«¡No hagan olas!»: Violencia, droga y bandas de surfistas
/kEANU REEVES INTERPRETA A Johnny Utah, EL joven agente del FBI INFILTRADO EN UNA BANDA DE SURFISTAS ATRACADORES DE BANCOS EN LE LLAMAN BODHI (kATHRYN BIGELOW, 1991).
Desde los años 60, han existido bandas de gánsteres que controlaban las playas, vendían droga y entendían el surf no como un deporte, sino como una forma de vida.
En una de las primeras escenas de The Surfer (2024), el personaje interpretado por Nicolas Cage visita Luna Bay, un paraje idílico del oeste de Australia, con su hijo adolescente. Cage está en plenas negociaciones con un agente inmobiliario de la zona para comprar la casa en la que se crió antes de que él y su familia se mudaran a Estados Unidos, En cuanto salen del coche de alquiler y pisan la playa, un tipo malhumorado en bañador les lanza un insulto al pasar a su lado. Algo así como: «¡Si no vives aquí, no surfees aquí!». Más adelante, en el chiringuito de la playa se toparán con otro surfista sectario que le informará que esa playa es, en efecto, solo para locales. Ni él ni su hijo son bienvenidos y deberían marcharse inmediatamente.
En 1987, otra película nos mostró un futuro postapocalíptico en el que un grupo de neonazis liderados por un tal Adolf, autoproclamado como «el Führer de la nueva playa», aprovecha el caos reinante para enfrentarse a varias bandas rivales de surfistas y tomar el control de las playas de California. Su título, Surf Nazis Must Die!, aludía a una problemática cada vez más acuciante en una época en la que, al igual que la mafia controlaba lavaderos de coches y casinos, las bandas de surfistas controlaban las playas y el narcotráfico local. Pero a medida que el deporte comenzó a popularizarse en todo el país, los miembros de dichas bandas vieron peligrar su hegemonía. Atrás quedaron los días en que dominaban las costas desde Hawai hasta Australia y California, cada una con su propio líder, territorio, código de conducta, operaciones delictivas y, a menudo, un historial particularmente violento.
Sin ir más lejos, en Septiembre de 2024 el Tribunal Superior de Los Ángeles decretó una serie de reformas para convertir la Bahía de Lunada, ubicada en la población de Palos Verdes Estates, en el sur de California, en un lugar más acogedor para los surfistas e incluso castigar a quienes les amenazaron con violencia. Las nuevas ordenanzas municipales contemplan mejorar los accesos al acantilado con vistas a la bahía de Lunada con un tren para excursionistas, surfistas y paseadores de perros, instalar plantas resistentes a la sequía y colocar letreros que indiquen que la costa está «abierta a todos».
De ese modo se puso fin a un proceso judicial que se prolongaba desde 2016, cuando una pareja de turistas demandó a varios surfistas locales y acusaron a las autoridades de no prevenir el acoso, las agresiones y el hostigamiento al que fueron sometidos por la banda conocida como los Lunada Bay Boys. Como resultado de la demanda, trece de los acusados aceptaron mantenerse alejados de Lunada Bay durante al menos un año o pagar indemnizaciones de entre 25.000 y 90.000 dólares. Así mismo, y también por orden judicial, se obliga a la policía local a patrullar la playa al menos cada dos meses durante los próximos cinco años y al Ayuntamiento a demoler el club social que los Bad Boys utilizaban como sede desde finales de los años 70, convertido en uno de los últimos bastiones del localismo latente y la agresiva xenofobia surfera de aquella época.
EL REY DE MALIBÚ
Conocido también como el "Príncipe Oscuro" del surf, Miki Dora fue quizás el primero en exhibir una hostilidad exacerbada contra los surfistas entrometidos de las playas de Malibú. Solía surfear solo y no tenía reparos en expresar su profundo disgusto por la multitud de novatos, los "kooks", que acudían al reclamo del reciente éxito de taquilla de Gidget (1959), una película protagonizada por la estrella adolescente Sandra Dee que trataba sobre la iniciación de una joven de provincias en la cultura del surf californiana y su romance con un joven surfista, interpretado por Cliff Robertson. Para Dora, aquellos farsantes eran el enemigo y le enfurecía tener que compartir con ellos por las mejores olas de California.
