Premoniciones, secuestros y espiritismo: el fantasma de Aldo Moro

Aldo Moro en una fotografía difundida por las Brigadas Rojas durante su secuestro.

¿Mensajes del más allá, telepatía o subconsciente? ¿Ficción o realidad? Analizamos las implicaciones sobrenaturales del secuestro de Aldo Moro en 1978 como parte de un “complot parapsicológico”.


La noche del 3 de abril de 1939, en vísperas de Pésaj (la festividad que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, relatada en el Pentateuco), una familia judía de clase media alta de Ferrara se reúne alrededor de una bandeja de plata, flanqueada por pequeños trozos de cartón blanco, cada uno con una letra del alfabeto escrita con lápiz rojo. En el centro, una copa de champán sobre cuyo borde posan sus dedos. Lentamente, comienza a moverse, señalando una letra tras otra en respuesta a una serie de preguntas precisas. «Le habían preguntado, por ejemplo, si él algún día lograría doctorarse en ingeniería. Y la copa, sin vacilar, había contestado con un sequísimo «no». Luego quiso saber si acabaría casándose y cuándo. Aquí la copa había estado mucho menos perentoria, más bien confusa, dando una respuesta de auténtico oráculo clásico, es decir, susceptible de las más variadas interpretaciones. Pero había sido en el terreno de la política donde la copa había hecho maravillas. Muy pronto, dentro de muy pocos meses, había sentenciado, estallaría la guerra. Una guerra sangrienta y larga, dolorosa para todos, hasta el punto de convulsionar al mundo entero, pero que acabaría, después de muchas e inciertas batallas, con la victoria completa de las fuerzas del bien. “¿Alguien podría decirme, por favor, cuáles serían las fuerzas del bien?”. A lo que la copa, dejando pasmados a todos los presentes, había contestado con una sola palabra: Stalin».

fotograma de la adaptación cinematográfica de il giardino dei finzi-contini (1970) con la que vittorio de sica ganó el oso de oro del festival de berlín en 1971 y el oscar a la mejor película extranjera en 1972.

Tomemos prestada esta escena de El jardín de los Finzi-Contini de Giorgio Bassani, un clásico de la literatura italiana publicado en 1968, para compararla con la siguiente anécdota referida por el abogado Salvatore Occhipinti en su modesto tratado de parapsicología, Gli uomini conversano e non lo sanno (1943), y que tiene que tiene lugar en agosto del 39, cuatro meses más tarde de los sucesos relatados por Bassani. Un grupo de veraneantes se entregan al mismo pasatiempo que los protagonistas de la novela en un fresco pueblo de montaña cerca de Lecco, en la región de Lombardía. Para entonces, los rumores de guerra se han acrecentado y anuncian «una especie de lento y progresivo descenso hacia el embudo sin fondo del Maelstrom». Los participantes apoyan los extremos de sus dedos índices sobre un vaso posado boca abajo sobre un cartón, levantando los codos de la mesa. Medio en serio, medio en broma, se suceden las consultas hasta que alguien busca aquellas respuestas que no pueden ofrecerles los periódicos ni la radio: «¿Entrará Italia en la guerra? “No”. Entonces... ¿permanecerá neutral? “¡No!”». Al poco tiempo, el concepto de "no beligerancia" acuñado por Benito Mussolini confirmará aquel presagio. 

portada del corriere della sera del 2 de septiembre de 1939. tras el ataque alemán a Polonia y pese a la firma de un pacto de alianza con Alemania, benito mussolini declara la “no beligerancia” de Italia.

«¿Alguien podría decirme, por favor, cuáles serían las fuerzas del bien? A lo que la copa, dejando pasmados a todos los presentes, había contestado con una sola palabra: Stalin»

En ambos casos, la ouija sirve como vehículo para el sentir individual y colectivo, personal y político de la época. Desde la perspectiva laica y racionalista de la casa de Finzi-Contini, la copa parece hablar por sí misma, mientras que para Occhipinti se trata de un caso de comunicación telepática instantánea. ¿Era uno de los presentes quien, voluntaria o involuntariamente, movía la copa, como han sugerido desde los albores del espiritismo científicos como Michael Faraday y Francesco Orioli?  ¿O se trataba en realidad de una fuerza sobrenatural? Desde el principio del libro, Bassani nos anuncia que ninguno de los Finzi-Contini sobrevivirá a la guerra, describiendo esa víspera de Pésaj como una «reunión de espectros». Aunque es muy posible que también estuviera familiarizado con la hipótesis de Occhipinti que consideraba aquellas revelaciones como fruto del subconsciente de una nación acostumbrada a emplear eufemismos, aludiendo al inconsciente freudiano sin llegar a nombrarlo, para no despertar la furia del régimen fascista y de la Iglesia católica. «Los demás, como siempre, fingían no ver, miraban para otro lado, quizá, en el fondo, hasta lo fomentaban», sentencia el narrador de Bassani.

