En busca de un centro de gravedad permanente: Franco Battiato y la "fantascienza"

En los años setenta, el músico italiano exploró los límites de la consciencia con asombrosos cruces de electrónica, rock progresivo y vanguardia que siguen sonando tan visionarios y anómalos como entonces.


Decía J.G. Ballard que era el espacio interior, y no el exterior, el que necesita ser explorado. Por eso, cuando el periodista Joseph Gelmis interrogó a Stanley Kubrick sobre el verdadero significado de los quince minutos finales de 2001, una odisea del espacio (1968), obtuvo la respuesta a regañadientes de un cineasta que aspiraba a que fueran las imágenes quienes hablasen por sí mismas: «El astronauta llega por fin a Júpiter y es propulsado a través de un portal dimensional que lo precipita a un viaje hacia el espacio interior y exterior (…) su vida pasa de la edad adulta a la senectud y a la muerte. Renace como un ser aumentado, un Niño de las Estrellas, un ángel, un superhombre si quieres, y regresa preparado para el siguiente salto hacia adelante en el destino evolutivo del hombre». Desde este punto de vista, el embrión humano que ilustra la cubierta de Fetus (1971), sugiere el alumbramiento de una nueva consciencia artística (y espiritual) en el tránsito de Battiato hacia la vanguardia: «Mis células cambiarán/ y mi cuerpo tendrá una nueva vida (…) Viajaré más rápido que la luz/ alrededor del sol/ como una máquina para viajar atrás en el tiempo (…) Como una célula, viviré».

En el panorama del acid rock de la época, el disco de Franco Battiato equivaldría al avistamiento del asteroide de Cita con Rama, la novela que Arthur C. Clarke publicó ese mismo año.

El joven Battiato había abandonado su Catania natal con apenas veinte años para instalarse en Milán y hacer fortuna con la canción melódica, pero su carácter insular e introspectivo no le permitía congeniar con la vorágine capitalina. Entre 1965 y 1969 publicó un puñado de singles de temática sentimental y discreta repercusión a los que se sumó su frustrante paso por el Festival de San Remo y el concurso Un disco per l’estate de la RAI. Ante semejante bagaje, no es de extrañar que la idea del fracaso amenazase con teñir para siempre de negro las gruesas lentes con las que atenuaba su miopía existencialista, ni que sus lecturas de Schopenhauer, Proust y Nietzsche le sumieran en una profunda crisis personal que a punto estuvo de costarle un disgusto. Se inmiscuyó en la espiritualidad oriental de Paramahansa Yogananda y Sri Aurobindo y comenzó a practicar la meditación, al mismo tiempo que entró en contacto con la escena psicodélica de la mano de su gran amigo y futuro colaborador Juri Camisasca.

Su fichaje por Bla Bla, el mítico sello de Pino Massara, le permitió entrever los excitantes horizontes expresivos que se abrían para la música italiana, gracias a la fusión del jazz y la música africana de Aktuala o el rock progresivo de Osage Tribe y Capsicum Red. A consecuencia del cambio de paradigma, Battiato decidió abandonar sus aspiraciones comerciales en pos de una abstracción que le situó al margen de la música de consumo, para admiración de auténticos outsiders como Frank Zappa y Julian Cope. Pero vayamos un paso más lejos y retomemos el hilo a partir de los siguientes versos: «Yo aún no había nacido/ y ya sentía que mi corazón/ que mi vida/ nacía sin amor/ Me arrastré lentamente/ por el interior del cuerpo humano/ a través de las venas/ hacia mi destino».

¿Y si el filósofo alemán Julius Bahnsen tenía razón al afirmar que «el hombre es una Nada consciente de sí»? Esa consciencia inútil que Thomas Ligotti describe como «la madre de todos los horrores» y nos hace creer que estar vivos no es un error, que algo tiene sentido.