Paradójicamente, él mismo participaría como actor y doble en una larga lista de largometrajes de temática similar: Beach Party (1963), For Those Who Think Young (1964), Surf Party (1964), Muscle Beach Party (1964), Bikini Beach (1964), Beach Blanket Bingo (1965), Ski Party (1965), How to Stuff a Wild Bikini (1965) y The Endless Summer (1966). Convertido en una celebridad local, Dora se sentía más cómodo rodeado de misterio y, finalmente, abandonó Malibú para emprender una aventura alrededor del mundo que financió principalmente por estafas con tarjetas de crédito y engaños. Durante décadas, huyó del FBI y la Interpol, llevando una vida desenfrenada, siempre en busca de olas perfectas y playas solitarias.
Desde Hollywood mostraron su interés por llevar su historia a la pantalla grande. Dora había rechazado un adelanto de 50.000 dólares para escribir sus memorias y pasó el resto de su vida jugando al gato y al ratón desestimando contratos millonarios para cine y televisión. En 2002 le diagnosticaron un cáncer terminal. Aún lucía atractivo, bronceado y en plena forma, y decidió no someterse a los tratamientos convencionales, volcándose en las terapias homeopáticas y practicando golf, tenis y surf. «Estoy luchando contra esto, pero parece que puede vencerme —reconoció en una entrevista poco antes de su muerte, el 3 de enero de 2002— No le den tanta importancia a mi obituario. Si tienen que escribir algo, que sean unas pocas palabras. Y ya está».
EL LEGENDARIO MIKI ¨THE CAT¨ DORA, CONVERTIDO EN UN ICONO DEL SURF.
Al igual que la mafia controlaba lavaderos de coches y casinos, las bandas de surfistas controlaban las playas y el narcotráfico local.
DA HUI & THE BLACK SHORTS
En cualquier caso, Hawai era (y sigue siendo) el lugar donde cualquier falta de respeto a los locales podía acarrear lesiones físicas al infractor, especialmente si la ofensa iba dirigida a Eddie Rothman o alguno de sus camaradas, todos ellos nativos hawaianos que vestían los infames pantalones cortos negros. Fundada en 1975, Da Hui y los Black Shorts fueron la banda de surf más famosa y temida del mundo, campando a sus anchas por las mejores playas, como Pipeline, y su poder no conocía rival. Como su propio nombre indica (Da Hui deriva de Hui O He'e Nalu, la expresión hawaiana para "Club de Surfistas de Olas"), asumieron la necesidad de mantener a los forasteros alejados de de los puntos de surf más famosos de las islas, especialmente en la costa norte de Oahu.
Inicialmente, fueron contratados para patrullar las aguas durante las competiciones de surf. El campeón mundial australiano de surf, Wayne "Rabbit" Bartholomew, fue uno de los primeros en sufrir las consecuencias, perdiendo varios dientes en el proceso. «Cuando salgo a surfear, no me molestéis, no molestéis a mis hijos, ni molestéis a los demás niños de por aquí. Simplemente apartaos de mi camino», declaró el propio Rothman en 1997. Ni siquiera la policía se atrevía a intervenir cuando los Black Shorts amenazaban de muerte a los surfistas visitantes, llegando incluso a acosarlos hasta que abandonaban las islas para siempre. Las palizas en la playa eran habituales y cada miembro de la banda era una bestia a la que era mejor dejar en paz; incluso si lograbas vencer a uno de los Black Shorts en una pelea o en el surf, el resto iría a por ti.
