Marjoe Gortner, el falso profeta que reveló la verdad

De niño prodigio evangelista a estrella del entretenimiento, la vida de Marjoe Gortner mereció su propia película. Criado en el seno de una familia de predicadores, amasó una pequeña fortuna para sus padres y se inspiró en el rock and roll para desvelar una verdad que nadie quería escuchar.


«A lo largo de todo el país, durante los últimos cuatro años, el pequeño predicador ha ido de arriba a abajo, y de estado en estado, rescatando almas descarriadas con el mensaje del Maestro», anuncia con orgullo Marge Gortner, sin apenas tomar aire entre frase y frase. Le acompaña su hijo, un mocoso pelirrojo y de voz chillona que se autoproclama a sí mismo como el pastor evangelista más joven del mundo: «¡Hola, vecinos! ¡Que el Señor os bendiga!». En el momento en que se filmaron estas imágenes, acababa de cumplir seis años y se dirigía a la congregación pentecostal con tal convicción que los feligreses llegaron a creer que se trataba de un milagro. «Tan seguro como que estás escuchándome es que irás al infierno si no crees en la Salvación pregonaba a la multitud Por eso yo me mantengo firme y creo que la Biblia es la palabra de Dios». ¿Quién sino Él podría hablar por boca de aquel niño? «¡Me llamo Marjoe Gortner y he venido a ponerle los ojos morados al diablo!».

Hugh Marjoe Ross Gortner vino al mundo con una misión el 14 de enero de 1944. Los médicos que asistieron el parto temieron por su vida cuando vieron el cordón umbilical estrangulándole el cuello, y su propia madre lo tomó en brazos como el fruto a sus plegarias. Su propio nombre, concebido como un acrónimo de María y José, le confirió aires mesiánicos. Sin duda, se trataba de una bendición del cielo, un regalo de Dios al mundo, y como tal decidieron educarlo. Su padre, Vernon Gortner, un predicador evangélico de tercera generación que recorría el país en busca de parroquianos dispuestos a confiarle la salvación de sus almas por un puñado de dólares; pero en cuanto descubrió el potencial de su hijo, decidió dejar el negocio familiar en sus manos.

Marge conoció a Vernon después de un sermón. Un par de semanas después rompió con su pareja; el buen pastor abandonó a su esposa e hijos, y los dos se fugaron juntos a Las Vegas para contraer matrimonio. En represalia, Vernon fue excomulgado de su iglesia, y el matrimonio abrió un próspero negocio de imaginería religiosa en Long Beach (California). Sin embargo, extrañaban ejercer su labor evangélica, así que adoctrinaron a su hijo para retomar a su costa la senda del Señor. A los cuatro años, Marjoe ya se había convertido en una celebridad a nivel nacional tras oficiar su primera boda, a la que asistieron los reporteros de la revista Life. Las primeras voces críticas llegaron desde el propio seno de la Iglesia que apelaron a las altas instancias para exigir que el matrimonio se declarara nulo, pero para entonces ya contaba con una comunidad de feligreses lo suficientemente amplia que lo respaldaban.

«Esto es un negocio. Si no consigues feligreses, no te vuelven a llamar, a menos que uses tus propios trucos. Hay quien asegura que puede sanar con las manos, que tiene el don de la profecía…»

«¿Memorizas tus sermones?», le preguntaban a menudo. «En absoluto. Vienen a mí mientras duermo. Provienen directamente de Dios». Cuestionado por la precocidad del pequeño predicador, Vernon solía recurrir a un episodio apócrifo: «¿Alguna vez han visto a alguien recibir el bautismo del Espíritu Santo mientras se baña? Eso fue lo que le ocurrió a Marjoe en el cuarto de baño. Escuché ruidos y entré a ver lo que pasaba. Y ahí estaba él, con las manos en alto, alabando al Señor». En realidad, las únicas visitas que el pobre crío recibía a la hora del baño eran las de sus propios padres, quienes acostumbraban a sumergirle la cabeza bajo el agua cada vez que fallaba la lección. Por las noches, le castigaban presionándole el rostro con una almohada; pero siempre evitaron el castigo corporal para no dejarle marcas visibles que pudieran delatarlos. Aquellas torturas se prolongaron durante años, hasta que Marjoe aprendió a pronunciar los ceremoniales completos con voz fuerte y clara, radiante de emoción; a adoptar la pose y las florituras dramáticas propias de los manejadores de serpientes como su padre, incluso con mayor devoción. «Hablaba en lenguas celestiales», juraba Vernon.

