Conversaciones caníbales con Servando Rocha (I)

Celebramos la séptima edición de La Facción Caníbal. Historia del vandalismo ilustrado, recuperando el primer encuentro entre Servando Rocha y David Bizarro, con motivo de la publicación del libro de culto sobre arte, crimen y revolución, hace doce años.


Servando Rocha consigue implicarnos en su particular cruzada, que no es otra que interpretar los pasajes secretos de la Historia. Por las páginas del libro deambulan —en aparente desorden— poetas y terroristas, músicos y revolucionarios, artistas y asesinos en serie. La clientela habitual de la acogedora taberna donde nos hemos citado; un enclave, el Ojitos, que me describe por teléfono como «una taberna amplia y tranquila. Seguro que hay mesa libre; te gustará». Pues efectivamente.

Apuro el primer botellín mientras repaso mentalmente la estrategia a seguir. A este tipo de citas uno acude sin grabadora, así que es mejor no pasar ningún detalle por alto. Apoyado en la barra, reviso mi voluminoso montón de notas y llego a la conclusión que no hay espacio para abarcar tanto. Sería necesario, al menos, escribir otro libro. Así se lo digo al propio Servando, mientras nos hacemos fuertes en una mesa del fondo. «¿Otra cerveza?». Mejor que sean dos.

«Queremos la Revolución Caníbal. Más grande que la Revolución Francesa».

Para romper el hielo, charlamos un rato sobre Greil Marcus. Me confiesa que ha empezado a leer Escuchando a The Doors (Contra, 2012) y le tiene enganchado. Para quienes venimos del punk, deshacernos en elogios sobre un libro que toma al grupo de Jim Morrison como punto de partida, no es precisamente moco de pavo. «La principal virtud de Marcus es que se deja llevar por el instinto a la hora de interpretar los datos. No es un erudito y por eso siempre acierta». Personalmente me pasa lo mismo con el libro de Servando. He disfrutado muchísimo del juego literario, los anacronismos históricos y las paradojas espacio-temporales. Perdemos otro buen rato hablando del cine de Peter Watkins y mencionamos de pasada Matadero Cinco de Kurt Vonnegut. Sin darnos cuenta, hemos ido tejiendo nuestra propia trampa; porque si me apuran, La Facción Caníbal puede (y debe) entenderse como un ejercicio de metaliteratura además de como un ensayo. Lo que no quiere decir, en modo alguno, que prescinda del rigor histórico. «Han sido más de cuatro años de documentación, revisiones y correcciones. Un proceso agotador, tanto para mí como para los que me rodean». Me lo creo: basta con sopesar el centenar de referencias bibliográficas sobre la palma de la mano.

Pedimos otro botellín y vamos pasando las páginas. Me detengo en el generoso apéndice, donde el autor desgrana los pormenores de su investigación. Lo reconoce como «fruto de la necesidad, para evitar interrumpir la lectura cada diez frases con interminables notas a pie de página». Poco a poco fue creciendo con la autonomía de un work in progress. Además de un acto de honestidad por parte de Servando, casi parece una invitación a retomar por nuestra cuenta y riesgo una investigación que no está, ni mucho menos, cerrada. «Lo menos que uno puede hacer es revelar todas sus fuentes. Me refiero a que los conocimientos han sido y son heredados. Cada cual aporta sus puntos de vista y hasta métodos de escritura. Le robé la idea al Alan Moore de From Hell, donde hacía algo parecido».

SOBRE INCENDIOS, REVOLUCIONES Y OTROS FUEGOS FATUOS

En sintonía con Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX (Anagrama, 1993), Servando se remonta al Londres de 1780 para presentarnos al joven William Blake como testigo de excepción de los disturbios más graves ocurridos en la historia de Londres. La muchedumbre, alentada por Lord George Gordon, incendia la penitenciaría de Newgate. De pie ante las llamas, Blake experimenta su propia epifanía revolucionaria: una pulsión atávica que va más allá del simple arrebato estético y que Edmund Burke hubiera descrito como sublime.