Viajemos a continuación hasta Zappolino, un pueblo a las afueras de Bolonia. El 2 de abril de 1978, otra cuadrilla se dispone a jugar con el tablero. En esta ocasión, la componen profesores universitarios de entre treinta y cuarenta años que, e los diversos documentos que dan fe del asunto, describen la velada con una mezcla de ambigüedad y escepticismo propia de aquel momento. Todavía resuenan las declaraciones del médium norteamericano Lamar Keene entrevistado en horario de máxima audiencia por el periodista Piero Angela para la RAI: «La parapsicología ha resucitado, sobre todo, gracias a las sesiones de espiritismo. Uno empieza por curiosidad a interesarse por la telepatía, la psicoquinesia, la clarividencia, y los que creen firmemente en estos fenómenos acaban acudiendo a las sesiones espiritistas».

Por si fuera poco, hace varias semanas que está disponible en librerías la segunda edición de La Telescrittura, secuela oficiosa de aquel Gli uomini conversano e non lo sanno que Luigi y Ada Occhipinti —hijo y nuera respectivamente del autor, fallecido hace tiempo— publicaron en la mítica colección L'uomo e l'ignoto de la editorial Armenia. «El "juego del vaso" explicado científicamente —anuncia la portada— ¿Fenómeno psíquico o parapsicología? Telepatía, clarividencia, premonición: una realidad al alcance de todos». En sus páginas centrales se reproducen distintos tipos de ouija (con letras, símbolos matemáticos o químicos, el alfabeto griego, notas musicales, barajas de naipes o un tablero de ajedrez) listas para fotocopiar, y se inserta un cupón de descuento para la compra de una versión oficial y "totalmente plastificada", al precio de 1.800 liras. El negocio rivaliza con la salida al mercado de la ouija patrocinada por el prestidigitador Tony Binarelli, popular en la época gracias a sus apariciones televisivas. El tablero se presentaba como un "juego telepático" con el nombre pseudocientífico de I messaggi dalla quinta dimensione (Mensajes de la quinta dimensión) pero, en realidad, no era más que una reformulación del modelo patentado por William Fuld en 1892 y comercializado más tarde por Parker Brothers, decorado para la ocasión con grafismos setenteros que recordaban a las quinielas del Totocalcio. Otra lotería, vamos.

arriba: portada y detalle de La Telescrittura de Luigi y Ada Occhipinti (1978). Abajo: uno de los numerosos anuncios protagonizados por el popular mago televisivo tony binarelli.

El caso es que, una vez reunidos en la casa de campo del economista Alberto Clò, acuerdan probar suerte «por pura curiosidad y simple pasatiempo», gracias a lo cual contamos con diecisiete testigos de lo sucedido, en su mayoría profesores e investigadores de la Universidad de Bolonia, junto con sus familias; doce adultos y cinco niños, según consta en una declaración oficial presentada el 3 de febrero de 1981. La idea surgió «como consecuencia del interés que en aquellos días, y desde diversos ámbitos, se suscitaba en torno a fenómenos de esta naturaleza, sin que ninguno de los presentes tuviera predisposición alguna ni experiencia previa en estas prácticas». La sesión se desarrolló en un ambiente absolutamente lúdico y relajado, continuamente interrumpida por la presencia de los niños en la sala. Y sin embargo, al igual que en Villa Finzi-Contini o Esino Lario, las consultas acabaron tomando el pulso de la actualidad política, incitando a los comensales a preguntar «dónde se escondía al presidente de la Democrazia Cristiana».

El descubrimiento del cuerpo de Aldo Moro en un Renault en Via Caetani, Roma, el 9 de mayo de 1978. (fotografía: Fava/Ansa).

«Los demás, como siempre, fingían no ver, miraban para otro lado, quizá, en el fondo, hasta lo fomentaban»

El 16 de marzo, las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo Moro cuando se dirigía hacia el Congreso de los Diputados para participar en la votación de la cuestión de confianza del cuarto Gobierno dirigido por Giulio Andreotti. El rapto del principal artífice de la estrategia de la política de solidaridad nacional duró 55 días en total, y terminó con el asesinato del presidente de la DC, que fue encontrado sin vida el 9 de mayo. Entre el 18 y el 30 de marzo, los terroristas emitieron tres comunicados, y el 21 de marzo, los partidos mayoritarios votaron juntos un paquete de leyes de emergencia que atentaban gravemente contra el Estado de derecho. El despliegue de fuerzas puesto en marcha por el Estado fue impresionante: los resultados de la Comisión Parlamentaria de Investigación del secuestro, publicados en 1983, hablan de «72.460 controles de carretera, de los cuales 6.296 en la ciudad urbana de Roma; 37.702 registros domiciliarios, 6.933 en Roma; 6.413.713 personas controladas, 167.409 solo en Roma; 3.383.123 vehículos controlados, de los cuales 96.572 en Roma; 150 personas arrestadas y 400 detenidas».

