Los nazis de las caras cortadas


Luchaban a cara descubierta, salvo con protecciones para los ojos, acometiéndose con afiladas espadas hasta que sus rostros quedaban cubiertos de cicatrices que luego lucían con orgullo. Así fue el «mensur» alemán. Muchos de sus practicantes fueron futuros nazis

 

Muchos nazis, como los célebres Otto Skorzeny (alias «Cara cortada»), Ernst Kaltenbrunner o Ernst Röhm, entre otros, cuando se convirtieron en el rostro perverso de un sistema totalitario y suicida, aparecían fotografiados con sus rostros cruzados por profundas cicatrices, que exhibían con orgullo. No habían sido infringidas en el campo de batalla sino en duelos de esgrima sin casi reglas famosos durante sus años de estudiantes, cuando militaban en alguna de las centenares de asociaciones estudiantiles tanto alemanas como austríacas o suizas en las que el mensur (el nombre que recibió, que significa algo así como «victorioso») era una actividad de defensa del honor y la «hombría» heredera del duelo romántico. Todos los miembros de estas asociaciones  llevaban gorrita y cinta en bandolera. Entre ellos era obligatoria el mensur, no sólo cuando ha habido insulto previo, sino cuando le ha tocado la suerte. Generalmente, un estudiante de un grupo se bate con el de otro, sin motivo plausible, porque así lo ha dispuesto su Asociación, cuyos acuerdos tienen fuerza de ley. Es preciso que cada sábado se bata, por lo menos, un miembro del Korps, para lo cual se sortean por un reglamento. Los miembros de todas estas asociaciones se dividen en tres categorías: los activos, subdivididos en Füchsé o jóvenes, y Purschen; inactivos, que son los que están terminando la carrera; y los Filister o miembros antiguos de la asociación. A título de huéspedes (Gost), las Vereine y las Verbindungen, sobre todo, reciben a los estudiantes extranjeros que acaban de completar sus estudios en Alemania. La mesa se compone del presidente o Sénior, del instructor o Zorro mayor, del secretario y del tesorero, que son nombrados cada semestre.

LA SANGRÍA SEMANAL

«Los golpes iban a la cara. Peleaban con los rostros al descubierto, solamente protegidos los ojos y el cuello»

Sin embargo, durante siglos el duelo era legal como método para resolver afrentas al honor, pero en este caso el honor no interviene. Por entonces, en los años veinte del siglo pasado, las protecciones escaseaban y todo era bastante salvaje; los contendientes de acometían con saña, apuntando a la cara. Morir era complicado pero muy sencillo salir ensangrentado, ya fuese con heridas superficiales como con otras profundas y graves. Las cicatrices se conocían como «schmiss». Tirar la toalla no era una opción. Los participantes, bajo la atenta mirada de amigos y médicos, no podían retirarse sino vencer el miedo, avanzar, no retroceder. Los golpes iban a la cara. Peleaban con los rostros al descubierto, solamente protegidos los ojos y el cuello.

«El tipo del estudiante espadachín era muy conocido en Alemania; se le temía y admiraba –afirmó La Escuela Moderna en 1911–. Un magistrado alemán, al leer que esas copiosas sangrías eran una tradición bárbara, respondió sencillamente: “Esas copiosas sangrías tienen un fin que no notáis; son, ante todo, una escuela de resistencia al dolor. No digo una escuela de bravura, porque en la mensur no se arriesga la vida; pero el Bursch no se deja hendir el cráneo, cortar la nariz, romper los dientes y acribillarse las mejillas sin sufrir; sufre, y, so pena de verse excluido de la asociación, o por lo menos, de verse momentáneamente privado de la gorra con los colores del Korps, no debe quejarse del golpe que acaba de recibir, ni siquiera pestañear”. Este modo de ver las cosas explica que hombres como Jacobo Grrimm, aboguen por la conservación de la Mensur, defendida por el historiador Treitschke, por el moralista Paulsen, por el teólogo Schrempf y por el mismo emperador. Un médico, hoy muy pacífico, pero que en otro tiempo fue presidente de un Korps, se complacía en contar sus hazañas con placer: «El honor de nuestro Korps es para nosotros algo sagrado; por él luchamos, por él estamos dispuestos a sacrificar hasta nuestra vida. Y no es más que justicia; porque nuestro Korps nos ha preparado para las luchas futuras de la existencia, enseñándonos la bravura, la energía, la virilidad intelectual y moral. Serían insensatos y criminales quienes no le otorgasen su gratitud».

¡A MUERTE!

