Cheburashka, el Mickey Mouse soviético que encarnaba el ideal comunista

Mientras que los niños occidentales disfrutaban de las aventuras de Mickey Mouse, en la URSS triunfaba Cheburashka, una extraña criatura de especie no definida que, años después de la caída del muro de Berlín, sigue fascinando a los espectadores.

Durante décadas, la Unión Soviética ha sido la gran desconocida en el bloque occidental. La persistente propaganda estadounidense sobre gulags, escasez, represión y la cultura anglosajona como patrón de medida, provocaron que la rica cultura de los muchos y muy variados países del otro lado del Telón de Acero fuera percibida en el resto del mundo como poco atractiva, cuando no inexistente.

Sin embargo, en la Unión Soviética también hubo arte, música, películas, diseño gráfico, literatura, tebeos y dibujos animados con características propias, que no eran ajenas a las modas de la época. Unas manifestaciones culturales que solo han sido valoradas cuando, tras la caída de la URSS, aquellos que las ignoraban han podido rentabilizarlas económicamente. Definitivamente, no era tanto una cuestión de calidad como de propaganda y capitalismo.

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Ese es el caso de Cheburashka, el equivalente soviético por éxito y popularidad a Mickey Mouse, que comenzó a ser conocido en occidente cuando, a principios de los noventa, cayó la URSS y los estadounidenses dejaron de criticar las creaciones artísticas soviéticas. Para entonces, no solo no suponían ya una amenaza a su hegemonía cultural, sino que podían ser muy rentables, desde el momento en que la URSS estaba en liquidación total y todo se vendía muy barato.

Cheburashka nació en 1966 de la mano del escritor Eduard Uspenskii, autor de El cocodrilo Guena y sus amigos, un libro infantil ilustrado en el que se contaba la historia de este curioso animal, que parecía un oso o un mono, pero que no pertenecía a ninguna especie conocida. Cheburashka vivía en un bosque tropical en el que un día encontró una caja de naranjas. Después de meterse dentro para dar buena cuenta de la fruta, el animal se quedó dormido y, cuando despertó, descubrió que había llegado a Moscú.

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En la capital soviética conoció a un tendero que lo recogió y le hizo entrar en calor pues, debido al frío y el viaje, Cheburashka tenía las patitas entumecidas. De hecho, fue el comerciante el que le puso nombre, pues Cheburashka es un término ruso que se refiere a aquella cosa o persona que se tambalea sin poder mantenerse de pie. Justo lo que le sucedía al animalito a consecuencia de sus patitas congeladas.

En Moscú, Cheburashka intentaba quedarse a vivir en un zoo, pero era rechazado por no pertenecer a ninguna especia conocida. Triste y solo, se encontraba con Guena, un cocodrilo reservado y melancólico porque no tenía amigos, a pesar de que se pasaba el día poniendo por las calles carteles en los que solicitaba encontrar alguno. A partir de entonces, Guena y Cheburashka serían inseparables. Juntos vivirían mil y una aventuras, en las que la extraña criatura y su amigo el cocodrilo darían ejemplo de lo que debe de ser el nuevo hombre socialista.

Este comportamiento modelo se veía potenciado por la aparición de un tercer personaje, que actuaba como antagonista de los otros dos: Shapokliak. Tocada siempre con una chistera aplastada y acompañada de una rata amaestrada, Shapokliak era una anciana que encarnaba los vicios burgueses y la falta de valores capitalistas, lo que la habría convertido en la novia perfecta para el Tío Gilito.

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Estrella de la pantalla

A pesar del poco éxito editorial de El cocodrilo Guena y sus amigos, tres años después de su publicación, Soyusmultfilm, estudio especializado en animación, decidió adaptar el libro a la gran pantalla. A partir de ese momento, Cheburashka se convirtió en uno de los personajes infantiles más populares entre los niños rusos y de otros países del entorno soviético incluida Cuba.

