El Comunista, el Diablo y la Vírgen del Peral

En la convulsa Italia de los años 60, un comando terrorista y una beata milagrera sellaron un “pacto satánico” que salpicó la gran pantalla y los titulares de prensa, confundiendo realidad y ficción.


Desde 1968, primero cada día y luego cada semana, la Virgen María visita San Damiano, una aldea italiana de la región de Emilia-Romaña. Según aseguran sus fieles, continúa apareciéndose, “vivida y real”, a intervalos regulares, todos los sábados a la hora del rosario, a pesar de la desaparición de quien fue “su instrumento en la Tierra”, como todavía se refieren a Rosa Quattrini, más conocida como Mamma Rosa, una campesina viuda y analfabeta que vivía en una humilde casa de labranza, hoy convertida en santuario mariano.

El 29 de septiembre de 1961, coincidiendo con la festividad del Arcángel Miguel, una joven llamó a su puerta en busca de limosna. Rosa llevaba semanas postrada en la cama y hacía tiempo que se había resignado a que la muerte viniera a buscarla, consumida por un cáncer terminal. Al enterarse, la desconocida pidió a sus familiares que le permitieran conocerla y, cuando las campanas de la iglesia cercana comenzaron a tocar el Ángelus, entró en el dormitorio de Rosa con un chal azul celeste cubriéndole el rostro y le pidió que rezara con ella. Tras las oraciones, le ordenó que se levantara de la cama. Rosa le respondió que estaba demasiado enferma para hacerlo, pero la visitante la tomó de la mano y para sorpresa de todos consiguió incorporarse. Reconoció entonces las facciones celestiales de su benefactora, la Virgen María, Consuelo de los Afligidos, y se supo curada.

aspecto de la casa familiar de mamma rosa en la actualidad.

Un par de años más tarde, la Santa Patrona volvería a presentarse en su jardín. Una luz cegadora envolvió el peral a cuyos pies acudía Rosa a rezar cada día y se obró el segundo milagro, cuando el frutal floreció súbitamente pese a estar en pleno otoño. La gran masa de flores blancas desprendía una fragancia muy intensa y dulce que atrajo a una multitud de peregrinos dispuestos a escuchar lo que la Santísima Virgen tuviera a bien comunicarles por boca de Rosa, siempre dispuesta a reconfortar a los enfermos. Aunque el Vaticano desacreditó las apariciones y la diócesis le prohibió celebrar actos públicos, Mamma Rosa continuó recibiendo a sus fieles en su domicilio casi a diario y difundiendo el contenido de los mensajes divinos al exterior con la ayuda de un megáfono. Y al tercer año, la Santísima Virgen se dejó fotografiar sobre aquel mismo peral, convertido desde entonces en un símbolo de la gracia divina. Y como tal debía ser profanado. O al menos eso se propuso un grupo de comunistas radicales liderado por Nello Vegezzi, un elemento subversivo de la vecina ciudad de Piacenza con vocación de cineasta y alma de poeta.

mamma rosa rezando el rosario junto a su inseparable megáfono.

mamma rosa posando bajo el peral milagroso.

mamma rosa y sus fieles a la hora del ángelus.

Aquel peral se convirtió en un símbolo de la gracia divina. Y como tal debía ser profanado.

Giuseppe Vegezzi nació el 3 de diciembre de 1929, en el seno de una familia adinerada de origen suizo que amasó una fortuna en tiempos de Garibaldi expropiándole sus terrenos a la Iglesia. En particular, una próspera explotación ganadera que daba de comer a unas cincuenta familias. El joven Giuseppe, a quien todos llamaban Nello, pudo convertirse en un cacique a la antigua usanza, pero sus elevados ideales le llevaron a desafiar la autoridad familiar, a imagen y semejanza del protagonista de El barón rampante. En la novela de Italo Calvino, ambientada en Ombrosa durante el siglo XVIII, el joven barón Cósimo Piovasco se rebela contra sus padres y, tras negarse a comer su plato de caracoles para cenar, se encarama a un encina y jura que nunca volverá a bajar. En el caso de Nello, inmerso en los círculos literarios de vanguardia y militante de la facción maoísta del Partido Comunista Italiano, el verdadero desafío consistía directamente en derribarlo.