«Mi intención con La Facción Caníbal era indagar sobre las relaciones de poder y fascinación estética que han ejercido la guerra, el terror y la violencia a lo largo de los siglos. Reflexionar sobre la estrecha relación entre arte y crimen»

El fuego, en su vertiente más simbólica, es uno de los protagonistas favoritos de Servando, como antes lo fuera de Historia de un incendio. Arte y revolución en los tiempos salvajes: de la Comuna de Paris al advenimiento del punk (La Felguera, 2009). «Volviendo la vista atrás, lo de aquel libro fue algo precipitado —reconoce— No es que sea un remake, si no que éste es todavía más ambicioso y se beneficia de otro bagaje», por más que los dos compartan el mismo espíritu pirómano. El invento funciona al estilo de la Linterna Mágica: es posible proyectar la sombra de los disturbios del Londres del siglo XVIII sobre la superficie de los del siglo XXI. Los revolucionarios recorren las calles de París con la cabeza de un noble ensartada en una estaca, mientras en Libia un grupo de rebeldes registra la agonía de Muamar Gadafi con la cámara de su teléfono móvil. «A grandes rasgos, la perspectiva de Marcus es abiertamente jungiana. Interpreta la Historia como un flujo de corrientes ocultas que sobreviven a través de los tiempos en el inconsciente colectivo, lo que nos permite relacionar el punk con los herejes medievales, la Revolución Francesa, los dadaístas…». Pero como rebatía Stewart Home en El asalto a la cultura (Virus, 2002), «sólo un imbécil puede confundir el punk con el arte». Y curiosamente uno de esos imbéciles se llamaba Malcolm McLaren.

MALCOLM IN THE MIDDLE

Durante la preparación de King Mob. Nosotros, el partido del diablo (La Felguera, 2009) Servando conoció a los hermanos Wise, activistas del grupo situacionista británico. La conversación derivó en torno al famoso episodio del Papá Noel de Oxford Street en 1968, tal y como quedó reflejado en el prólogo del libro: «Imaginaos a un sonriente Santa Claus repartiendo regalos a las puertas de un centro comercial. Ahora pensad que, junto a los regalos, entrega unos horribles panfletos en los que incita a quemar Oxford Street para luego bailar alrededor del fuego. No obstante, lo mejor es el final: los atónitos rostros de los niños que observan como su Santa Claus es detenido bruscamente por varios policías».

«El propio McLaren se atribuyó el mérito de aquella acción durante años, aunque su participación fue más bien anecdótica —prosigue Servando— Según Stuart y Dave (Wise), se lo encontraron cuando estaban distribuyendo panfletos a la salida del metro. A Malcolm le entusiasmó la idea y se ofreció a echarles una mano repartiéndolos por su cuenta, pero eso fue todo». Acostumbrado a apropiarse de las ideas ajenas, su imagen pública quedó irremediablemente asociada a la de un ególatra sin escrúpulos. «La vida y obra de McLaren resultan extraordinariamente contradictorias. Pero, ¿qué podemos esperar de alguien que se definía como El Gran Burlador?». Su carisma, inteligencia y sentido de la oportunidad hicieron de McLaren una pieza clave del vandalismo ilustrado. En palabras de Adam Ant (antiguo vocalista de Adam & The Ants), «era Dantón, Robespierre y la Revolución Francesa, todo en uno. Era el Terror. Era una jodida granada». Brindamos por eso.

«Sin él no existiría el punk tal y como lo conecemos. Ni Lady Gaga, esto es así», concluye Servando, mientras repasamos la imaginería dickensiana con la que aquel aprendíz de Guy Debord revistió a aquel atajo de desarrapados conocido como The Sex Pistols. La herencia de un interminable linaje de camorristas y rateros que se remontaba a los primeros hooligans del siglo XVII y que contribuyó a vender al alza su estafa posmoderna. No es casualidad que The Great Rock’n’Roll Swindle, el revelador trampantojo filmado por Julian Temple, se estrenase precisamente el 15 de mayo de 1980, coincidiendo con el segundo centenario del los disturbios de Gordon.

La plebe londinense crea la Anarquía en el Reino Unido en The Great Rock’n’Roll Swindle.