BRA BOYS
En activo desde los años 90, su nombre hace referencia a la zona de Maroubra en Sídney (Australia), de donde son originarios, y a la Hermandad que se formó en torno a su líder, Koby Abberton, y sus hermanos Sunny y Jai. Sus historiales policiales están plagados de peleas y denuncias por contrabando de cocaína, pero también son los responsables de mantener la heroína alejada de Maroubra. De paso, se hicieron con el control del punto de surf más codiciado de Cape Solander y lo rebautizaron como "Ours". Sus miembros son conocidos por llevar tatuado "My Brothers Keeper" (“El Guardián de mi Hermano”) en el pecho y "2035" (el código postal de Maroubra) en la espalda. En 2002, 160 miembros de Bra Boys se enfrentaron con 80 policías durante la fiesta del 21 cumpleaños del surfista profesional Mark Mathews. La pelea acabó con más de medio centenar de heridos y la presencia de helicópteros policiales patrullando la zona. Las imágenes de los disturbios acabarían dando la vuelta al mundo gracias a un documental de Netflix narrado por Russell Crowe, titulado Bra Boys: Blood is Thicker Than Water.
Ni siquiera la policía se atrevía a intervenir cuando amenazaban de muerte a los surfistas visitantes
LA HERMANDAD
Podría decirse que, en el fondo, La Hermandad del Amor Eterno hacía honor a su nombre. Se trataba de un grupo de evangelistas al margen de la ley que habían fundado una iglesia en devoción al poder transformador de la droga. De hecho, su fundador, John Griggs, estaba bajo los efectos de la heroína cuando asaltó a punta de pistola a un productor de Hollywood; pero tras tomar LSD por primera vez, renunció a la violencia, pidió disculpas y devolvió lo robado. Desde entonces abrazó la utopía lisérgica, inspirándose en La isla, la novela del gran filósofo de los psicodélicos, Aldous Huxley. Defensor destacado del uso de la psilocibina, el ingrediente activo de los “hongos mágicos”, Huxley fue miembro fundador de un proyecto pionero de Harvard dirigido por Timothy Leary y Richard Alpert, quienes supervisaron el Experimento del Viernes Santo en la Capilla Marsh de Boston en abril de 1962, el cual reveló que la psilocibina afectó profundamente la experiencia religiosa de nueve de cada diez estudiantes de posgrado. Según Michael Randall, uno de los miembros fundadores de la Hermandad, el plan era abaratar el precio del LSD mediante la producción en masa: distribuir «tanto LSD que se volviera prácticamente gratis. Teníamos un profundo compromiso espiritual con lo que hacíamos».
David Nuuhiwa y John Gale, miembros de la Hermandad del Amor Eterno, en Laguna Canyon en 1971 (FOTOGRAFÍA: Jeff Divine)
Así que la Hermandad comenzó a distribuir —a menudo gratuitamente— su propia marca de LSD, llamada Orange Sunshine, con fondos obtenidos del contrabando de hachís afgano, que traían directamente de Kabul y Kandahar, pasando por Karachi, Estambul, Frankfurt y Londres. Se trataba de una audaz operación a nivel internacional, con drogas escondidas en instrumentos musicales, en una furgoneta Volkswagen y, al más puro estilo californiano, dentro de tablas de surf ahuecadas. La comunión con las olas era una parte fundamental de la identidad espiritual de la Hermandad; la denominaban «Cristo en la Ola». Su historia es tan fascinante que daría para varias películas y en un futuro merecerán su propio artículo, pero basta con destacar una de entre sus numerosas hazañas: durante un evento de tres días en Laguna Beach —una desenfrenada celebración del cumpleaños de Jesucristo que comenzó el día de Navidad de 1970—, la Hermandad lanzó 25.000 dosis de LSD desde un avión sobre los asistentes, en un intento concertado de revolución espiritual colectiva.
EL SURFISTA
Los antecedentes penales de Jack Roland Murphy, más conocido como Murf el surfista, incluyen docenas de robos, un par de asesinatos en primer grado y el mayor robo de joyas de la historia estadounidense. Sin embargo, sus compañeros de instituto le recuerdan como un estudiante modelo y un destacado deportista, gracias a la férrea disciplina que le impusieron sus padres. Murphy nació en 1938 en Carlsbad (California), donde pasó su adolescencia asistiendo a clases particulares, entrenamientos deportivos y tocando el violín con la orquesta sinfónica local. En sus ratos libres, aprendió a surfear en una tabla de madera de secuoya de los años 50, grande y pesada.