Esa misma mañana, la prensa local había publicado un extenso artículo sobre Mamma Rosa y, envalentonados por el alcohol y las soflamas políticas, los cuatro camaradas planearon un gesto simbólico y dramático. Pusieron rumbo a San Damiano de madrugada, en un Citroën rojo propiedad del Partido, cargado con todo lo necesario para la misión: una escalera larga para cruzar la valla que rodeaba el peral y una enorme sierra de leñador. Actuaron rápidamente, amparados en la oscuridad de la noche, y al alba Vegezzi reivindicó la autoría del atentado mediante una llamada anónima a la redacción del periódico Libertà. Pero la euforia duró menos que la resaca: al día siguiente, un corresponsal del periódico confirmaba que se habían equivocado de objetivo, serrando un ciruelo en lugar del peral. Meses más tarde, Mamma Rosa revelara al periodista Gaetano Pantaleoni en una entrevista publicada en Attualità piacentina que la primera floración milagrosa no fue la del peral, sino la del ciruelo cercano «que Nuestra Señora había tocado», por lo que podría atribuirse a Vegezzi la facultad divina de escribir recto con renglones torcidos: «Aún errando, hicimos lo correcto».

FOTOGRAMA DE NEL NOME DEL PADRE (MARCO BELLOCCHIO, 1972).

Con el paso del tiempo, el atentado al Peral de los Milagros se convirtió en una anécdota legendaria. En 1972, el cineasta Marco Bellocchio incluso le rindió homenaje en una de sus mejores películas, Nel nome del padre, cuando el joven rebelde Angelo Transeunti (Yves Beneyton) asume que «todo lo que es anti-científico debe ser eliminado» y convence a su demente compañero Tino (Tino Maestroni) de talar «el peral prodigioso» para «liberar» al Espíritu Santo. De hecho, es probable que el episodio inspirase a Pupi Avati una secuencia similar para La mazurca del barón, della santa e del fico fiorone (1975) en la que el barón Anteo Pellacani (Ugo Tognazzi) intenta en vano derribar una higuera milagrosa.

Podría atribuirse a Vegezzi la facultad divina de escribir recto con renglones torcidos: «Aún errando, hicimos lo correcto»

Aún más sorprendente resulta constatar que el propio Nello había debutado años atrás con un largometraje que parece anticipar varios aspectos de la misma historia. El guion, inicialmente titulado La bella e il diavolo, contaba la historia de un grupo de jóvenes delincuentes que parecen la versión burguesa de los descritos por Pier Paolo Pasolini en Una vida violenta (1959). Tras cometer toda clase de fechorías violentas, acaban refugiándose en una lúgubre mansión habitada por un anciano que ha vendido su alma al diablo. Allí se enfrentan a una serie de experiencias que los llevarán, a la mañana siguiente, a tomar conciencia social de su propia existencia. «La acción se desarrolla en la era moderna y en un lugar no especificado —aclara el propio Vegezzi en las notas preliminares del libreto — Los seis jóvenes representan la vida exterior. Son la encarnación de la vida como la exasperación del presente. Más allá del bien y del mal. Un símbolo de la temeridad y el puro instinto. El viejo señor del castillo pretende representar la exasperada vida interior, llevada al nivel del fanatismo fáustico. La vida como la no aceptación del devenir y la exasperación del pasado. Más allá del bien, más allá del mal. Símbolo de la conciencia exasperada y el fanatismo ascético. El castillo pretende ser la visualización alegórico-simbólica del inconsciente colectivo. Es aquí donde, a partir del encuentro de dos concepciones erróneas opuestas de la vida, se produce la toma de conciencia que lleva a los personajes a una sublimación o catarsis».

el reparto principal de Katarsis (1963)

