El Agujero del Diablo


El alucinante «Devil’s Hole», también conocido como The Rotor, fue una de las atracciones más temerarias: hasta treinta personas entraban en un inmenso barril que giraba a tanta velocidad que quedaban suspendidas en el aire. Eran frecuentes la asfixia y los golpes. También los niños eran admitidos

En los cincuenta, cuando el mundo de las atracciones no estaba bajo el control de la inmensa mayoría de normas de protección y seguridad que existen hoy en día, los circos y parques de atracciones eran territorios salvajes que ofrecían, en numerosas ocasiones, números absolutamente delirantes, instalaciones pavorosas y verdaderos ingenios llenos de temeridad y peligro. The Rotor, más conocido como «Devil’s Hole» («Agujero del Diablo»), fue una de estas atracciones, prohibidas más tarde, que tuvieron una gran popularidad. Su diseñador y patentador fue el alemán Ernst Hoffmeister, que lo ideó a finales de los cuarenta, estrenándose en el Oktoberfest de 1949. Aunque Hoffmeister fue el diseñador, la mayoría de los rotores se construyeron bajo licencia. En Australia, fueron construidos por Ted Hopkins de Luna Park Milsons Point. En los Estados Unidos, dos compañías principales eran responsables de la producción; Velare Brothers y Anglo Rotor Corporation (ARC). Una disputa entre estas dos compañías se resolvió cuando los derechos de construcción de los Rotores giratorios se asignó  Velare Brothers, mientras que los Rotores permanentes (más tarde conocidos como Chance Rotors) se convirtieron en el dominio de ARC.

Poco después, ya se ofrecía en la mayor parte de las atracciones de las ferias de Estados Unidos, como en el célebre parque de Coney Island, del que pertenecen esta serie de alucinantes imágenes tomadas en medio de los gritos y el asombro del público, que podía contemplar el espectáculo desde lo alto, en una especie de «agujero» en el que los participantes «levitaban» mientras giraban a una increíble velocidad (unas dos rotaciones completas por segundo) en un barril vertical. La rotación era tan veloz que, en un momento dado, el piso se retraía y los participantes, hasta una treintena de personas por sesión, quedaban suspendidos en el aire. Los niños eran admitidos.

La experiencia del Agujero del Diablo era desde luego peligrosa. Además de numerosos golpes, los participantes sufrían problemas respiratorios por la fuerza rotatoria. Unos a otros se agarraban despavoridos sin darse cuenta que su vida podía correr peligro. El negocio era perfecto: no solo pagaban los participantes sino también los espectadores, que tenían un cómodo asiento en un puesto de observación desde lo alto. La publicidad incluso aseguraba que, debido al efecto creado, las chicas quedaban semidesnudas o las faldas se levantaban, por lo que el público era en gran medida masculino.

Gran parte de su celebridad se debió al cine. En una escena de Los 400 golpes Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud) entra en un Agujero del Diablo. Lo mismo sucede con en Los Ángeles de Charlie (1976), la serie televisiva, cuando en uno de sus capítulos capturan a un peligrosa criminal en el interior de estos artilugios.

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