Entre la congregación, vemos cuerpos que se retuercen; mujeres que entran en trance, ponen los ojos en blanco y convulsionan en el suelo. Uno de los asistentes las cubre pudorosamente con un paño para que no veamos lo que ocultan las enaguas, mientras todas ellas, ajenas a la presencia de las cámaras, experimentan un estado de éxtasis que se caracteriza por la glosolalia: la pronunciación inteligible de sonidos parecidos al lenguaje que a menudo se asocia con la xenoglosia, el “don de lenguas” bíblico; es decir, hablar fluidamente en un idioma que se desconoce. «Estamos aquí para rodar una película sobre el hermano Marjoe, alabado sea el Señor». Las palabras sonaron extrañas en boca de la joven cineasta Sarah Kernochan. Su compañero, Howard Smith, era judío, y aunque a ella le habían educado en la fe cristiana tampoco estaba familiarizada con los ritos pentecostales. Sin embargo, allí estaban, en 1972, en pleno Cinturón de la Biblia, siguiendo la estela de fuego y azufre del carismático y apuesto predicador que regresaba al púlpito apenas un lustro después de haberlo abandonado.

«Si no me hubieran metido en el evangelismo, probablemente hubiera sido cantante de rock. He aprendido cómo moverme fijándome en Mick Jagger»

Poco quedaba de aquel niño imbuido por el Espíritu Santo al que las beatas adoraban como en un pesebre viviente y pagaban veinte dólares por recibir un beso, un abrazo o tener la oportunidad de acariciar sus rizos y perderse por un momento en sus ojos claros. «Cuando mis bolsillos estaban llenos, regresaba junto a mi padre y él se quedaba con el dinero», recuerda de adulto. Así fue hasta que cumplió dieciséis años y Vernon se esfumó con los tres millones de dólares que habían recaudado. «No tengo idea de qué pasó con ese dinero reconoce Marjoe Sólo sé que nunca lo vi, que nunca recibí una parte para mi educación, ni nada». Fue entonces cuando Marjoe renunció a su ministerio, se liberó del yugo represor de su madre y se mudó a San Francisco para hacerse beatnik. 

Durante un tiempo, Marjoe vivió de la bondad de las desconocidas, pero al quedarse sin blanca decidió retomar su carrera justo donde la había dejado. Echaba de menos ser el centro de atención, sentirse venerado por su rebaño y, sobre todo, el dinero en efectivo. «Veinte, cuarenta, sesenta... Ya no es tan abundante como en los viejos tiempos. Pero, vaya, ¡gracias, Jesús, por haber sido tan bueno conmigo esta noche!». Su reputación como niño prodigio le precede y, cumplidos los veinte años, sabe cómo adornarla con nuevos ropajes y una actitud heredada de los ídolos que tanto admira. «Si no me hubieran metido en el evangelismo, probablemente hubiera sido cantante de rock, porque disfruto mucho en el escenario, trabajando con el micrófono. He aprendido cómo moverme fijándome en ciertos cantantes de rock, como Mick Jagger. A veces imito su movimiento de caderas en mis sermones».

Marjoe sabía que la puesta en escena lo es todo y que la música también forma parte del espectáculo. Resulta tentador comparar su vida con la de Little Richard: cuando no estaba sermoneando a sus fieles, el padre del futuro autor de Tutti Frutti vendía alcohol de contrabando y dirigía un club nocturno. Mientras al pequeño Gortner le publicaban discos con sus plegarias y homilías, Richard cantaba en el coro de gospel de la iglesia de la que le excomulgaron por ser gay. Décadas más tarde, el pionero del rock’n’roll volvió a los brazos del Señor; primero como vendedor de biblias y después como predicador. En sus sermones se presentaba como drogadicto y homosexual redimido y, en el ocaso de su carrera, intentó conciliar su faceta de hombre de Dios con la de artista profano, y con motivo de su primera actuación en España, en Gijón en el 2005, hizo distribuir entre el público ejemplares del libro Buscando la paz interior.

En cambio, para un joven aspirante a actor como Marjoe, recién llegado a Nueva York en los años setenta, el siguiente paso era hacer de su vida una película. «Esto es un negocio se sincera ante los documentalistas Si no consigues feligreses, no te vuelven a llamar, a menos que uses tus propios trucos. Hay quien asegura que puede sanar con las manos, que tiene el don de la profecía…». Y después de tantos años, él conoce unos cuantos: «Una vez hice algo con una tinta especial que se pone roja en contacto con el sudor. Me pinté una cruz en la frente y, mientras estaba predicando, empezó a mostrarse. De inmediato, la gente empezó a darse codazos. Al cabo de un rato, la cruz comenzó a borrarse; pero un rato después tenía al público cautivado. “¡Oh, hermano Marjoe, mientras predicabas esta noche, la cruz estaba en tu frente!”. Les convenció de que era algo muy real y me resultó muy fácil aceptar ofrendas y recibir dinero».