A esa primera película, Krokodil Gena (1969), siguieron otras como Cheburashka (1971), Shapokliak (1974) y Cheburashka idyot v shkolu (1983), que fueron acompañadas de todo tipo de productos orientados al público infantil, como peluches, libros, muñecos, postales, discos, cuadernos, ropa o teléfonos. Además, se erigieron estatuas de Cheburashka y Guena en diferentes ciudades, y se emitieron sellos postales sobre los personajes.

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En 1991, con la caída de la URSS, Soyusmultfilm comenzó a sufrir problemas de financiación. Para reflotar la empresa, que llegó a emplear a más de setecientos trabajadores y producir una media de veinte películas al año, el director del estudio, Serguei Skuliabin, decidió vender sus fondos. Esa estrategia permitió que Films by Jove, productora de Los Ángeles fundada por el actor soviético emigrado a Estados Unidos Oleg Vidov, adquiriera los derechos de distribución y comercialización de todos los filmes de Soyusmultfilm, desde 1936 a 1991, incluidos los cuatro de Cheburashka. El acuerdo, cuya duración era de treinta años, generó a Soyusmultfilm unos ingresos ridículos, apenas un millón de dólares, que fueron rápidamente rentabilizados por Vidov que, partiendo de esos materiales, llegó incluso a crear obras derivadas como, por ejemplo, películas sobre dibujos animados soviéticos de propaganda.

Aprovechando la coyuntura histórica, Eduard Uspenskii tampoco quiso quedarse atrás y publicó un nuevo título de Cheburashka en el que intentaba actualizar a su personaje. Así, en 1992 lanzó Crocodile Gena’s business, cuyo argumento giraba en torno al cocodrilo Guena que, tras conseguir algo de dinero, seguía el consejo de Cheburashka de invertirlo en bolsa y especular financieramente con ese capital.

El libro nunca se adaptó a la pantalla y tampoco alcanzó un excesivo éxito entre los lectores, que consideraron que se había desvirtuado la personalidad de Cheburaska que, para entonces, se había convertido en un icono para niños, adultos e incluso para colectivos sociales que se han sentido identificados con las vivencias del muñeco. Ese es el caso de los judíos rusos, que consideraron que el animal representaba a su comunidad, obligada a vivir en otras tierras que no eran las suyas y en las que acababan siendo claves para la vida y el desarrollo del lugar de acogida. Por su parte, un grupo de poetas rusas no binarias emigradas a Estados Unidos tras la caída de la URSS han adoptado a Cheburashka como ejemplo de personaje sin especie o género definidos, que ha podido abrirse paso en un nuevo país.

No obstante, también ha habido grupos de fanáticos que han considerado que Cheburaska era la encarnación del mal. A finales de los años noventa, por ejemplo, el edificio de los estudios Soyusmultfilm fue cedido a una congregación religiosa ortodoxa, algunos de cuyos miembros arrasaron el taller de marionetas por considerar que los muñecos se movían siguiendo órdenes del demonio y no por la dedicación y paciencia de los animadores, que tenían que rodar complejísimas escenas fotograma a fotograma.

A pesar de la incomprensión de esos fanáticos religiosos, Cheburaska vivió otra época de esplendor entre el público japonés cuando, a principios del siglo XXI, se estrenaron varias de sus películas en el país nipón, que fueron acompañadas de todo tipo de productos relacionados con el muñeco, que allí es conocido como Chebu o Tieburasika. Este resurgir del personaje hizo que, en 2006, el magnate ruso Alisher Usmanov, famoso por haber adquirido diferentes piezas pertenecientes al patrimonio cultural ruso, como el archivo Rostropovich o una colección de huevos Faberge que estaba en manos de la familia Forbes, decidió recomprar los derechos de Cheburashka a Films by Jove por diez millones de dólares. A continuación, cedió los derechos de emisión a un canal perteneciente al Estado ruso, por entender que el muñeco es patrimonio cultural y sentimental de sus ciudadanos y no un mero producto comercial que deba ser rentabilizado a toda costa. Cosas del comunismo.