto: llegó el punk y sus miembros eran punks adolescentes, muchos casi unos niños, pero mantuvieron la leyenda y su parte de verdad, el respeto ganado. Y también el miedo de sus enemigos y los mismos mexicanos. Su fama fue tan grande que desde entonces en México se dice «no hacer panchos», para referirse a no buscar bronca.

Los Panchitos / Sex Panchitos incluso escribieron un manifiesto, que publicó la prensa, concretamente el periódico Unomásuno en diciembre de 1981, y en el que explicaban sus ideas, las de los «chavos banda», declarándose contrarios a toda autoridad y rechazando a los patrones: «Temblamos de frío y de odio / pero estamos juntos / y somos los mismos que todos temen / no queremos a nadie / nos duele nuestra vida y la de otros / mejor morir pronto», confesaron en aquel famoso texto. Querían vivir su propia vida y hacerlo, además, a su manera. Fueron ellos quieren abrieron el camino para las siguientes pandillas. Luego, tras ellos, todo se descontroló, y se multiplicaron las pandillas, brillando en las fichas policiales nombres como los de Los Verdugos, Los Lacras o Los Salvajes, entre tantos otros. O los Mierdas Punk, la banda más famosa de todas, todo un ejército punk que exhibía una ferocidad inaudita y una imagen de chaquetas negras de cuero rotas, cubiertas con lemas y cadenas, pelos de colores y botas.

Buscando en la basura algo mejor

Aunque los predecesores parecían ser prácticamente los mismos, algo había cambiado definitivamente en los Mierdas Punk, algo que ya estaba presente en Sex Panchitos: el punk comenzó a ejercer una gran influencia en el estilo pandillero de aquella generación. Eran pobres y nihilistas. Si alguien les hubiera dicho que llegarían a viejos, la mayoría se habría echado a reír: «En ese tiempo [1985] ya habían llegado algo de noticias de España, de Eskorbuto, de la Polla Records —recuerda Pablo Podrido Hernández—. Luego llegó el movimiento hardcore punk, con pensamientos más positivos. Y de la onda pacifista, grupos de Inglaterra: no guerras, no armas. También llegaron noticias de un grupo de Tijuana que se llamaba Solución Mortal. Ese grupo traía otras influencias: era el reverso del punk autodestructivo». Su imagen era la de Mad Max, la «estética mierdera».

«El odio hacia la policía podía unirlos, lo mismo que la música o la cultura. Y se aferraron a eso»

Los Mierdas Punk surgieron en Ciudad Nezahualcóyotl (conocida como Neza o también «Neza York», por sus parecidos con el ambiente de bandas de Nueva York) y estaban formados por jóvenes punks marginales que, frecuentemente, se enfrentaban a otras bandas. Solían acudir a fiestas y conciertos que a menudo acababan en peleas multitudinarias. Sin embargo, a mediados de los ochenta, comenzaron a publicar fanzines y casetes. Muchos habían padecido los excesos policiales y los rigores de la lucha entre bandas. La violencia debía detenerse. Entonces, en medio de una ofensiva policíaca enorme, ya habían comenzado los primeros contactos entre líderes pandilleros para crear un informal Consejo de Bandas con el objetivo de resistir la presión y, sobre todo, sobrevivir. El resultado fue el colectivo BUN (Bandas Unidas de Neza), y hasta aparecieron en una de las películas de culto del punk mexicano, Sábado de mierda. Un día en la vida de los Mierdas Punk (1988), una cinta de 24 minutos que refleja sus condiciones de vida y estilo que fue filmada en 16 mm. por su director, Gregorio Rocha, junto a Sarah Minter, fallecida en abril de 2016 y pionera mexicana en el videoarte. No fue la única película (hay que recordar la increíble Intrépidos Punks o Rodrigo D: No Futuro, por ejemplo) que reflejó aquel momento y el estilo de vida de los punks latinoamericanos, pero quizás sí la más auténtica. Minter, dos años antes, había dirigido Nadie es inocente, en clara referencia a la canción de Sex Pistols. Sábado de mierda, en realidad, fue grabado mucho antes, en 1985, justo en la época de mayor esplendor de la pandilla, pero tardó tres años en montarse y exhibirse. BUN hizo más visible los parecidos entre las pandillas neoyorquinas y las de aquella «Neza York», cuando una década antes las primeras organizaron encuentros entre bandas para firmar treguas y decidir el territorio común. Sus miembros estaban cansados. Algunos se hacían mayores. El odio hacia la policía podía unirlos, lo mismo que la música o la cultura. Y se aferraron a eso.