Bajo ese título, Katarsis, arrancó el rodaje el 22 de abril de 1963, con el subtítulo provisional de L'orgia y un presupuesto de tan solo 46 millones de liras. Los exteriores se filmaron en Montelibretti y los interiores en los Estudios Olimpia de Roma y en uno de los escenarios más recurrentes del género gótico, el Castillo Odescalchi de Bracciano. Consciente del precario presupuesto del que disponía, reunido a base de sablear impunemente a familiares y allegados, Vegezzi intentó buscar financiación en el extranjero. Inmediatamente pensó en el padre de su cuñado José, el veterano director español Gonzalo Delgrás, que gozaba de una destacada posición en la industria gracias al éxito de taquilla de La hija de Juan Simón (1957) y El Cristo de los faroles (1958), protagonizadas por Antonio Molina. En una carta dirigida a su hermana, le pide que convenza a su suegro para «supervisar la dirección o, en último caso, a codirigir la película. Contar con su nombre en el reparto técnico sin duda convencería a las distribuidoras y su experiencia y talento me beneficiarían enormemente. Si no le interesa, por favor, pregúntale si puede enviar una carta de presentación a sus socios en España».

una de las siniestras apariciones de katarsis (1963)

La coproducción nunca llegó a materializarse, pese a comprometerse a contratar a «un actor de renombre para interpretar al señor del castillo y a una conocida actriz española como la dama misteriosa que lo atormenta». Pero gracias a una carambola del destino, los productores italianos lograron fichar a Christopher Lee, muy activo durante aquellos años en el cine de género italiano. Para convencerlo, esgrimieron los nombres de Max von Sydow, Jack Palance, Alain Cuny y Michel Simon como posibles candidatos a un papel que el británico acabó asumiendo con evidente desconcierto: «El guion era demasiado confuso y surrealista -reconoce Lee en su autobiografía, Lord of Misrule, publicada en 2003- Tanto que, en su afán por encontrarse a sí misma, la película acabó dividida en dos partes. Interpreté a Fausto en Katarsis y a Mefistófeles en la secuela, que titularon Fausto ‘63, lo que debió confundir aún más a quienes tuvieron el ánimo suficiente para ver ambas».

Los nombres de Max von Sydow, Jack Palance, Alain Cuny y Michel Simon sonaron como posibles candidatos para el papel que Christopher Lee acabó asumiendo con evidente desconcierto

En honor a la verdad, Lee se equivocaba… aunque no andaba del todo desencaminado. Fausto '63 fue el título del guion que Vegezzi había registrado a principios de aquel mismo año, antes de que la película se convirtiera definitivamente en Katarsis, como demuestra un recibo fechado el 13 de abril de 1963. El informe del comité de censura que lo examinó ya señalaba que «la historia se expresa de forma muy confusa» y concluía que «la obra, ligada a reminiscencias del romanticismo alemán, deja muchas dudas sobre su éxito artístico y comercial. Sin embargo, dado que el guion ha sido meticulosamente planificado, solo queda esperar a ver la película terminada». Lamentablemente, casi nadie pudo hacerlo; al menos, en la forma en que Vegezzi la había concebido originalmente, en parte debido a un “accidente” que a punto estuvo de terminar en tragedia: «Un joven director salta por una ventana, pero termina en un cobertizo y salva la vida», informó la revista Il Tempo en julio de 1963. Vegezzi declararía posteriormente a la policía que estaba mirando por la ventana del cuarto de baño del segundo piso, cuando sufrió un mareo y se precipitó de cabeza al vacío, pero nadie creyó su historia. Lo cierto era que Nello se había enamorado de una de las actrices de su película, la rubia Vittoria Centroni, alias Lilly Parker, y que su rechazo la había destrozado.

Vittoria Centroni, alias Lilly Parker, musa de katarsis (1963)

Al salir del hospital, Vegezzi visionó el montaje del material que había rodado y, amargado y deprimido con el resultado, regresó a su ciudad natal abandonando prácticamente la película a su suerte. Ante la amenaza de la bancarrota, accedió a retomarla un año más tarde por mediación de su amigo Alain Raygot, un productor francés que le proporciona el dinero restante para completarla. «Estoy totalmente dispuesto a terminarla según sus indicaciones —reconoce Nello en otra carta a su hermana— justificado por un conocimiento del mercado muy superior al mío», comprometiéndose incluso a filmar escenas adicionales más picantes para el mercado extranjero. Finalmente será el productor italiano Ulderico Sciarretta quien intente salvar los muebles alterando el montaje original, reemplazando la banda sonora y añadiendo una voz en off perniciosa y moralista completamente alejada de las intenciones artísticas de Vegezzi. Y por si fuera poco, incluyendo una subtrama improvisada que, a falta de mejores términos, podría describirse como "cine negro apostólico".