«Era Dantón, Robespierre y la Revolución Francesa, todo en uno. Era el Terror. Era una jodida granada»

En 2011, un año después de la muerte de McLaren, se subastó en Christie’s un cartel de la última gira de la banda, conocido como The Oliver Twist Manifest, donde pueden leerse consignas incendiarias como «doscientos años de anarquía juvenil» y «una turba gritando y escupiendo anarquía» escritas de su puño y letra. La pieza alcanzó un precio en el mercado superior a los mil euros, lo que no está nada mal para un arribista conspirador de origen judío, como a algunos les gustaba menospreciarle.

LA CUESTIÓN CANÍBAL

«Mi intención con La Facción Caníbal era indagar sobre las relaciones de poder y fascinación estética que han ejercido la guerra, el terror y la violencia a lo largo de los siglos —reconoce Servando— Reflexionar sobre la estrecha relación entre arte y crimen». Hablemos pues de Blake y Burke, pero también de Thomas de Quincey, George Grosz y Jack el Destripador. Citemos al Marqués de Sade y al Duque de Warthon, Saint-Just, Robespierre y todos los demás. Sentemos juntos a la mesa a Mussolini, Marinetti y Scott Walker. A Wagner, Hitler y Otto Dix. A André Bretón y Marcel Duchamp con las hermanas Papin. Sirvámosles los entrantes y pongámonos a escuchar...

En 1959 Meret Oppenheim, famosa entre el círculo surrealista parisino como «el ideal de mujer que todo hombre desea», inauguraba la Exposición Internacional de la galería de Daniel Cordier con una alegoría titulada Festín Caníbal, en la que representaba a un grupo de comensales en torno a una mujer desnuda cubierta de alimentos. La pieza recreaba una cena privada con la que la artista había obsequiado a sus amigos, sustituyendo a la mujer por un maniquí pintado de oro y a los invitados por figuras de cera vestidas, eso sí, de rigurosa etiqueta. La mujer-objeto, convertida en un objeto erótico y alimenticio a lá Cindy Sherman, remitía al Manifiesto Caníbal firmado en 1920 por el dadaísta Francis Picabia. «Queremos la Revolución Caníbal —decía— Más grande que la Revolución Francesa».

La idea del canibalismo como rasgo contracultural viene de antaño. Desde los albores de la humanidad, el hombre primitivo ha devorado a sus semejantes para infundirse de valor y conocimientos pero, con la llegada de la civilización, la práctica quedó relegada al ámbito de los depredadores salvajes. Hipocresías aparte, existe una notable diferencia social entre los supervivientes de la tragedia de los Andes e Issei Sagawa. Y es que en nuestro afán por demonizar al transgresor, reprobar conductas inmorales o condenar el asesinato, hemos llegado incluso a hablar de brujas, hombres lobo y hasta vampirismo. Acuérdense de Peter Kürten, por ejemplo. Pero la antropofagia ha resultado especialmente evocadora como metáfora de la lucha de clases y otras pasiones devoradoras.

fotograma caníbal de La Edad de Oro (Luis Buñuel, 1930)

Es tarde y se nos está abriendo el apetito. Se nos han quedado demasiado temas en el tintero: la poética del horror, la prospección psicogeográfica, el terrorismo chic… Así que sellamos el pacto con un apretón de manos y acordamos vernos al día siguiente.                                                       

(Continuará)

La Facción Caníbal. Historia del Vandalismo Ilustrado

SERVANDO ROCHA

¡7ª edición revisada y aumentada! ¡La esperada reedición del libro de culto sobre arte, crimen y revolución! Incluye nuevo post scriptum.

La Facción Caníbal. Historia del Vandalismo Ilustrado describe la fascinación del arte por el crimen, donde Lord George Gordon o Walter Benjamin, Robespierre o Malcolm McLaren, Saint-Just o Guy Debord, las sesiones nocturnas de los clandestinos Clubs del Fuego Infernal o los crímenes de Jack el Destripador, funcionan como pasadizos históricos, túneles para bandidos y forajidos, lugares para el contrabando.