Hubo planes para desactivarlos, convirtiéndolos en soplones a sueldo. Vivían de merodear, de lo que sacaban de los robos y atracos. Un puñado de ellos trabajaba unos pocos días y luego se esfumaban. Necesitaban dinero. La supervivencia era un lujo. Arturo Durazo, jefe de la policía del D. F-, impulsó un plan para hacerlos chivatos, pero fracasó. Los Mierdas Punk eran leales, una fraternidad de buenos amigos que con el tiempo llegaron a ser varios centenares, la mayoría de ellos menores de edad entre los 13 y 16 años, lo que hacía a la banda muy temida entre otras pandillas que rivalizaban por el territorio. La cifra podría llegar a cerca de seiscientos con todo tipo de alias: el Patas, el Cuauhtémoc, el Robot, el Rafa Punk, el Telex, el Macharras, el Nueva Ola, el Fresa, el Gato, el Chapulín, el Berry, el Drup, Eva, la Coala, Ivonne, el Malo, el Quecos, el Tieso, el Chuchín, el Longa, el Loco, el Perro, el Chávez, el Momia, el Bola, el Rafa, el Iti, el Rápido, el Rana, el Verijas, el Caballo, el Tieso, el Podrido, etc. Dentro de los Mierdas Punks existían también facciones, grupúsculos con otros nombres como Los Clínicos, Los Damnificados, Los Devaluados, Los Nazis, Los Vampiros, Los Caravana, Los Dementes, Sector Loco, Los Aguiluchos o Sector Carrilla.

«No se vayan a pasar de lanza con las chavas, sino les van a caer Las Castradoras».

En los Mierdas Punks había chicas, pero estaban en clara minoría. Muchas eran compañeras de algunos de sus integrantes, pero la hipermasculinización de aquel ambiente hizo que rápidamente surgieran bandas exclusivamente de mujeres. Las más importante fueron Las Castradoras, surgidas alrededor de 1985 también en Neza, ya analizadas por Alejandra Hernández Vidal en su artículo Somos las flores del basurero. Controlaban varias esquinas de las calles de sus barrios, y más allá, en territorios que fueron conquistando con la fuerza palmo a palmo. No eran las únicas y establecieron alianzas con otras como Las Desgarradoras, Las Viudas Negras o Las Nenas Mierdas. Las Castradoras alcanzaron cierta celebridad a mediados de ese año, cuando se denunciaron agresiones sexuales a pasajeras de los autobuses urbanos que circulaban por sus barrios. Al cabo de unas semanas, el violador fue descubierto y detenido, aunque desde entonces ha circulado el rumor de que su destino fue aún más trágico: fue linchado y posteriormente castrado a manos de Las Castradoras. Durante un tiempo se decía a los chicos como advertencia: «No se vayan a pasar de lanza con las chavas, sino les van a caer Las Castradoras».

A finales de 1989 la banda se disolvió, al menos oficialmente, cuando varios de ellos fueron encarcelados tras una batalla campal contra Los Patanes, otra banda rival que atemorizaba a los chicos del barrio. Los noventa parecían llegar pisando fuerte y una eternidad, o casi, pesaba en las espaldas de Pablo Podrido y su gente. Toda una vida. Como el recordatorio de las palabras que habían lanzado en el manifiesto sus antecesores, Los Pachitos: «Temblamos de frío y de odio / pero estamos juntos».