Las increíbles y extrañas cometas de Graham Bell

Las «cometas tetraédricas», diseñadas hace un siglo por Alexander Graham Bell, engañaban a la vista y creaban ilusiones aéreas de una arrebatadora belleza


[Vía Rrose Sélaby | Blog personal de Rrose Sélaby]

El pie de foto habitualmente reza: Alexander Graham Bell, ayudado por varios operarios, ensaya el vuelo de uno de sus prototipos de «Tetrahedral kites» («cometas tetraédricas»). Es el año 1908 y los hermanos Wright ya llevan varias temporadas tratando de hacer despegar los primeros aeroplanos. Ocurre, sin embargo, que cuando miramos las fotografías de los ensayos de los Wright reconocemos lo que vemos: en esos aparatos se vislumbra ya algo así como el esquema inmaduro de un avión. Y son empujados, arrastrados, se levantan, chocan contra el suelo. Pero no ocurre lo mismo con esta fotografía. Todas las cometas de Bell ostentan diseños paradójicos. Son objetos de una extraña pureza formal. Bell proseguía un camino abiertamente diferente al de los Wright. Desde luego no se había dedicado a observar el planeo de los pájaros. No era, como los hermanos Wright, un fabricante de bicicletas. Se las entendía con la electricidad, con las ondas, con lo que no se ve, así que, puesto a la tarea de alzar el vuelo, es posible que le interesara más la geometría pura que la mecánica al uso.

Una de las extrañas cometas de Bell ante el asombro de todos

Una de las extrañas cometas de Bell ante el asombro de todos

Guardo esta imagen desde hace años porque hay en ella algo que solo acierto a clasificar como una «interrupción». Todo está ahí soberanamente claro y sin embargo no todo se reconoce a primera vista. El instante, por ejemplo, también cuenta, porque es afortunado: cuando la cámara hizo el disparo, el prototipo se tenía ya en el aire. El objeto es tan perfecto en sus líneas, en sus proporciones, que no parece verosímil. Una impresión estúpida se produce en los primeros segundos: «lo que vemos es una fotografía trucada». No, no lo es. Es real, y es de una belleza equiparable a la Victoria de Samotracia. ¿Negará alguien que la imagen es exultante? Por otras fotografías sabemos que los prototipos eran muy, muy ligeros. Los paños eran de seda roja. Y sin embargo no era tan fácil hacerlos subir. No es casual que aparezcan hasta tres ayudantes en la fotografía. No sabemos por cuántas veces habrán recogido el prototipo de entre el pasto que recubre la pradera inclinada. La fotografía recoge el momento amable en que —al menos por una vez— han logrado darle esquinazo a la gravedad. A la derecha, con unos pantalones subidos hasta el pecho, con barba y cabellos blancos, Graham Bell observa mesmerizado su propia obra. Hacia el fondo un niño corretea, también exultante. Todos los hombres miran fijamente el objeto, el vuelo.

Alexander Graham Bell besa a su esposa Mabel Hubbard Gardiner Bell en el interior de una de sus cometas (1913)

Alexander Graham Bell besa a su esposa Mabel Hubbard Gardiner Bell en el interior de una de sus cometas (1913)

Me pregunto por qué esa fotografía, de alguna manera, y a pesar de todo lo que explico, me rompe los ojos. Hay como un diálogo secreto, solo murmurado, entre el ojo de la cámara y lo que se dispuso delante de ella. La imagen parece contener dos mundos. Lo que en la imagen se abre como un precipicio es la coexistencia de esos mundos. De un lado la dimensión de lo orgánico y sus leyes: un niño y cuatro hombres estupefactos, cuatro seres sometidos por la gravedad y bien afirmados sobre dos extremidades inferiores, pero probablemente también sudorosos en esa mañana del 7 de julio de 1908. Del otro lado, del lado de arriba, sobre el fondo de un cielo claro y sin accidentes, lo inorgánico, la geometría convertida en un volumen de aire atrapado y en fuga. Hay una cuerda que une el prototipo al suelo, pero apenas se ve. El mismo ojo del aparato fotográfico que nos trae, más de cien años después, intacta, la intrincada estructura de la cometa, ese mismo ojo nos trae la infinita complejidad, la profusión inextricable del pasto en el que se pierden las piernas.

Quinientos años antes Paolo Ucello intentó, denodadamente, dibujar modelos muy similares a esa cometa de Bell. Esos objetos se llamaban «mazzochi» y eran unas piezas de madera que las mujeres usaban para tocarse con velos sobre el cabello. Los dibujos de Ucello son hermosísimos y también imperfectos. En la fotografía de 1908 hay algo así como una historia de amor entre la cometa y el ojo de la cámara, y dura apenas un instante, pero yo sigo mirando atónito la imagen.