Pero a diferencia de muchos de sus compañeros estafadores, Marjoe Gortner se sentía culpable por estafar a la gente pobre y desesperada con mentiras y engaños. O al menos, eso es lo que parece, porque el mesías que confiesa ser un fraude delante de un equipo de filmación no solo está engañando a los fieles que asisten a escucharlo, sino que está haciendo lo mismo con los propios cineastas y, por extensión, con los espectadores de la película. «Soy malo, pero no soy malvado», se excusa en la película.

«“¡Oh, hermano Marjoe, mientras predicabas esta noche, la cruz estaba en tu frente!”. Les convenció de que era algo muy real y me resultó muy fácil aceptar ofrendas y recibir dinero».

Marjoe se estrenó el 24 de julio de 1972 y, como era previsible, fue objeto de una agria polémica. A pesar de las críticas positivas y la excelente acogida en el Festival de Cannes, el documental tuvo problemas para encontrar distribución fuera de Nueva York y Los Ángeles porque los dueños de los cines temían sufrir la cólera de la comunidad evangélica. Treinta años más tarde, la ganadora del Óscar al Mejor largometraje documental parecía desaparecida para siempre hasta que, en 2001, Sarah Kernochan localizó por casualidad los materiales originales en un viejo almacén de un viejo laboratorio. Tras un periplo judicial para recuperar los derechos sobre su obra, consiguió editar la película en DVD en 2006.

En los años 90, otro niño prodigio predicaba la palabra de Dios en templos, iglesias y estadios al norte de Perú. Con apenas seis años, Nezareth Castillo sostenía una Biblia gruesa en sus pequeñas manos y vestía un traje oscuro que le quedaba enorme. Arrodillado ante el púlpito, levantaba ambos brazos para luego sacudirse al ritmo frenético de su propia voz impostada, grave y gutural: «¡Corrompen la naturaleza humana! ¡Hombres y mujeres que fueron hechos a la imagen y semejanza de Dios convirtiéndose en homosexuales, lesbianas, gente depravada, cegada por Satanás!». A veces daba miedo escucharlo y había gente que lo tocaba sólo para cerciorarse de que fuera un niño.

Sus padres aseguraban que Dios se les apareció en sueños para anunciar su nacimiento. También le dio su nombre, que significa Enviado de Dios. «Cuando tenía tres años comencé a predicar la palabra de Dios declaró en una entrevista en televisión Fue algo de Dios. Ni siquiera yo hasta ahora puedo entender cómo se inició todo esto». Recorrió América, visitando países como Chile, Colombia, Ecuador, Costa Rica y Estados Unidos amasando una fortuna para su familia, y soñando con llegar a ser algún día «presidente del Perú». En 2009, coincidiendo con la condena a seis años de prisión del expresidente Alberto Fujimori, después de haberse declarado culpable por cargos de corrupción, espionaje y compra ilegal de medios de comunicación, Nezareth despareció de la vida pública. Volvió seis años más tarde, como líder de una banda de rock cristiana de escasa repercusión.

A Marjoe Gortner tampoco es que le fuera mucho mejor. Aprovechó el tirón publicitario de la película para grabar su propio álbum de canciones, titulado Bad, but Not Evil, que pasó con más pena que gloria, lo mismo que sus posteriores incursiones cinematográficas, mayoritariamente adscritas a la serie B y la televisión. Su último escándalo lo protagonizó en 1984, al participar en una de las sesiones de fotos creadas por celebridades para Hustler. Una de las múltiples asociaciones de abogados cristianos que solían demandar a la publicación de Larry Flint amenazó con emprender su respectivo via crucis judicial. La denuncia no prosperó y en la actualidad Marjoe disfruta de su jubilación, lejos del ruido mediático y los fanatismos. Desde luego, no es ningún santo; pero resulta innegable que supo dar a la gente lo que estaban buscando. Algo que ansiaban fervientemente. Así que puede que él mismo se considere un farsante, pero el sentimiento que experimentaron sus feligreses no era falso en absoluto: como mínimo, un gran truco de ilusionismo.

marjoe gortner junto a caroline munro en starcrash (luigi cozzi, 1978)