Al cumplir los 18 años, su familia se mudó a Pensilvania. Murphy obtuvo una beca de tenis para la Universidad de Pittsburgh para estudiar medicina y convertirse en un hombre de provecho, pero lo que en realidad anhelaba era volver a surcar las olas. Así que, tras apenas unos meses, abandonó la carrera y se fue haciendo auto-stop a Miami Beach. La zona se había puesto de moda a finales de los años cincuenta y Murphy encajó a la perfección entre la comunidad de exiliados que, como él, habían llegado desde California para empezar de cero. La mayoría, veteranos de la Segunda Guerra Mundial y desertores del glamour hollywoodiense en busca de una segunda oportunidad.
Para ganarse la vida, Murphy trabajó como socorrista y profesor de natación antes de montar su propio espectáculo acuático junto a Dick Catri, campeón estatal de salto de trampoliín. En el verano de 1958, los dos viajaron al norte, para perfeccionar su destreza sobre las olas en las playas de la zona de Cocoa Beach. Tras unos años, Catri se marchó a Hawái, donde más tarde se convertiría en el primer habitante de la Costa Este en surfear las olas gigantes de Pipeline y Waimea.
Mientras tanto, Murphy tampoco perdió el tiempo. Se casó (y divorció) en tiempo récord, antes de instalarse definitivamente en Cocoa Beach, donde ganó dos premios estatales de surf en el 62 y el 63. Se volvió a casar (y a divorciarse rápidamente) y abrió su propia tienda de surf, labrándose una reputación de personaje excéntrico y temerario cuando en Navidad se echó al mar con su tabla, en medio de un oleaje huracanado de 4 metros, disfrazado de Papá Noel. Desgraciadamente, su carácter impulsivo le llevó a tomar una serie de malas decisiones que le obligaron a cerrar la tienda y regresar a Miami Beach, cuatro años más tarde.
Aunque previamente había tenido problemas con la ley, su historial se limitaba a una serie de delitos menores, y no fue hasta principios de los años 60, cuando conoció a un playboy llamado Allan Kuhn, que Murphy decidió “profesionalizarse”. Empezaron robando obras de arte para pedir un rescate a las compañías aseguradoras, llegando a amasar una pequeña fortuna que les volvió aún más avariciosos. Murphy utilizaba su memoria fotográfica para detectar joyas valiosas que colgaban de los cuellos y dedos de la distinguida clientela de los locales más elegantes de Miami Beach. Una vez seleccionado el objetivo, irrumpía en la casa del propietario con un grupo de cómplices y huía con el botín en su lancha motora a través de la red de canales de la ciudad que el propio Murphy conocía a la perfección.
En 1964, Murphy, Allan y su socio Roger Clark tomaron un avión a Nueva York, donde se alojaron en un lujoso ático. Pasaron unas semanas de fiesta, pavoneándose por la Gran Manzana y cometiendo pequeños hurtos, antes de planear su atraco más audaz hasta la fecha: irrumpir en el Museo Americano de Historia Natural y saquear su valiosa colección de joyas. Pasaron varios días vigilando la sala de gemas y estudiando pormenorizadamente los catálogos del museo, hasta familiarizarse con las características de cada piedra expuesta. Una noche, escalaron el muro de tres metros, forzaron la puerta y, descendieron hasta la galería por una soga. Cortaron agujeros en las vitrinas y huyeron con 24 gemas, cuyo valor total equivaldría a 3 millones de dólares actuales. Entre ellas se encontraba la Estrella de la India, el zafiro más grande del mundo.
Se trataba de una audaz operación a nivel internacional, con drogas escondidas en instrumentos musicales, en una furgoneta Volkswagen y, al más puro estilo californiano, dentro de tablas de surf ahuecadas.