Estrenada como Sfida al diavolo, la película comienza con un forajido que acude a un convento para esconderse de un gánster de Beirut. Allí le recibe un monje que acepta ayudarlo a recuperar unos documentos incriminatorios que obran en poder de su ex-amante, una bailarina de burlesque. Para convencerla de que se los entregue, decide contarle su propia historia: «¿Alguna vez te has preguntado por qué me hice monje?». A lo que ella le responde: «Qué sé yo, ¡siempre has sido un tipo raro!». El Padre Remigio entonces le cuenta la parábola fáustica, que conformaba el núcleo central de la película. «¿Una película de terror con aires de cómic o una película con fines moralizantes?», se preguntaba el artículo de Paese Sera que informó de la decisión de Vegezzi de demandar Sciarretta, alegando que se habían violado sus derechos como autor de la película y exigiendo la «eliminación y supresión de las mutilaciones, deformaciones y adiciones abusivamente perpetradas y, en consecuencia, la restauración de la película en su forma anterior, según el guion original».

En noviembre de 1970 se zanjó el litigio y Vegezzi se vio obligado a regresar a su ciudad natal, Piacenza, con el rabo entre las piernas. Poco quedaba ya de aquel joven revolucionario, cada vez más voluble, impredecible y poco fiable. Su familia le confió el cuidado de una manada de toros y una noche, durante una tormenta de nieve, Nello los liberó. Propenso a sufrir episodios de depresión, alucinaciones y drogadicción, el desapego hacia su familia y sus propias raíces burguesas se fue se agravando aún más con el paso de los años, hasta que una noche de junio de 1993 sintió que ya no podía soportarlo más. Tomó su bicicleta y fue a urgencias del hospital de Piacenza, donde le administraron una dosis de tranquilizantes. De regreso a casa, a altas horas de la noche, lo atropelló un vehículo que se dio a la fuga a toda velocidad. Encontraron su cuerpo destrozado en una cuneta a la mañana siguiente. En cambio, El barón rampante, al sentir que la muerte se acerca, trepa a la copa más alta del árbol y, con un último salto, se aferra a la cuerda de un globo aerostático, desapareciendo finalmente en el cielo. «Así desapareció Cósimo, y no nos dio siquiera la satisfacción de verlo volver a la tierra muerto —concluye Calvino— En la tumba de la familia hay una estela que lo recuerda con el escrito: Cósimo Piovasco de Rondó — Vivió en los árboles — Amó siempre la tierra — Subió al cielo.».

arriba: estatua de la virgen del peral en san damiano. abajo: instantáneas de las apariciones marianas en la finca de mamma rosa.

Aunque el Vaticano desacreditó las apariciones y la diócesis le prohibió celebrar actos públicos, Mamma Rosa continuó recibiendo a sus fieles en su domicilio casi a diario

En octubre de 1981 se conoció públicamente la intención de Mamma Rosa, fallecida a los 72 años, de nombrar al papa Juan Pablo II heredero universal de una fortuna valorada en unos 360 millones de pesetas, procedentes de las aportaciones de los peregrinos que acudían a ver a la madonna del pero (virgen del peral). Monseñor Enrico Manfredini, obispo de Piscenza, que ya en su día ordenara la suspensión de aquellos sacerdotes que guiaran a sus feligreses al peral del milagro, presentó la renuncia del pontífice a la herencia dejada por la vidente. Mamma Rosa había sido denunciada por estafa, hecho que motivó una incautación de bienes y un proceso judicial. Lo que no quita que, a día de hoy, miles de personas sigan acudiendo cada año al “jardincito del paraíso”, un recinto rodeado por un doble cerco que protege los dos árboles sobre los cuales la Virgen se posó, y la pequeña estatua de mármol blanco que la representa. «Aprendió esto: que las asociaciones hacen al hombre más fuerte y ponen de relieve las mejores dotes de las personas aisladas, y dan una alegría que raramente se alcanza actuando por cuenta propia, la de ver cuánta gente honrada y valiente y capaz hay, para la que vale la pena querer cosas buenas —añade Calvino— Solo siendo tan despiadadamente él mismo como fue hasta su muerte, podía dar algo a todos los hombres».