La revista Hojas selectas, en enero de 1912, publicó una crónica de uno de estos combates: «Los Füchsen llevan gorras de ancha visera y van armados de sables muy largos (Scklüger). Llegan al campo del combate acompañados de sus secundantes y testigos, que les sostienen el brazo, entorpecido por el cojinete de salvaguardia. El imparcial da la señal de empezar con las palabras: Silentitim! AuJ die Mensur! Fertigl Los! (¡Silencio! ¡Al combate! ¡Pronto! ¡Ahora!) Los dos adversarios avanzan, con el brazo derecho levantado en actitud de cubrir la cabeza y la punta del sable hacia abajo. Se vigilan uno a otro y se asestan en la cabeza repetidos golpes, que unas veces paran con la almohadilla del brazo y otras con la guarda del sable. El duelo ha de durar quince minutos, y una vez transcurridos, el imparcial grita: Paukerei herí (¡El duelo ha terminado!); Después se cuentan los cortes de cada uno de los adversarios y se tiene sumo cuidado en escribir, en el libro de la corporación, que fulano de tal ha tenido en la cara una raja de tres, cuatro o cinco centímetros. Este es el libro de oro de la corporación».

STEFAN ZWEIG, UN TESTIGO PRIVILEGIADO

«La simple visión de aquellas rudas bandas militarizadas y sus caras cortadas, insolentemente provocadoras, me quitó las ganas de visitar los espacios universitarios»

El escritor Stefan Zweig, durante sus años de estudiante, conoció este tipo de asociaciones y presenció combates, que luego describió en sus memorias, publicadas en castellano por Acantilado (El mundo de ayer. Memorias de un europeo, 2002):

«Por otro lado, para ser considerado un estudiante "en toda regla", era necesario "haber demostrado" la propia virilidad, es decir, haber salido airoso de tantos duelos como fuera posible e incluso llevar en la cara, en forma de "cicatrices", las marcas distintivas de tales heroicidades; unas mejillas lisas y una nariz sin marca eran indignas de un auténtico académico germano. Y así, los estudiantes "de todos los colores", los que pertenecían a una corporación con distintivos de color, se veían obligados sin cesar, a fin de poder "batirse con cuantos más adversarios mejor", a provocarse mutuamente o a provocar a otros estudiantes y oficiales del todo pacíficos. Era en las salas de esgrima de las "asociaciones" donde se inculcaba esta noble y principal actividad de los nuevos estudiantes... Cada "zorro", es decir, novicio, era confiado a un hermano de la corporación, al que debía obediencia servil y el cual, a cambio, lo adiestraba en las nobles artes de su código de conducta o 'komment': beber hasta vomitar, vaciar de un trago y hasta la última gota una jarra grande de cerveza... para así corroborar gloriosamente que uno no era un "blando", o vociferar a coro canciones estudiantiles y escarnecer a la policía marcando el paso de la oca y armando jaleo por las calles de noche. Todo eso era considerado "viril", "estudiantil" y "alemán", y cuando las corporaciones -con sus gorras y brazaletes de colores- desfilaban agitando sus banderas en sus "callejeos" de los sábados, esos mozalbetes simplones, llevados por su propio impulso hacia un orgullo absurdo, se sentían los auténticos representantes de la juventud intelectual... notarios y médicos de pueblo de edad provecta levantaban durante años sus ojos achispados hacia las garambainas de colores y las espadas colgadas en la pared en forma de cruz, orgullosos de sus cicatrices, vistas como marca acreditativa de su condición de "académicos". A nosotros, en cambio, esta actividad boba y brutal sólo nos producía asco, y cuando tropezábamos con una de esas hordas con brazales, doblábamos sabiamente la esquina; porque para nosotros, que teníamos como valor máximo la libertad individual, el gusto por la agresividad y a la vez por el servilismo de grupo representaban, con claridad meridiana, lo peor y lo más peligroso del espíritu alemán. Sabíamos además, que tras ese romanticismo momificado se escondían objetivos prácticos astutamente calculados, puesto que la afiliación a una corporación ”duelista” aseguraba a todos sus miembros la protección de los ”viejos señores” que ya ocupaban altos cargos y les facilitaban la carrera. De la asociación de los Borusianos, de Bonn, partía el único camino seguro hacia la carrera diplomática alemana; de las corporaciones católicas de Austria, el camino hacia las buenas prebendas del partido socialcristiano en el poder, y la mayoría de esos ”héroes” sabían perfectamente que sus brazales de colores sustituirían en el futuro los estudios serios que ahora descuidaban y también que cuatro cicatrices en la frente podían llegar a ser un día mejor recomendación para un cargo que lo que estaba detrás de ella. La simple visión de aquellas rudas bandas militarizadas y sus caras cortadas, insolentemente provocadoras, me quitó las ganas de visitar los espacios universitarios; también otros estudiantes, deseosos de aprender de veras, evitaban el paraninfo para ir a la biblioteca y así evitar cualquier encuentro con aquellos tristes héroes»