En el relato creado por Arthur C. Clarke y Kubrick, el sentido de la historia de la humanidad, el de su evolución, su moral y su destino era presentado como una realidad trascendente, anterior y posterior al hombre, ajena y más grande que él e inasible a su conocimiento. Al recurrir a la pompa y circunstancia del Así habló Zarathustra (1896) de Richard Strauss, la película se apropió del trasfondo nietzschiano del poema sinfónico, permitiendo que conceptos como el eterno retorno, la reencarnación, la muerte de Dios o la propia materia oscura que conforma el universo confluyeran sobre el dichoso monolito. Así mismo, la irrupción de La Convenzione (1972) en el panorama del acid rock de la época equivaldría al avistamiento del asteroide de Cita con Rama, la novela que Clarke publicó ese mismo año. El pretexto de una colonización espacial, cuya autoría podría haber reclamado Isaac Asimov, se justifica como un peregrinaje en busca de «un cerebro desconocido/ que interpreta el lenguaje recibido» por las sondas espaciales.

Parafraseando a Javier Gomá en su ensayo Necesario pero imposible, publicado por Taurus en 2013, cuando el hombre desplazó a Dios del centro del mundo (y con él, al pensamiento mágico), el ser humano dejó de ser objeto y se convirtió en sujeto de la Historia y de la Cultura. Desde entonces, la Era del Cosmos se disputa la hegemonía con la Era del Hombre: en la primera, lo sustantivo es una realidad ajena e insondable que trasciende al ser humano; en la segunda, el hombre es la medida de todas las cosas. Ante semejante cambalache cosmogónico, la película se decantó por una Tercera Vía, más acorde con el sincretismo religioso tan en boga en los años sesenta, que mezclaba los mitos cristianos con las influencias orientalizantes. Y aquí radica la clave del asunto: la religión como objeto y no como sujeto. Dios como creación necesaria del hombre –necesaria pero imposible– y no al revés. ¿Serán los biólogos los únicos que han conseguido explicar a Dios? El misticismo llama a la puerta otra vez.

¿Se pueden aplicar a la Música de las Esferas los revolucionarios avances en materia de física cuántica?

Escuchar su siguiente disco, Pollution (1973), es lo más parecido a acercar el oído al hueco de una caracola. Los ecos de ese océano del que todos provenimos adquieren un relieve fantasmagórico similar al fósil de un trilobite. Cuando Battiato canta: «Dentro de mí viven su vida/ los mismos microorganismos que no saben/ que pertenecen a mi cuerpo/ ¿Y yo a qué órgano pertenezco?», no solo se cuestiona el insignificante lugar que ocupamos en el cosmos, sino que asume el pavor que nos produce responsabilizarnos de nuestro libre albedrío. Pero, ¿y si el filósofo alemán Julius Bahnsen tenía razón al afirmar que «el hombre es una Nada consciente de sí»? Esa consciencia inútil que Thomas Ligotti describe como «la madre de todos los horrores» y nos hace creer que estar vivos no es un error, que algo tiene sentido. Tal vez entonces este disco deje de ser un canto de esperanza y se convierta en lo que secretamente es: un réquiem por la raza humana. Nosotros somos el virus, la contaminación a la que alude el título del disco: una célula cancerosa con afán de protagonismo.

En su siguiente salto sin red, Sulle Corde di Aries (1973), Battiato volvió la vista hacia el firmamento en busca de respuestas. Cuatro suites electroacústicas, compuestas al amparo de su carta astral, que remiten al minimalismo de Terry Riley y cuyo desafecto interpretativo, de una solemnidad casi matemática, rondaba las puertas de Karlheinz Stockhausen. ¿Se pueden aplicar a la Música de las Esferas los revolucionarios avances en materia de física cuántica? La nueva música Battiato ya no se conformaba con imitar los sonidos de la Naturaleza, sino que pretendía usurparle sus secretos y convertirse en pura Ciencia. Por exigencia de su modus operandi, Battiato dedicaría interminables horas de estudio a cubrir algunas de sus lagunas culturales, despertándose en él un apetito voraz por la ensayística centroeuropea y el psicoanálisis lacaniano. El descubrimiento de la teosofía, la Escuela del Cuarto Camino de P.D. Ouspensky, y las enseñanzas de su maestro, G.I. Gurdjieff, a quién el autor atribuía un sistema totalmente nuevo de pensamiento que transgrede los límites de la psicología y amplificaba el alcance de las ideas esotéricas, harían el resto. «Háblame de la existencia de mundos lejanísimos/ de culturas sepultas, de continentes perdidos —cantará en No Time No Space (1985)— Vigilantes del cielo, prestos a dirigir/ telescopios gigantes, para invadir las estrellas/ Se busca por instinto, las pistas de cometas/ como vanguardias de un nuevo sistema solar».