Ninguno de los ocho guardias de servicio del museo notó nada extraño. Tampoco sonó ninguna alarma, descubriéndose que habían sido desconectadas años atrás, en un intento de la dirección del museo por ahorrar dinero. Sin embargo, la policía no tardó demasiado en echarles el guante. Circulan versiones contradictorias sobre quién les dio el soplo pero, 48 horas más tarde, los tres hombres estaban esposados. Recuperar las joyas resultó algo más difícil, aunque finalmente las más valiosas, incluida la Estrella de la India, fueron localizadas en una taquilla de una estación de autobuses de Miami. La escritora y directora de cine Nora Ephron, que entonces tenía tan solo 23 años, cubrió la noticia para el New York Post, que acabaría sirviendo de inspiración para la película Murph the Surf (1975), dirigida por Marvin Chomsky y protagonizada por Robert Conrad, Don Stroud (como Murph) y Donna Mills.
Murphy fue puesto en libertad bajo fianza y arrestado repetidamente durante los meses siguientes, ya que su fama recién adquirida y la constante atención de la prensa permitieron que muchas de sus víctimas lo identificaran. A pesar de informar al juez en una de sus comparecencias que todos estos procedimientos legales estaban interfiriendo con su viaje a Hawai para hacer surf, fue declarado culpable de casi todos los cargos en su contra y acabó cumpliendo casi dos años de prisión. Pero su paso por la trena no bastó para aplacar sus instintos criminales. En cuanto puso un pie en la calle, ingresó de nuevo en el mundo del hampa. Para entonces, aquel aura de surfista rebelde se había desvanecido por completo, dejando al descubierto su faceta más transgresora. Sin dar demasiados detalles al respecto, Murphy reconoció haber estado involucrado o haber tenido conocimiento de actos de violencia extrema y varios asesinatos, relacionados con las guerras de bandas en Boston que dejaron más de 60 muertos.
El 8 de diciembre de 1967 se encontraron los cuerpos lastrados de Terry Rae Frank y Annelle Marie Mohn en el Canal Whiskey Creek, en el Condado de Broward, cerca de Hollywood (Florida). Las dos mujeres, exempleadas de la correduría Rutner, Jackson & Gray de Los Ángeles, eran sospechosas del robo de acciones por valor de cuatro millones y medio de dólares actuales. La desaparición de las acciones no se descubrió hasta después de que las dos mujeres dejaran la firma y se mudaran a Florida, para compartir apartamento con Murphy y su amigo Jack Griffin. Durante el juicio, éste afirmó que nunca les había puesto la mano encima, que su muerte había sido un desgraciado accidente y que solo era responsable de haber intentado deshacerse de los cadáveres para que al asunto no le salpicara. Pese a todo, el jurado lo declaró culpable y lo condenó por asesinato en primer grado. En una decisión que algunos atribuyen a su creciente fama, se libró de la silla eléctrica y, en cambio, fue sentenciado a cadena perpetua.
Cabría pensar que ahí terminaban los giros inesperados que marcaron la vida de Murphy, el Surfista. Sin embargo, en algún momento durante sus dos primeras décadas tras las rejas, experimentó una epifanía religiosa. En los años siguientes se arrepintió de casi todos los crímenes por los que había sido condenado, se ordenó pastor y se esforzó por convencer a la junta de libertad condicional. Y en 1986, tras 20 años en prisión, finalmente lo consiguió. Tras su liberación, trabajó para una ONG evangelista visitando a los reclusos y contando su historia, animando a otros a abrazar la palabra de Dios, para que tal vez algún día ellos también puedan ser libres. Murph falleció a los 83 años, el 12 de septiembre de 2020, en Crystal River, (Florida), por una insuficiencia cardíaca, en compañía de su tercera esposa y sus nietos.
EL LIBRO DE LAS OLAS
JACK LONDON
¡Corazones salvajes y olas gigantes! Un libro bello e inesperado. El legendario escritor y aventurero fue pionero del surf moderno. Un hermoso canto a las fuerzas de la naturaleza y la libertad.
Una preciosa edición a cargo de Servando Rocha, que ncluye ensayos, cartas, fotografías o entradas del diario de London –así como el de su esposa Charmian London, que la acompañó en su odisea marítima–, convirtiéndose en un hermoso e ilustrado canto a la libertad para aquellos que poseen un corazón y alma salvajes.
