Calaveras, chicas y misiles: Así fueron las primeras chaquetas negras de cuero


Surgieron entre los soldados y los bombarderos estadounidenses, pero fueron popularizadas por las bandas de motoristas. Bajo el nombre de «Miscellaneous War Theatre» se muestran las más célebres

Surgieron durante el periodo de entreguerras, ya avanzados los años treinta, de la mano de grupos de aviadores. Las chaquetas negras o marrones de cuero eran símbolos de pertenencia a un clan. En la práctica, sus integrantes formaban una subcultura. La vida militar los hacía vivir un mismo estilo de vida, añorar lo que habían abandonado en sus lugares de origen y odiar a un mismo enemigo. Cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, las chaquetas de cuero y sus «colores» (símbolos de pertenencia a una pandilla) se popularizaron. El fenómeno rebasó la vida militar. Llegó a los clanes motorizados o, mejor dicho, alguno de los antiguos soldados, una vez licenciados, siguieron la tradición al frente de tribus motorizadas. La violencia y la tensión, la exaltada masculinidad eran similares. Entre los pioneros estaban los 13 Rebels o los Outlaws, fundados en 1935 en un bar situado en la antigua Ruta 66 a la altura de McCook, Illinois, un suburbio cerca de Chicago. Este primer club motorista lucía en la parte de atrás de sus chaquetas su nombre, aunque sin dibujos ni logo de ningún tipo. Posteriormente, decidieron incorporar una calavera entre dos huesos a la que llamaron «Charlie». Algunos de los primeros motoristas «salvajes» venían de todo aquel mundo, como William Forkner, que tras la guerra rodó junto a los 13 Rebels, participando en competiciones en lugares como Riverside, Corona o en las célebres carreras de Carroll. Se casó muy pronto y empezó a trabajar como dependiente en una tienda de maquinaria, pero tras el terrible ataque japonés contra Pearl Harbor decidió incorporarse al ejército, y fue destinado a la 124 División, que entonces recibía instrucción en la escuela de artillería de Hickham Field. Forkner, destinado ya en el sur del Pacífico, entró finalmente en combate a bordo de un B-24 Liberator. Su compañía se instaló en Saipán y en otras islas japonesas entonces ocupadas por los americanos, donde se distinguió por su carácter juerguista, el excesivo consumo de alcohol y sus frecuentes visitas a la cárcel militar. Un día fue relegado a última hora de una peligrosa misión que resultó un completo fracaso y de la que ninguno regresó con vida. «Vi a mi gente caer. Pude verlos a todos en el agua. Nadie sobrevivió. Esta experiencia hizo de mí esa persona nerviosa y fuera de sí que soy ahora», confesó. Tras ello fue destinado a una tranquila base en Hawái y, al cabo de un tiempo, después de haber acumulado numerosos puntos, lo enviaron a casa.

«Marlon Brando extendería la estética motera como una especie de “uniforme de la delincuencia” a los ojos de la policía y la prensa»

Los temidos Ángeles del Infierno fueron, inicialmente, el nombre de un grupo de bombarderos que lucían el nombre en sus chaquetas y en el morro de sus aviones. Todos ellos eran hombres acostumbrados a las peleas y el alcohol, a esa clase de camaradería típicamente militar. Otros pioneros fueron los Boozefighters. No eran muchos, pero sembraron el caos en 1947 en un pueblo anodino llamado Hollister que pasaría a ser mundialmente famoso por inspirar el guión de ¡Salvaje! la película protagonizada por Marlon Brando y Lee Marvin. El primero extendería la estética motera como una especie de «uniforme de la delincuencia» a los ojos de la policía y la prensa. El productor intentó contratar al alucinado Forkner, pero este lo rechazó. No tenía ningún interés en ser el centro de atención. Había sido él y sus chicos uniformados, quienes inspiraron ¡Salvaje! Lo sustituyó Lee Marvin, que había sido un antiguo veterano de guerra que había combatido en el sur del Pacífico. Incluso había resultado herido. Tras recuperarse de una parálisis temporal, empezó a ganarse la vida como malamente podía. Su imagen de maleante, sucio y rudo, también inspiró a muchos forajidos, sobre todo cuando la chaqueta negra, a comienzos de los sesenta, se popularizó.

Desde entonces nada sería igual. Decir «chaquetas negras» eran sinónimo de problemas, camorrismo, rock and roll, disturbios o pandillas, como los franceses «chaquetas negras» de los cincuenta.

Esta serie de imágenes reales de soldados que combatían en la Segunda Guerra Mundial a bordo de bombarderos pertenece al llamado «teatro de la guerra» (en inglés, algo así como «Miscellaneous War Theatre»). Existieron decenas de estos clubs. Las chaquetas originales, sin embargo, pasaron a la historia inspirando nuevos modelos. La mayoría tienen motivos sexuales o representan al enemigo como alguien cobarde. Anticipan lo que desean que suceda. No dudaban en posar y mostrar sus emblemas, que llevaban con orgullo durante las misiones aéreas.