Tan impresionante como inútil operación policial fue públicamente cuestionada, el 22 de junio de 1982, por el diputado del Partido Comunista Italiano y miembro de la comisión, Leonardo Sciascia: «No resulta sorprendente que en los actos de una comisión de investigación parlamentaria se hable, como si de una comedia fantástica se tratara, de una sesión de espiritismo». Como gran conocedor de los entresijos de la política italiana, Sciascia diseccionaría magistralmente las cloacas del Estado y la violencia institucionalizada de los años de plomo en novelas como El día de la lechuza (1961), El contexto (1971) y Todo modo (1974), llevadas a la gran pantalla por realizadores de la talla de Damiano Damiani, Francesco Rosi y Elio Petri respectivamente. También su pormenorizada crónica sobre El caso Moro, publicada en 1978, serviría de base documental para la novela de Robert Katz, adaptada por Giuseppe Ferrara y protagonizada por Gian Maria Volonté.

ARRIBA: FOTOGRAMA DE EL CASO MORO (1986), protagonizada por un icónico gian maria volonté. más abajo: trailer de la miniserie televisiva exterior noche (2023) de marco bellocchio.

«No resulta sorprendente que en los actos de una comisión de investigación parlamentaria se hable, como si de una comedia fantástica se tratara, de una sesión de espiritismo»

«Entre las diversas indicaciones que surgieron del juego —proseguía la declaración— junto a algunas que carecían por completo de sentido, había otras que se referían a lugares geográficos como Viterbo y Bolsena. Hacia el final de la sesión, surgió también la indicación “Gradoli”: una ubicación que nadie conocía, pero que, tras una comprobación en una guía de carreteras, se había revelado como una localidad real, cerca de Viterbo». Un par de días más tarde, el futuro Primer Ministro Romano Prodi, que había asistido a la reunión con su esposa Flavia Franzoni, consideró oportuno mencionar el asunto a Umberto Cavina, portavoz del secretario de la DC Benigno Zaccagnini. Cavina se lo mencionó a Luigi Zanda, jefe de la oficina de prensa del ministro del Interior Francesco Cossiga, quien terminará ordenando un registro en Gradoli. La operación se lleva a cabo sin indicios y tampoco obtiene resultados… Hasta que el 18 de abril, una fuga de agua permite descubrir el escondite de las Brigadas Rojas en el que Moro había permanecido prisionero hasta pocos días antes: se encontraba en la Via Gradoli de Roma, en la carretera que conduce a Viterbo.

¿Cómo explicar, entonces, una coincidencia a la que la misma comisión parlamentaria prestó una atención superficial, contentándose como escribió Balssani, con mirar para otro lado? ¿Acaso fomentaron también el trágico desenlace de Aldo Moro con fines electoralistas? Baste recordar el desaliento que tranmitían las palabras de Sciascia, al denunciar que «la investigación del escondite de Via Gradoli, recurre a lo improbable, a lo increíble: espíritus que disfrazan la ausencia de profesionalidad, de la más básica coordinación, de la más elemental inteligencia». Dicho con otras palabras, para ciertos intereses del poder, Moro, al momento de ser secuestrado, era más importante muerto que vivo. En cuanto la prensa se hizo eco de su ejecución, sobrevino el trauma nacional; al triunfo de Andreotti le sobrevivirían otros fantasmas.

En un contexto en el que lo paranormal parecía destinado a convertirse en un aliado infalible en la lucha contra el crimen, la teleserie E.S.P. (acrónimo para percepción extrasensorial o sexto sentido), emitida por la RAI en 1973, popularizó la figura de Gérard Croiset, un psíquico holandés (interpretado por Paolo Stoppa) especializado en la búsqueda de personas desaparecidas, y que será consultado extraoficialmente (y sin resultados) también en el caso Moro. En paralelo, el psicoanalista y parapsicólogo Emilio Servadio presentó un programa especial en el que se alentaba una deseable y sustancial alianza entre «policías y videntes». Un camino iniciado a finales de los años 50, cuando el ocultismo logró infiltrarse en la industria cultural italiana, facilitando que la parapsicología se convirtiera, en palabras del propio Servadio, «en una posibilidad narrativa, un instrumento para explorar tramas no convencionales, puntos de vista inéditos y desenlaces inesperados».

«La investigación del escondite de Via Gradoli, recurre a lo improbable, a lo increíble: espíritus que disfrazan la ausencia de profesionalidad, de la más básica coordinación, de la más elemental inteligencia»

Entonces, ¿se equivocó Sciascia al tachar el episodio de Zappolino como una "comedia fantástica", cuyos testimonios, refrendados por los protagonistas, nunca fueron desmentidos, ni oficial ni extraoficialmente, en los años siguientes? ¿Y si fue uno de ellos quien filtró “inconscientemente” una información que circulaba en los círculos revolucionarios de la universidad de Bolonia? O tal vez fuera el propio vaso, tal y como sostenía Occhipinti, el encargado de transmitir aquello que se resiste a ser verbalizado como una respuesta directa. Un detalle, en definitiva; una palabra incomprensible a primera vista y que luego resulta ser la clave del enigma: como el cuadro-espejo de Rojo oscuro (1975), el medallón de Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1971) o la mano que sujetaba el puñal en El pájaro de las plumas de cristal (1970) de Dario Argento.

giulio Andreotti (a la izquierda) con Aldo Moro en 1978, poco antes de que este último fuera secuestrado por las Brigadas Rojas.