El crimen de los años 30 que fue resuelto por un loro

En 1932, el Crimen de Badalona conmocionó a la opinión pública española. Durante días no hubo ninguna pista del asesino que, finalmente, fue «delatado» por un loro.

En abril de 1932, Antonio Carrera volvió a tomar posesión de una casa unifamliar de su propiedad. Después de meses de impagos, había conseguido desahuciar a su inquilino y quiso echar un vistazo para ver en qué condiciones había dejado el lugar.

Su primera sorpresa fue encontrar que no había ni un mueble. La segunda, que en una de las habitaciones algunas de las baldosas del suelo estaban ligeramente elevadas respecto del resto. Extrañado, comenzó a inspeccionar con más detalle y comprobó que habían sido movidas y vueltas a colocar. Cada vez más intrigado, decidió levantar alguna y se topó con la tercera sorpresa del día: alguien había cavado un agujero en el que había un bulto. La cuarta sorpresa fue comprobar que el bulto era un cadáver humano envuelto en una tela.

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Los periódicos que se hicieron eco de la noticia bautizaron el caso como el Crimen de Badalona, por estar la casa en la calle Nuestra Señora de Lourdes de esa localidad catalana y porque en esos primeros días eran los únicos datos que se tenían. El cadáver estaba totalmente desfigurado y era imposible determinar la identidad del o de la fallecida que, finalmente, resultó ser una mujer.

Las primeras investigaciones policiales se encaminaron hacia el antiguo inquilino de la vivienda. Un hombre llamado Aurelio Martínez que se había esfumado sin dejar ningún rastro. Lo que sí apareció en una trapería de las Ramblas fueron los muebles de la casa que habían sido vendidos por Martínez antes de abandonar el domicilio.

Esta pista, que en cualquier otro caso no hubiera tenido demasiada importancia, en el del crimen de Badalona fue clave y permitió determinar la identidad de la víctima. Junto a las mesas, la cómoda o las sillas que había vendido Martínez, apareció un loro y, si bien los muebles podían pertenecer a cualquier persona, el animal fue identificado como propiedad de una mujer de mediana edad llamada Emily Langer.

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Emily era viuda de un acaudalado industrial alemán propietario de la Compañía Fabril de Carbones Eléctricos que murió arruinado y que apenas dejó a su esposa una pequeña manutención. Emily vivía en el centro de la ciudad, en una pensión de la Calle Tallers, donde era conocida por su consumo habitual de estupefacientes y sus frecuentes escándalos que, en un momento dado, provocaron que fuera expulsada de la pensión.

Amistades peligrosas

En la pensión de la Calle Tallers también residía Eulalia Maynou, una joven casada que se había enamorado de Benjamín Balsano, delincuente nacido en Argentina, muy conocido en el barrio Chino por sus estafas y sus negocios con narcóticos. De este modo, cuando Emily fue expulsada de la pensión, Balsano decidió llevarse a la mujer y al loro a vivir con él en un local comercial que había alquilado y en el que quería montar una tienda de alimentación junto a Eulalia. Lo único que le faltaba era el dinero y Emily, agradecida por haberla recogido, se comprometió a dárselo.

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Sin embargo, el tiempo pasaba y la viuda no cumplía con su parte del trato, lo que hizo que Benjamín Balsano y Eulalia Maynou comenzaran a impacientarse. Las relaciones entre los tres comenzaron a tensarse y un buen día, Balsano asesinó a Emily degollándola de un solo tajo. Este acto impulsivo provocó que la pareja tuviera que improvisar y trazar un nuevo plan para deshacerse del cadáver. Con ese objetivo, Balsano compró una caja, metió en ella el cadáver y lo sacó del local con destino a una casa unifamiliar que había alquilado en Badalona con el nombre falso de Aurelio Martínez. El problema fue que, en el tiempo transcurrido desde la muerte, el alquiler y el traslado, el cuerpo ya había empezado a descomponerse y emanaba un olor un tanto fuerte. Lo suficiente como para que llamase la atención de la portera del edificio, que hizo mención al hecho en su declaración policial celebrada casi un año después.

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Durante meses, Balsano y Maynou, que ya habían enterrado a Emily en una de las habitaciones de la casa de Badalona, aprovecharon para disfrutar del lugar. Montaban fiestas, llegaban de madrugada con hombres y mujeres, provocaban las quejas de los vecinos y no se preocuparon de pagar el alquiler lo que, finalmente provocó que fueran desahuciados. No obstante, antes de que eso sucediera y con objeto de obtener liquidez para huir del país, vendieron los muebles y huyeron a Madrid.

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En la capital, Balsano continuó haciendo sus negocios y, de no haber sido por el loro, posiblemente habría podido huir del país junto a su amante pues, en principio, nada lo relacionaba con el caso. Experto estafador, Balsano utilizaba documentos y nombres falsos de forma habitual, lo que despistaba continuamente a la policía. El problema fue no haber sido tan diligente a la hora de vender los muebles y haberlo hecho en un lugar en el que sí que conocían su verdadera identidad.

Una vez que la policía supo que el tal Aurelio Martínez era Balsano, buscó en sus archivos y dio con una fotografía suya que le había sido tomada unos años antes con motivo de una antigua detención de la que finalmente fue absuelto. Se sacaron copias y se repartieron por las comisarías de diferentes ciudades de España, cuyos agentes recorrieron mostrándosela a los propietarios de hoteles y pensiones. En una de ellas, situada en la Plaza del Progreso (actual Tirso de Molina), los propietarios reconocieron a Balsano, confirmaron que viajaba con una mujer, pero informaron que habían abandonado el establecimiento poco tiempo antes. A partir de esa información, fue cuestión de horas que la policía los localizase en una pensión de la Calle Santa María de la Cabeza número 28 donde fueron detenidos.

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Benjamín Balsano, Eulalia Maynou y la madre de esta –que si no participó del hecho, estaba enterada de los detalles–, fueron juzgados unos meses después en la Audiencia Provincial de Barcelona por un jurado popular. El juicio suscitó un gran interés entre el público, especialmente las mujeres muchas de las cuales, tras ver la fotografía de Balsano en los periódicos, se sentían atraídas por el delincuente y le escribían cartas a la prisión.

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Durante todo el proceso Balsano negó los hechos, sus diferentes declaraciones fueron contradictorias entre sí y llegó a acusar a un antiguo compinche, Santiago Romero, del asesinato y la inhumación ilegal sin reparar en que Romero llevaba varios meses en prisión cuando el crimen fue cometido. De este modo, y a pesar de los intentos por enturbiar las actuaciones judiciales, el jurado declaró culpables a Balsano y a Maynou pero absolvió a la madre de esta.

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La condena fue de 22 años de cárcel, uno más de lo que pedía el fiscal, pero Maynou tan solo cumplió cuatro antes de ser liberada. Balsano, sin embargo, no disfrutó de beneficio penitenciario alguno. De hecho los periódicos de la época no vuelven a da noticia de él y no se sabe si murió en prisión, fue liberado, murió o se fugó cuando estalló la guerra civil en 1936. Para saber eso, haría falta mucho más que un loro.

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